(XLIX) DIARIO DE UN LINFOMA (más serotonina y menos dopamina).

(XLIX) DIARIO DE UN LINFOMA (más serotonina y menos dopamina).

15 de julio de 2022.

Autor foto: Mark Kennedy. Creative Commons.

El Black Friday llegó puntual, bueno, en realidad se adelantó un poco, porque anoche, a las 11 y poco me tuve que ir a la cama. El cansancio que aparece al tercer día post-quimio me lo noto hasta tecleando ahora mismo. Es como si te hubiesen bajado las revoluciones de tu cuerpo, como aquellos vinilos antiguos que en lugar de a 45 rpm. los ponías a 33. Te faltan fuerzas y por dentro tienes esa sensación tan desagradable para la que, al menos yo, no encuentro palabras exactas para describirla. No son solo las náuseas, sino algo así como si un enjambre de hormigas diminutas recorriera tus tejidos y fueran pellizcando tus intestinos, articulaciones, músculos y mucosas, para arrancarte pequeñas porciones. Tienes la inexplicable consciencia de que algo te está haciendo daño por dentro.

Anoche comiendo un revuelto de tomates de mi huerto, que tenía conservados al vacío, con un par de huevos, una ensaladilla rusa y unas banderillas de atún de Barbate que me regaló mi amigo Diego, el vejeriego, volvían a saber a nada. Solo se salvaba un poco el atún, pero nada que ver a cómo me sabía el lunes pasado. El tacto de tu lengua y las papilas gustativas de todo el paladar se siente como si hubieran pasado una lija y desaparecido esas pequeñas protuberancias que supongo que serán las que perciben el sabor, están lisas. Hasta tragar cuesta trabajo, ayer al mediodía tuve que regurgitar un buche de cerveza (sin alcohol) porque no pasaba con el bocado de pan, y en la vez anterior de quimio, una noche no era capaz de hacer bajar un paracetamol de un gramo que se me quedó atravesado. 

Bueno, no voy a abundar en más detalles, pero ahí quedan esos en mi diario, para cuando los lea en un futuro y recuerde que no fue un camino de rosas este de la recuperación. También creo que puede servirle a los que me leen y están pasando por lo mismo. No verse un bicho raro, y reconocerse en esos síntomas, siempre ayuda a consolarse un poco. Lo positivo es que ya va siendo un camino trillado que, al recorrerlo por tercera vez, lo voy asimilando mejor. Ayer por la tarde eché mano, por primera vez, a una pastilla de Ondansetrón, un antiemético, un medicamento para controlar las náuseas, más fuerte que el Primperán. Me hizo efecto y pasé el resto de la tarde-noche sin ellas. Al acostarme, un Primperán, un Bianacid y un Paracetamol también me han ayudado a descansar mejor. Cuando escucho a algunos decir: “Es que me tomo 14 pastillas al día”, y lo hacen en tono de queja, yo solo puedo pensar lo que muchas veces les respondo: “Y menos mal que hay pastillas”. No hace tanto, sin pastillas para la tensión te daba un ictus, un infarto o se te producía un aneurisma con 40 años. Gracias a las capsulitas, algunos lidian con la diabetes, la hipercolesterolemia y otras “goteras” sin mucho problema. ¡Vivan las pastillitas!

No sé si hoy es el día más indicado para abordar el tema que tenía pendiente de un post anterior: la contradicción entre placer y bienestar o felicidad. Hoy esos tres sustantivos no definen precisamente mi día, pero a ver si así, alejándome de dichos estados, soy capaz de definirlos con más objetividad.

Voy a basar mis argumentos en el vídeo que colgaré al final del escrito. Aunque yo lo desarrolle con ideas propias, creo que merece la pena que lo veáis con tranquilidad, son 4 minutos que no tienen desperdicio y nos puede ayudar a entender cómo funciona nuestro cerebro al lidiar con esos sentimientos tan dispares, incluso excluyentes, como veréis, que pueden llegar a ser los del placer y la felicidad.

Fundamentalmente, el autor del vídeo, Robert Lustig, del que ya hablé en mi post XXXII (Vamos a cuidarnos un poco), un neuroendocrinólogo, saca a relucir una realidad preocupante: vivimos en una sociedad que potencia la búsqueda del placer y de esta forma castiga a la felicidad. Pero lo peor empieza por el propio concepto, la gente confunde uno y otro pensando que son lo mismo, y en absoluto es así. El autor detalla 7 grandes diferencias.

  1. El placer es efímero y la felicidad es permanente.
  2. El placer es visceral y la felicidad es etérea.
  3. El placer es recibir y la felicidad es dar.
  4. El placer se puede obtener con sustancias y la felicidad no.
  5. El placer se puede alcanzar solo y la felicidad se experimenta en grupos sociales.
  6. El placer extremo puede conducir a la adicción, pero no existe adicción a la felicidad.
  7. El placer es dopamina y la felicidad serotonina.

El séptimo punto que determina la diferencia sustancial entre uno y otro es tremendamente interesante, porque el doctor explica cómo funciona un neurotransmisor y otro. Los dos son químicos que usa el cerebro, pero que actúan de forma totalmente distinta sobre las neuronas. La dopamina excita a las neuronas colindantes, y cuando esto ocurre demasiadas veces o de forma muy intensa, esa neurona muere. Para protegerse, estas reducen los receptores de dichos estímulos, para intentar mitigar el daño. Esto provoca un círculo vicioso, como los estímulos quedan un poco bloqueados, se necesita más dopamina para seguir recibiendo el mismo placer, con lo que se produce la adicción y lo que es peor, llega el momento en que ya no lo produce apenas.

La serotonina actúa de forma totalmente contraria, no es estimuladora, sino inhibidora. No es posible tener sobredosis. Nos ayuda a permanecer calmados y en un estado de sobriedad o paz interior. La dopamina nos acelera, la serotonina nos sosiega. Lo que produce esta última nos acerca más al estado de bienestar o felicidad. La paradoja a la que nos enfrentamos los humanos es que los dos neurotransmisores son necesarios, pero uno suprime al otro. A más dopamina, más placer, pero menos serotonina con lo que se reduce la felicidad.

Lo que acabo de explicar, o más bien parafrasear del doctor Lustig, tiene una repercursión importante sobre nuestro planteamiento vital. ¿Qué buscamos en la vida, el placer o la felicidad? Porque si no somos cuidadosos en dosificar el primero, acabamos arruinando a la segunda, que es la sensación realmente importante. Sabéis que me gustan las citas bíblicas, pues es llamativo que en 2 Timoteo 3:4 hable de un tiempo en que, de forma general, la gente amaría los placeres por encima de otras cosas mucho más importantes. El señor Lustig también lo pone de manifiesto en su vídeo y en los libros que ha escrito. Habla de la sociedad estadounidense, de la que bien puede ser un reflejo cualquier otra occidental, como la europea, como una enfrascada en la búsqueda de la satisfacción a corto plazo, hedonista.

¿Quiere esto decir que hay que suprimir los placeres? Evidentemente no, por algo existe la dopamina y la excitación que produce es necesaria, pero volvemos a la necesidad de un punto de equilibrio, uno en el que nunca perdamos de vista ese hecho que nos puede resultar chocante, que a más placer menos felicidad. ¿Qué nos produce lo primero? Pues la comida, el sexo, el deporte,el alcohol, las drogas, las pantallas o el uso de dispositivos, por ejemplo. Vivimos en un mundo en el que lo que más vende son los productos que llevan al placer. Estamos absolutamente bombardeados por publicidad consumista para que adquiramos todo lo que nos hace segregar dopamina, y se trata de hacerlo sin medida, porque no hay límite para el que quiere vender y obtener beneficios. Si nos dejamos arrastrar, podemos llegar a pensar que esos rostros sonrientes que consumen hamburguesas maxi de la conocida marca, los de los exitosos conquistadores o arrebatadoras mujeres que usan aquella colonia o ese arriesgado deportista que suelta adrenalina haciendo salto base con paracaídas, son el paradigma de la felicidad, cuando, en realidad, están arrinconándola a golpes de dopamina y excitación.

El problema de la adicción es otro importante al que no podemos dejar de darle la importancia que merece. Cada vez hay más personas esclavizadas al alcohol, las drogas, el sexo, la comida basura, los deportes de riesgo y así podría seguir en la lista. Recuerdo un documental que vi sobre una saltadora en paracaídas que cada vez realizaba saltos más arriesgados. La excitación que producían los primeros ya no le servía para repetirlos, tenía que ejecutarlos más difíciles y con más riesgo. Acabó muriendo en uno de ellos, y el reportaje seguía a otros saltadores similares que acababan del mismo modo. ¿Qué podemos decir del sexo o las drogas? Los que caen en esas adicciones reconocen que empezaron con una práctica más contenida que fue a más hasta que casi no había límite para ir obteniendo el placer inicial.

Ahora bien, ¿qué puede contribuir a la segregación de serotonina? Pues todo aquello que huye de lo efímero, visceral, egoísta y no necesita de sustancias. Claro está que hay enfermedades que suponen un déficit de esta hormona que solo puede compensarse con medicamentos. La depresión está íntimamente relacionada con esto. En este caso son los psiquiatras y neurólogos los que tienen que actuar. Los legos como yo, no deberíamos dar consejos en este campo, porque se necesita una especialización y conocimientos de los que carecemos. Pero lo cierto es que hay formas de vida más saludables y hábitos que ayudan de forma decisiva cuando no se trata de cuadros patológicos.

Ya mencioné en otro post, el XII (Soledades y compañías), la importancia que tienen en el bienestar las relaciones sociales. El estudio más extenso en el tiempo que se ha realizado sobre el tema, ponía de manifiesto que era lo más determinante. ¿Qué hacemos por fomentar esas relaciones? Dicen los expertos, que potenciemos el cara a cara y dejemos las pantallitas. Necesitamos tener un círculo de amistades presenciales fuerte y cuidar las relaciones familiares. ¿No podemos hacer todos algo en ese campo?

La moderación en la comida y la bebida es otro aspecto a cuidar si no queremos que nos desborde la dopamina y se reduzca por tanto nuestro bienestar. En el primer aspecto, una máxima que he escuchado siempre es que hay que comer un poco de todo y mucho de nada. Mira que están buenas las gambas blancas de Huelva, pero como las comas todos los días, acaban por dejar de saber tan bien. Yo nunca me he emborrachado, pero siempre me ha gustado una cervecita fría o un buen vino tinto, últimamente incluso el blanco. Pero nunca he entendido que haya que tomarse 6 cervezas o una botella de vino. Quizás no soy muy propenso a las adicciones, como ya he contado, pero es que estoy convencido de que excederme con el alcohol no me produce ningún placer adicional, prefiero dosificarlo. 

Las relaciones sexuales son otro aspecto, relacionado con otro mucho más amplio, como son las relaciones de pareja, que merece mucho más detenimiento y reflexión, pero también observo en esta sociedad hipersexualizada un desequilibrio que vuelve a oscurecer a la felicidad. Parece que la promiscuidad y la frecuencia en la que se mantienen relaciones íntimas lleva a la felicidad, cuando se observa todo lo contrario. En absoluto veo más satisfechas con su vida a los que alardean de sus continuas conquistas y “hazañas” de esa índole. Las parejas más estables y consolidadas, las que demuestran mayor bienestar son las que mantienen una sexualidad sana y equilibrada. Nos quieren vender la moto de la pornografía y el todo vale si hablamos de sexo, pero la desmesura que hoy se percibe, no veo que produzca la paz interior y la calma que está relacionada con la felicidad, sino todo lo contrario. 

Por tanto, después de todo este rollo que he soltado (a lo mejor toda esa química que recorre mis venas estos días me tiene un poco trastornado), lo que me gustaría resaltar es que la búsqueda de la felicidad tiene mucho que ver con dejar que los placeres ocupen su correspondiente lugar, uno que no sea el predominante en la vida, uno que no asfixie a nuestra pobre serotonina. Hacer cosas por otros, relacionarnos, comer sano, tener un sentido de la espiritualidad, en mi caso, y perseguir lo permanente, no lo efímero, nos ayudará a acercarnos un poquito más a ese estado no tan utópico de la felicidad bien entendida, a pesar de habitar un mundo imperfecto.

 













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