(XL) DIARIO DE UN LINFOMA (se llama neutropenia).

(XL) DIARIO DE UN LINFOMA (se llama neutropenia).

5 de julio de 2022.

Si hoy estoy escribiendo de nuevo en mi diario, no es del todo buena señal. Acabo de venir del hospital de día y después de la analítica, mis neutrófilos vuelven a estar muy bajos, no tanto como la última vez, pero por el estilo. A esta anomalía se le llama neutropenia. ¿Qué le vamos a hacer? Esta vez vuelve a causarme cierta frustración la suspensión de la sesión de quimioterapia, pero, como ya no me pilla tan de sorpresa, lo asimilo un poco mejor, lo que no quiere decir que lo acepte del todo bien, para qué vamos a engañarnos. Iba a escribir hoy mi diario en otra línea, pero creo que primero necesito desahogarme un poco. 

Aceptar los reveses no es fácil, pero hay que aprender a hacerlo. Rebelarse contra los contratiempos es tan absurdo como querer subir nadando las cataratas del Niágara. Cuando la mala noticia, el hecho en tu contra o el accidente inesperado ocurre, ya no hay vuelta atrás, así que lamentarse, maldecir tu suerte en la vida o irritarte contra lo que ya pasó, solo empeora las cosas. Pero, como casi siempre sucede, decirlo es rápido y sencillo, asimilarlo en tu mente lleva un poco más de tiempo, así que lo primero que hay que hacer, es precisamente eso, darte un tiempo. En caliente, lo que te hiere, asusta o enciende tus ánimos, se ve un obstáculo insalvable, pero cuando se aleja en el tiempo, pasa como cuando lo hacemos de alguien, su figura empequeñece a medida que se va perdiendo en la distancia. Hace tres semanas, lo inesperado de lo que ocurrió, pasado unos días, dejó de ser tan negativo, esta vez necesitará menos tiempo, porque entraba dentro de las posibilidades que barajaba, pero también precisará del suyo.

Le he escrito a Jesús, porque ya conté que él no era partidario de volver a inyectarme Filgrastin, el factor estimulador de colonias, que la otra vez, tanto subió mis niveles en una semana. Quería ver cómo reaccionaba mi cuerpo y después ya veríamos cómo actuar. Pues bien, mi cuerpo manda el siguiente mensaje: “Manolo, cariño (quiero imaginar que me habla con esa ternura), necesito una semanita más para fabricarte el número suficiente de neutrófilos. Me han pegado tal paliza los venenos que me suministraron, que aun echando horas extra, no soy capaz, en dos semanas, de entregar el pedido de tus leucocitos. Anda, no te quejes que los rojos te los he entregado a tiempo y en perfectas condiciones, también las plaquetas, pero en cuanto a los blancos, esos precisan un poco de más tiempo. Además, si no me das una ayudita con el Filgrastin, y todo el trabajo tengo que hacerlo yo solo, es más difícil”.

Si tu cuerpo te habla en esos términos, ¿qué vas a hacer? Pues nada, ser comprensivo con él y darle su tiempo. A ver si Jesús me autoriza a pegarme el pinchacito de Filgrastin, que cada vez que abro la nevera veo los 4 viales que me quedan y tengo más ganas de ponerme uno de ellos que de coger un vaso de gazpacho. 

Me acaba de responder Jesús y me dice que me ponga una de las inyecciones y que, a partir de ahora, está claro que habrá que usar el medicamento entre cada una de las sesiones. Mi amiga Alicia, la que también padece un linfoma de Hodgkin, ha escapado peor que yo hoy; la pobre, además de los neutrófilos bajos, aunque no tanto como yo, tenía la hemoglobina en 6,5 (la mía estaba en 12.40, un poco por debajo de 13, pero bastante bien) y la mandaron a urgencias para que le hicieran una transfusión, así que nos veremos, de nuevo los dos, la semana que viene. Por cierto, me acabo de poner el Filgrastin yo mismo en la barriga y me ha dolido menos que cuando lo hizo Paula, la enfermera. Es la primera vez que me pincho y no ha sido para tanto. 

Vale, todo esto que he contado, me lo he dicho para mí, pero los que me leáis, espero que empaticéis conmigo, porque mi revés de hoy son los neutrófilos bajos, pero seguro que muchos de los que siguen este diario sufren otros. ¿Estamos a 5 del mes y tu jefe todavía no te ha pagado la nómina? ¿La novia se enfadó ayer contigo y hoy todavía no te ha mandado un simple Whatsapp para hacer las paces? ¿La avería del coche se lleva la mitad de lo que te ibas a gastar en las vacaciones? ¿El niño se ha puesto con fiebre y no puedes salir hoy de viaje? ¿El móvil está pidiendo ya un cambio y no está la economía para un gasto extra? Hay tantos imponderables que se nos presentan cada cierto tiempo, que aceptarlos y seguir adelante es imprescindible. Los bloqueos que producen, eventualmente, no favorecen afrontarlos. Me sorprende esa habilidad que tienen los esquiadores de ir sorteando esas banderolas que van dejando atrás zigzagueando a toda velocidad. Saben que se las van a encontrar y la nieve es irregular, no siempre responde igual a los esquíes, pero ellos avanzan y avanzan hasta alcanzar la meta, no se detienen. Igual tenemos que hacer nosotros, sabemos que aparecerán esos impedimentos, pero los vamos a ir dejando atrás, sin mirarlos una vez superados, porque si lo hiciéramos, seguramente nos daríamos de bruces con el siguiente. Este martes de quimio ya quedó atrás, vamos a por el siguiente.

Un buen ejemplo de superación es el de James Allison, premio Nobel de Medicina en el 2018, por sus investigaciones sobre el tratamiento del cáncer usando la inmunoterapia, de hecho se le considera el inventor. Fijaos en su historial. La madre murió de cáncer cuando él tenía 10 años, dos de sus tíos también fallecieron por la misma causa y más recientemente su hermano por uno de próstata. Pero no queda ahí la cosa, a él le detectaron también uno igual que el de su hermano y lo superó con cirugía. Más tarde sufrió uno de vejiga y también se curó. Al poco, le sale un melanoma en la nariz, el tipo de tumor que más fallecimientos produce, también lo logró superar y para completar la cuadratura, le apareció otro en la parte de atrás del cráneo, prueba superada también. ¡Cómo para que no tenga alicientes en descubrir remedios para esta enfermedad!

En el 2004 Allison logró curar con su fármaco basado en la inmunoterapia a Sharon, una mujer a la que solo le daban 6 o 7 meses de vida con el cáncer que padecía. A partir de ahí fue perfeccionando el compuesto y ya son cientos de miles de personas los que han superado la enfermedad gracias a su descubrimiento y el de sus colegas. Con lo que me quedo de este hombre son sus ganas de seguir viviendo y trabajando a pesar de los tremendos obstáculos que se ha encontrado en el camino. Yo voy a terminar contando uno de los que yo me encontré, retomando mi biografía en el año 1.992.

James Allison. Foto: Wikimedia Commons.

Entre febrero y junio trabajé en mi primer destino provisional, en Jerez de la Frontera como ya conté. Todas las tardes cogía mi coche a las 3 y tiraba para mi trabajo desde Ubrique, lo que me llevaba una hora. Esa parte de la sobremesa me producía mucho sueño y comprobé que las conversaciones radiofónicas me producían aún más sopor, así que las evitaba y me ponía música ritmosa, que generalmente me mantenía más despierto. “The tunnel of love” de Bruce Springsteen o “Rattle and Hum” de U2, eran mis sintonías más habituales. Esa “Angel of Harlem” con la guitarra de B.B. King hacía las delicias de mis oídos y llegaba muchas veces a Jerez tocando la batería sobre el volante de mi R11.

Al final de esos meses me dieron el destino definitivo. Un día miré el listado y me habían otorgado el I.E.S. Diego Macías de Calañas (Huelva). ¿Calañas, eso qué era? Nunca había oído esa población. Los más flamencos me decían que había una famosa copla que decía que “Calañas ya no es Calañas, sino un segundo Madrid”. Yo nunca la había escuchado, pero como comprobé, eso de segundo Madrid no era solo una exageración, sino algo más. El caso es que mis ilusiones se habían ido al traste. Con todas las poblaciones que hay en Cádiz, ¿cómo se les ocurría mandarme al Andévalo onubense? Inicialmente pensé en irme yo solo allí, porque nuestra hija no tenía ni 3 años y vivíamos a 100 metros de mis suegros, con lo que teníamos una inestimable ayuda de ellos. Además Rubi siempre mantuvo una relación muy cercana con su madre, y yo no me la quería llevar tan lejos. Le dije que vendría todos los fines de semana. La respuesta de ella fue contundente: “De eso ni hablar, nos hemos casado para estar juntos y donde tú vayas, voy yo”. 

El 1 de septiembre debía incorporarme a mi nuevo destino, así que en el mes de agosto hicimos una incursión sobre el terreno. Con la furgoneta de mi querido amigo Diego, una Opel Midi a la que tantos kilómetros le hicimos por España y Europa, nos fuimos un calurosísimo día de verano a inspeccionar la zona en la que, por lo menos, tendría que pasar 2 años. Teníamos intención de visitar el pueblo y Valverde del Camino, que estaba a 18 kilómetros y era el más cercano que disponía de una congregación de Testigos de Jehová. Acostumbrados a la flora tan diversa, verde y espesa de la sierra de Cádiz, aquellos cabezos (como los llaman por allí a las pequeñas prominencias del terreno)  poblados principalmente por jaras, nos parecieron áridos y poco atrayentes. Luego descubriríamos que también tienen su encanto.

En Valverde comimos en un bar y le preguntamos al camarero si conocía a los testigos de Jehová de allí. Se puso un poco a la defensiva y nos dijo que a él no le interesaba el tema, pero que conocía a uno que le llamaban Juan el de la Tumba, que tenía un negocio de pintura y su hermano una droguería. Yo no le hablé de nuestras creencias, pero quizás el hombre pensaba que le iba a dar el tostón y por eso se mostró esquivo. Nos dijo dónde estaba el salón del Reino, así que después de comer, nos fuimos hacia allí. Efectivamente el rótulo del salón estaba en la fachada y tenía una especie de escaparate que ofrecía una imagen desoladora. El interior se veía sucio, con sillas amontonadas y todo desordenado. Pensamos: ¿qué clase de testigos son estos? Si por algo destacamos en nuestras instalaciones es por la limpieza y el orden. Somos especialmente pulcros por mantenerlo, puesto que consideramos estos lugares como un sitio en el que tratamos de darle la honra que se merece a Dios y procuramos tenerlos en perfectas condiciones. 

De allí nos fuimos a la droguería y nos recibió Pedro, el propietario, que tampoco era testigo, ni su hermano Juan (el que llamaban de la Tumba), pero sí sus respectivas mujeres. Menos mal que nos aclararon que el salón que habíamos visto, hacía unas cuantas semanas que lo habían dejado para establecerse en otro, por eso estaba en esas condiciones y todavía no habían quitado el rótulo de la pared. Ya decía yo que aquello no podía ser. ¡Qué alivio! Después conocimos a su mujer y posteriormente a otros miembros de la congregación.

Otro día contaré más sobre nuestra estancia en Huelva, que se prolongó durante 8 años. Solo quiero destacar algo en consonancia con todo lo que he expresado en el escrito de hoy. Aquel destino más alejado de lo que yo quería fue, inicialmente, un fuerte contratiempo y nos contrarió, no solo a nosotros, sino a toda nuestra familia y amigos, pero después se convirtió en algo bien distinto. En esos 8 años hicimos algunas de las mejores amistades que todavía mantenemos y de las que estamos tan agradecidos. Allí nació nuestra hija Keila, que se convirtió en una orgullosa choquera, como llaman a los nacidos en Huelva capital. Fueron Calañas y Valverde del Camino los lugares en los que nuestras hijas vivieron los primeros años de su infancia, donde nosotros disfrutamos de verlas desarrollarse y hacer también sus amistades. Mirando atrás con objetividad, esos años fueron preciosos, alegres, emocionantes. No habría cambiado aquel destino por uno más próximo a Ubrique. Como tantas veces ocurre, el desenlace de los acontecimientos es mucho mejor que el pronóstico que hacemos de los mismos. La flexibilidad de los planes, es una de las claves del éxito en las alternativas que se nos presentan. 

Aunque con mis neutrófilos todavía de vacaciones, mis ánimos ya se han recuperado después de escribir esta parrafada. Buen día a todos.

 

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