(XXII) DIARIO DE UN LINFOMA (mi hogar era ella).

(XXII) DIARIO DE UN LINFOMA (mi hogar era ella).

16 de junio de 2022

Primero parte médico, como suelo hacer todos los días, luego seguiré con mis historias. Ayer pasé la tarde con 37,5 de fiebre y algo de malestar. Le escribí a Jesús, porque él me había dicho que si pasaba de 38,5 y no remitía con paracetamol, tenía que irme a urgencias. Como mis neutrófilos estaban el martes tan bajos, le escribí un correo preguntándole si eso cambiaba la pauta y ahora tenía que preocuparme por la febrícula. Jesús me está contestando rápido, no tardó ni una hora, y se lo agradezco muchísimo. Espero que no se canse de mis continuas consultas por email. Me respondió que no, que seguía el mismo criterio, que no me preocupara por la febrícula, que podía estar causada por el factor estimulador de colonias (filgrastin), la inyección que me pusieron para subir las defensas. Sobre las 7 me tomé un paracetamol y recuperé mi temperatura normal. A las 8 salimos Mar, Keila y yo a dar un paseo por el lago que se encuentra junto a nuestro piso de Jerez. Además de patos y peces enormes que acuden como fieras a la orilla cuando la gente les echa pan, vimos un erizo, que se dejó fotografiar de cerca por María del Mar, a la que le hizo tremenda ilusión, porque 2 días antes había escrito un cuento en el que el protagonista era precisamente ese animal. 

Ayer fueron varios lectores los que me dijeron que les había gustado la parte autobiográfica de mi post. Entiendo que no tiene mucho que ver con el diario de un linfoma, pero, por una parte no pretendo dedicar mis escritos solo a detallar todo el proceso de mi enfermedad, que no solo me cansaría a mí, sino que creo que lo haría con los que me leen; y por otra, vuelvo a darme cuenta de que lo que escribo lo hago principalmente para mí, por aquello de vaciar sobre caracteres, sentimientos, recuerdos y emociones que alivia expresarlos. Además, termine como termine este diario, ahí quedarán reflejados para el recuerdo, serán mis pequeñas memorias que espero inspiren a los que me quieren, sobre todo a los más cercanos, como mi familia. La mía no ha sido una vida especial, porque, en realidad, lo son las de todos los seres humanos. Nadie debería pensar que la suya es anodina y sin interés. Vivir es un milagro de tal calibre, que simplemente hacerlo cada día debería maravillarnos. Mi hija Keila, muy aficionada a los dibujos animados orientales y muchas otras cosas relacionadas con esa cultura, me dijo que había una serie en Amazon Prime que se llama “Cells at work” (células trabajando). Es un anime, creo que coreano, que trata de recrear el interior del cuerpo humano como si fuera un edificio enorme con miles de trabajadores que se mueven entre sus dependencias haciendo las funciones de glóbulos rojos, blancos, plaquetas, etc. Pasan a plantas que representan los pulmones, riñones y así con las distintas partes del organismo. En el primer episodio, uno de los protagonistas eran los neutrófilos, precisamente por eso lo vi. Son unos dibujos animados para mayores de 16 años, porque tienen un humor particular y, desde luego, reflejan algo de violencia. Los neutrófilos, por ejemplo, van armados con una especie de katana con la que destrozan a los virus y bacterias, representados en forma de monstruos. La serie puede ser divertida de ver, para los que le gusten este tipo de anime, pero lo que vuelve a poner de manifiesto es ese maravilloso diseño que muestra nuestra biología: 37 billones de células, cada una con una sofisticada fábrica de producción de nuevos componentes, plagada de máquinas moleculares y con un centro de mando dirigido por un complejísimo conjunto de instrucciones resguardado en el ADN del núcleo. Sí, todos somos portadores de la más elevada infraestructura del universo, considerémonos privilegiados por tanto, cuidémosla y sintámonos orgullosos de ser seres humanos. Nuestras vidas son simplemente alucinantes.

Sigo con mi relato en 1984, en julio regresé de Alemania con mis amigos en su coche. Son unas personas a la que quiero enormemente, pero, como toda familia, no es perfecta. María tiene un mérito enorme, ha sido una luchadora tremenda toda su vida. Pasó una infancia triste en un internado y sin padres. Muy joven se fue a Alemania a probar suerte y allí conoció a Rudy con el que se casó y tuvo sus dos hijos. Rudy es un hombre particular, con un buen corazón, pero de una personalidad infantil. María lo trataba como si fuera el tercer hijo. Sin lugar a dudas, quien siempre llevó el timón de la familia fue ella y probablemente no podría haber sido de otra manera. Lo que me hacía gracia en aquella familia bilingüe era que las discusiones casi siempre se hacían en alemán y, desde luego, esa fonética gutural de las erres que salen de la garganta y esas eses tan sonoras eran las más apropiadas para mostrar enfado verbal. Un alemán enojado creo que suena más contundente que un español (perdón por la triste analogía, pero comparen los discursos de Franco con los de Hitler). En el trayecto de vuelta, cada poco tiempo, María se ponía de los nervios con Rudy y le soltaba en su alemán tan españolizado todo tipo de recriminaciones que Rudy replicaba refunfuñando. La última fuente de conflicto se produjo en Mérida. Yo tenía ganas de ver las ruinas romanas y aquel día terminó convirtiéndose en la “ruina” de Thomas. Todos entramos a verlas menos él, que decidió quedarse en el coche. Thomas estudiaba automoción en aquel tiempo por el sistema dual en la Volkswagen. Yo alucinaba con sus condiciones estudiantiles y laborales. Trabajaba 4 días en la fábrica y 1 iba al instituto, y encima le pagaban un sueldo que para mí era considerable. Pues bien, Thomas sabía conducir, pero todavía no tenía el carnet. El Passat lo dejamos en una explanada que se utilizaba como aparcamiento. Mientras los 4 visitábamos los restos romanos, a Thomas le dio por hacer sus pinitos conduciendo el coche por aquel aparcamiento, y con tan mala fortuna que le dio un golpe al de un holandés. Os podéis imaginar el enfado hispano-alemán que se produjo cuando María descubrió el percance. Fue un pequeño golpe que produjo una abolladura en el vehículo contrario solamente, pero María le prometió a Thomas, que el incremento que se le produjera en el seguro por aquel siniestro lo iba a pagar él, por eso aquel día siempre lo llamé, no el día de las ruinas de Mérida, sino el día de la ruina de Thomas.

Llegó el mes de agosto y ahí fue cuando conocí a María del Mar. Todo lo que pueda decir sobre ella y toda la admiración que siento, por mucho que la refleje en mis escritos, no es más que la que siempre le he declarado por todos los medios posibles. Cuando ella me lea no encontrará nada nuevo, no descubrirá sentimientos ocultos, ni episodios escondidos. Siento defraudar a los que puedan pensar que van a ser partícipes de noticias novedosas que ni siquiera conocía la protagonista. No he pecado, ni pecaré de ocultar mis sentimientos a las personas que tanto amo. Que triste me han parecido siempre esas películas de desencuentros familiares, en las que tiene que darse la muerte de uno de sus miembros para que los demás expresen su cariño y admiración por el ser que pierden. Anteanoche mismo terminamos de ver en Netflix “Un amigo extraordinario”, con Tom Hanks como protagonista, que precisamente refleja lo que acabo de decir. En la historia humana han sido muy pocos los que han hallado un valioso tesoro escondido, pero son muchos los que tienen esa fortuna al alcance de su mano sin darse apenas cuenta. Encontrar, como yo hice, a una persona leal, honesta, noble, amorosa y cargada de esas otras características más prescindibles, pero que la adornan haciéndola irrepetible, como su imaginación desbordante, su encantadora ingenuidad, su incapacidad de causar mal a nadie y ese humor que la hace reírse de lo insospechado, es el acierto más inesperado de mi vida.

Todo ocurrió a finales de ese mes de agosto. Mar acudió, invitada por su tía, a una reunión que celebrábamos los testigos de Jehová en un piso alquilado que se había remodelado para lograr una sala diáfana con unas 50 butacas. Recuerdo que se pagaban 6.000 pesetas al mes, 36 euros, para los que no se les da bien el cálculo. Estaba en la calle Consistorio, o como se le conocía entonces, la calle de la cárcel, porque justo frente a la puerta del salón, en una diminuta calle peatonal de no más de 4 metros de ancho, se encontraban la jefatura de policía y los calabozos. Durante más de 40 años, los testigos habíamos sido perseguidos y encerrados en cárceles por el régimen de Franco, y aunque para aquel tiempo hacía 6 o 7 años que nuestras actividades habían sido legalizadas, bromeábamos diciendo que como nos volvieran a ilegalizar, en Ubrique lo tenían fácil para capturarnos a todos. Yo me había bautizado como testigo de Jehová hacía justo un año, el 20 de agosto de 1983. Cuando María del Mar entró por la puerta del salón, captó inmediatamente mi atención. No sé si aquello del flechazo será verdad, pero a mí algo me atravesó entre el pecho y la espalda de inmediato y, mira si el impacto fue importante, que las secuelas duran 38 años después. Reconozco que una vez terminada la reunión fui un acaparador. Todavía recuerdo con nitidez como la acorralé contra una de las paredes del salón, junto al quicio de una puerta y casi no la dejé hablar con nadie más. Sus mechones rubios y aquella tez clara que resaltaban sus preciosos ojos verdes, acabaron por dejarme trastornado. La conversación terminó por revelar que tenía una forma de ser y personalidad que coincidían con lo que siempre me había gustado en una mujer. Era más soñadora que yo, le encantaba leer y escribir, por eso estudiaba Filología Hispánica, practicaba deporte, sobre todo el baloncesto, que siempre ha sido otra de mis pasiones, lo tenía absolutamente todo. Y para colmo, con apenas 18 años, había tenido el arrojo de acudir a una de nuestras reuniones, dejando a un lado los tremendos prejuicios y desprecios que, sobre todo, en aquel entonces generaba una religión nueva considerada como una secta por amplios sectores de la población. María del Mar había leído un libro de cubierta roja, titulado “Tu juventud, aprovechándola de la mejor manera” y este le había llegado al corazón, porque ella siempre me ha dicho que los valores que encontró en ese libro eran los que ella buscaba entre los jóvenes que pretendieran ser sus amigos, por eso acudió a nuestra reunión.

Estas fotos son de aquel año. La primera en el atril del salón y la segunda en el callejón de la cárcel. La ventana a mi izquierda era la del calabozo.

Al principio nuestra relación no fue del todo fácil. María del Mar no tenía ninguna intención de echarse novio, de hecho, eso no entraba en sus planes en muchos años. En septiembre se iría a Cádiz a estudiar su segundo año de carrera y nos separaríamos. Entonces solo existían las cartas y las cabinas de teléfono para mantener el contacto y yo no tenía muchos fondos para viajar, aunque Cádiz estuviera a tan solo 120 kilómetros. Un obstáculo añadido era que María del Mar no era todavía testigo de Jehová. En el proyecto de vida de cualquier persona es lógico que uno sume a quien comparta las cosas importantes de ese viaje vital. Cuando los testigos nos casamos, la expresión PARA SIEMPRE adquiere un significado mucho más amplio, porque pensamos en un vínculo que se prolongará mucho más en el tiempo que lo que dura una mera existencia, aspiramos a la eternidad, es lógico por tanto que busquemos un compañero de viaje idóneo para dicha singladura. Dicho lo anterior, si algo me caracteriza es que, cuando persigo un objetivo, los obstáculos se me convierten en incentivos para lograrlo. Mi caza y captura, aunque suene mal, comenzó en agosto de 1984. Después de tratar de terminar de la mejor manera el episodio de Elena, con mediocres resultados, como ya expliqué, comencé mi lucha por conquistar el corazón de María del Mar y fui todo un pesado, lo reconozco. Le escribía cartas larguísimas, mucho más que mis entradas del diario. Mira que algunos fines de semana regresaba a Ubrique y nos veíamos, pero yo iba a la oficina de correos hasta 3 veces por semana para enviarle mis escritos. Ella me respondía también con elaboradas misivas que yo atesoraba como joyas en mi habitación. El buzón de mi piso era lo primero que miraba cada día que regresaba del trabajo. Las llamadas telefónicas tenían su historia también. Yo intentaba guardar 500 pesetas (3 euros) cada semana para llamarla y eso suponía todo un capital para mí. Ese importe me daba para una llamada de casi una hora por la tarde-noche. Recuerdo, en una ocasión, una situación embarazosa que se me dio en la cabina. Yo acababa de empezar mi charla con ella y se acercó una profesora que me había dado clase en el instituto el año anterior, ella era de Málaga y acudía para llamar a su familia. Interrumpí mi conversación con María del Mar y abrí la puerta y le dije que me quedaba un rato, que si quería que se fuera a otra cabina que había en los Callejones (otra calle de Ubrique a unos 700 m.). Ella me contestó que no importaba, que me esperaba. Yo sabía que una charla de enamorados que se precie no acaba antes de una hora, así que lo que para mí eran minutos, para Tere, mi profesora, se convirtieron en horas. Empezó a impacientarse, a moverse de un lado a otro y a torcer el gesto. Cuando llevaba unos 40 minutos, no sé si por esa autoridad que se atribuía como antigua profesora mía, o porque aparecieron más personas para llamar, me interrumpió bruscamente y me dijo que aquello no podía ser, que era una cabina pública y que había que pensar en los demás, en fin, que me cortó el rollo de una manera tan áspera que tuve que terminar e irme. Ahora que tenemos barra libre con los móviles, quizás los más jóvenes no entiendan bien las limitaciones que teníamos en el pasado.

 

Bueno, mis intentos acabaron fructificando con el tiempo, como queda manifiesto, pero esto ya se vuelve a alargar más de lo aconsejable, así que dejaremos jugosos detalles para otras entregas. María del Mar se ha convertido con el paso de los años en la acompañante imprescindible de mi travesía, siempre ha acudido a cubierta para ayudarme a estabilizar el timón de mi vida. Mi hogar siempre fue un refugio con ella, el lugar de descanso del guerrero tras las batallas del día a día, de hecho, como siempre le digo, mi hogar es ella, en eso se convierte cualquier sitio donde esté su presencia. Nuestro vínculo siempre ha estado por encima de cualquier otro de carácter humano. A mis hijas les dije en distintas ocasiones que ellas nos acompañarían compartiendo techo por 20 o 25 años, pero que un día partirían hacia sus destinos y nos quedaríamos su madre y yo, por lo que debían tener claro que si por ellas entregaría 4 vidas, por su madre siempre ofrecería una más. 



El día de nuestra boda.
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