(XLVII) DIARIO DE UN LINFOMA (¿Por quién cuadruplican las campanas?).

(XLVII) DIARIO DE UN LINFOMA (¿Por quién cuadruplican las campanas?).

13 de julio de 2022

Pues sí, ayer no escribí, buena señal. Mis neutrófilos habían pasado de un 15% al 53,7%. El Filgrastin, y todos los mejunjes que me estoy tomando, además del ánimo que he recibido de tantos amigos y, por supuesto, las oraciones que el que está arriba está recibiendo, hicieron su efecto. Como podéis ver, si mis neutrófilos al final son muy agradecidos, un poco perezosos, pero cuando reciben tales estímulos responden.

El domingo me decía mi amigo Diego que otro amigo común, un poco sabelotodo a veces, le decía que el linfoma de Hodgkin está superado, que es una enfermedad que ya no tiene historia. ¡Ojalá fuera así! Tiene un 30% de mortalidad, que no es moco de pavo comparado con el susto que nos metió en el cuerpo el coronavirus en la primera ola con un 2%, aproximadamente en aquel entonces. Ahora bien, con mi edad, dentro de 25 años debo andar por un 90% de mortalidad, porque son 80 u 81 años el promedio de vida de los hombres en España, así que tampoco hay que rasgarse las vestiduras por un 30% con 55 años. Dicho lo anterior, todos nacemos con un 100% de probabilidades de espicharla, disculpad el vulgarismo, así que relativicemos todo un poco, que tampoco nos viene mal. Hasta que Dios no arregle todo esto, tenemos que ser un poco más razonables con la muerte, que ya llevamos muchos miles de años de experiencia lidiando con ella como para que no le hayamos cogido un poco el tranquillo.

El día de ayer fue el contrapunto del anterior, que fue magnífico. El lunes jugué al tenis 50 minutos por la mañana con Jairo y una hora por la noche, con mi yerno Wijan (sí, su nombre es por su ascendencia china, aunque él dice que es un chino de los chinos (las tiendas), porque ni habla mandarín, ni nació en China, sino en Cataluña, así que parla catalán y castellano). A los dos los hice sudar un poco, así que buena señal. Por la tarde me vine a Jerez y, aunque no tenía cita, sabía que Jesús, mi hematólogo, estaba pasando consulta en el hospital. Le pedí permiso a una paciente que estaba esperando y pasé a llevarle mis dos porciones de queso payoyo benaocaceño, uno de cabra y el otro de oveja. Se quedó un poco descolocado, pero cuando le pregunté si le gustaba el queso, me dijo que más que a los ratones, así que acierto pleno. Mi hija Abi me preguntó que si así sobornaba a los médicos. Hombre, como no es un cargo político ni funcionario, desterremos el término soborno, pero lo que sí tengo comprobado es que una muestra de agradecimiento, no le viene mal a nadie. No sé si cada día tratará con 40 o 50 pacientes, pero seguro que la cifra se le aproxima, así que no creo que se acuerde de todos, pero yo espero que a mí, por lo menos, se refiera como al del queso. Y seguro que cuando se lo coma cenando con un buen pan y una cerveza, malo no va a ser el recuerdo. 

Por la mañana, como siempre, el nerviosismo de la analítica. A las 8:30 acudí al hospital de día. Estaba de nuevo Paula, la enfermera y Claudia, la auxiliar. A las 9:45 me llegó el resultado y era el que ya he comentado, por lo que arreglé mi ingreso en la ventanilla de atención al cliente y me pusieron la pulsera del todo incluido. Por cierto, tengo que preguntarle el nombre a la chica que me atiende, porque es amabilísima, se acordaba de mí y me decía que ya quedaba menos. Esos pequeños detalles de empatía se agradecen una barbaridad. En los centros hospitalarios tenían que hacer una selección primando esa actitud, porque un cardo borriquero detrás de un mostrador te hace empezar con mal pie.

Luego a las 10 me encontré un panorama complicado, Paula y Claudia estaban un poco desbordadas. Ayer estuvieron todos los sillones ocupados y 3 o 4 pacientes tuvieron que esperar fuera a que se desocuparan algunos. A Alicia y a mí, mi compi de linfoma de Hodgkin, nos metieron los últimos. Ahí se equivocó Paula, porque somos los que tenemos una sesión de quimio más larga, pero bueno, tuvimos oportunidad los dos de charlar durante casi 2 horas hasta empezar, que fue casi a las 12. Claro, también fuimos los últimos que terminamos. Yo casi a las 5, que ya coincidí con algunos que tenían un turno a las 4. 

Alicia está la pobre físicamente peor que yo. Sufre diabetes desde hace muchos años y tiene las venas endurecidas, no es fácil pincharla para la vía y tiene algunas inutilizadas. Como ya conté, pasó por la U.C.I. hace unos meses por una infección y también tiene el corazón tocado y unas cuantas dolencias más. Yo veo que le gusta hablar conmigo porque se anima, sobre todo cuando ve que a mí me sienta peor la quimio que a ella, al menos, en algunos efectos. No siente nada de náuseas y tampoco se le altera tanto el sabor, porque dice que ahora maneja un hambre como nunca. Lo que sí tuvo la vez anterior fue una bajada de niveles sanguíneos peor que la mía y hasta le tuvieron que transfundir. Ha pasado en los últimos meses de pesar 84 kilos a 56. 

Me contó muchas cosas de su familia y yo de la mía. Tiene una sola hija que está casada con un senegalés, negro negro, como dice ella, y tiene una nieta preciosa de 4 años. Me estuvo enseñando fotos y yo también. Le llamó la atención que mi yerno es chino chino, como también lo calificó. Yo le dije que me encantaban los matrimonio de distinta raza, porque así creo que dicen los genetistas que salen descendientes más sanos. En fin, dos horas dan para una buena charla y así se nos pasó el tiempo más deprisa.

Cuando nos sentaron yo ya iba con ciertas náuseas. No sé si el desayuno me sentó mal. Me comí 2 magdalenas que tenían la fecha cumplida por dos días, pero no creo que fuera el problema, el caso es que a poco de empezar con la quimio las náuseas se incrementaron. Llegó un momento en que tuve que pedirle a Claudia una bolsa para vomitar, aunque finalmente no hizo falta. Paula vino rápidamente y me inyectó un Primperán en la vía y parece que en unos minutos hizo algo de efecto, no desaparecieron, pero ya eran soportables. Precisamente me trajeron la bandeja del hospital para comer, pero no pude nada más que probar un poco el arroz. A una sopa de fideos gordos que también venía, no le pude ni meter la cuchara. Tengo unas cosas, yo que les llevaba a las dos enfermeras también un trozo de queso payoyo, voy y se lo doy en ese momento ¡con una cara de asco!, que aunque adorné la entrega hablando de las maravillas de los quesos artesanos de mi pueblo (los Mangana me van a tener que hacer representante honorífico), mi cara no acompañaba a mis palabras. Las dos me dijeron que les gusta el queso, y espero que sea cierto, porque estos que saben de verdad a queso, no los come todo el mundo, a menos que les agrade realmente.

Como ya he contado, en la sala de quimio nadie habla con nadie, pero lo que sí ocurre es que se habla por teléfono. Ayer me tocaron dos que lo hicieron en varias ocasiones, la de mi derecha, sobre todo, tuvo un par de charlas muy largas con una amiga o familiar con la que repasó casi todas las tiendas de rebajas de Jerez. La de mi izquierda me hizo mucha gracia, era una mujer de unos 75 años. Habló también dos o tres veces con sus familiares y a todos les decía: “Que no, que mi hija no puede venir hoy a recogerme porque está en el calabozo con unos detenidos, sí, esa gente mala que hay por el mundo. Tiene que hacer un atestado y no puede retirarse de allí”. Espero que fuera la policía, no la detenida. En la siguiente conversación, creo que con un hijo, este le preguntaría si estaba hablando con alguien de los que allí estábamos y ella le decía con mucha gracia: “Que va, hijo, aquí no habla nadie, todo el mundo está a sus cosas. Nos tienen metidos como en un corral y no vemos a los de al lado”. Se ve que el hijo le insistía, porque será que sabe que a su madre le gusta charlar con otros, pero ella volvía a indicar: “Que no, que aquí cada uno va a lo suyo, que nadie habla con nadie.” Ella, igual que yo, estaba en la zona de mamparas que no te permiten ver a los que tienes más cerca. Enfrente hay una fila de sillones como los que veis en la foto. Esos sí están sin separadores pero, como le dan la espalda a los ventanales, me resultan más tristes para estar tantas horas allí.

A la entrada de la sala hay una campana que se llama La Campana de los Sueños. Pone que la haga sonar el enfermo que comparta su alegría por las buenas noticias. La señora de mi izquierda le preguntó a Paula si ella podía tocar la campana. Yo no he visto tocarla a nadie en los 3 días que he estado. Paula le dijo que por supuesto. La mujer le inquirió que por qué motivo se podía tocar y le respondió que por lo que cada uno quisiera, que hay quien la toca cuando termina todas las sesiones de quimio, otros porque empiezan, otros porque se encuentran mejor y hay algunos que se niegan a tocarla. Dice que hay pacientes a los que los han animado a hacerla sonar pero no han querido, no saben si es por superstición, timidez o cualquier otra razón. La señora dijo: “Pues yo hoy voy a tocarla y le voy a dar dos pin”. Al escucharla le dije: “Anda mujer, para una vez que la tocas, dale 4 o 5, ¿le vas a dar solo 2? Yo, como hoy no vomite, la voy a tocar también.” Paula dijo: “Ay, el pobre, la va a tocar solo por no vomitar”. “¿Te parece poco motivo de alegría?”, le contesté. La mujer se reía conmigo y Alicia, que estaba un poco más retirada, también. Al poco la señora se marchó y tocó la campana flojito delante del hijo y los que allí quedábamos.

Cuando aquello se quedó más tranquilo, Paula me dijo que no sabía cómo había salido todo bien aquella mañana. El principal problema es que Claudia es auxiliar de enfermería y la chiquilla no para, es superdispuesta, pero no puede pinchar, ni tampoco poner medicamentos por su cuenta, todo lo tienen que consultar con Paula. Poner las vías no es nada fácil, porque muchos pacientes oncológicos tienen las venas muy deterioradas, algunos tienen catéteres en el pecho o en otras partes y tienen que tener mucho cuidado. Y así estaremos en julio y agosto, porque la semana que viene se va Paula y viene Eli, pero estará en las mismas.

Sobre las 4:30 llegó mi hija Abi a recogerme. Yo me iba a ir andando al piso, pero como estaba con las dichosas náuseas y hacía tanta calor en la calle, la llamé, me fuera a dar un “parraque”. Estuvo conmigo allí charlando hasta que a las 5 terminé. Al salir, me fui para la campana y pegué unos cuantos campanazos como veis en el vídeo. Yo no me podía imaginar que la campana sonaba tan fuerte. Además estaba frente a la puerta abierta del hospital de día, que da, precisamente, a la sala de recepción de la entrada al centro y, en aquella hora, estaba llena de gente esperando a ser atendida en las ventanillas. Cuando pasé entre ellos con mi hija todos me miraban con cara de asustados por los campanazos. Yo pensé: menudo susto se han llevado, y mira que allí, el que más y el que menos, no está para muchos sobresaltos. Un hombre, que sabía de lo iba la campana, me dijo: “Qué, has tocado la campana, ¿no?”. Sí, le dije, pero suena tan fuerte que parece que están avisando a los bomberos. Estoy seguro de que alguien en el hospital lo pensó. El próximo día, puesto que la voy a tocar cada día que vaya, lo haré con menos poderío.

Cuando llegué a casa, le pedí a mi hija que me comprara 4 kilos de sal en el Dia que está junto al piso. Le dí 5 euros porque 3 semanas antes yo había comprado una sal a 1 euro el kilo, pero ella me llamó diciendo que la sal normal valía 30 céntimos, que cuál había comprado yo. Menudo inútil soy en las compras. ¿Para qué la sal? Pues porque una recomendación que leí es que después de la quimio sienta bien echar 2 kilos de sal en la bañera y meterse en agua caliente. Al parecer se abren los poros y la sal actúa eliminando toxinas. No sé si servirá para algo, pero como no creo que haga daño, ya lo he hecho dos veces y la verdad es que sale uno más relajado. A las 9 le preparé un baño similar a la Rubi, que, como siempre, se niega en principio, pero le insistí, y después de dárselo, a la hora de acostarse me dijo que estaba muy relajada también.

Bueno, hoy tenía ganas de contar mi día con más detalle. Creo que refleja bien lo que supone una sesión de quimioterapia, con sus inconvenientes pero, a su vez, con sus momentos buenos. Podría decir que ha sido una jornada nauseabunda pero, entiéndase la literalidad, porque han abundado las náuseas, pero, por otra parte, ha sido fantástica. Mis neutrófilos a tope, mis alocadas células tumorales han recibido un cañonazo de veneno, algunos de mis compis de quimio se han reído con mis campanazos y después del baño de sal, me sentí mucho más relajado y pude escuchar mi reunión de los martes por videoconferencia. Ah, y por la noche, la cena no sabía todavía tan mala. Del día, siempre hay que quedarse con lo bueno, que generalmente es lo más abundante. Ya sabéis, la mancha de la camisa siempre será más pequeña que el resto de la prenda. Feliz miércoles, disfrutad del “fresquito”.






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