(XV) DIARIO DE UN LINFOMA (las prisas no son buenas consejeras).

(XV) DIARIO DE UN LINFOMA (las prisas no son buenas consejeras).

9 de junio de 2022.

¡Noche sin dolor! ¡Qué alivio! Mira que no puedo decir que se han eliminado todas las molestias, pero pasar una noche entera sin dolor intenso es un hito para mí después de estos últimos 6 días que, con sus noches, han sido, por usar un término rebajado, difíciles. A menudo digo que qué bien se está cuando se está bien. Sí, ya sé que la frase no suena demasiado ortodoxa gramaticalmente hablando, pero es lo que suelo decir para recalcar la palabra bien. Qué pena que pasemos de puntillas sobre esos días en los que simplemente no nos molesta intensamente nada en el plano físico. Los damos por sentado y nos ponemos a otra cosa que, generalmente, no tiene tanta importancia como el hecho de que nuestro cuerpo nos responda un día más estupendamente y sin esa señal de alerta que suponen los dolores. ¡Qué maravilla cuando se cumplan estas palabras de la Biblia: “Y [Dios] les secará toda lágrima de sus ojos, y la muerte ya no existirá, ni habrá más tristeza ni llanto ni DOLOR. Las cosas anteriores han desaparecido”. (Apocalipsis 21:4)

Con este panorama que se me presenta hoy, solo me queda aprovechar el día, y si esto sigue así, los 4 siguientes antes del próximo chute. Anda que no me voy a deleitar con mis amaneceres y atardeceres benaocaceños. Fijaos en el que fotografié ayer. ¿No es espectacular? Si yo creo que hasta mi gata se quedó embobada. 

Ayer, a pesar de mis molestias estomacales, fue un día precioso. Por la mañana tuve una amena conversación con mi amiga, la cordobesa Carmen. ¡Cómo nos reímos! Ella fue la directora del coro de coordinadores de la F.P. a Distancia de Andalucía muchos años. Así la definí una vez cuando, restándose importancia, decía que esta enseñanza funcionaba gracias a la buena labor que hacíamos nosotros, que formábamos una agrupación musical bien afinada. Yo le dije que un coro sin una directora como ella sería un desastre, y vaya si lo sigo creyendo. Cuánto la echo de menos. Aportaba una dedicación total, más allá de las horas laborables y días festivos; la F.P. a Distancia parecía su criatura, pues con ese mimo la trataba. Desgraciadamente, hace unos años tuvo que dejar el trabajo por una enfermedad pulmonar que le hace la vida un poquito más complicada que al resto. Ayer, entre tos y tos, nos reíamos contándonos anécdotas. Los dos estamos ahora “escacharrados”, pero todavía nuestras dolencias no nos impiden reírnos. Entre las anécdotas, me contó una que comparto. Ayer me estuve riendo todo el día recordándola, y ahora mismo esbozo una sonrisa cuando la pongo por escrito. Le hablé de la paz interior que estoy sintiendo y le mencioné un artículo de la página web jw.org que explica el significado de las palabras de Jesús cuando dijo: “Mi paz les dejo, mi paz les doy”. Ella me contó que hasta los 12 años acudía todos los domingos a misa y que como en su iglesia no se cantaba y a ella era lo que le gustaba, salía de allí, muchas veces, poniéndole melodía y cantando algunas de las frases u oraciones que el cura empleaba y, concretamente, se inventó una especie de composición con esas palabras que menciono… pero a su particular manera, porque ella cantaba: “NI paz les dejo, NI paz les doy”, porque así se había enterado. De hecho, se preguntaba por qué decía eso tan desalentador el cura. Pues así siguió con su cancioncilla por mucho tiempo hasta que creo que fue su hermano el que un día le dijo: “Niña, que eso no es lo que dice el cura, que es MI paz les dejo, MI paz les doy”. Ella pensó: nada, como dice mi madre, voy a ir al infierno seguro. 

Por la tarde pude dar un paseo de unos 6 kilómetros con mi buen amigo Arturo. Llegué satisfecho porque mis piernas respondieron muy bien y la conversación del trayecto no pudo ser más interesante. 

Estos días sin trabajar en el instituto han supuesto un parón importante en mi actividad. Cuando, de repente, algo que ocupa una porción tan importante de tu tiempo y de tu mente desaparece, te das cuenta de que los días se van con rapidez porque los ocupamos con tantas actividades que, cuando te vienes a dar cuenta, la jornada ya pasó. Yo no puedo decir que llevaba un ritmo frenético, porque desde hace años trato de ralentizar mis momentos y procuro estar consciente de lo que estoy haciendo prestando atención a la tarea en la que estoy inmerso. Se pueden hacer muchas cosas, pero a un ritmo que te permita vivir el presente. Cierto es que las agendas no se pueden cargar tanto que vayamos, aunque no lo busquemos, con la lengua fuera, pero hay muchas maneras de hacer bastantes cosas, de forma pausada.

La sociedad actual ha entrado en un frenesí sin sentido. Década tras década he percibido que cada vez corremos más y, lo peor de todo, es que lo hacemos hacia ninguna parte. Os voy a contar lo que me pasó la primera vez que fui a Londres. Nada más bajarme del metro en Victoria Station observé que la mayoría de la gente no andaba, corría. Mira que yo siempre suelo caminar deprisa, pero aquello era de locos. Los hombres encorbatados me adelantaban como bólidos con sus maletines, pero es que hasta las mujeres entaconadas me pasaban como flechas. Como se decía antes en mi pueblo, parecía que les habían metido un cohete por el trasero. Cuando subía las escaleras mecánicas del metro no sabía que si te parabas en un escalón tenías que pegarte a la derecha para dejar pasar a los que lo hacían como si estuvieran en una escalera normal, ¡y algunos trepaban los escalones de dos en dos! Lo descubrí porque uno de ellos me pegó un empujón sin disimulo para apartarme, eso sí, con un educadísimo: “Excuse me”, porque en eso no hay quien les gane. En Londres, el “excuse me” te permite aplastar en un rincón del metro a otro transeúnte, colarte en una cola o apartar a alguien con un tirón del brazo de tu camino. La educación, ante todo.

Otro año que visité Londres con mi familia, regresamos poco tiempo después a Madrid. Hablo de hace por lo menos 15 años. Observé que en Madrid no se corría tanto como en Londres. El metro era más civilizado, aunque mucho menos educado. La gente parecía que tenía menos revoluciones que la mayoría de los londinenses, aunque habláramos también de una gran ciudad. Últimamente, mis visitas a Madrid han comprobado que dichas revoluciones han subido. Todo el mundo se mueve como hormigas a las que le han derrumbado su hormiguero de una patada.

Al regresar a mi pueblo de residencia, Benaocaz, y pasar por la plaza del ayuntamiento, comprobé que el tiempo se había misteriosamente ralentizado. Los 4 abueletes de siempre se sentaban en los poyetes mientras se apoyaban en sus bastones. Los desocupados charlaban tranquilamente con sus vecinos y alguna que otra mujer atravesaba la plaza con parsimonia de regreso a su casa. Era la vida a cámara lenta. Hace poco, en el colmo del acelero, me enteré de que hay gente que visualiza sus series o películas a 1.5x o 2x de velocidad, para verlas antes. No me imagino Memorias de África o Bailando con lobos de esa manera. ¡Qué forma de destruir la armonía de un paisaje lentamente proyectado y acompañado de la extraordinaria banda sonora de John Barry! Pero si el otro día, escuchando un audio de mi hermana por whatsapp, le dí sin querer a reproducir a 1,5 de velocidad (yo ni siquiera sabía que se podía hacer) y me puso de los nervios. Pensaba que le estaba dando una crisis de ansiedad. 

Recordemos que cuando engullimos no saboreamos, cuando corremos respiramos con dificultad, cuando estamos en tres cosas a la vez, no estamos en realidad en ninguna. Hay que ra-len-ti-zar. La vida hay que vivirla, no pasarla a cámara rápida. Dejemos el móvil cuando nos hablan y prestemos atención a lo que nos dicen. Mastiquemos la comida y dejemos que los sabores envuelvan nuestra boca. ¿Por qué no intentamos hacer como promueve el movimiento slow? Si vamos paseando por un bello paraje, tanto urbano como agreste, ¿por qué no lo hacemos intencionadamente más despacio? Yo lo llevo intentando cuando he hecho turismo con María del Mar en los últimos años. Antes recuerdo viajes en furgoneta con mi amigo de toda la vida, Diego y su familia. Visitábamos los sitios para ver todo lo que nos permitiera el tiempo. Llegamos al extremo de hacer cientos de kilómetros y llegar al sitio y verlo sin bajarnos de la furgoneta, porque no daba tiempo a regresar al lugar donde teníamos que pasar la noche. Era como una carrera por volver a casa enumerando la infinidad de sitios que habíamos visitado, pero muchos de ellos no los habíamos disfrutado. Ahora mi turismo es mucho más pausado. Cuando llego a un sitio, no llevo planeado visitar el siguiente, porque si me gusta mucho, allí me quedo el tiempo que haga falta y, si al final, no pude ver otro más, no regreso a mi casa arrepentido por no haberlo hecho, sino satisfecho de lo mucho que me gustó los que vi. 

Ayer Jesús, mi hematólogo, me mandó el menú del próximo martes. Repetimos platos, pero los tiempos los ha ajustado más a la realidad. Unas 3,5 horas que se convertirán en 5 o 6 con los entremeses de la premedicación, como la otra vez. En esta ocasión iré preparado con mis libros, música e intentaré sentarme menos “enmamparado” y más cerca de la mesa de las enfermeras por si así me dan algo de palique, que 6 horas dan para mucho. Por cierto, Jesús confirma que tiene esa retranca cargada de humor que tanto me gusta. En un email le preguntaba por todos los síntomas que he tenido esta última semana y me confirmaba que todos son fruto de la quimioterapia, que estuviera tranquilo y terminaba diciendo: “Por lo demás, hay que aguantar un poco. La quimioterapia no es «agua bendita». Vamos a por la segunda. Ánimo.»

Feliz día a todos.






Los comentarios están cerrados.