(XXXVI) DIARIO DE UN LINFOMA (soles entre girasoles).

(XXXVI) DIARIO DE UN LINFOMA (soles entre girasoles).

1 de julio de 2022.

Empiezo julio un poco más descansado. Esta noche he dormido algunas horas más. Aunque sigo con mis molestias intestinales, a las 6:30, con la ayuda de un Paracetamol, pude alargar el descanso hasta cerca de las 9. De fuerzas ando más o menos bien y no tengo otros efectos hasta ahora reseñables.

Voy a seguir mi relato personal y me traslado al verano de 1991. Al comenzar a trabajar en la escuela taller en 1.989 también nos mudamos del piso de Petra a otro similar pero libre de la terrorífica Galería, el pub musical que teníamos debajo y nos amargaba el descanso. El nuevo piso era un primero, esta vez, mira qué casualidad, encima de un asador de pollos. Estos no hacían ruido, estaban muertos antes de asarlos, pero la máquina que los tostaba desprendía un calor que se almacenaba en el forjado que nos separaba, por lo tanto teníamos calefacción por “suelo radiante” en invierno, aunque lo malo era que también en verano. De todas formas, solo estaba abierto los fines de semana, por lo que, sin duda, había mejorado nuestra calidad de vida.

En ese piso disfrutábamos de la crianza de nuestra querida Abi. Como yo trabajaba por las mañanas y varias tardes como contable en la empresa de Ana, pasaba mucho menos tiempo con mi hija que Rubi. Con mis dos hijas, desde que nacieron, me apropié del derecho a bañarlas cada día. Era un momento íntimo y precioso que disfrutaba cada noche. Abi, desde muy pequeña, odiaba que le cayera el agua por la cara cuando había que lavarle la cabeza. De bebé, no podía expresarlo, como es lógico, pero un poco más adelante me costaba hacerlo por lo tensa que se ponía, hasta que descubrí un truco. Cuando Disney estrenó “La Sirenita”, se convirtió en su película preferida, se la poníamos en VHS y podía verla infinidad de veces. A la hora del baño yo le decía que, igual que la Sirenita, cuando metiera los pies en el agua, se convertiría en una de ellas. Ella cruzaba sus piernas como si fuera una cola de pez y yo le decía que ahora que era como Ariel (el nombre de La Sirenita), no podía llorar al caerle el agua por la cabeza. Yo pensaba que aquello no iba a funcionar por mucho tiempo, pero sí que lo hizo y, salvo en algunas ocasiones que tenía el ánimo más irritado, colaboraba con la fantasía que habíamos inventado.

Volviendo al estío del 91, por fin me presenté a las oposiciones para la especialidad de Prácticas Administrativas como Profesor Técnico de F.P. En dos ocasiones anteriores había presentado la solicitud y pagado las tasas, pero no me había personado porque me dio reparo finalmente pedir permiso en el trabajo para hacerlo. Los requisitos para acceder al puesto eran tener determinados títulos universitarios o, en su defecto, la F.P. superior de aquel tiempo y 2 años acreditados con experiencia laboral como Técnico Especialista Administrativo. Yo cumplía el segundo.

Mi vida era muy ocupada y no disponía apenas de tiempo libre. Trabajaba mañana y tarde porque quería ahorrar para poder comprarnos una vivienda, ya que veía el alquiler como una hucha rota que no llevaba a ninguna parte, y para ello teníamos que acumular, al menos, para la entrada de un piso e hipotecar el resto. También dedicaba mucho tiempo a la congregación, ya que me nombraron siervo ministerial, que es una responsabilidad en la que atendía algunos departamentos, como la contabilidad, publicaciones y otras. Predicaba los fines de semana y teníamos 3 reuniones semanales. No había un momento libre. Con aquella agenda, no pude estudiar prácticamente nada para las oposiciones. Conseguí el temario con unas 70 unidades y me fui para Cádiz a hacer la primera prueba, esperando que sonara la flauta… y lo hizo. El primer examen consistió, entre otras cosas, en un supuesto de nóminas y seguros sociales. Eso era parte de mi trabajo en la escuela taller todos los meses, así que me salió bastante bien, con lo que pasé a la segunda fase del concurso-oposición, la encerrona, como lo llamaban. Te citaban un día y se sacaban 2 bolitas de un bombo con los números de los temas que tenías que prepararte y hacer una presentación oral delante del tribunal. Disponías de 2 horas para preparártelo y exponerlo posteriormente durante un máximo de una hora y luego un turno de preguntas de 15 minutos.

Antes de empezar con los exámenes de aquel día, estaba desayunando en un bar en los aledaños del instituto de Cádiz donde se hacían las pruebas. Casualmente, en la barra, se sentó uno de los miembros del tribunal a tomar café y entablé una conversación con él. Le pregunté sobre el desarrollo de los exámenes y el incordio de tener que estar trabajando en verano incluso los fines de semana. Aquel hombre no rehuyó la conversación y solo recuerdo que me dijo: “Lo que sí se hace evidente en las presentaciones orales es el que ha pasado por la universidad y el que no, hay mucha diferencia de nivel”. No sé por qué supondría que yo pertenecía al grupo privilegiado, pero no lo iba a sacar de dudas, así que solo respondí: “Claro”.

Aquella mañana le saqué partido a dos de mis fuertes. El primero es que domino muy bien los nervios. Recuerdo que estábamos en un aula anexa a la que ocupaba el tribunal y coincidimos por apellidos algunos opositores. Una chica que se apellidaba Conejero, iba delante mía, que soy Contreras. Estaba atacada y me dijo que se había tomado dos Transilium, pero no paraba de ir al baño. Yo me había comprado el Marca y lo leía tranquilamente para hacer tiempo. Ella me miraba y me decía que cómo podía estar tan tranquilo, así que me pasé un buen rato intentando calmarla. Cuando le tocó su turno, entró a sacar las bolitas y, para sorpresa mía, el tribunal la dejó volver a donde yo me encontraba y me preguntó que cuál elegiría yo, que un tema lo tenía muy bien preparado pero era más sencillo y el otro, si lo exponía bien, le podían poner mejor nota. Yo le dije que, bajo mi punto de vista, tenía que elegir el que le hiciera sentirse más cómoda para explicarlo. La pobre, cuando le tocó el turno de hablar delante del tribunal, se puso tan nerviosa que a los pocos minutos arrancó a llorar y abandonó. 

Mi segunda fortaleza consistía en la oratoria. Yo llevaba desde muy joven hablando en público y para ese tiempo había presentado varios discursos de 45 minutos ante auditorios de varias congregaciones. De mis dos bolitas solo recuerdo el tema que elegí: la mecanización contable. No tenía ni idea del tema porque no había estudiado, pero aproveché al máximo esos 120 minutos. Adapté los contenidos obsoletos que tenía, porque trataban de una mecanización contable rudimentaria que ya no se empleaba, a la contabilidad por ordenador, que empezaba en aquel tiempo a usarse en las oficinas y era la que yo utilizaba en la empresa de Ana. Hice una estructura de la presentación con una introducción que despertara el interés del auditorio, establecí los puntos principales que desarrollaría e inventé una bonita conclusión. Me preparé uno de mis discursos que, además, duró exactamente 45 minutos. Mi compañera la de los nervios se quedó a escucharme. La verdad es que me salió bordada. En el turno de preguntas, el compañero de barra y café, me preguntó sobre la ergonomía y no sé por dónde salí, pero como sabía lo que era, me inventé la respuesta y coló. Ana, la del Transilium, me dijo que me había salido de 10. 

Unos cuantos días después salieron las notas del tribunal y mi sorpresa fue la que me pusieron: 9,994, la primera del tribunal y la 3ª de Andalucía. Sinceramente creo que me inflaron dicha nota por lo que explico a continuación. Aquel año la Junta de Andalucía había establecido, en el baremo de puntos, que los interinos sumaban a la nota de la oposición, cualquiera que fuera, incluso suspensa, 1,5 puntos por año trabajado, con un máximo de 6. Creo que fue una asociación de opositores la que había impugnado las de aquel año y había sido admitido a trámite por el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía. Este baremo supondría que un interino con 4 años trabajados y un 4 de nota en el examen, subiría a un 10, con lo que me superaría a mí con un 9,994. A todas luces no era muy justo, por lo que creo que el tribunal de Cádiz trató de compensar. 

La impugnación de aquel año supuso que los opositores libres no nos incorporaríamos en septiembre a los centros, aunque hubiésemos aprobado, hasta que el tribunal no dictaminara. Inicialmente, la sentencia del tribunal autonómico le dio la razón a los demandantes y bajó los 6 puntos a solo 3, pero aún así, los sindicatos recurrieron al Supremo y tuve que esperar hasta febrero de 1992 para incorporarme finalmente a mi puesto. El alto tribunal volvió a validar los 6 puntos del baremo para los interinos y aún así, pude entrar como funcionario, aunque, con la 3ª nota de Andalucía, bajé al puesto cincuenta y tantos, de unas 70 plazas que había.

Aquel verano, Ana me ofreció ser el director gerente de su empresa. Yo le dije que no iba a renunciar a mi puesto como funcionario docente cuando se dilucidara el litigio que llegó al Supremo, pero me contestó que no le importaba, que mientras tanto, decidiera qué sueldo ponerme y que me hiciera cargo de las riendas de la empresa. A mí me daba pena dejar la escuela taller, y no iba a renunciar a un puesto fijo en la Administración como enseñante, pero decidí aceptar su oferta y establecimos un sueldo de 250.000 pesetas (1.500 euros) que era bastante considerable para aquellos años, de hecho, cuando me incorporé a la enseñanza, empecé ganando unas 150.000 pesetas (900 euros), bastante menos. La experiencia me permitió viajar a varios sitios de España y codearme con altos directivos de la banca, de organismos públicos y de los medios de comunicación, lo cual fue interesante, pero como la empresa no tenía futuro, económicamente hablando, cuando en febrero del 92, 6 o 7 meses después, me llamaron para dar clases en Jerez de la Frontera de forma provisional hasta que me dieran destino definitivo, no lo dudé. Seguiremos.

Bueno, hoy termino contando que en la tarde de ayer, mis tres soles, Rubi, Abi y Keila, fueron a echarse fotos entre girasoles, un antojo de mi mujer. Las acompañé y estuvieron un buen rato con las instantáneas. Estando allí me volvieron súbitamente las náuseas y me invadió un sentimiento de tristeza. Como bien he aprendido de lo que he leído sobre la Terapia Racional Emocional y Conductual (TREC), las emociones siempre aparecen después de un pensamiento. Es importante tratar de encontrar cuál es ese que te produce la sensación subsiguiente, porque te puede ayudar a desmontarlo y recuperar un buen estado de ánimo. Me fui al coche mientras terminaban de hacerse las fotos y analicé mis pensamientos. El cerebro trabaja en fracciones de milisegundos, muchas veces, ideas fugaces que apenas percibimos, generan en nosotros un malestar inexplicable. No es nada fácil, a menudo, descubrir eso que ha viajado tan rápidamente por nuestras neuronas, pero, insisto, es bueno indagar y tratar de descubrirlo, porque nos puede ayudar a recuperar la estabilidad emocional y el razonamiento lógico. ¿Qué me había puesto tan triste en tan solo un momento? 

Pues descubrí que mientras observaba a las 3 personas que más quiero en aquel campo de girasoles, mi mente me traicionó por un instante y anticipó una realidad que no es tal, porque el futuro imaginado no existe. Le vi un final funesto a mi enfermedad y la posibilidad de que esta fuera una de las últimas veces que vería a mis niñas riéndose, tan guapas, radiantes, que aquel cielo azul, el campo de hermosas flores, el sol del atardecer, el cálido aire de verano desaparecerían pronto para mí y no los disfrutaría más. ¡Qué cruel es nuestra mente cuando nos atraviesa con esa daga de calamidades que no existen, pero quiere hacernos creer que ya han acontecido! Tuve que hacer un esfuerzo consciente por arrancar esa imagen funesta de mi retentiva. ¿Por qué no voy a seguir disfrutando de esos momentos con mi Rubi y mis hijas? ¿Por qué no va a funcionar mi tratamiento y voy a recuperarme? Claro que lo puede hacer, que lo va a hacer. Yo estoy poniendo todo de mi parte, los médicos están actuando con experiencia acumulada y, afortunadamente, el sistema sanitario me ofrece una atención de calidad y con un alto porcentaje de éxito. Ahora estoy mal, he perdido fuelle y mi cuerpo se resiente, pero vendrá la recuperación, volveré a tener fuerzas. Cuando me hablé con esos argumentos, y ahora que lo hago por escrito, mis emociones positivas despertaron, volví a ser el yo que me ha acompañado siempre.

Nuestra mente puede convertirse en nuestro peor enemigo, pero recordemos que las riendas de la misma, están en nuestras manos.






Los comentarios están cerrados.