Distinto sitio, mismo lugar.
29 de abril de 2025
Despuntaban los primeros rayos de sol entre las dos cumbres más altas del horizonte. Como cada día de los últimos 30 años recorría el perímetro de la muralla y sus 35 almenas de vigilancia. Saludaba a otros tantos atalayas que acababan su turno nocturno y se aseguraba del relevo.
Era un día especial porque sería el último cumpliendo sus funciones como supervisor de todos ellos. Conocía bien a cada uno de los más de 150 soldados que componían el cuerpo de vigilantes y estos también a él, pues era uno de los oficiales más veteranos de la ciudad-reino.
Había disfrutado mucho de aquella importante función porque entendía su importancia. Nunca pensó en el crédito que le otorgaba, ni en el reconocimiento de los demás, era una labor desinteresada de servicio a su pueblo, un privilegio sin privilegios, un honor sin honores, un trabajo por lealtad a su rey y amor a sus conciudadanos.
Un par de horas más tarde tenía audiencia con el monarca para presentar su renuncia. Sería un momento cargado de emociones porque siempre había valorado enormemente participar en la defensa de aquel pequeño reino que defendía las libertades individuales y promovía la igualdad entre sus ciudadanos. Rodeados como estaban de enemigos despiadados que querían hacerse con su control, haber contribuido durante tantos años a preservar aquel remanso de paz y armonía suponía un motivo de digno orgullo.
Los últimos años habían sido muy duros para él. Había perdido dos importantes personas de su familia así como a su mejor amigo. En una ronda rutinaria, una flecha perdida en un ataque furtivo le había atravesado el hombro y durante meses había bordeado los campos de la muerte, pero el agotamiento mental era mayor que el físico. Ya no tenía las energías de antes para arengar a sus soldados, ni los ánimos necesarios para levantar a los que se sentían apesadumbrados.
Llegó un rato antes a las dependencias donde su rey recibía a los amigos, pues así era considerado en el palacio. Y alertado de su presencia, el mandatario lo recibió antes de la hora prevista.
– No esperaba que llegara este día. Te he recibido aquí en muchas ocasiones pero nunca para despedirte de mi servicio. ¿Lo has pensado bien?
– Sí, sin duda. No es fruto de unos días de reflexión, ni semanas, sino mucho más tiempo.
– ¿No has pensado que me va a costar encontrar a alguien de tu experiencia para ocupar tu puesto?
– A veces la experiencia es una rémora porque el veterano no aporta demasiadas novedades que pueden mejorar el servicio. La ilusión del novato puede compensar a la veteranía con creces.
– ¿Quedará en buenas manos nuestra querida ciudad con los que te reemplacen?
– Estoy seguro. Mientras este reino te tenga de rey y se mantengan los mismos valores, todos seguiremos contribuyendo a su protección de buena gana.
– ¿Y qué vas a hacer ahora?
– Pues cualquier trabajo que se me encargue. Puedo hacer turnos de atalaya, o de soldado de puerta en palacio o cuidar de los caballos o en el mantenimiento de las calles, cualquier cosa que mis capacidades me permitan o los responsables tengan a bien confiarme.
– ¿Y no te da pena perder una responsabilidad que has ejercido durante tanto tiempo?
– Claro que sí, majestad, pero ¿sabe lo que para mí es realmente importante? Que solo cambio de sitio, no el lugar en el que quiero estar.