Hicham, Ahmed, Manolo, solo tres terrícolas más.

Hicham, Ahmed, Manolo, solo tres terrícolas más.

17 de octubre de 2025.

Mi segundo viaje a Marruecos ha sido de nuevo una toma de contacto con otra realidad, lo que siempre viene bien para ampliar tus percepciones de lo que es el mundo que nos rodea. Ahora que cada vez más clasificamos a las personas por su origen, religión o cultura, siempre es enriquecedor hacer una inmersión en otros entornos que se mueven por patrones diferentes pero que están compuestos del mismo material, el humano, que es el mismo en cualquier parte del mundo en que nos movamos, todos compartimos un ADN idéntico al 99,9% que nos iguala.

Fueron 4 días llenos de hermosas experiencias, pero voy a narrar la del segundo, porque ejemplifica lo que siempre me llevo de los viajes, lo que más atesoro, la relación con las personas del lugar, palpar sus vivencias y comprobar cómo afrontan la vida desde otras costumbres, distintas crianzas y reglas establecidas por los que los dirigen que son distintas a las nuestras.

Llegamos al mediodía a Assilah, después de recorrer la costa norte del país desde Tánger. Paramos en la cueva de Hércules, muy cerca de donde se encuentran el Mediterráneo y el Atlántico. Allí me compré una gorra roja con la estrella de 5 puntas de Marruecos. Con mi fisonomía, cuando me la ponga para jugar al tenis o pasear por cualquier pueblo, pareceré auténticamente magrebí. Espero no tener que enseñar mi D.N.I. a las autoridades.

Mi perfil, como se ve en la foto, está inspirado en la ventana natural que el mar hizo en la cueva de Hércules.

Compré la gorra como siempre se hace en Marruecos, regateando. Soy un pésimo regateador, como me recordaba mi amiga Mari Carmen. Siempre siento pena de los vendedores, detrás de esos puestos cutres en los que exponen sus productos o en esos zulos que son los cubículos en los que venden en los zocos. Me pidió 12 euros y finalmente me la dejó en 5. No estuvo mal esta vez.

Al mediodía, nuestro amigo Ahmed, el guía que nos acompañó los 4 días, nos llevó a nuestro destino, en un hotel que estaba a algo más de un kilómetro de la medina. Después de darnos las habitaciones, nos acercó con la furgoneta a los 20 pasajeros hasta la entrada de la medina, frente a algunos restaurantes donde comer. Llevábamos referencia de dos con nombre español, Casa Pepe y Casa García. Nada más bajarnos del minibús, se acercó a mí Hicham, un hiperactivo guía que me ofreció una visita a la pequeña ciudad por tan solo 20 euros. Nos salía por la ridícula cantidad de 1 euro por persona. Acostumbrado a los 10 o 15 que pagué en los “free tours” de Holanda y Bélgica semanas antes, ni siquiera regateé, lo que me recordó de nuevo mi amiga Mari Carmen.

Hicham explicando en el recorrido.

Hicham nos recomendó otro restaurante donde comer, cuyo nombre no recuerdo, pero yo le insistí en ir a Casa García, el mejor de Assilah. Nos llevó hasta allí, pero estaba completo y el camarero nos dijo que el restaurante que recomendaba Hicham era de buena calidad también y, de hecho, era más barato. Fue llegar hasta él y, aunque estaba casi lleno, nos juntaron varias mesas para que pudiéramos comer. Hicham trabajó como si fuera un camarero más e incluso nos trajo algunos platos de la cocina. Luego esperó pacientemente a que termináramos de comer, lo que nos llevó casi 2 horas, para hacernos el tour.

Assilah es una pequeña ciudad costera preciosa, muy limpia, de lo que se enorgullecen sus residentes diciendo que es la más cuidada de Marruecos. Tiene unas murallas que la bordean desde las que se ve el inmenso océano Atlántico. Sus fachadas encaladas han sido invadidas por pintores de distintas partes del mundo que las utilizan como lienzos de preciosas pinturas, por algo la llaman la ciudad de los pintores. A los niños en el colegio los enseñan a pintar y tienen las fachadas de sus escuelas llenas de coloridas escenas de todo tipo, con sus nombres y edades como firma de las piezas.

Durante el recorrido tuve oportunidad de preguntarle a Hicham por su vida y, como ya he experimentado en anteriores contactos con su cultura, ellos no tienen inconveniente en compartir sus datos personales. Me encontré a un padre de familia de unos cuarenta y tantos años, con 4 hijos con edades desde los 21 a los 3 años de edad, dedicado durante más de 30 años al turismo que visita su pequeño pueblo-ciudad. Me dijo que también había trabajado duro en el campo, pero que le gustaba más el turismo. 

Cuando finalizábamos la visita me apartó un poco del grupo y me dijo: 

– Hermano Manolo, yo te dije 20 euros pero no vi lo grande que era el grupo, además, llevo casi 5 horas con vosotros y normalmente estoy una hora y media o dos con los grupos. Por favor, ¿no podríais darme 40 euros en lugar de 20? 

Yo lo miré a los ojos y con mi mano en su hombro le respondí:

– Hicham, ¿tú eres un hombre de palabra?

– Sí, sí, claro.

– Tú me dijiste 20 euros y yo no te he regateado. Yo personalmente te iba a dar algo más de propina, porque te has portado muy bien con nosotros, pero yo ya le he dicho al grupo el precio y no puedo decidir por ellos. Yo se lo voy a proponer, pero si ellos no quieren tendrás que conformarte con lo que te quieran dar.

En el fondo yo estaba dispuesto a darle esos 20 euros más aunque salieran solo de mi bolsillo, pero conociendo a mis compañeros, sabía que no habría problema. Alguien podría pensar que nos había timado, que se estaba aprovechando de nosotros cambiando el acuerdo, pero para mí, aquel hombre que había dedicado la mayor parte del día a acompañarnos, padre de 4 hijos, con un móvil de los antiguos de botones y, sin duda, de la extracción más humilde, no se merecía tan solo un euro por persona. Al final la colecta llegó a 45 euros y le dije:

– Hicham, te has portado muy bien con nosotros y con esto cómprale algo a tus hijos. 

No es que fuera un capital, pero, sin duda, con nosotros había hecho el día y hasta parte de la semana. A mí me producía una satisfacción especial imaginarme a Hicham llegando a su casa con algo de carne o pescado, o dulces y diciéndole a su mujer:

– Niña, hoy vamos a cenar bien que he triunfado con los turistas.

También podría pensar que iba a malgastar el donativo, pero me daba exactamente lo mismo, yo prefería adivinar la alegría de la familia porque su padre los obsequiaba con algo un poco especial. Hicham me despidió con un sentido abrazo y me dio su teléfono para que lo llamara si quería que me consiguiera un apartamento para pasar unos días en verano, lo cual no descarto.

Móvil de Hicham.

Después de un día de recorrido turístico, en el que hicimos más de 11 kilómetros andando según mi reloj con GPS, estaba bastante cansado, no así las más jóvenes del grupo y las mujeres en general, que querían seguir buscando rincones para hacerse fotos y volver a repasar las abundantes tiendas de souvenirs y todo tipo de productos. Yo solo busqué una pastelería en una callejuela, con una diminuta habitación en la que tenían un horno rudimentario y un pequeño expositor en la calle con 10 clases distintas de pequeños dulces árabes. Me llevé 20 por 10 euros, unos 100 dirhams. Después me senté en una pequeña plaza del pueblo y escuché al muecín llamar a la oración y no mucho después una algarabía de chiquillos acompañados de sus padres y, sobre todo, madres, que salía de la escuela como lo hacen todos los niños, saltando y con la cara de ilusión porque ahora tocaba jugar.

Assilah y todo el norte de Marruecos está impregnada del pasado español y se ve en el nombre de sus calles y la arquitectura de muchas viviendas y edificios en general. Al sentarme en aquella plaza a contemplar cómo pasaban los transeúntes locales y los turistas, escuchando sobre todo hablar en árabe, percibir esos olores peculiares a especias que se mueven en el aire de todas las localidades marroquís y comprobar que más allá de religiones y costumbres, cada uno de los que por allí pasaba transitaba por esta vida tratando de sacar de ella lo mejor que tenía a su alcance, volvía a darme cuenta que los seres humanos somos tremendamente parecidos. Si un extraterrestre nos estudiara, vería que entre las especies que habitan la tierra, el humano es básicamente el mismo en todas partes. ¿Por qué somos nosotros mismos tan zoquetes que nos empeñamos siempre en destacar las ínfimas diferencias?





Los comentarios están cerrados.