(XXXIV) DIARIO DE UN LINFOMA (las oportunidades siempre están más adelante).
Autora foto: Lise1011. Creative Commons.
29 de junio de 2022.
¡Qué gustazo echar una horita de tenis con mi amigo Carlos esta mañana en Jerez! Me he embadurnado de crema solar, factor 50, y me he puesto mi blusa de manga larga y pantalones del mismo nivel de protección. Hemos empezado a las 8:30 y todavía el sol no calentaba demasiado. Mis piernas estaban más pesadas que de costumbre, pero he podido correr y golpear la bola y, aunque mis pulmones se saturaban un poco más de lo habitual, he disfrutado del aire libre y he liberado endorfinas. Misión cumplida.
¡Qué gracia! Ayer recibí un mensaje de mi amiga Ángela aclarándome el porqué de aquella situación atípica del “no beso” en su boda ante la concejala, que conté en el anterior post. Lo copio: “Es verdad, eres el fracaso de mi matriomonioooo… como decía Pedro Reyes, pero en este caso habría que cambiarlo por “causante” jaja 😜; lo del beso veo que algunos no os percatasteis de lo que pasó. 😂 Te lo aclaro, yo en aquel entonces era extremadamente tímida en demostrar muestras de cariño en público, yo no había pensado que había que darse un beso en aquel acto, me vino de sorpresa y mi reacción automática fue decirle a Isaac en voz baja “no hay beso” jajja el pobre se quedó parao como dicen como cuando le dan a un conejo 🐇 las largas, que lástima, en fin ya se me fue pasando con el tiempo la vergüenza, ahora está más vergonzudo él que yo, en fin solo para aclararlo, la rara fui yo…” Nada, está muy bien que uno se entere de algunas cosas, aunque sea más de 20 años después.
Tengo tantos temas pendientes de abordar en mis posts que debo racionarlos. Hoy había pensado seguir contando mis andanzas, pero también hay un par de temáticas que tengo muchas ganas de compartir con los que me leen. Como no soy nada indeciso, os doy un consejo para los que sí lo sois. Cuando las dudas te asalten y no sepas por donde tirar, simplemente, EMPIEZA, ya verás como el camino aparece. Estos no están hechos, se crean andando. Así que eso es lo que hago cada día cuando me siento delante del ordenador, solo comenzar. Allá voy.
Dejé mis detalles autobiográficos en el 1989, año en el que derribaron el muro que visité en 1984 en Berlín. Mi trabajo consistía en vender pollos asados y patatas fritas en El Bosque, una población cercana a Ubrique. Ya conté que opté por este trabajo, que nada tenía que ver con lo que había estudiado, porque en lugar de dedicar 6 días a la semana a ganarme la vida, como me ocurría en la oficina del taller, lo conseguía en solo 3. Ha sido una máxima en mi vida, en línea con la famosa frase de José Mota: “Si hay que ir se va, pero ir pa’ na’ ¿pa’ qué?” Cada uno se marca unas prioridades en la vida, y creo que de ese tema hablaré otro día, pero ya anticipo que el trabajo no es la primera para mí. Mi escala de valores trataré de detallarla con más amplitud, pero ya os digo que el aspecto laboral siempre lo he considerado un medio, no un fin. Me gusta y lo disfruto, como creo que tenemos que hacer con todo lo que realicemos en la vida, pero eso no quiere decir que sea el centro de la mía.
Mi verdadera vocación en el campo profesional siempre fue el periodismo, era una de las pocas cosas que tenía claro de joven, pero vivir en un pueblo de la Sierra de Cádiz y ser miembro de una familia tan modesta, tiene sus pequeños inconvenientes. En aquellos años había que desplazarse a Madrid para hacer la carrera que me gustaba y eso era inalcanzable para los bolsillos de mis padres. También descarté otros estudios superiores, después de cursar 1º de B.U.P., porque en aquellos años, empecé a estudiar la Biblia con los testigos de Jehová y aparecieron otros anhelos de tipo espiritual que superaron en el casillero a mis aspiraciones de tipo material. Decidí pasarme al instituto de formación profesional de mi pueblo y seguir con la F.P. de la rama de Administración. De los pocos profesores que recuerdo sus nombres, me daba inglés Brenda Vivian Wadley en ese primer curso de bachillerato. Al final de curso, cuando se enteró que dejaba la línea del bachillerato por la de F.P., se enfadó muchísimo conmigo. Me llamó a un despacho y prácticamente me dijo que me había vuelto loco, que mi expediente académico era muy bueno y suponía un desperdicio irme a F.P. y no estudiar una carrera. Siempre le agradecí el interés que demostró por mí, pero mi decisión estaba tomada, y una cosa he aprendido, cuando decidas algo, siempre que no sea un evidente error de bulto o algo sencillamente descabellado, sino una opción que algunos pueden considerar menos ventajosa, no dudes, sigue por ahí y ponle todo tu empeño, porque nunca existe un solo camino para conseguir los mismos fines, siempre hay alternativas y todas pueden ser válidas.
Ser administrativo de profesión no me apasiona, pero trabajé como tal unos 6 años, y aprendí a disfrutarlo. También me lo pasaba bien vendiendo pollos y tratando con los amables vecinos de El Bosque. Ya hablé en otra ocasión de que tenemos que intentar obtener satisfacción por cualquier actividad que desempeñemos, no hay casi ninguna que, con la actitud apropiada, no pueda convertirse en algo agradable y enriquecedor.
En el asador de pollos de El Bosque, por ejemplo, me lo pasaba en grande con algunos de los vecinos-clientes. Tengo que destacar a Antonio, un muchacho que tenía una discapacidad psíquica, pero era graciosísimo. Todo el mundo lo quería, porque era una persona muy alegre y bonachona. Se pasaba el día dando vueltas por el pueblo y haciendo de pregonero de todo tipo de noticias, algunas ciertas, pero otras inventadas por su particular interpretación de la realidad. Cuando ponías en entredicho la veracidad de su buena nueva, se enfadaba y te aseguraba que eso era cierto, que él nunca decía mentiras. Lo mismo venía diciendo que habían llegado dos autobuses de negros americanos que pretendían edificar un cuartel del ejército estadounidense, que un famoso torero se iba a venir a vivir al pueblo (lo cual terminó siendo cierto cuando lo hizo Jesulín) o que le habían tocado no sé cuantos millones en la lotería. El caso es que yo estaba esperando verlo aparecer por la puerta para reírme con él, nunca de él, con alguna de sus ocurrencias. En la puerta siguiente de la calle en la que tenía el negocio, vivían también una pareja de encantadores ancianos, que nos prestaban cualquier cosa que necesitáramos, o nos traían un vaso de gazpacho fresquito en verano. Así podría estar hablando de los vecinos de la tienda de ultramarinos que tantas veces nos sacaban del apuro cuando se nos acababa algún producto (por cierto, la notaria de Ubrique, hoy día, es la hija del matrimonio que la regentaba) o de otros que se ofrecían para ayudarnos en lo que hiciera falta. Cuando se crean buenas relaciones con los que nos rodean, generalmente nos llegan muchas más cosas positivas que lo contrario.
Pero bueno, como tiré por esa rama de administración, intenté meter el cuello en algún organismo público o con cierta estabilidad, para disfrutar de las ventajas del funcionariado, si era posible. Tengo que reconocer que, como diría un argentino, he sido un suertudo en la vida. No he aprobado todos los exámenes u oposiciones a los que me he presentado, pero sí que lo hice con algunos para los que no iba demasiado bien preparado. El primero fue para entrar a trabajar en la Caja de Ahorros de Cádiz (hoy Unicaja). Mientras trabajaba en la agencia Renault, el que ahora es mi vecino en Benaocaz, Diego, que era cliente del taller, me animó a presentarme a una prueba para entrar en dicha Caja, en la que él mismo ya era parte de su nómina. En las bases para poder acceder al puesto pedían tener el servicio militar cumplido. Yo era objetor y continuaba demorándose la ley que regulaba dicha situación, así que eché la solicitud para presentarme y me la admitieron. Nos presentamos 1.300 personas para unos 80 puestos. Los exámenes se hacían los sábados. El primer viaje a Cádiz capital fue un poco accidentado. Fuimos 4 antiguos compañeros de estudios de F.P. en el coche del padre de uno de ellos, Conchi. Su padre era ciego, pero era dueño de una próspera empresa ubriqueña, y tenía un chófer que trabajaba esporádicamente para él, al que le llamaban “Cioro”, un hombre prejubilado, de unos 55 años de edad, con un rictus un poco serio, pero correcto. En el trayecto, Conchi se sentó justo detrás del conductor y, cuando pasábamos Arcos de la Frontera, de repente, dijo: “Me estoy mareando” y un segundo después, soltó un caño de vómito mirando al frente, que le puso el cuello y la camisa a Cioro de la forma que os podéis imaginar. Aquel hombre de pocas palabras empezó a soltar todo tipo de tacos por aquella boca en el que el más bonito y reproducible fue: “La madre que te parió, niña”. El pobre se limpió como pudo y seguimos el viaje hasta Cádiz en el Renault 18, con las ventanillas abiertas y una peste a leche agria que todavía recuerda mi nariz. En un bar de la Segunda Aguada de Cádiz, Cioro se lavó como pudo en el servicio y aguantó todo el día estoicamente, sin cambiarse de camisa. Evidentemente, el viaje de vuelta, Conchi lo hizo en el asiento delantero.
En el primer examen solo aprobé yo de los 4 que fuimos de Ubrique, quedamos 900, también superé el siguiente, que redujo la cifra a unos 140, con lo que ya solo quedaba la última prueba para las 80 plazas restantes. Fue el examen del que salí más satisfecho, estaba convencido de que una de las vacantes sería para mí y me veía detrás del mostrador de una oficina bancaria, pero mi decepción fue mayúscula cuando no aparecí en la última lista de aprobados. Un par de años después, Diego, el que me había animado a presentarme, me confesó que se había enterado de que no me habían admitido finalmente por no tener el servicio militar hecho. Parece que los mandatarios de la Caja no veían con muy buenos ojos a los objetores de conciencia, y eso no era una razón objetiva para declararme suspenso en la prueba, pero ya era tarde para reclamar. Inicialmente me irritó bastante ese desenlace, pero luego he vuelto a comprobar que cuando se te cierran algunas puertas, otras se abren, tenemos que aprender a aceptar esos avatares del camino y pensar que las nuevas rutas ofrecen, muchas veces, mejores sorpresas y desafíos. Si hubiera aprobado aquellos exámenes, nunca habría entrado en la enseñanza, que me gusta mucho más, y es muy probable que ahora estuviera sufriendo la presión a la que se enfrentan tantos trabajadores de la banca, con la consecución de objetivos, el cierre de oficinas y los desplazamientos de los puestos de trabajo. Sin duda he salido ganando, así que gracias por no admitirme, directivos de la Caja de Ahorros de Cádiz, me hicisteis un favor.
Poco tiempo después me presenté a unas macro oposiciones para trabajar en Hacienda. También se celebraron en Cádiz capital, en el colegio San Felipe Neri. Me parece recordar que se presentaron 14.000 personas en la provincia y no sé para cuantos puestos. Simplemente consistían en hacer un test psicotécnico y una prueba de mecanografía. Modesto Barragán, el que hoy es director de Andalucía Directo en Canal Sur, se presentó conmigo aquel día y le tocó en las mismas aulas que yo. Estábamos apelotonados, cientos de personas esperando a que nos hicieran entrar y Modesto, que ya entonces mostraba gran desparpajo, empezó a decir: “Parecemos borregos, beeee, beeee, beeee”. Pues ni él ni yo aprobamos aquellas oposiciones. ¿Un fracaso? Para nada, no creo que con un puesto de funcionario en la Agencia Tributaria, él hubiera entrado luego en Radio Ubrique para catapultarse hasta Canal Sur y ser uno de los rostros más conocidos de la cadena en Andalucía. En mi caso, de nuevo, no cambio mis clases y mis alumnos por declaraciones de la renta, expedientes, sanciones y consultas fiscales.
Seguiré contando mi peculiar forma de acceder a la enseñanza, pero tendrá que ser otro día, que esto ya se alarga demasiado. ¿Hay moraleja en todo lo que he narrado? Creo que sí, y ya la he desvelado en un par de ocasiones, pero lo vuelvo a destacar en la conclusión. Los aconteceres de la vida no se valoran igual a priori que en retrospectiva. Todos los supuestos reveses que recibimos, cuando nos suceden, provocan en nosotros sentimientos negativos, los consideramos piedras en el camino, pero al mirarlos pasado el tiempo, la mayoría no fueron rocas de tropiezo, sino catapultas que nos impulsaron a nuevas oportunidades. Lo mismo ocurre cuando fracasa una relación romántica, parece que se nos hunde el mundo, que todo se acaba, pero, con 8.000 millones de personas pululando por este planeta, ¿quién nos dice que esa que nos rechazó era la única que podía encajar con nosotros? Las medias naranjas no existen, sí las que nos complementan, aunque no encajen con precisión milimétrica, y ese papel pueden ocuparlo otras magníficas personas que puede que encontremos más adelante. Hasta una enfermedad grave como la mía, puede llegar a asemejarse a la metamorfosis de la oruga, a mí me está transformando en algunos aspectos como persona y me está ayudando a encontrar oportunidades que no se me hubieran presentado sin ella. Mi vocación juvenil de periodista se está viendo colmada con estos escritos de mi diario que reciben tan buena acogida en este reducido grupo de lectores a los que tanto aprecio. Estoy recibiendo multitud de mensajes de agradecimiento y estoy creando lazos de amistad con personas con las que había perdido el contacto o nunca imaginé que podían encajar tanto con mi forma de ver la vida.
Autor foto: Amy. Creative Commons.
Gracias a Dios vivimos en un mundo de alternativas, en realidad, todo el que habita este planeta las tiene pero, para los del “primer mundo”, la gama de ellas es todavía más amplia, así que no es una buena idea detenerse en el pasado, porque las oportunidades, todas y cada una de ellas, están en el día de hoy y más adelante. Como repite el estribillo de la canción de Oasis que os recomiendo esta vez: “Don’t Look Back In Anger” (No mires atrás con ira).