(XIII) DIARIO DE UN LINFOMA (bereberes y siberianos).

(XIII) DIARIO DE UN LINFOMA (bereberes y siberianos).

 

Foto: Alfredo Miguel Romero.

7 de junio de 2022

 

Diarrea. ¡Qué bonita palabra! La mejora aún más la popular cagaleras. Sí, me he levantado procaz, pero igual que ayer, primero un poco de desahogo, por favor. El frito variado de efectos de la quimio viene surtidito. El último, que me voy de vareta, esa fue la sorpresa de ayer. Esta noche se calmó el tránsito intestinal, pero he pasado toda ella con intensos dolores de estómago. Ya esta mañana pude desayunar y me encuentro algo mejor. Sorpresas te da la vida, como dice la canción, pero también podría ser una de ellas que me vuelve a salir pelo en la coronilla, ¿no? En fin, por desahogado me doy, pasemos a otra cosa.

 

Hoy pensaba ir a Jerez con María del Mar. Ella tenía sus especialistas y yo la iba a acompañar y echar el día allí con mis hijas. El cuerpo, en cambio,  me pide casa y descanso, por eso me he quedado. Se presenta un día de calor. Cuando a las 11 de la mañana tenemos 24 grados en Benaocaz, es porque la jornada va a ser veraniega. Las mañanas en mi pueblo son preciosas en este tiempo. Pocas veces las puedo disfrutar cuando estoy trabajando, así que voy a quedarme con estas oportunidades que me está dando la baja. Los cantos de los pájaros son particulares; además, estos no son enlatados, como los que nos ponen en la sala de quimio. Mi jardín huele a lavanda y me encanta pasar mi mano por la yerbabuena que puebla mi arriate y olerla profundamente. Mis tomateras crecen con premura cada día y al quitarles las pequeñas ramitas de la base del tallo, mis dedos se impregnan de ese intenso olor característico del tomate. El cielo se presenta hoy limpio, y el horizonte, desde los 700 metros de altura sobre el nivel del mar que tiene Benaocaz, permite divisar muchos kilómetros del precioso bosque mediterráneo que ocupa el parque de los Alcornocales en dirección al campo de Gibraltar.

 

Vivo en un lugar privilegiado, qué duda cabe, pero hay infinidad de lugares privilegiados en el mundo. Huyo del reduccionismo que insiste en que lo mío es lo mejor. Mi padre siempre me dice que como Andalucía no hay nada y no le insistas en que hay sitios maravillosos en otras partes del planeta, porque vuelve a afirmar con contundencia que eso no es así, que este es el mejor lugar para vivir que existe con diferencia. Es una de las batallas dialécticas perdidas con él de antemano. No pretendo cambiarlo a sus 97 años. Y mira que solo ha salido una vez de Andalucía, cuando visitó Madrid, pero aún así, no necesita ver nada más en el universo para estar plenamente convencido de su afirmación. Es tan rotundo como con la defensa de la superioridad moral de las mujeres. Si un matrimonio sufre dificultades y se separa, siempre es culpa de él, porque los hombres abusamos de las mujeres. Ya le puedes poner en bandeja el veredicto explicándole que ella es la que lo abandonó sin motivo por otro, dejando atrás incluso a sus hijos, que él lo tiene claro: eso es porque él no se ha portado como lo tiene que hacer un hombre. Como digo, batalla perdida. 

 

Pero volvamos a aquello de lo mío es lo mejor. En realidad opino que es una deriva peligrosa pensar de esa manera. Por supuesto que tenemos que defender lo nuestro, yo lo hago continuamente, porque creo que existen lugares mucho más inhóspitos en el mundo donde vivir. No cambiaría mi clima mediterráneo por el invierno siberiano, ni el tórrido desierto sahariano por la campiña jerezana. Aun así, muchos que habitan en esos sitios considerados extremos, sienten conexión con su tierra y no quieren abandonarlas. Una vez vi un documental sobre los bereberes del desierto y se les veía plenamente satisfechos de su estilo de vida, alrededor de sus camellos, sus contados manantiales y viviendo bajo tiendas de campaña, que para ellos reunían todas las comodidades que precisaban. Lo mismo he podido comprobar en otras películas rodadas en las estepas de Mongolia, la helada Laponia, las montañas de Alaska o sitios similares. Al final, la felicidad tiene mucho que ver con hasta qué punto estamos satisfechos con lo que nos rodea. 

 

Hablaba de deriva peligrosa, porque, si bien es normal defender lo nuestro, eso ha llevado a lo largo de la historia a dar un paso más, que consiste en obligar a otros a aceptar lo nuestro. Podría poner multitud de ejemplos, pero prefiero generalizar. Cuando ciertas civilizaciones han invadido territorios ocupados por otras culturas, no se han limitado a establecerse físicamente allí, sino que han impuesto su modo de vida. Lógicamente se han encontrado con la resistencia de los nativos y eso ha llevado a abusos de todo tipo para imponer un estilo de vida que no era el deseado por los receptores. Cuánto mejor es el dicho aquel de donde fueres, haz lo que vieres. No me refiero, evidentemente, a prácticas o costumbres inhumanas, como las que adquirieron algunos pueblos de quemar a sus hijos a sus dioses, sino a formas de vivir distintas, pero razonables, que simplemente no coincidían con las que tenían los ocupantes. 

 

Anteayer, bajo mi almendro, uno de los motivos de conversación fue el del particular sentido del humor que tenemos en Cádiz y, específicamente, en Ubrique. Nos reíamos con la anécdota de un americano que nos visitó virtualmente por videoconferencia en una de nuestras reuniones semanales de congregación. Al acabar, un buen grupo, nos quedamos en una sala de Zoom charlando con él. Al ser de origen hispano, dominaba casi perfectamente el castellano, pero en un despliegue de hiperactividad, unos cuantos de los que estábamos allí no hacíamos nada más que gastarle bromas que, a todas luces, no entendía del todo. Sonreía por cortesía, pero evidentemente no sabía si le hablábamos en serio o no. “Que ya sabes que cuando vengas tienes que invitar a gambas a todo el grupo, que es a lo que se acostumbra aquí”. “ ¿Tú sabes lo que significa no ni na? Son tres negaciones pero una rotunda afirmación en andaluz.” “Anda que no eres jartible” “¿Sabes lo que significa un mojón pa ti?”. En fin, no me acuerdo de la retahíla de expresiones que le dijimos tratando de explicarle que el andaluz era una especie de dialecto más rico que el castellano al que se tendría que acostumbrar si nos visitaba. Bueno, no sé cómo asimiló aquella avalancha de humor ubriqueño y lenguaje andaluz, pero no ha vuelto a conectarse más.

 

Hay que ver cómo me vuelvo a ir por los cerros de Úbeda. Intento volver al hilo de mi pensamiento inicial. Que Ubrique y Benaocaz son maravillosos, que los dos parques naturales que los envuelven son extraordinarios, el Parque Natural de Grazalema y el de Los Alcornocales, que los gaditanos son alegres y hospitalarios, que Andalucía tiene un clima agradable y marcos de incomparable belleza, que sí, que todo eso es verdad, pero a poco que viajes, te darás cuenta de que lo mismo ocurre en multitud de países y regiones, y es normal que la gente de esos sitios estén orgullosos de sus entornos, de sus costumbres, de sus idiomas. Vamos a disfrutar de lo nuestro, pero no a costa de rebajar lo de los demás. Lo nuestro es bueno y lo de los demás… también.

 

Pues mira, con estas ideas que he expresado serpenteando entre algunas incongruencias, se me ha pasado un buen rato sin acordarme de mis pequeñas náuseas, los pinchazos en el estómago y el tráfico desbocado en mis intestinos. Mientras tanto, mis compañeros de instituto están haciendo parte de mi trabajo vigilando los exámenes de F.P. a Distancia, y yo aquí, en el sillón de mi escritorio la mar de tranquilo. Mis compis son una joya. Ahora, durante 4 días, desde las 9 de la mañana hasta las 9:30 de la noche, vendrán a nuestro instituto Los Remedios de Ubrique, unos cuantos cientos de personas de toda la provincia de Cádiz a examinarse de unos 8 ciclos formativos de Formación Profesional. Estos alumnos estudian a distancia durante todo el curso y no los conocemos personalmente, pero en junio es obligatorio hacer los exámenes presenciales. Es entonces cuando los vemos cara a cara. La organización de estos exámenes en Ubrique la coordinaba yo, pero ahora queda en manos de mi sustituta Lorena y mis queridos compañeros. Fijaos si lo hacen bien, que aquí estoy tan tranquilo, a pesar de que requiere mucha preparación previa y bastantes horas de vigilancia en el instituto. Estoy absolutamente seguro de que lo van a hacer perfectamente, aunque yo no esté allí.

 

En esta corta vida, muchas cosas no las elegimos. No decidimos dónde nacer y criarnos, ni quienes serán nuestra familia. A veces son rebotes imprevistos los que nos llevan a trabajar en un determinado sitio y tener unos compañeros u otros. Hasta muchas veces son puras casualidades las que hacen que vivamos en un lugar u otro distinto. A mí me ha tocado crecer entre las montañas de Ubrique, en la humilde familia Contreras, unir mi vida a la de la familia Márquez, trabajar en el instituto de Los Remedios y rodearme de mis hermanos de la congregación de Ubrique. ¿Podría haberme ocurrido esto en un sitio mejor? Pues claro que sí, lo mío es extraordinario, pero no lo único. ¿Podría haber sido feliz en Siberia? Totalmente, no me cabe la menor duda. Pobres siberianos, si esto no fuera posible. Ahora bien, cada día que me levanto le doy gracias a Dios por poder observar a través de mi ventana que un nuevo día, sigo viviendo y disfrutando del lugar que me deparó mi existencia, que no es simplemente un sueño.

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