(L) DIARIO DE UN LINFOMA (La “L” es de Learning).
16 de julio de 2022.
50 entradas en el diario. No está mal para lo que empezó solo como un desahogo puntual con aquel primer escrito que titulé “No hacía falta un linfoma, pero…” Creo que, a partir de ahora, voy a dejar de numerar en romano, porque hasta a mí ya me cuesta traducirlos a arábigos. Creo que ya que el último va a llevar una L de 50, también me la voy a tomar como de Learning, la que llevamos en los coches cuando estamos aprendiendo a conducir. Yo estoy asimilando cómo tratar con esta enfermedad y con los efectos de la quimio. También intento conducir mi mente por los senderos más sensatos y saludables, porque estoy convencido de que si no lo hiciera, todo iría mucho peor.
Quizás toca recapitular un poco. Hoy, después del Black Friday, me he levantado apalizado. Ayer volvió a ser el día malo y he amanecido sin fuerzas y de nuevo con náuseas, aunque controlables. Espero que a medida que avance la jornada, me vaya reponiendo. Aun así, aunque el dicho “mens sana in corpore sano” es muy cierto, también tiene el recorrido inverso, el cuerpo malsano te lleva a que tu mente no razone de la forma más adecuada. Haré un esfuerzo por romper ese mecanismo.
Fue un 27 de abril, miércoles, el día que Víctor, el internista que me trató en el hospital HLA de Jerez, me dio el resultado del TAC con contraste que me habían hecho esa mañana. Después de más de mes y medio con fiebre, todo indicaba que el origen era un linfoma. Eran casi las 2 de la tarde. Ese miércoles, mi Rubi tenía que acudir a su cita médica y le insistí en que no la perdiera. Durante un par de horas me quedé voluntariamente solo en la habitación del hospital e intentando reconducir mis pensamientos. Primero lo hice sentado en el sofá que acompaña a la única cama de la habitación, con mis manos sujetando mi cabeza y los codos apoyados en las rodillas, y más tarde, acostado en ella, mirando el techo de la estancia. Uno se pregunta, a veces, cómo respondería ante situaciones delicadas que se nos presenten en la vida, y os digo la verdad, no creo que haya forma ni de prepararse, ni de predecir cómo vamos a reaccionar.
No recuerdo, como es natural, todo lo que pasó por mi mente en esos instantes, pero sí sé que casi lo primero que hice fue hablarle a Jehová. Le pedí calma y paz interior. No le rogué que me curara, porque como expliqué en mi primer escrito, sé que ahora no lo está haciendo. Estoy convencido de que podría, creo en su inmenso poder, pero ¿por qué lo iba a hacer conmigo y no con otros miles o millones de personas que se lo piden? Sé que algún día llegará a hacerse realidad esa promesa de Isaías 33:24 en la que se asegura que algún día “ningún habitante dirá: estoy enfermo”, pero no es el momento todavía. Lo que sí percibí casi instantáneamente fue ese sosiego interior que anhelaba y, casi 3 meses después, lo sigo sintiendo. El valor de esa sensación de paz es incalculable. No pido realmente nada más en mi día a día. Ahora tengo que lidiar con una enfermedad grave, acompañada de un tratamiento tan desagradable como la propia enfermedad, pero otros tienen que hacer frente a la pérdida de seres queridos, dolencias de hijos pequeños que hacen sufrir mucho más que las propias, accidentes inesperados, rupturas sentimentales, reveses económicos. Todos zozobramos en un mundo convulso e imperfecto, pero navegar por él con paz interior es lo máximo a lo que podemos aspirar, y yo, en estos momentos, la conservo.
En mi primer escrito recogí 4 aprendizajes que recibí en unas 3 semanas. Ahora puedo confirmar y ampliar esas lecciones vitales con casi 3 meses de perspectiva. Voy a empezar por la 4º. Sí, como acabo de explicar en el párrafo anterior, sigo notando ese poder más allá de lo normal que me sigue otorgando el que originó este mundo. Es difícil describir lo que supone esa sensación de la que hablo, pero como no hay una sola palabra que lo haga, voy a envolverla con frases. No siento odio ni beligerancia hacia la enfermedad. Quizás a otros les sirva enfocarse en el “enemigo”, el “bicho”, el adversario, pero yo me concentro en fortalecer a mis tropas, mantener el espíritu en alto, reforzar mi sistema inmunológico, elogiar a mis neutrófilos por el esfuerzo que hacen a pesar de las pérdidas que se producen en sus filas. Más que oponentes, veo a mi alrededor aliados. Los médicos me guían en cómo actuar, las enfermeras tratan de hacerme las sesiones de quimio lo más llevaderas posible, los amigos me animan continuamente, la familia se muestra incondicional. Las fuerzas del bien son mucho más numerosas a mi alrededor, aunque eso no siempre sea sinónimo de victoria.
Sigo aceptando con naturalidad la imprevisibilidad de la vida. Fue, como ya he indicado, un 27 de abril la fecha de la noticia. El siguiente fin de semana, el del puente del 1 de mayo, tenía reserva en un hotel de Madrid y entradas para ver el Mutua Open de Tenis. Hacía un año que realicé sendas reservas. ¿Cómo iba a saber yo que la cama del hotel se convertiría en una de hospital ese mismo fin de semana? ¿Y qué podía hacer al respecto? Pues nada, aceptarlo, ¿qué vas a hacer? Perdí algún dinero, pero los planes no son nada más que eso, garabatos de humo que escribimos en el aire y desaparecen cuando el viento se los lleva. Lamentarme por mi suerte en la vida o sumergirme en la frustración solo sirve para malhumorarte y empeorarlo todo, es como querer derribar una pared a cabezazos. Que no, que las cosas no salen siempre como queremos, a ver si nos damos cuenta de eso y lo aceptamos, porque somos muchas veces tan zoquetes que nos empeñamos en tratar de moldear el futuro a nuestro antojo y eso es como, en estos días, querer cambiar la dirección del viento de levante dando manotazos al aire en nuestra terraza. Segunda lección en mi cabeza todavía más afianzada.
Sí, la vida sigue siendo maravillosa, me reafirmo. Nunca he creído que haya que sufrir para saber lo que significa disfrutar, pasar por lo malo para apreciar lo bueno. Alguna vez he leído que Dios desea que suframos, porque eso nos acerca a Él y nos ayuda a apreciar lo bueno. Nada más lejos de lo que dice la Biblia. Es cierto que las situaciones dificultosas, generan en nosotros valiosas cualidades, como el aguante y la paciencia, pero cuando las cosas van bien, no hay que esperar a que se tuerzan para valorar la felicidad. Eclesiastés 3:12, 13 dice: “He llegado a la conclusión de que no hay nada mejor para ellos que alegrarse y hacer el bien durante su vida, y también que todos coman y beban, y disfruten de todo su duro trabajo. Eso es un regalo de Dios”.
Dicho lo anterior, también es cierto que cuando uno pasa tan rápidamente de un estado de bonanza a uno de miseria, el primero se acentúa en cuanto se recupera. Ahora estoy en mi semana mala post-quimio, me faltan las fuerzas, casi todo el día me acompañan las náuseas y la comida, o no sabe a nada, o es repugnante, pero ahora viene lo bueno: en cuanto recupero mis fuerzas, desaparecen las fatigas y reviven los sabores en mi boca… no veas lo que disfruto. Mi rato de tenis es curativo, el gazpacho sabe espectacular y los paseos, así como los descansos, son todavía más gratificantes.
La semana que viene, este picadillo, con productos 100% de mi huerto, sabrá deliciosamente.
Y, por último, otro de los descubrimientos que describía en aquel primer escrito son las muestras de afecto y generosidad que recibo de personas que ni siquiera imaginaba. ¿Han amainado esos gestos de desprendimiento? Para nada. Ahí siguen cada día. De forma periódica y por distintos cauces, me sigo encontrando con el cariño, empatía y comprensión de cientos de personas. Y ya no es solo de mi entorno cercano, sino de los lugares y procedencias más insospechados. En realidad, yo pienso que todos estamos deseosos de mostrar nuestro aprecio por otros, pero nos mostramos demasiado cautelosos a la hora de hacerlo. Cuando nos encontramos a alguien que abre la compuerta de sus sentimientos, provoca el efecto contagio y otros también se desprenden de los que guardan con excesiva precaución. Sí, mi diario y mi enfermedad, han abierto un flujo de cariño y comunicación que, afortunadamente, no cesa.
La entrada 50, lleva la “L” de “Aprendiendo (Learning)”. Y de todo se extraen lecciones positivas, solo hay que buscarlas. ¿Cuántas entradas más vendrán en este inesperado diario? ¡Quién sabe! El futuro no está escrito. Yo, a pesar de la futilidad que supone, seguiré cometiendo el error de trazar algunos garabatos de humo en el aire, pero aceptaré que el viento de levante se los lleve. No obstante, si algunos quedan y se cumplen, como un final feliz para este recorrido al que me ha llevado la enfermedad, serán, sin duda, muy bienvenidos.