(XXI) DIARIO DE UN LINFOMA (Don’t go around breaking young girls’ hearts).

(XXI) DIARIO DE UN LINFOMA (Don’t go around breaking young girls’ hearts).

15 de junio de 2022.

Ayer fue un día de esos, llamémoslo, menos bueno. Ya expliqué que supuso un revés no poder recibir la segunda sesión de quimio. La tarde la pasé con dolor de cabeza y algo de leve febrícula, igual que la noche. A las 5 de la mañana me tomé un paracetamol y se me alivió. Ese dolor de cabeza, que es característico cuando me da un poco de fiebre, pudo acrecentarse por el filgrastin, la inyección para subir los neutrófilos, puesto que es uno de sus efectos frecuentes.

Cuando les conté a mis compañeros del gallinero (mi departamento del instituto) lo que había pasado, me inundaron de emoticonos de corazones de todo tipo. Cierto es que sin tapujos se los pedí, pero, si no lo hubiera hecho, estoy seguro de que también me los habrían enviado. Más tarde recibí por whatsapp varios mensajes y audios dándome ánimo. No os podéis imaginar lo que ayudan esos pequeños gestos. Cuando uno se siente como un naúfrago en esa isla de tu enfermedad, las muestras de apoyo te hacen sentir acompañado y comprendido. Sin embargo, hoy día tenemos que ejercer sumo cuidado con la interpretación que hacemos de los mensajes que recibimos a través de las redes sociales y otros medios electrónicos. Trato de explicarme. Creo que hago como muchos de nosotros; por la mañana, en mi caso, le echo un vistazo a los estados de whatsapp de mis contactos. Todos somos muy dados a compartir nuestros momentos felices en ellos y no tanto los más tristes. Es lógico por otra parte, ¿para qué vamos a preocupar a nadie, ni hacerlo partícipe de nuestras pequeñas miserias? Pero, esos estados que solo reflejan una parte de la realidad diaria de nuestros conocidos, hay que entenderlos en su justo contexto. Os hablo de mi caso. En estos momentos  tan limitantes que vivo, en los que no puedo hacer muchas de las cosas que me encantan, cuando veo en los estados de mis amigos situaciones en las que están disfrutando, salta un resorte automático en mi interior que dispara un pequeño sentimiento de envidia. “¿Por qué no puedo yo ahora mismo hacer eso? Mira, él me dice que está muy preocupado por mí, pero ahí está riéndose con sus amigos tomando cervezas”- me digo. Ese automatismo me lleva a un razonamiento absurdo que afortunadamente corrijo inmediatamente. Yo mismo, aunque en ese tiempo no usaba los estados de whatsapp, me iba a jugar al tenis cuando mi madre vivía penosamente los últimos meses de su vida. Es probable que hubiera colgado una foto mía practicando mi deporte favorito. ¿Significaba eso que no me preocupaba por ella? ¿Acaso no acudía cuando me tocaba y dormía con ella, la lavaba y le daba de comer? Por supuesto que sí. Mis ratos de deporte eran mi vía de escape para alejar los fantasmas de la ansiedad de mi mente, los necesitaba. 

Nuestra mente tiene reacciones instantáneas que saltan como el mecanismo de una ratonera cuando el roedor muerde el cebo. La ventaja que tenemos, como seres racionales, es que siempre tenemos la posibilidad de quitarnos del cuello la trampa que nos oprime y volver a dejar el disparador bien sujeto en su sitio, para tomar otro camino y no volver a caer de inmediato en sus garras. Lo volveremos a hacer más adelante, no nos quepa la menor duda, pero si nos acostumbramos a contradecir con prontitud esos automatismos, cada vez será menos frecuente que nos angustien pensamientos irracionales. En el ejemplo anterior, para contrarrestar esa falsa vida de color de rosa que todos proyectamos en nuestros estados, tenemos que mirar más allá de la risa y la cerveza de la foto. ¿Acaso no tiene problemas mi amigo? ¿No tiene padres envejecidos, hijos con problemas en sus centros de estudio, enfermedades más o menos severas y así un largo etcétera de adversidades comunes a todos los seres humanos? ¿No tiene derecho a disfrutar de ratos de esparcimiento y exponerlos si le apetece? Nuestros momentos de felicidad no tienen por qué estropear los de los demás. Si somos generosos, nos alegrarán los triunfos de nuestros amigos, sus momentos de alegría, igual que nos apesadumbran sus desdichas.

(ACTUALIZACIÓN. Mi amiga Silvia me ha pasado este vídeo que, en poco más de 2 minutos refleja con un ácido humor la mentira de las redes sociales)

Hablando de momentos de felicidad, voy a viajar en el tiempo a 1.984. Tampoco sé por qué, pero anoche, en mis desvelos, aparecían centelleantes imágenes de aquel año en mi cabeza. Sí, mi diario tiene cada vez más pinceladas autobiográficas y hoy su color va a contener tonos rosas, espero no caer en la ñoñería. Ese año supuso un vuelco en mi vida porque con 17 años terminaba mis estudios de F.P. de Administración, cumpliría la mayoría de edad en noviembre, empezaría a trabajar en la agencia Renault como administrativo en septiembre, saldría al extranjero por primera vez en junio y durante el verano aparecerían los dos únicos amores correspondidos que he tenido en mi vida. Empecemos cronológicamente.

Los dos o tres últimos veranos previos a aquel año, visitaban Grazalema una familia de alemanes con los que entablé una buena amistad. La madre era española y tenía sus raíces en la sierra de Grazalema, por eso compraron su casa allí. El padre, Rudy, era alemán y sus dos hijos, Thomas y Manuel, habían nacido en Alemania, pero hablaban perfectamente español. Thomas era un año menor que yo y Manuel dos mayor. Sus visitas despertaban mi interés y fascinación porque procedían de un país más adelantado que el nuestro y siempre portaban novedades tecnológicas y musicales que me deslumbraban. Casi cada año estrenaban coche nuevo, siempre Volkswagen, que era la empresa en la que trabajaba Rudy. Aquel año tenían un Passat precioso que, comparado con el Citroën dos caballos de mi padre, parecía un bólido de carreras. Thomas traía cada año un aparato de música nuevo, un radiocassette de grandes altavoces, de la marca Grundig u otra alemana, que despertaba la envidia de los grazalemeños. Ese tipo de artículos no se encontraban todavía en las tiendas de Andalucía. Solía revenderlo a algún español y se sacaba unas perrillas. Yo estaba deseando tener uno de aquellos aparatos, pero hasta entonces mi poder adquisitivo no me lo permitía. Los últimos veranos me habían invitado a ir a Hannover a pasar una temporada con ellos y, por fin, en junio de aquel año se concretó. Tomé un autobús en Sevilla y viajé durante 48 horas hasta allí. Ese viaje le costó a mi madre más de un disgusto, porque tenía pánico a que su niño se fuera solo tan lejos. Fueron dos días de viaje pesados y largos, teniendo que dormir en el autocar, pero para alguien que apenas había salido de Ubrique, recorrer toda España, Francia y Alemania era una aventura tan atractiva, que se me hizo corto. Recuerdo que cuando entramos en Francia comprobé lo atrasados que estábamos en nuestro país en infraestructuras. Las carreteras que atravesamos eran todas autopistas, con magníficas áreas de servicio perfectamente ajardinadas. Los campos eran verdes y coloreados por hermosas flores. Creo que fue en 1.982 cuando el PSOE llegó al poder en España y Alfonso Guerra pronunció la famosa frase de “en unos años a España no la va a conocer ni la madre que la parió”. Así ha sido en parte, pues hoy disponemos de muchas más autopistas y trenes de alta velocidad. Llegué por la mañana a la Hauptbahnhof (la estación central) de Hannover. El autobús se había adelantado un par de horas y nadie me estaba esperando. Abordé a una chica rubia para que me ayudara con la cabina de teléfonos, porque tenía el número de mis amigos, pero no disponía de monedas alemanas. No recuerdo cómo lo conseguí, pero con un inglés chapurreado (entonces no hablaba alemán, lo que conseguí con un nivel básico años más tarde) que aquella chica para nada dominaba, logré hacer la llamada, aunque Manuel y María aparecieron a los pocos minutos para recogerme.

Estuve algo más de un mes en su casa y Hannover me enamoró, es una ciudad preciosa, con jardines y parques inmensos, unos lagos naturales y artificiales de ensueño. Toda la ciudad estaba repleta de carriles bici y con Thomas salíamos a recorrerla y disfrutarla. Es cierto que en pleno verano solo tuvimos 3 días de sol, pero esos días los hannoveraner (el gentilicio de los habitantes de Hannover, que a mí, con la pronunciación alemana, me sonaba a las ranas de Hannover) salían como lagartos a exponerse al astro rey. Un día cruzamos con la bicicleta uno de sus lagos que era para naturistas, como comprenderéis me impactó ver a aquellos alemanes luciendo sus blancos cuerpos como sus madres los trajeron al mundo. Al día siguiente, en los autobuses y vagones de metro, veías a muchos de ellos con ese tono gamba que adquieren los del norte de Europa cuando abusan del sol.

Un día me llevaron a Berlín, que estaba a unas 3 horas en coche. Tuve oportunidad de visitar el muro que desapareció en 1989. El viaje fue muy llamativo para mí. Berlín se encontraba en el corazón de la República Democrática Alemana y había que hacer gran parte de los más de 200 kms. que la separaban de Hannover por una carretera circundada de altas vallas electrificadas y torretas de vigilancia cada 500 metros con soldados empuñando sus metralletas. Una vez en la ciudad, esta se encontraba dividida por el infausto muro y desde unas plataformas de observación, como en la que aparezco en la foto, se podía observar la parte de esta que pertenecía a la Alemania comunista, con calles casi vacías de coches, los cuales eran de ese modelo tipo gordini que hemos visto en las películas, fachadas deterioradas y grises, que ofrecían un tremendo contraste con la parte de la Alemania occidental, con Mercedes, BMW y otros coches de alta gama surcando sus calles repletas de negocios y un hervidero de colorida vida.

Bueno, aquel verano no solo me enamoré de Hannover y Alemania en general, sino que también lo hice de Elena, una alemana hija de españoles, de preciosos ojos oscuros y pelo azabache. Tenía un carácter amistoso y dulce. Me atrajo más por su personalidad que por su belleza. Tenía el atractivo de la juventud y unos rasgos, que sin ser deslumbrantes, eran hermosos. Thomas decía que a él no le gustaba y se metía conmigo porque me veía colado por ella, pero ella y yo tratábamos de darle esquinazo con nuestras bicicletas para estar solos y, sin embargo, él se las apañaba para romper nuestra soledad. No se me olvida el día que estábamos ella y yo con nuestras bicicletas en un parque con el piso de gravilla. Apareció Thomas con la suya, haciendo malabares y a toda pastilla hacia nosotros, frenó su rueda trasera para hacer un derrape cuando se acercaba y fue tan salvaje la frenada que la rueda se le hizo un 8 y tuvo que volver a su casa arrastrando la bici por la rueda delantera. Elena y yo nos partíamos de la risa y eso nos permitió pasear tranquilamente sin nadie que nos incordiara.

Aquel fue un auténtico amor de verano, porque duró hasta finales de agosto, que se cruzó por mi camino María del Mar. En esos dos meses intercambiamos varias cartas y nos confesamos nuestro enamoramiento, pero cuando conocí a María del Mar, tengo que reconocer que igual que llegó, la atracción hacia Elena se fue. Le escribí una larga carta de 4 folios en la que le explicaba mi cambio de sentimientos, intenté que mis palabras mitigaran el dolor que produce una ruptura unilateral, pero no lo conseguí. Todavía se acuerda mi padre de la llamada telefónica que hizo su madre y hablando con la mía le dijo que si su hija hacía una locura, el culpable sería yo. Mi madre estaba aterrada y me decía que qué había hecho yo con aquella chica, que la madre estaba hecha un basilisco y que su hija no dejaba de llorar. Yo traté de quitarle hierro al asunto recordándole que nuestra relación solo había durado 2 meses y aquello no era para tanto, pero lo cierto es que me sentí muy culpable y casi 40 años después todavía aguardo el momento en que pueda pedirle disculpas, puesto que nunca más cruzamos palabra.

1.984 fue el año que salió al mercado el disco de Michael Jackson, Thriller. No sé a día de hoy, pero durante años fue el más vendido de la historia. Yo pude comprarme en Hannover un radiocassette de grandes altavoces y poderosos graves, que era lo que nos gustaba a Thomas y a mí, esa percusión poderosa que tiene, por ejemplo, el comienzo de batería de Billie Jean, la canción que más me gustaba del disco. No sé cuántas cientos de veces la habré escuchado. Os dejo un enlace al vídeo oficial al final del post. La letra, dice, curiosamente, que la gente le decía que no fuera rompiendo corazones de chicas jóvenes, justo lo que yo había hecho. Michael se había criado también como testigo de Jehová y me compré un libro sobre su biografía, sentía cierta fascinación por su persona, aunque, con los años, acabó defraudándome cuando se convirtió en un ídolo de masas y terminó esclavo de sus excentricidades y abusos.

Dejo para otro día la segunda parte de mi año clave, no quiero alargar este post más de lo necesario. Si has llegado hasta aquí y no te han aburrido mis historias, te lo agradezco. Como explicaré en otra entrada de mi blog, la vida, como ya he dicho muchas veces, sigue un curso caprichoso que ninguno de nosotros conoce. Si, como veréis, María del Mar no se hubiera cruzado en mi camino de una forma que yo no podía prever, quizás hoy día viviría en otro país, mi profesión sería otra y mis hijos tendrían el pelo mucho más oscuro. ¿Una vida mejor que la que disfruto ahora? Lo dudo, pero tampoco necesariamente peor. Yo ya he aprendido a sacar el mejor partido a lo que me ofrece cada día que amanece. 

https://youtu.be/Zi_XLOBDo_Y






Los comentarios están cerrados.