(XXIX) DIARIO DE UN LINFOMA (piensa bien, aunque te equivoques).

(XXIX) DIARIO DE UN LINFOMA (piensa bien, aunque te equivoques).

24 de junio de 2022.

Autor foto: Adrian Snood. Creative Commons.

El ciclo se repite con la segunda sesión de quimio, desde el martes he tenido dos días buenos, con algunas náuseas, aunque pocas, pero justo anoche, igual que en la ocasión anterior, el cuerpo responde como si lo hubieran desenchufado de la corriente y perdiera fuerzas a cada momento: la respiración se dificulta un poco, la cabeza empieza a dar vueltas, las náuseas se intensifican y ese malestar interior inexplicable te pide únicamente estar acostado. La noche, no obstante, ha estado mejor de lo esperado, solo me tuve que levantar una vez y he podido dormir hasta las 7 de la mañana con pocos despertares. Ahora, al poner el pie fuera de la cama, las piernas vuelven a pesar el doble que ayer, pero estos 3 días post-quimio están siendo, en líneas generales, mejores que los de la primera sesión. 

Hoy no pretendo hablar de mis historias biográficas, pero claro, siempre que me enfrento a este folio en blanco, acabo cayendo presa de mi improvisación, y quién sabe si termino en otra orilla inesperada. En principio me gustaría abordar un aspecto que, los que me habéis leído hasta ahora, sabéis que es una constante en mi enfoque de la vida en general: ser consciente de lo inesperado que es casi todo lo que nos sucede. Al entrar la primavera, yo no me podía oler siquiera que ahora estaría, al menos durante 4 meses, con 8 sesiones de quimioterapia por delante, ni que el tiempo libre que ha emergido de mi ordenado calendario, debido a la enfermedad, iba a emplearlo en escribir un diario. Pero lo impredecible no se presenta solo en forma de circunstancias, también lo son las personas y sus reacciones. Todos anticipamos, sin pretenderlo, las respuestas que otros tendrán a distintos estímulos, sobre todo, aquellos en los que intervenimos nosotros. Pensamos en lo que nos dirá el jefe al pedirle un día libre, cómo actuará nuestra pareja si le solicitamos algo que no imaginaba, el vecino si le aparcamos el coche cerca de su puerta, nuestro hijo si le ordenamos algo, el amigo al que le rechazamos una invitación, el médico cuando le contamos un problema de salud. Casi todo es una incógnita cuando intervienen otras personas en respuesta a nuestras actuaciones, pero solemos presuponerlas. Al hilo de mi último supuesto, mi hematólogo, Jesús, hasta ahora me ha respondido a todas mis consultas por email en menos de 24 horas, pero ahora lleva 3 días sin contestar a la última. Como ya he contado, tuvieron que suspender mi segunda sesión de quimio la semana pasada por la bajada tan acusada de neutrófilos (los principales leucocitos del sistema inmunitario). Jesús me indicó Filgrastin, un factor estimulador de colonias, para subir el recuento de los mismos, y que esperara una semana más para la siguiente sesión. Este martes, gracias a Dios, mis neutrófilos estaban a tope y pudieron seguir con el tratamiento. Le escribí un email preguntándole si veía conveniente volverme a inyectar el mismo medicamento para evitar que mis defensas volvieran a desplomarse, y me contestó que por ahora no. En el mismo email le volví a preguntar la razón para esperar, puesto que en el caso de dos conocidas mías, una de ellas con un linfoma del mismo tipo, le ponían esa inyección de forma sistemática antes de cada nueva sesión y nunca tuvieron que suspender ninguna. Bueno, hasta el momento, Jesús no ha vuelto a responderme, no sé si lo hará antes incluso de que termine este escrito o definitivamente no. Os propongo una suposición: ¿pensáis que le habrá sentado mal mi insistencia? Hay médicos que no son muy dados a que sus pacientes interfieran en sus decisiones. ¿Pensará que estoy siendo un poco pesado abusando de mis emails? 

Existe un dicho que considero muy nocivo para la salud mental de los que lo siguen a rajatabla: piensa mal y acertarás. ¿Verdad que lo habéis escuchado a menudo? Parece que algunos se frotan las manos cuando comprueban que sus negativas sospechas se confirman en alguien. Ves, sabía que le iba a sentar mal lo que le dije. Ya me imaginaba yo que no te iba a aceptar tu propuesta. Si no te la daba a la entrada, te la daba a la salida. Estaba cantado que iba a reaccionar así. Yo desde que lo conocí, ya veía por dónde iba a salir. En fin, todo este tipo de sentencias previas, que presuponen una reacción negativa de otros, parece que hacen feliz a los que siguen esa afirmación sobre pensar mal de ellos. 

Yo opto totalmente por lo opuesto: piensa bien, aunque te equivoques. Aceptar este otro proceder tiene que ir acompañado de admitir, de buen grado, la posible equivocación, no debe sorprenderte, y te lleva por un camino mucho más sano y feliz en el aspecto mental, no te hace sospechar de todo el que se cruza en tu camino. Te evita hacer un juicio previo de intenciones. Pongo ejemplos. Mi amigo me dijo que él se encargaba de hacerme un favor, me iba a entregar una carta en una oficina mañana. Me puedo poner a pensar: seguro que se le olvida, ¿a que llega fuera del horario y no la entrega en plazo?, como es tan despistado y siempre va corriendo a todos los sitios. Pues como se le pase entregarla, que no cuente conmigo para nada, esa no se la perdono. Otro caso. Mi pareja sabe que el mes que viene es nuestro aniversario y esta vez le dije que me gustaría que hiciéramos algo especial, pero claro, ya se le olvidó el año pasado y esta vez volverá a pasar. Es que en realidad no está pendiente de mis ilusiones, él va a lo suyo, pero claro, su entrada para el fútbol nunca se le olvida. Así podríamos seguir imaginando situaciones en las que anticipamos reacciones de los demás que pueden estar más o menos justificadas por su historial, pero probemos a cambiar las tornas. Si a mi amigo le pido el favor que expuse de la carta, me olvido, porque confío en que lo va a cumplir. Mi pareja ya sabe las ganas que tengo de hacer algo distinto y nuevo en nuestro aniversario, me dijo que se encargaba y creo que lo va a cumplir. ¿Qué ocurrirá en las horas o días previos a la confirmación de lo esperado? En el primer caso, viviremos esas horas o días con el interior, cuanto menos, oscurecido por la sospecha y, en ocasiones, amargados imaginando lo defraudados que acabaremos. Si finalmente se confirman nuestros temores, no nos vamos a sentir mejor por haber acertado, todo lo contrario, nos irritaremos más, porque finalmente se cumplió la nefasta profecía, sentenciaremos al desprecio a nuestro amigo o pareja y le soltaremos una reprimenda. En el segundo camino que propongo, el de pensar bien de antemano, viviremos los momentos previos con tranquilidad, olvidaremos el encargo y simplemente dedicaremos nuestras preocupaciones a otras cosas que necesitan atención inmediata, por dentro estaremos calmados. ¿Acaso podemos hacer que lo que no está en nuestras manos, sino en las de otras personas, se lleve a cabo por el hecho de preocuparnos por su cumplimiento? Claro que no. Al final, si nuestros amigos o parejas nos defraudan, el resultado será el mismo, la carta no se entregó y el aniversario fue rutinario, pero en la previa hemos estado tranquilos y relajados. Eso nos permitirá también no actuar con tanta contundencia cuando se trate de recordarles el olvido, porque no habremos acumulado animadversión. A todos se nos olvidan cosas y, a veces, defraudamos a los que queremos. Pero, ¡todavía es peor si las sospechas no se cumplen! Tu pareja se acordó de tu deseo y preparó una cena maravillosa en un restaurante que ni te imaginabas y además consiguió una entrada para el musical que llevas toda la vida queriendo ver. ¡Qué maravilla! Y yo llevo un mes enfadado y mirándolo de reojo porque pensaba que, esta vez, me iba a fallar. ¡Vaya mes tirado a la basura! Por eso, aunque a veces me equivoque, siempre prefiero pensar bien de los demás. No soy un iluso, con el tiempo uno conoce los bueyes con los que ara y sabe de quién puede esperar según qué cosas, pero hasta en esos casos en los que uno no puede imaginar lo mejor, aparecen las sorpresas agradables. Me ha ocurrido muchas veces con mi familia y con compañeros de trabajo o congregación. En esas ocasiones, encima te llevas una alegría inesperada, que supone doble júbilo.

Volviendo a Jesús y mi email sin respuesta. No niego que he pensado que puede haberle caído mal que le insista sobre una decisión que ya ha tomado y para la que yo le pido razones, pero también he barajado otra posibilidad: como mi respuesta fue en el mismo correo, con el mismo asunto, y siempre le doy las gracias por responderme, puede que ni lo haya leído y pensara que de nuevo era un simple mensaje de agradecimiento. También puede que prefiera esperar unos días para responderme y saber cómo me encuentro, para entonces decidir si mandarme el medicamento. Puede que tenga tan ocupada la agenda que no ha tenido tiempo todavía de ponerse al día con los emails. Qué se yo, pueden ser multitud los motivos, pero me niego a pensar que solo acertaré pensando en el peor de ellos. Es más, si finalmente no me responde, y encima le ha caído mal mi insistencia,  como ya he cogido cita presencial con él, el día antes de la siguiente sesión, le voy a llevar dos cuñas de queso de cabra Payoyo, que seguro que echan abajo la más mínima incomodidad que le haya podido producir. Como está de buen año, quiero creer que le chifla el queso y se va a llevar una grata sorpresa. Ahora que sea alérgico a la leche… que no hombre, que no, que si él no lo puede comer, ya habrá alguien en su familia al que le chifle: no hay mejor queso en el mundo que el Payoyo de Benaocaz, de la casa Mangana. 

Lo que pretendo transmitir, con este escrito lleno de curvas y baches es que, en esta vida, es siempre mejor pensar en lo bueno, en las respuestas favorables de otros, en que todo puede salir bien, antes que predecir todo tipo de calamidades. Vamos a dejar que sea el libre fluir del tiempo el que determine lo que nos vamos a encontrar, mientras tanto, vivamos tranquilos. 

Termino con un antiguo proverbio que tiene algo que ver con lo que he expuesto hoy, pero va algo más allá, recoge otra tendencia que, a veces, demostramos: prestar demasiada atención a lo digan de nosotros. Este pasaje siempre me ha hecho reflexionar y es uno de mis favoritos del libro de Eclesiastés: “Además, no te tomes a pecho cada palabra que diga la gente; si lo haces, puede que oigas a tu siervo desearte el mal. Porque en tu corazón sabes muy bien que, muchas veces, tú mismo les has deseado el mal a otros.” (Eclesiastés 7:21,22) Como tengamos el oído puesto a todo lo que puedan decir de nosotros, tarde o temprano escucharemos algo que no nos gustará, pero seamos sinceros, ¿quién de nosotros no ha hablado mal alguna vez de otro? Por eso, aunque llegue a nuestros oídos algún comentario desfavorable, no nos lo tomemos a pecho. Este consejo que tiene 3.000 años de antigüedad sigue vigente, a mi juicio. Os deseo el mejor día. El mío, sin ser excelente, está siendo hasta ahora mejor de lo que esperaba.




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