(XXVI) DIARIO DE UN LINFOMA (Ylena, Amadeus y un americano en Ubrique).

(XXVI) DIARIO DE UN LINFOMA (Ylena, Amadeus y un americano en Ubrique).

20 de junio de 2022.

Ayer expuse una situación personal dolorosa, que pretendía también concienciar sobre la plaga de problemas de salud mental que sacude a la sociedad. No quería transmitir un mensaje de pesadumbre, sino todo lo contrario, aunque pido perdón porque no finalicé con la buena noticia de que mi Rubi lleva los últimos 3 meses bastante mejor. Si no hubiera sido por la noticia de mi linfoma que, sin duda, produjo un frenazo en su recuperación, todavía estaríamos hablando de una mejoría más pronunciada, no obstante, su cabeza asoma ya del pozo y con la ayuda de los magníficos profesionales que la están tratando, también saldrá el resto de su cuerpo. Ya he repetido el dicho de que las desgracias nunca vienen solas, pues lo único bueno del refrán es que también las alegrías de su restablecimiento y el mío se producirán a la vez.

Hoy quiero transmitir un mensaje más positivo y humorístico con mi diario, retomaré ese primer año en el que conocí a mi rubita y os terminaré de contar el episodio en el que engañamos a nuestras 3 pequeñas cotillas para que, durante un tiempo, nos dejaran en paz y respetaran la privacidad de nuestra correspondencia. Pero antes, quiero reseñar que también ayer mantuve una motivadora conversación con mi amiga Inma, de Dos Hermanas. La conozco desde hace unos 10 años. Ella y su marido, Carlos, veraneaban en Chipiona, igual que nosotros, y coincidimos en una reunión en la congregación de Rota. Él me abordó porque se había enterado de que jugaba al tenis y a él le encantaba también. Desde entonces hemos quedado muchas veces para echar nuestros peloteos y tomarnos una Cruzcampo, porque con él la marca es irrenunciable. Su padre y abuelo fueron maestros cerveceros de la empresa sevillana y él también ha trabajado toda la vida para la misma. En esta última década hemos forjado una bonita relación entre las dos familias, y ahora nuestra coincidencia se encuentra en la lucha que tanto Inma como yo estamos manteniendo contra el cáncer. A ella le detectaron hace un par de años uno de mama metastásico y ahora comienza su tercer tratamiento experimental en el hospital Virgen del Rocío. Es una mujer excepcional que ha tirado siempre del carro de su familia al unísono con su marido. Tienen dos hijos: Carlos y Marta. Son un matrimonio en el que esos papeles bien definidos no suponen menoscabo en el desempeño de cada uno, la complementariedad de la que habla la Biblia para las parejas cristianas ofrece un ejemplo paradigmático en su caso. Carlos, por ejemplo, no aprieta ni un tornillo que se afloje en la cerradura de su puerta, es ella la que se ocupa de todas las manualidades. Él siempre dice que si hay un cuñado fontanero, un amigo electricista o un vecino albañil, ¿para qué se va a molestar en aprender sus oficios? A ella, por el contrario, le encantan ese tipo de tareas y, en otro orden, es una negociadora espléndida, todas las adquisiciones y ventas que han realizado con el patrimonio familiar las ha llevado ella. Me recuerda a esa mujer que Proverbios 31, en la Biblia, define tan acertadamente. Quién piense que las Santas Escrituras le otorgan un papel secundario a las mujeres, debería leerse ese capítulo en el que describe a una esposa que llevaba los negocios de su casa, compraba campos, educaba a sus hijos, tejía, y, con razón, su marido la consideraba más valiosa que los corales. Hablamos de un relato escrito hace unos 3.000 años. Nuestra Inma, con su espíritu hospitalario como pocas, su dulzura y sociabilidad es, indudablemente, más valiosa que el arrecife coralino más destacado. Nuestra conversación finalizó con la convergencia de nuestras sendas esperanzas, pues los dos no sabemos lo que nos deparará el futuro inmediato, ni el desenlace de nuestras respectivas enfermedades, pero algo sí brilla con fuerza en nuestros dos horizontes, y es la esperanza de que llegará el día que se cumplan las palabras de Isaías 33:24 cuando Dios promete que en la Tierra “ningún habitante dirá: estoy enfermo”.

Sigamos con mis retazos biográficos como prometí. Hablamos del año 1985, cuando mi Rubi y yo ya nos habíamos confesado lo que sentíamos el uno por el otro abiertamente. Como expliqué, la KGB que habían formado las tres traviesas Gema, Auxi y Ana, intervenía nuestras cartas e iban a descubrir lo que nosotros dos queríamos que permaneciera todavía en secreto. En aquellos años hacía furor en la televisión la serie de ciencia ficción “V”. Se trataba de unos alienígenas que visitaban la Tierra, aparentemente, con buenas intenciones, se mezclaban entre la población y adoptaban formas humanas. En ese tiempo, todavía no existían televisiones privadas y cualquier retransmisión de las dos públicas tenía una audiencia tremenda. Aprovechando el tirón de la serie, les hicimos creer a las 3 niñas de entre 8 y 10 años que Rubi y yo veníamos de otro planeta, que, en realidad, nos llamábamos Amadeus e Ylena y que teníamos capacidades y poderes que ellas ni imaginaban. Aprovechamos, lógicamente, nuestra diferencia de edad y su ingenuidad e imaginación, para convertir simples coincidencias en fruto de nuestras increíbles habilidades que nos permitían incluso predecir el futuro. Quién nos iba a decir que se lo iban a creer a pies juntillas. Cuando nos veían en nuestras reuniones, venían secretamente a preguntarnos más detalles de nuestras vidas extraterrestres y nosotros íbamos añadiendo pequeñas revelaciones que las volvían ojipláticas. El propósito principal de semejante invención no era otro que ocultar nuestro enamoramiento y pedirles absoluta confidencialidad sobre la relación especial que teníamos. Ellas prometieron no revelar a nadie lo que les contábamos. El invento funcionó durante algunos meses, hasta que poco a poco, se nos fue yendo de las manos. Las 3 vivían obsesionadas y empezaban a ver nuestra mano en todo lo que les ocurría. Empezaron a creer que, gracias a nosotros, ellas también desarrollaban superpoderes. Un día estaban esperando a una cuarta amiga, Maite, y cerraron los ojos intentando descubrir cuándo llegaría. Dijeron en voz alta: “Maite está llegando a casa y va a llamar a la puerta”. El corazón les dio un vuelco cuando unos nudillos golpeaban justo en ese momento en la madera y era su amiga. No pudieron resistirse y le contaron a Maite los superpoderes que tenían gracias a sus amigos los extraterrestres. Maite era una chiquilla muy visceral y aquello la escandalizó y empezó a gritar: “¡Eso es espiritismo! ¡Se lo tenemos que decir a los ancianos!.” Al final, no tuvimos más remedio que contarles la verdad, lo que supuso para ellas una gran decepción. A partir de entonces, todavía teníamos que tener más cuidado para seguir manteniendo nuestra relación fuera del radar.

Ylena y Amadeus

En aquellos años visitaba, como superintendente de circuito, nuestra congregación Bernardo Ruiz, un hermano americano, aunque de ascendencia española, procedente de Pittsburgh, Pensilvania. Pocas personas he conocido más especiales que él. Tenía 51 años en aquel tiempo. El superintendente de circuito es un compañero que, junto con su esposa, visita unas 20 congregaciones dos veces al año durante una semana cada vez. Viven dedicados a esa labor, y en Ubrique siempre se alojaban en casa de alguna familia. Al mediodía comían en casa de los que los invitaban. Como solo recibían lo que se llamaba una mesada, una pequeña cantidad de dinero, para cubrir sus gastos básicos, necesitaban sufragar los restantes con la ayuda que los miembros de la congregación les ofrecían. Era una labor muy abnegada, ya que renunciaban a gran parte de su privacidad e intimidad para ayudar a las congregaciones. Él llegó a España procedente de la Escuela de Galaad, un curso intensivo de 6 meses que reciben en Estados Unidos los que más tarde son enviados a países extranjeros como misioneros. Bernardo estaba casado con una española de Madrid, Mari Carmen, alta, elegante, rubia, y que ponía el punto de sensatez en las embestidas verbales que muchas veces mostraba él, con el carácter extrovertido y vehemente que lo caracterizaba. Tenía una risa contagiosa y siempre estaba de buen humor. Era la persona más abierta que he conocido y con un nulo sentido del ridículo. No era un gran orador, pero cuando predicaba de puerta en puerta, lo que más le gustaba, era todo un fenómeno. Nunca olvidaré aquella mañana en la que hicimos juntos la manzana en la que se encuentra el Hotel Ocurris. Echamos allí toda la mañana, porque no hubo una sola persona que no lo escuchara y encima se quedara con alguna de nuestras publicaciones. Empezaba todas las conversaciones con una amplia sonrisa y a las mujeres las llamaba “guapita”. “Guapita, esta mañana vengo a hablarle de algo maravilloso, usted no me puede decir que no le gusta lo que le voy a decir. Fíjese en esta promesa para usted y su familia”. Tomaba la Biblia y le leía algún pasaje de los que hablaba de un futuro prometedor. Quizás la persona le respondía que no le interesaba, pero él continuaba: “¿Cómo no le va a interesar, guapita, vivir en un mundo sin enfermedades, sin muerte, guerras o sufrimiento? ¡Eso le interesa a cualquiera!”. Lo decía todo con tanta convicción y simpatía que no hubo nadie que no entablara conversación con él. Recuerdo que no perdía el tiempo ni un minuto. Entre puerta y puerta, pasamos junto a un coche que tenía las ventanillas bajadas y, dentro, un par de novios “pelaban la pava”. Ni corto ni perezoso acercó su cabeza a una de las ventanillas y casi la introduce. Les empezó a hablar de cómo la Biblia podía ayudarles a los dos cuando se casaran y les dejó un libro que se titulaba: “Cómo lograr felicidad en la vida familiar”. Así siguió con una pequeña fábrica, en la que habló con el encargado, el bar del Hotel en el que conversamos con una señora que lo llevaba y su hija, además del resto de viviendas de la manzana. Yo simplemente alucinaba. 

Con Bernardo en La Línea. 1985

A pesar de que, por momentos, con sus bromas y pequeñas excentricidades, parecía que Bernardo vivía ajeno a lo que pasaba a su alrededor, en modo alguno eso era así, tenía un ojo clínico increíble. Tan solo me vio hablando una vez en el salón con mi Rubi, pero cuando volvimos a salir a hacer visitas domiciliarias, al día siguiente, me dijo: “Tú estás colado por la rubia, no me digas que no”. Yo me sonrojé y le tuve que admitir que así era. Me pidió algunos detalles sobre ella y le conté que había empezado a estudiar la Biblia, pero que todavía no era testigo, que su madre era una persona que simpatizaba con nosotros, pero su padre no estaba muy conforme con lo que estaba aprendiendo su hija y había dicho que la habíamos embrujado. Mi suegro hace honor al apodo de su familia, los Candela, y tiene un carácter fuerte, aunque un corazón de oro. Ni corto ni perezoso, Bernardo me dice que vayamos a visitar a mi futura suegra y así la conoce. Yo no sabía si era la mejor idea, pero no podía negarme, me lo pedía el superintendente de circuito, así que nos encajamos en su casa y la encontramos cosiendo en su máquina, pues por aquel tiempo trabajaba en casa para un boliche (pequeño negocio de marroquinería). Nos sentamos a su lado, pues Hilaria ya me conocía y era muy receptiva a todo lo que venía de la Biblia, y Bernardo se pasó un buen rato leyéndole pasajes de la misma. Curro, mi futuro suegro, se presentó de repente en casa. Aparcó su coche en la planta baja, en su garaje, se enfundó su mono de trabajo para hacerle alguna reparación, puesto que él era taxista y tenía conocimientos de mecánica. En ese momento escuchó que había alguien arriba hablando con su mujer. Hilaria se puso nerviosa y nos dijo que su marido no era muy amigo de esas cosas de las que estábamos hablando. Curro subió las escaleras y nos encontró a los dos allí. Yo me temía lo peor y la conversación que se produjo no se me olvida. 

  • ¿Qué es lo que hacen estos señores en mi casa?, preguntó. 

Bernardo se levantó y se fue para él: 

  • Me llamo Bernardo, ¿y tú cómo te llamas? le dijo mientras le ofrecía su mano y lo agarraba el cuello. Empezó a tutearlo desde el mismo principio y mi futuro suegro estrechó su mano, sin mucho convencimiento, pero una persona con aquella enorme sonrisa y tan echado para adelante como se mostraba, era difícil rechazarlo.
  • Curro, me llamo Curro, pero, vamos a ver, ¿ustedes qué es lo que quieren con mi mujer?

Mi suegro vestía un mono azul enterizo de esos que usaban los mecánicos en aquel entonces. Tenía la cremallera bajada casi hasta el ombligo y no sé por qué Bernardo se empeñó en subírsela hasta la garganta mientras le hablaba. Curro volvía a bajársela y, mientras duró la conversación, aquello se repitió no sé cuantas veces. Yo tragaba saliva porque no tenía ni idea de cómo iba a acabar la charla, incluso barajaba la posibilidad de que nos echara a patadas escaleras abajo. Para colmo va y le dice:

  • Curro, me parece que lo que te pasa es que tienes una mujer tan guapa, que te has puesto un poco celoso. Tranquilo hombre, que solo le estamos hablando de la Biblia.

Yo no sabía donde meterme, pero sorprendentemente, Curro encajó bien ese comentario que parecía que venía de un amigo de toda la vida, no de uno que acababa de conocer. La conversación continuó por un buen rato y a mi suegro le cayó bien Bernardo. Era difícil que no le cayera así a alguien. Cuando nos marchamos, según me contó posteriormente Hilaria, Curro le dijo que ese hombre más mayor podía venir por casa cuando quisiera, pero que el joven no quería que volviera a pisarla más. Él se había enterado de que Bernardo solo venía cada 6 meses, pero yo era de Ubrique y, además, empezó a sospechar que tenía intenciones más allá de las espirituales con su hija. Lo que no se podía imaginar es que seguiría pisando su casa, primero a hurtadillas, hasta tuve que esconderme alguna vez, y finalmente lo seguiría haciendo libremente los siguientes 40 años.

Hago un alto en mi relato autobiográfico. Mañana espero no poder escribir, eso será señal de que mis neutrófilos han hecho acopio de fuerzas y se encuentran en un número suficiente para la siguiente sesión de quimioterapia. Ya contaré cómo me fue y seguiré con mis historias que espero no os aburran. Mi más amplio agradecimiento a todos los que os interesáis por mi familia. No pasa un día que no reciba mensajes y llamadas de ánimo. Da gusto verse tan arropado. Estas semanas, cuando las mire en retrospectiva, no las recordaré por sus momentos difíciles, eso lo tengo claro, sino que me quedaré con el cariño, el afecto y el apoyo que me está dando casi todo el que me conoce. Eso no lo cambio ni por todo el oro del mundo.








Los comentarios están cerrados.