(XIV) DIARIO DE UN LINFOMA (trabajos-castigo o el castigo del trabajo).

(XIV) DIARIO DE UN LINFOMA (trabajos-castigo o el castigo del trabajo).

I.E.S. DIEGO MACÍAS. Mi primer destino en Calañas (Huelva)

8 de junio de 2022

 

Me pongo a escribir a las 10 de la mañana, porque parece que a través de mis líneas, cada día, aparecen sigilosamente pensamientos positivos más fácilmente que cuando los busco en mi mente para contármelos a mí o audiblemente a otros. He pasado una mala noche, sin paliativos. Apenas he dormido y no sabía en qué posición ponerme en la cama para aliviar los dolores de estómago y de intestinos. Como todos hacemos, el doctor Contreras, o sea, yo, tiene un diagnóstico que cree acertado: igual que las mucosas de mi boca y garganta están irritadas, lo mismo ocurre con todo mi tracto digestivo. Siempre he padecido de gases acumulados en el intestino, pero como he hecho tanto deporte, eso colabora a eliminarlos. Ahora, con tanto sedentarismo, creo que lo que tengo por las noches son muchos acumulados que presionan las paredes de mis sufridos intestinos y esa es la fuente del dolor. ¿Será lo correcto? Yo que sé. Lo cierto, es que me he levantado y he salido a andar 20 minutos para mover no solo mis piernas, sino también mi vientre, a ver si funciona. 

 

Mi diario sigue produciendo frutos inesperados, los caminos de Internet también son inescrutables. Ayer me escribió por whatsapp una querida alumna de Valverde del Camino que tuve hace exactamente ¡29 años! Se llama Rocío y la recuerdo con detalle inusual, para la mala memoria que tengo, hasta su ondulado pelo negro y tez morena. Formaba parte de un grupo de 2º de F.P. de Administración. En aquellos años impartía clases en un pueblo llamado Calañas, al que acudían alumnos de la zona del Andévalo de Huelva. Su clase estaba compuesta por un nutrido grupo de alumnos que conectó desde el principio conmigo. Tanto fue así, que los siguientes 4 años fui eligiéndolos cada curso hasta que terminaron sus 5 años de F.P. (En aquel entonces la F.P. media eran 2 años y la superior 3 más, puesto que se estudiaban materias comunes como Lengua y Matemáticas junto con las específicas de la especialidad). Siempre me he encontrado en mi salsa dando clase, pero obviamente, unos grupos te motivan más que otros. Puedo decir que en 30 años de experiencia docente ningún grupo ha carecido de algunos alumnos de esos que te animan a dar lo mejor de ti, pero ciertos años coincidían en el mismo, un porcentaje de ellos más alto del habitual y ese era el caso del grupo de Rocío. Aún recuerdo algunos de sus nombres, Daniel, Loli, Silvia, Sandra y otros más. Siempre he intentado colorear con toques de humor mis clases porque es contagioso, tú empiezas y, al final, la mayoría de las ocurrencias vienen del grupo, con lo cual nos reímos todos. Reconozco que no es fácil mantener un clima de disciplina y de respeto a la posición profesor-estudiante si se rompe cierto ambiente de seriedad, pero, en mi caso, no sé dónde está el mérito, he conseguido que se mantenga ese buen ambiente y a la vez el respeto hacia mi figura como la autoridad en clase. 

 

Recuerdo que en aquellos años empleaba un recurso para que los alumnos me entregaran a tiempo las múltiples tareas que les mandaba. Impartía una asignatura llamada Prácticas Administrativas y haciendo honor al nombre, trataba de hacerla eminentemente práctica. Para qué te voy a soltar el rollo de cómo tienes que redactar una instancia y te voy a hacer un examen preguntándote sobre esa teoría. Te explico brevemente cómo se confeccionan y luego, sencillamente hazme muchas instancias y yo te iré corrigiendo los errores. Mis alumnos hacían muchas instancias, certificados, facturas, albaranes, pedidos, nóminas, etc. Mi recurso con los remolones y los que causaban cierto disturbio en clase eran los “trabajos-castigo”. Si un día tenían que entregarme determinados documentos y les faltaba uno, yo le ponía un “trabajo-castigo” de propina. Al que no prestaba atención en clase o causaba molestias, con una sonrisa en mi cara y ligero retintín en mi voz le decía: “Pepito, debe ser muy interesante lo que tienes entre manos, pero como ahora deberías estar haciendo lo que he mandado, ya sabes, para mañana ejercicio 22, de la página 4.” Toda la clase se reía cuando mandaba esos trabajos extra, porque sabían que eran obligatorios y los corregía. Además, ni siquiera los examinaba como no me los hubieran entregado todos. Eso sí, trataba de hacerlo sin amenazas ni malas caras, todo con parsimonia. Increíblemente, se contaron con los dedos de una mano los alumnos que abandonaban mi asignatura en aquellos años. El método funcionaba con los cursos más bajos porque en 4º y 5º ya contaban con 17 o 18 años muchos de ellos y apelaba a su madurez para no tener que emplear el método un tanto infantil de los “trabajos-castigo”. 

 

A la clase de Rocío les escribí una “carta de amor” cuando terminé con ellos, aunque tristemente no la conservo. Tenía 25 años cuando llegué a Calañas y mis alumnos contaban con solo 7 o 10 años menos que yo. Actualmente, en realidad, son casi de mi quinta, porque estarán finalizando la 4ª década de su vida. Lo curioso de la docencia es que para nosotros nuestros alumnos siguen siendo los de la orla de fin de ciclo, se mantienen como una foto fija en nuestra memoria y nos cuesta verlos, décadas después, como padres, madres o, incluso cincuentones como yo. Como pasa con los hijos, a pesar de los años que cumplan, siguen en nuestra memoria como nuestros niños. 

 

Alguien pudiera pensar que los que nos dedicamos a la docencia somos unos privilegiados por la propia naturaleza de nuestro trabajo: tratar con jóvenes, poder enseñarles cosas que les servirán para el futuro, etc. Sí, ya sé que algunos solo hablan del privilegio de tener largas vacaciones, que también, pero, a pesar de esas aparentes ventajas, el índice de depresión entre docentes es de los más altos en la comparativa con otras profesiones. Entre mis propios compañeros, a los que impartimos F.P. de grado superior, nos consideran también como un grupo favorecido, por el hecho de no tener que lidiar con los pequeños de la E.S.O. Es totalmente cierto que mantener cierto orden y poder desempeñar tu trabajo con algunos grupos de esas edades es un auténtico desafío y precisa de un derroche de energías tan grande que muchos compañeros acaban quemados. Ahora bien, aunque nos quedemos con la faceta dulce de nuestro trabajo, algunos profesores, afortunadamente un porcentaje pequeño, sufren en su función porque sencillamente no les gusta o no la enfocan como debieran. Algunos han hecho de la enseñanza su profesión por permitir el acceso a un puesto de funcionariado estable, con un sueldo adecuado y condiciones laborales justas, pero no porque fuera su primera opción. Esto suele conducir a una dinámica negativa, la cumplimentación del expediente y la reticencia a levantarse con ganas cada mañana para, no ya impartir clase, sino  “enfrentarse” a dar clase.

 

Cualquier trabajo puede llegar a convertirse en una carga si no lo enfocamos desde el punto de vista correcto. Encuentras amargados en las supuestas profesiones más deseadas y radiantemente contentos en las aparentemente más duras o serviles. Mi amigo de la infancia Juan lleva décadas como camarero en uno de los bares más populares de Ubrique. También superó un cáncer y en cuanto pudo volvió a su bandeja y trapo en el brazo para servir a sus clientes. Siempre está chistoso y te trata con agrado. Reconoce que le encanta ser camarero y ya ronda mi edad, por lo que lleva miles de horas de paseos a pie, incluyendo muchos festivos. Yo, objetivamente, no le cambiaría mis horarios, condiciones laborales y probablemente emolumentos por los suyos, pero él estaría, probablemente, mucho más descontento como profesor que como camarero. Otro ejemplo es el repartidor de SEUR que en los últimos años me ha dejado sus entregas en mi puerta. Suele hacerlo a una hora intempestiva en según qué fechas, porque casi siempre son entre las 3 y las 4 de la tarde, cuando creo que regresa de Grazalema y otros pueblos de la Sierra. Tiene una efusividad cuando te entrega el paquete que parece que te está regalando él su valioso contenido. Con una enorme sonrisa en la cara te dice cosas como: “ Aquí tiene su pedido, que lo disfrute”. Y no creáis que ha sido una sola vez, lo hace siempre, aunque sea verano y a esa hora yo esté disfrutando de mi interrumpida siesta mientras él se derrite con los 40 grados que hace en mi puerta. Con razón María del Mar lo llama el repartidor feliz.

 

Ya sabéis por dónde van los tiros de mi filosofía de vida. No son las circunstancias las que moldean nuestro ánimo, sino cómo vestimos esas circunstancias lo que lo hace. Hay quien dice que la esclavitud no se abolió, sino que se redujo a 8 horas al día. Yo no quiero ver el trabajo así. Cierto es que tú no eliges los horarios, las condiciones y la retribución en la mayoría de las ocasiones, pero, a fin de cuentas, la labor que cada uno hace es una parte necesaria de la maquinaria de nuestra sociedad. Hacen falta camareros, repartidores, médicos, albañiles, conductores y profesores, entre otros, para que esto funcione. Se inventó el dinero como mecanismo de cambio para premiar esas labores y cuando lo empleamos, estamos colaborando a que siga la rueda. Yo creo que debemos ver el trabajo como un medio que nos permite hacer otras cosas que podemos considerar más valiosas en la vida. Aunque mi jefe sea un energúmeno, en realidad, yo no trabajo para él, sino para mí, para que a fin de mes pueda emplear mi retribución para pagar el alquiler, comer, viajar o comprarme las pelotas de tenis, cosas de las que me beneficio yo. Maldecir nuestra suerte en la vida y escupir al trabajo que nos permite vivir con dignidad, no hace sino añadir malestar innecesario a una situación que seguro tiene aspectos positivos. Un compañero puede ser muchas veces un incordio, pero seguro que otro nos saca las castañas del fuego más de una vez. Un cliente nos trata mal, pero muchos otros dan las gracias por nuestros servicios. Y por muy mal que te haya ido un día con tu jefe, al final de la jornada no va a ser él el que se meta contigo en la cama. Por eso siempre digo que la paz en casa apaga muchas veces el fuego del trabajo. Malo es cuando los incendios se producen en los dos sitios, pero eso ya da para otra entrega.

 

Un buen rato después, mis intestinos se han apaciguado un poco. Algunas veces este diario es una especie de analgésico. Buen día.



Los comentarios están cerrados.