(XXXVIII) DIARIO DE UN LINFOMA (De paz y estrellas que brillan).

(XXXVIII) DIARIO DE UN LINFOMA (De paz y estrellas que brillan).

3 de julio de 2022.

Puesta de sol en la playa de Santa María, Cádiz.

No me cansaré de decirlo: aprovechemos cuando estemos bien. ¡Se está tan a gusto cuando no te duele ni te molesta nada! Ayer estuve todo el día sin dolores estomacales, sin náuseas y con mi paladar como en sus buenos momentos. Acabo de desayunar y vaya placer saborear mi molleta con aceite y una lonchas de pechuga de pavo. El café de cápsulas sabe maravilloso. Como el martes, neutrófilos mediante, volveré a subirme a la noria del malestar, le saco el jugo a estos últimos días de normalidad. Lo que se tienen que meter en la cabeza los que ahora mismo no tienen ninguna patología importante es precisamente eso, que hay que saborear, moverse, oler, en definitiva, sacarle partido a esos sentidos fantásticos que nos hacen disfrutar de la vida cuando todo rueda sin sobresaltos. Por ejemplo, vemos en colores, cuando hay animales que solo lo hacen en blanco y negro. ¿No os habéis fijado que en verano estos son más intensos? Como el sol está más alto, la luminosidad aumenta y todas las superficies reflejan a plenitud su gama cromática. Tan solo reparar en esa facultad maravillosa de quedarnos extasiados observando las distintas tonalidades de una puesta de sol, nos puede hacer valorar el magnífico privilegio que tenemos con nuestra vista. 

Un prado en Benaocaz.

Ayer fue un día de actividades espirituales: por la mañana redactando una carta entre un grupo de compañeros para invitar a las personas de nuestro entorno a la asamblea regional que todos los años celebramos los testigos. Este año, con un tema particularmente oportuno, “Busquen la paz”. Aunque el programa de estos eventos se prepara con algunos años de antelación, no podía ser más acertado en estos momentos en los que la guerra de Ucrania sacude nuestras conciencias. Pero más allá de conflictos que involucran a países, lo que se destaca en el contenido de los discursos y vídeos es que la paz hay que promoverla en otros ámbitos más cercanos. 

Vivimos crispados. Ese nivel de exigencia al que nos expone esta sociedad, no solo produce la insatisfacción de la que ya hablé en otro post, sino que destapa en nosotros cierta agresividad. El estrés por cumplir todas las expectativas que de nosotros se esperan nos hace ir corriendo a los sitios, sentirnos en la obligación de cumplir objetivos en el trabajo, ser buenos compañeros de convivencia, padres responsables y así con todo lo que llevamos a cuestas. Al final, soltamos esa furia contenida cuando menos lo esperamos y en las circunstancias más inoportunas.

Soy una persona bastante calmada, no es fácil sacarme de mis casillas, pero también he vivido periodos de tensión y he roto mi quietud en algunas ocasiones. Y una cosa tengo clara cuando miro atrás, en todas ellas fue un error hacerlo. Ponerte de los nervios, encararte con alguien, por mucho que te encuentres cargado de razón, al final solo te deja un regusto amargo en el recuerdo y te das cuenta de que no merece la pena, ni siquiera, aunque obtengas un resultado a tu favor. Os cuento un caso sencillo.

Hace algunos años fuimos a San Fernando a ver un concierto de Sabina y Serrat, “Dos pájaros de un tiro”, creo que se llamaba. Estábamos en la cola para comprar las entradas y no faltaba mucho para que empezara el espectáculo. La gente hacía cola ante varias ventanillas y nosotros elegimos una de ellas. Cuando llevábamos un buen rato esperando, vimos que un grupo de personas venía hacia nuestra cola de otra ventanilla que habían cerrado. Al parecer les dijeron que tenían que sacar las entradas en la que estábamos esperando nosotros. Un par de parejas, aproximadamente de nuestra edad, se pusieron delante de nosotros. Yo les dije que lo hicieran al final de nuestra fila y uno de ellos, un señor algo mayor que yo, me dijo que ellos llevaban más tiempo que nosotros esperando en la otra ventanilla y los habían mandado para acá. Yo le repliqué que aunque llevaran más tiempo que nosotros, venían de otra cola y que aquí tenían que respetar los turnos. El hombre me ignoró y siguió por delante. Yo me irrité más de la cuenta y le dije de nuevo con indignación que se estaban colando. Me respondió también visiblemente airado: “Me está usted insultando, yo no me estoy colando”. Le volví a repetir con el tono también alterado que no lo estaba insultando, sino diciendo la verdad, que estaba colándose, por mucho que se irritara. Fue una agria discusión que podría haber llegado a más, pero me contuve y no fue a mayores. 

Al final, aquellos cuatro se adelantaron a nosotros, pero pudimos comprar las entradas, llegamos con tiempo a nuestros asientos e incluso tuvimos que esperar un poco para que empezara la función. El caso es que la irritación me acompañó toda la noche y no disfruté, tanto como debería, de aquella bonita velada. 

Rápidamente me percaté de que me había equivocado con mi reacción. Años después leí en un libro de Rafael Santandreu, algo que él proponía para situaciones de este tipo. Podría haberle dicho:

–Disculpe, nosotros estamos primero, se está usted colando, pero si quiere, compre usted primero, tampoco me importa esperar unos minutos más. 

Santandreu dice que la persona suele responder:

–¡Se equivoca! Iba yo primero, pero a mí tampoco me importa esperar unos minutos, compre usted antes.

Bien, no sé si siempre la persona responderá así, pero aunque no lo haga, es preferible esperar unos minutos más y mantener el espíritu calmado. Si yo lo hubiese hecho aquella noche, habría disfrutado más de escuchar a los “dos pájaros” de Sabina y Serrat.

No estoy diciendo que siempre haya que renunciar a nuestros derechos en pos de mantener la calma, pero aunque uno los reclame, yo propongo que siempre se haga con sosiego. La firmeza no hay que expresarla de forma airada, creo que tiene mucho más peso cuando se expone pacíficamente, aunque con seriedad. 

Hablando de paz, una situación incómoda se me produjo cuando por fin pude acceder a la enseñanza. Como ya conté, aunque aprobé las oposiciones para dar clases como profesor técnico de F.P. en el verano del 91, no fue hasta el 1 de febrero de 1992 cuando me incorporé oficialmente a hacerlo. Me citaron el viernes 31 de enero en la delegación de Educación de Cádiz. El Tribunal Supremo había resuelto finalmente sobre la impugnación y la Junta de Andalucía tuvo que publicar la lista de opositores aprobados definitiva y yo aparecía en ella. La mayoría de los componentes de esa lista eran interinos que ya estaban dando clases, pero a los pocos opositores libres que se incorporaban, tenían que darnos un destino, aunque fuera provisional, inmediatamente. Ese viernes me adjudicaron un puesto en el instituto La Merced de Jerez, que hoy lleva el nombre Santa Isabel de Hungría, y tenía que empezar el lunes siguiente, el 3 de febrero. Era un instituto de educación secundaria por las mañanas que por las tardes, de 4 a 9, alojaba una extensión de Formación Profesional de la rama de Administración. Aquel día, de regreso a Ubrique, como tenía que pasar por Jerez, pensé que sería buena idea presentarme en el instituto y tener una primera toma de contacto.

Cuando llegué al centro aquella tarde, me recibió el jefe de estudios y le enseñé el nombramiento. Se quedó estupefacto, porque a él no le habían comunicado nada y un interino estaba ocupando la plaza desde que empezó el curso y este tampoco sabía absolutamente nada. ¡Qué mal hace las cosas algunas veces la administración! La situación no pudo ser más tensa, llamaron al interino y le comunicaron la noticia. Era un chaval joven que tampoco llevaba mucho tiempo en la educación. El pobre se quedó un poco impactado con la idea de perder su puesto de trabajo de un día para otro y sin que le hubieran avisado de nada. Yo quería saber sobre los cursos que él impartía, pero me dijo que no tenía el ánimo para explicarme nada, que el lunes lo haría. Lo cierto es que el lunes, cuando llegué, tan solo había dejado los libros de texto en el casillero de la sala de profesores y no se presentó. No me dejó el cuaderno del profesor ni accedió a darme ninguna indicación. El jefe de estudios tampoco sabía nada y no pudo aclararme ni por dónde iba en el temario, los exámenes que había hecho ni absolutamente nada que me pudiera ayudar a seguir por donde mi sustituido lo había dejado. Solo tenía las notas de la primera evaluación. Cuando aterricé en la clase aquella tarde, tuvieron que ser los propios alumnos los que me pusieran al día y tuve que creer lo que me dijeron, porque no tenía otra fuente de información. ¡Vaya panorama!

A pesar de esta anómala forma de empezar en el trabajo que iba a desempeñar el resto de mi vida laboral, tenía tanta ilusión que rápidamente le tomé el pulso a las clases y el trato con los chiquillos. Eran de 14 o 15 años todos y bastante revoltosos, pero me sentía muy a gusto impartiendo clases. Empecé como lo hacemos todos, con la idea de enseñarles a tope, pero pronto te das de bruces con la realidad y te das cuenta de que tienes que bajar el ritmo y adaptarse a lo que te encuentras. Conecté muy bien con los grupos, especialmente con los de primero. Recuerdo que una tarde-noche, alargué las clases para irnos a un aula multimedia a ver la película “El club de los poetas muertos”. Pensaba que les iba a gustar tanto como a mí, pero, en primer lugar, solo se quedó menos de la mitad de la clase y algunos abandonaron la proyección antes de que terminara. Al final solo se quedaron hasta el final 5 o 6. La primera en la frente, yo iba a llegar a mi casa a las tantas de la noche, sacrificando mi tiempo y el de mi familia, y mis alumnos parecían no mostrar demasiado entusiasmo. Esta bajada a la realidad me sirvió para irme dando cuenta de que en un grupo numeroso, no puedes esperar que la mayoría sea apreciativa, pero no por eso, tiene que dejar de merecer la pena entregarse por esos que sí lo son.

Hoy voy a terminar con dos detalles muy bonitos que he disfrutado en estos dos últimos días. El primero me lo envió mi hija Abigaíl. Anteayer me mandó un audio cantándome la canción Fix you de Coldplay. En uno de mis escritos la mencioné como una de mis canciones favoritas y que me toca la fibra sensible en estos momentos, porque su título puede traducirse como “Te curo”. Desde luego, escucharla en la voz de mi querida hija, es mucho más sanadora que en la de Chris Martin. Esa mañana mi estado mejoró un poquito más.

La segunda comunicación, también muy motivadora, vino de mi amiga Ana, de la que ya he hablado otras veces como una de mis asesoras sobre el cáncer, ya que ella también lo sufrió en los últimos años. Me dijo que el sentimiento de tristeza que me invadió en el campo de girasoles y su causa, le sobrevino a ella también al comienzo de su enfermedad, fruto del cual compuso un pequeño, pero precioso poema, que hasta ahora solo había leído a dos personas muy cercanas a ella, y yo era el tercero. Con su permiso lo comparto en mi blog, porque creo que destila sensibilidad y puede reconfortar a todos aquellos a los que fruto de nuestra enfermedad, se nos apagan las luces de la esperanza, aunque sea momentáneamente. De brillo e ilusión trata precisamente. Feliz día.

Si mañana se apagaran las estrellas
Si mañana el viento dejará de bailar sobre la hierba
Si no hubiera más te quieros ni más guerras
Si mañana se apagaran las estrellas….
Si en los campos ya no hubiera primaveras
Ni canciones, ni promesas,
Ni un susurro,, ni palabras que me curen
O me hieran
Si mañana se apagaran las estrellas….
Haz que brillen
Haz que vuelvan



Puesta de sol en Chipiona.

 

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