(XXVII) DIARIO DE UN LINFOMA (turismo-miseria, un inútil y un gato negro).

(XXVII) DIARIO DE UN LINFOMA (turismo-miseria, un inútil y un gato negro).

 

22 de junio de 2022.

 

Playa de las 3 Piedras.

Segunda sesión de quimio. ¡Por fin! Mira que tengo nervios de acero, pero ayer llegué a la extracción de sangre a las 8:30 bastante nervioso, y todavía más, hora y media más tarde, para empezar el tratamiento. Al no poder apreciar ningún síntoma externo para determinar si mis neutrófilos estaban bien, temía que no hubieran subido y otra vez tuviéramos que suspenderlo. Cuando miré la aplicación móvil y vi que me habían aumentado muchísimo, y el resto de niveles también, suspiré aliviado. Eli, la enfermera, me hizo pasar sobre las 10:20 y empezamos con las bolsas del menú. A los 5 minutos se va la luz en toda la línea de enchufes de la zona donde estaba sentado. Tuvimos que esperar a los de mantenimiento para que restablecieran el suministro. 

Desde que encendí el móvil, por la mañana, volvieron a llegarme mensajes de ánimo. Veo que los que me leen, ya entienden de neutrófilos, eosinófilos y hasta son un poco “manolófilos”. Cuando le dí la buena noticia a mi Gallinero (mi departamento), inmediatamente aparecían los pulgares hacia arriba, los corazones y los bíceps hinchados en el grupo de Whatsapp. Mis hermanas parece que estaban pendientes del reloj para preguntarme minuto y resultado, y yo haciendo de Pepe Domingo Castaño. ¡Qué gusto, y no me hartaré de decirlo, resulta sentirse acompañado en este trayecto bajo la tormenta! Besos, besos y corazones de todos los colores, que no tengo ni idea de lo que significan, por cierto. Esos negros que me envíais no quiere decir que lo tenéis achicharrado, ¿no?

La mañana tuvo la banda sonora de los pájaros, como no podía ser de otro modo. Con la lata que me dan al amancer en Benaocaz, que tengo que cerrar la ventana para seguir durmiendo, no es que me chifle escuchar más todavía, acompañados de la corriente continua de un arroyo, que no veas cómo estimula la vejiga ya de por sí activa debido a los litros de líquido que te inyectan por vena. Yo llevaba una novela de Fred Vargas, que empecé a leer, pero la dejaba a cada instante para responder whatsapps. Lo cierto es que así se me pasaban las 6 horas más rápido. Esta vez, al saber lo que iba a durar, iba más concienciado y no se me hizo tan largo. Me puse cerquita de las enfermeras, pero las pobres no paran. Hoy hemos sido 8 o 9 pacientes, y las dichosas maquinitas pitan a cada instante, por aquello que os expliqué de que se interrumpe el flujo de líquido y tienen que reiniciarlas. Entre cambiar bolsas, ajustar las vías, reiniciar las máquinas, atender llamadas y muchas otras tareas, no paran un momento, así que no están para mucho hablar. Mis vecinos estaban muy serios y en sus cosas, así que estuve casi 5 horas con mis cascos puestos escuchando música: Hombres G, Bunbury, Coldplay y terminé con la 7ª de Beethoven, que la recomiendo encarecidamente. ¡Qué maravillosas las cosas que compuso el medio sordo!

En la última hora nos quedamos solos una señora, su marido y yo. La reconocí de mi última visita a la consulta de Jesús. Cuando salía ella, entraba yo. Jesús me dijo que tenía también un Hodgkin como el mío. Esa era mi oportunidad de romper el silencio. Escuché que la enfermera la llamaba Alicia y me dirigí a ella por su nombre. Le dije que éramos los que abrimos el hospital de día y los que íbamos a acabar últimos. Le mencioné que Jesús me había comentado que ella tenía el mismo tipo de linfoma que yo. Me lo confirmó y me contó algo de su vida. Su esposo, al que no le pregunté el nombre, también intervino en la conversación. La pobre lleva unos meses en los que se le han acumulado 3 problemas de salud importantes. Primero se rompió una pierna y al poco tiempo la otra. Después, debido a su diabetes, se le presentó un problema en el corazón por el que tuvieron que ingresarla. En el hospital pilló una infección y acabó en coma en la UCI. Cuando se recuperó, le detectaron el linfoma de Hodgkin. Yo le dije que en mi caso, en los últimos años, los tres problemas serios no se habían dado en la misma persona, pero, a fin de cuentas, también se cumplía el dicho de que las desgracias no vienen solas.

Alicia es de mi gremio, maestra de primaria toda la vida. Se jubiló a los 60 años y ahora tiene 76. Si no fuera porque camina con un andador, no los aparenta. Traté de darle ánimos, porque a ella se la ve exteriormente peor que a mí. Le dije que ya mismo estamos en Chipiona comiendo ortiguillas, porque me dijo que viven allí. Los dos nos estuvimos consolando con los efectos de la primera semana de la quimio, ya que fueron prácticamente idénticos. Ahora supongo que volveremos a coincidir dentro de dos martes, así que ya tengo con quien hablar cuando me apetezca, porque con tantos pájaros y silencio, parece que estamos en el Patio de los Callaos, y yo creo que no toca todavía. 

Ellos tienen la casa en la Playa de las Tres Piedras de Chipiona y les comenté que desde mi juventud, ese sitio lo he pisado mucho. A principios de los 80, aquella playa y lo que hoy es Costa Ballena, eran totalmente vírgenes, no había nada construído. Las vacaciones de verano, para las familias humildes como la mía, eran, como yo las llamo, de turismo-miseria, pero para nada aburridas o penosas, todo lo contrario, bueno, sobre todo para mí, que me lo ponían todo por delante. Ahora os explicaré. Eso de alquilar una habitación de hotel o un piso en la playa, lo conocería muchos años después. En aquel tiempo mi familia tenía menos fondos que una caja de gambas, y era el caso de la mayoría, por lo tanto se optaba por acampar con tiendas. Al principio nos íbamos al charco del Pantano de los Hurones, pero cuando descubrimos las Tres Piedras, para allá que nos lanzábamos varias familias de la congregación, algunas cargadas de niños. Montábamos el campamento a 100 metros del mar, sobre la arena más compacta y entre algunas dunas. Allí no había agua corriente, servicios, ni nada parecido. Solo usábamos una caseta que un señor dejaba usarla como wáter, me parece que pagando algo, pero muchas veces había que hacer como la ley de Moisés les mandaba a los israelitas cuando vivieron 40 años en el desierto: “Debes escoger un lugar privado fuera del campamento, y allí es donde tienes que hacer tus necesidades. Tu equipo debe incluir una estaca. Y, cuando te agaches fuera, debes cavar un hoyo con ella y luego cubrir tu excremento.” (Deuteronomio 23:12, 13). Bueno, yo la estaca no la recuerdo, e igual, con las prisas, alguna vez también se me olvidaría el paso final. Diego, mi amigo de toda la vida, y su familia, usaban los primeros veranos una tienda de campaña de fabricación propia, me parece recordar que era de rayas blancas y verdes, sin doble techo ni suelo. Otro año le añadieron el suelo y más tarde ya compraron una mejor hecha por profesionales. La mía era una canadiense de una sola persona. Cuando miro atrás y revivo aquellas vacaciones “de lujo”, me maravillo de la capacidad de trabajo que tenían, sobre todo, las mujeres. Eran las que llevaban el peso de cocinar y encargarse de los niños. En aquel tiempo la melanina de mi piel estaba bien servida y, como pasaba tanto tiempo al sol, me ponía, como decía mi madre, negro como un tizón. Con mis rasgos faciales magrebíes y tan delgado y de piel tan oscura, parecía llegado directamente de un campo de refugiados del Sahara. 

Años después prohibieron las acampadas libres y abrieron un camping con todos los servicios, y pasamos del tercer mundo, por lo menos al segundo. Y más recientemente, en el 2010, Mar y yo compramos un apartamento que finalmente vendimos en Chipiona, pero lo conservamos unos 9 años. Eso ya era otro nivel, urbanización con piscina y todas las comodidades. ¿Quién me lo iba a decir a mí? Pero sabéis lo que os digo, que comodidad no suele ser sinónimo de felicidad y aunque las condiciones de esta vivienda eran infinitamente mejores que la acampada beduina de las tres piedras, lo pasé mucho mejor en la segunda.

Antes indicaba que en las acampadas me lo ponían todo por delante. La responsable era mi madre. A ella le encantaban las tareas domésticas. Cuando se casó con mi padre, le puso una condición: el que trabaja fuera de casa es el marido, yo no pienso salir a laborar fuera, el sueldo lo traes tú y yo me encargo de todo lo demás, le impuso. Eran los papeles tradicionales de la generación de mis padres, pero es que a mi madre le encantaba su rol. Si te atrevías a insinuarle que por qué no se buscaba unas tareas por cuenta (en Ubrique se hace parte del trabajo de marroquinería en los hogares, de forma legal o clandestina) para aportar algún dinero más a la familia, se enfadaba y recordaba el pacto que hizo con mi padre. Por una parte, por ese hecho de que le gustara tanto su papel de ama de casa y, por otra, porque yo era el niño bonito de la familia, no me dejaba hacer nada. Mis hermanas me llaman la zurrapilla, porque dicen que vine cuando ya nadie me esperaba, casi 10 años después de que naciera la más joven. Mi madre anhelaba tener un varón y yo colmé sus esperanzas a sus 40 años. Los dos factores que menciono me convirtieron en el mimado de la casa. En los 21 años que viví con Dolores, mi progenitora, nunca puse ni quité un plato de la mesa, no supe lo que era hacer mi cama, lavar o planchar mi ropa, barrer, jocifar (así se dice en Ubrique pasar la fregona), planchar, recoger el cuarto de baño, lo que se dice nada de nada. El caso es que mi madre se lo hacía todo al niño con sumo gusto. ¡Menudo inútil en lo que me convirtió! Eso derivó, con el tiempo, en las primeras fricciones con mi Rubi al casarnos. Los primeros días nos levantábamos más o menos a la misma hora y ella se encargaba del desayuno, yo, como parodiaba Mota en uno de sus scketches, a mesa puesta todas las mañanas, hasta que, empecé a levantarme más temprano que ella algunos días para ir a trabajar. Me chocó que se quedara en la cama y se lo dije: “Oye, que me vi negro para ponerme el desayuno esta mañana”. “¿Y qué? Tienes dos manitas y dos bracitos igual que yo. Para calentar un café y dos tostadas no hay que hacer un curso de cocina.” A partir de ahí descubrí uno de los misterios ocultos en mi vida durante 21 años. No, cuando me iba de casa por la mañana con mi cama deshecha y toda la ropa sucia tirada en el suelo, esta no cobraba vida como el cuento de la Bella y la Bestia y se movían hasta la lavadora sola, ni tampoco un hada pasaba una varita mágica y hacía la cama como en el de Cenicienta. Las camisas no se estiraban espontánemente y doblaban quedando perfectamente planchadas. El café se molía y pasaba por la cafetera, la leche se calentaba y ambos se mezclaban en la taza y sabían dulce porque alguien le había echado 2 cucharadas de azúcar. Es que hasta eso lo hacía mi madre. Todo, absolutamente todo. Mi Rubia me puso en mi sitio. “A partir de ahora, el cuarto de baño lo quiero recogido, coges tus calzoncillos y calcetincitos pestilentes y al cubo de la ropa. Ah, y recoge el agua que derramas de la ducha.” Estas y otras instrucciones tuve que asimilarlas, claro está, pero hoy me siento orgulloso de saber hacer todas las tareas domésticas, aunque debo reconocer que todavía la Rubi es la que lleva el mayor peso, yo soy el de los papeles, trámites y reparaciones de la casa. Sigo siendo un inútil, pero algo menos.

Voy a terminar cambiando totalmente de tercio. Esta noche la he pasado regular. Solo pude dormir hasta las 3 gracias al Primperán que me tomé para las náuseas, pero a partir de ahí he estado tranquilo en la cama y pensando, viajando con mi mente y escribiendo el diario en ella. Me acordaba de un estado de whatsapp de una conocida. Os lo pego en la imagen:

Puedo estar de acuerdo con estas apreciaciones, pero si en la Teología se quiere incluir a todas las religiones yo excluiría a una, y me gustaría ampliar las frases con una línea más:

  • El cristianismo AUTÉNTICO te ayuda a descubrir al que inventó la luz.

 

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