(XLVI) DIARIO DE UN LINFOMA (claro que puedes).
11 de julio de 2022.
Hoy, día previo a la 3ª sesión de quimioterapia, he aprovechado mi buen estado físico para echar un rato de tenis con mi amigo Jairo. Habíamos quedado a las 8 de la mañana en las pistas de Ubrique, para aprovechar antes de que el sol hiciera aparición. Pensaba que se produciría a partir de las 9:30, aprovechando que el pueblo se encuentra en un hoyo, como decimos los ubriqueños, y que las montañas lo resguardan de las primeras y últimas horas de sus rayos, pero antes de las 9, ya nos daban en el rostro, así que solo hemos podido disfrutar de unos 50 minutos de deporte. Estoy como los murciélagos, o murciégalos, que también lo admite la Real Academia Española, todo el día encerrado escondiéndome del astro rey. Ya me lo noto en las piernas sobre todo, que otros años, aunque no pise mucho la playa, se me ponen morenas tan solo de las horas de ejercicio al aire libre. Este año no me voy a poder guasear con los muslos lechosos de mi Rubi, porque los míos están cadavéricos.
Como cada lunes previo a mis sesiones de menú oncológico, deseo no poder escribir mañana mi diario, señal de que las habré recibido, pero también, como cada día antes, tengo esa intranquilidad que produce no saber hasta el ultimísimo momento si efectivamente podrán realizarse. Jesús me acaba de enviar un email con el volante para el hemograma urgente de mañana y me pide que le envíe el resultado para programar la siguiente sesión y la administración del Filgrastin antes de la misma.
Yo, afortunadamente, no soy nada hipocondríaco, pero ahora que no tengo que serlo, porque evidentemente estoy enfermo, siento más compasión por los que lo son. Esta enfermedad que te pilla tan desprevenido, tiene el inconveniente de que te genera inseguridad. Si no llega a ser por la fiebre que empezó el 14 de marzo y los demás síntomas que se me presentaron posteriormente: sudores nocturnos y tos, nunca habría sospechado que se estaba gestando esa patología en mi sistema linfático. Ahora que me encuentro relativamente bien, busco algún síntoma, reacción o indicación que me permita saber si el cáncer está remitiendo o extendiéndose, y el problema es que no ofrece muchas pistas el muy canalla. El primer ganglio que se me inflamó de forma visible fue el del cuello, que además sirvió para la biopsia, pero el TAC con contraste mostró que había muchos más afectados en otras partes del cuerpo, invisibles a la vista y escondidos a la palpación. Es verdad que la fiebre ha desaparecido y también tengo mucha menos tos, pero hasta que no vuelva a pasar por la máquina del PET-TAC no se podrá conocer con exactitud su estado actual.
Lo que acabo de explicar genera cierta inseguridad, porque no puedes saber con certeza lo que está ocurriendo en tu interior debido a la ausencia de indicadores físicos evidentes. Eso me exige un esfuerzo consciente para no darle vueltas a lo que no puedo determinar, de lo contrario entraría en una obsesión que podría perjudicarme. Por eso digo que compadezco a los que no pueden controlar esa fijación que los lleva a pensar que seguro que tienen algo malo. Tengo amigos a los que les cambia la cara cuando soy muy específico con mi enfermedad o las de otras personas. Recuerdo uno de ellos que casi se desmaya cuando le contaba una intervención a la que tuve que someterme para extirparme un quiste. No solo era aprensivo con sus propias dolencias, sino tremendamente impresionable con las de los demás, hasta el punto de que se desmayaba con solo ver algo de sangre. Su mujer me decía que un día su hija pequeña se cayó y se abrió una brecha en la ceja con una silla y que automáticamente él se desmayó y se dio otro golpe, con lo que ella no sabía a quién acudir.
Autor foto: Gabriel González. Creative Commons.
Alguien con una predisposición tan clara hacia algo que lo limita, como lo que acabo de explicar, ¿puede cambiar y pensar o actuar de otra manera? Yo estoy convencido de que sí. Hoy me quiero detener en algo valioso que he aprendido a lo largo de mi vida, algo que en mi caso no ha exigido un esfuerzo demasiado marcado para conseguirlo, pero que estoy seguro de que todo el mundo puede llegar a lograrlo. Si algo he intentado desterrar del vocabulario de mis hijas, ha sido la expresión “No puedo”. Más de una vez, desde pequeños, esa expresión o la idea que subyace tras ella, acude a nuestra mente. Cuando se les atragantaba la resolución de un problema matemático que era parte de sus deberes del cole, podía llegar uno de esos “no puedo”. Es que yo no sirvo para las matemáticas, podía ser la excusa. Es que yo no puedo con las manualidades, no se me dan bien. Estoy agobiada con el trabajo de Historia, es que con ese profesor no puedo.
Con mis alumnos también me he encontrado esas dichosas palabras limitantes. Han sido numerosos los que me las han dicho especialmente en cuatro campos. 1) Es que yo no puedo con la informática, no se me dan bien los ordenadores. 2) Soy muy torpe con las manos e incapaz de escribir al ordenador con todos los dedos y al tacto, sin mirar el teclado. 3) Me bloqueo al hablar en público, no voy a poder hacer las presentaciones que me pides delante de toda la clase. 4) Y finalmente, los idiomas no se me dan bien, no me entero de nada y no voy a poder hablar en inglés con el asistente lingüístico.
En mi vida siempre he aplicado una máxima: si alguien lo puede hacer, yo también. Atención, se trata de aplicar esto de una forma razonable, como todo en la vida. Pongo ejemplos deportivos, porque como sabéis es una de mis aficiones. Siempre he practicado el tenis, pero lo aprendí de una forma autodidacta y poco ortodoxa. En cualquier deporte siempre me ha llamado la atención cómo mejorar la técnica, porque detrás de esa perfección que exhiben los profesionales hay muchas horas de práctica y aprendizaje guiado. Nadie juega al tenis correctamente desde el primer día porque tiene una predisposición natural. Es, sin duda, uno de los deportes más técnicos que existe y si no aprendes la mecánica de los golpes, es imposible ejecutarlos correctamente. Pues bien, yo empecé a recibir clases de tenis, por primera vez, hace unos 8 o 10 años. Llevaba jugando 25, pero a pesar de comprarme libros y estudiarlos, muchos de mis golpes estaban muy alejados de los de los profesionales. Con 45 años no podía aspirar a jugar como Nadal o Federer, eso es evidente, pero ¿por qué no podía ejecutar mis golpes de la forma más parecida a como ellos lo hacen? Si ellos lo aprendieron, ¿por qué yo no?
Ya le gustaría a Federer tener mi estilo, pero ¿qué le vamos a hacer?
Hace también unos 10 o 12 años empecé a nadar. Desde el principio me compré un libro sobre la natación, que además aconsejo, se llama “Inmersión total”, que te enseña a hacerlo sin esfuerzo y aprovechando la hidrodinámica. Tanto para el tenis, como para la natación o para reparar la cisterna de tu casa, hace ya años que tenemos una maravilla que se llama YouTube. Sinceramente, quien hoy no aprende, es porque no le da la gana. Si quieres sembrar patatas, tienes un hortelano experimentado que te lo explica. Si deseas desparasitar a tu gato, arreglar el termo, eliminar humedades en un sótano, ejercicios para mejorar una tendinitis, en fin, para qué voy a redactar una lista más larga, si es que hay de todo y explicado en detalle. Yo hoy día, no nado, ni de lejos, tan rápido como los que se dedican a eso, pero mi estilo se acerca mucho al que ellos practican. Lo mismo puedo decir de mi revés en el tenis o mis tiros a canasta en el baloncesto. No puedo aspirar a la perfección del que se dedica a eso 8 horas cada día, pero me puedo acercar a su estilo y si tuviera 30 o 35 años menos y empleara el mismo tiempo, probablemente, todavía me aproximaría más. Yo sí puedo hacer todas esas cosas. Lo que quiero resaltar es que hay objetivos razonables que todos podemos alcanzar al grado que nos lo permite nuestra edad o nuestras circunstancias, pero si de partida nos decimos no puedo, la batalla está perdida antes de empezar.
Siempre bromeo diciendo que cuando ya casi no pueda moverme, me verán con los viejetes jugando a la petanca. Pues bien, hace 3 años presencié un campeonato de petanca en Gerona y me sorprendió el nivel de los participantes. Venían de distintas partes de España y Francia. Como no me puedo callar, entablé conversación con un equipo que venía de Valencia, formado por tres personajes, dos más jóvenes y uno de mi edad. Los dos más jóvenes tenían una apariencia llamativa. Uno pesaría 150 kilos y el otro era un heavy con todos los pertrechos: pelos largos, camiseta con calaveras y tatuajes varios. Iban de torneo en torneo por toda la geografía nacional y habían perfeccionado sus habilidades de forma que cada uno tenía un papel. El heavy era especialista en golpear las bolas de los oponentes para retirarlas de la pequeñita y los otros dos eran los que conseguían aproximar las suyas al objetivo. Me explicaban que había toda una estrategia en cada partida y después de horas y horas mostraban una habilidad extraordinaria. Me dije: vaya, pues yo que pensaba que la petanca tenía poco que estudiar, el día que la practique seguro que me entusiasma.
Volviendo a los 4 impedimentos que siempre me he encontrado en mis alumnos. En 30 años enseñando a escribir mecanografía al tacto, ni un solo alumno de los que ha asistido regularmente a clase ha sido incapaz de lograrlo. Con alguno me costó meses convencerlo de que podía conseguirlo, pero finalmente aprendió. Los más reacios a hacer las presentaciones de oratoria, que llevo 15 años practicando en mis clases, han acabado hablando en público sin demasiados problemas, algunos de ellos que decían que eran incapaces, hasta ha acabado gustándoles y me decían que querían hacer más. En las primeras ocasiones, más de uno intentó dejarlo en plena presentación, pero yo le decía: sigue, no te permito que lo dejes y acababan sus 4 minutos de charla. Lo mismo he observado con la informática y el inglés. Cuando te enfrentas superando tus miedos a esos objetivos aparentemente inalcanzables, te das cuenta de que si otros son capaces, tú también. No debes obsesionarte con el grado al que serás capaz de desenvolverte, sino a que eres capaz de hacerlo. Con el tiempo, uno se da cuenta de que puede desempeñar esa habilidad mucho mejor de lo que pensaba, pero solo ser capaz de realizarlo a un determinado nivel ya merece la pena e irá fortaleciendo nuestra determinación en otros muchos campos.
¿Se puede evitar hasta cierto punto la hipocondria, el miedo a las alturas o adquirir las fuerzas para enfrentarse a una situación adversa? Si nos enseñan cómo hacerlo, por supuesto. Yo no sé si soy el mejor paciente oncológico que se van a encontrar mis enfermeras del hospital de día y mi hematólogo, pero voy a intentar ser uno bueno y colaborador. Todos podemos ser mejores parejas, padres, hijos, fontaneros, albañiles, médicos, profesores o lo que sea. No los más excelsos, pero sí suficientemente competentes. Y estoy convencido que no hay edad que nos impida mejorar en muchísimos aspectos, pero para ello hay que eliminar de nuestro vocabulario dos palabras: no puedo.