(VI) DIARIO DE UN LINFOMA (mañana empieza la carrera).
30 de mayo de 2022
Hoy lunes estoy en vísperas de mi primera sesión de quimioterapia. Ahora mismo, justo a las 12 del día me acaban de llamar del hospital de día para citarme a las 10 de la mañana. Parece que, en principio, no me van a hacer analítica previamente, sino que directamente paso a recibir el menú de los cuatro “platos” que os describí el viernes. Casualmente, Jesús, mi hematólogo, tiene esta tarde a las 6 una cita libre en la consulta de la policlínica del hospital y me la he reservado para verlo. Aunque me dio su email y me dijo que para cualquier cosa contactara por ahí con él, como tengo una sarta de preguntas que hacerle, me da apuro abrumarlo en su correo y prefiero exponerle mis dudas cara a cara.
Este fin de semana ha sido rutinario, salvo el domingo por la tarde. Me he encontrado bien, como en las últimas semanas, pero diría que mi positividad ha caído al 80%, que no está nada mal, pero ese 20% de melancolía también ha pintado de una pequeña capa gris mis dos últimos días. El domingo por la tarde pasamos un agradable rato en compañía de una gran parte de mi congregación. Como algunos de los que me leéis no conocéis una faceta importante de mi vida, os explicaré de vez en cuando un poco. Soy testigo de Jehová desde hace 39 años. Me bauticé el 20 de agosto de 1983, con casi 17 años. Empecé a estudiar la Biblia en 1979. Esta parte de mi vida lo impregna todo, no es solo un rasgo de ella, por eso, notaréis en mis escritos razonamientos, actitudes y puntos de vista que quizás no sean muy habituales para la mayoría, pero que intervienen decisivamente en mi forma de hacer y ver las cosas.
En ese ámbito de mi cotidianidad, alrededor de mi rutina, son grandes protagonistas los 92 miembros que forman actualmente la congregación de Ubrique. Los testigos formamos un colectivo mundial de más de 8 millones de personas, unos 120.000 en España y algo más de 1000 congregaciones en nuestro país. Si me escucháis hablar de congregación y hermanos, ya sabéis a lo que me refiero.
Ayer por la tarde, despedíamos a Jhon (sí, se escribe así, es de Perú). Ha estado en nuestra congregación los últimos dos años y pico. Le hemos cogido (él diría agarrado) mucho cariño, por su carácter apacible, simpático, discreto y servicial. Hace unos meses nos dio la sorpresa de que había conocido a una hermana de Polonia, Joanna, hacía un año y se casan el 24 de junio. Tenía la ilusión de seguir viviendo con ella en Ubrique, pero por motivos laborales, se van para residir en Algeciras. Él trabaja para una empresa de exportación peruana que vende en gran parte de Europa y querían abrir una oficina en España. Como han pensado que Algeciras es un punto idóneo, al encontrarse allí uno de los puertos marítimos de mercancías más importantes del mundo, finalmente Jhon se trasladará allí a vivir con Joanna. Unas hermanas prepararon una fiesta sorpresa en una preciosa casa de campo, con amplios terrenos sembrados de césped, que generosamente ofreció una familia de la congregación para que todo el que quisiera acudiera allí y despedirlo. Fue una tarde de sentimientos agridulces, no solo por decirle adiós a un hermano que se ha ganado mi cariño, sino por verme rodeado de personas tan queridas, celebrando, riendo y bailando mientras yo pensaba, a la vez, que quizás a partir de mañana, en algún tiempo, no pueda repetir momentos como estos.
Esta mañana disfruté de otro rato agradable. Tengo 3 hermanas (estas de carne y sangre :)), que tenían ganas de verme, lo cual era recíproco, así que quedamos a las 10 en tomarnos un desayuno juntos. Me llevé la gratísima sorpresa de que mi sobrina Ana, que vive actualmente en Bélgica, estaba también allí con su marido Mario. Una pena que el pequeño Enzo, fruto de su matrimonio, estuviera dormido en casa de una tía de Ana y no pudiera verlo. Charlamos apaciblemente durante una hora y luego, los cuatro hermanos nos fuimos a casa de mi padre, que vive a 200 m. del bar en el que nos tomamos el café, para darle la sorpresa de tenernos a los 4 a la vez, cosa que no se repite fácilmente. Le hizo inmensa ilusión, como no podía ser de otra manera. Con sus 97 años, a pesar de que prácticamente no ve y que su movilidad está muy limitada, tiene el privilegio de mantener su mente en muy buenas condiciones y es plenamente consciente de lo que le hace feliz, como es tener a sus 4 hijos a su alrededor.
Ayer domingo también recibí una motivadora llamada de un querido amigo y hermano de Sevilla, Sebastián. Hace un mes sufrió una desgarradora pérdida, la de su querida esposa. A mí me pilló hospitalizado y con toda la vorágine de médicos, pruebas e inquietudes de las últimas semanas, ni siquiera le había mandado un mensaje expresándole mis condolencias. Hacía años que no hablaba con él, pero guardo un grato recuerdo de la ayuda que me prestó en momentos complicados. Él forma parte de lo que llamamos un Comité de Enlace con los Hospitales (CEH). Se encarga de la provincia de Sevilla. Los testigos que forman dicho comité realizan una labor voluntaria y no remunerada, como todas las que llevamos a cabo los testigos, que consiste en contactar con médicos y directivos de centros hospitalarios que colaboren con nosotros en la búsqueda de alternativas a las transfusiones de sangre. Si a algunos de los que lean estos escritos les resulta interesante que abunde en este tema y las razones que nos llevan a rechazarlas, lo haré con gusto en otra entrega. Me llamó porque se había enterado de mi enfermedad a través de otro amigo común, mi querido Carlos, y me llamaba para ofrecerme el contacto de un hematólogo, jefe de su unidad en un importante hospital de Sevilla, que viene colaborando últimamente con nosotros. Le pasé mis informes médicos por email y va a intentar obtener una segunda opinión y consejos prácticos de este doctor por si algunos de ellos me pueden servir.
La conversación con Sebastián no solo trató de lo que acabo de explicar, sino que también pudimos expresarnos mutuamente el apoyo y empatía que sentíamos al estar pasando por un trago amargo de nuestras vidas. Sinceramente creo que el suyo es peor que el mío. Los cristianos nos tomamos muy en serio eso que recoge la Biblia cuando, hablando del matrimonio, dice que “los dos llegarán a ser una sola carne”. Sebastián llevaba la mayor parte de su vida con su querida esposa. Yo, por ejemplo, estuve 21 años sin María del Mar, pero ahora son 34 los que comparte conmigo el mismo techo y la mayoría de nuestras vivencias. Otro querido amigo, Juan Antonio, que también perdió a su esposa hace algunos años, me decía en una ocasión que se sentía literalmente como si le hubieran amputado un brazo, una pierna o le faltara alguna parte de su cuerpo, porque no entendía su vida sin ella. Pero Sebastián quería preguntarme algo que a él le inquietaba. Inquirió sobre mis sentimientos y emociones en estos momentos difíciles. Le dije lo que ya sabéis si habéis leído mis anteriores escritos, que tenía una paz y tranquilidad sorprendentes, que no estaba afligido y acobardado, hundido, sino todo lo contrario. Él me dijo que se sentía exactamente igual y que le aliviaba lo que le contaba porque algunos amigos también se sorprendían con él por verlo con una especie de conformidad, como de indiferencia, por la quietud y entereza que aparentaba. Esto le producía una especie de sentimiento de culpabilidad. Me decía que les contestaba que por supuesto que en su interior sufría una pena indescriptible, pero que esa pena no ahogaba la paz y serenidad que le daba Dios, a quien, igual que yo, atribuía su, en apariencia, sorprendente respuesta. En realidad nuestra conversación nos sirvió a los dos para reafirmarnos en que la poca fortaleza que podamos tener como personas se acrecienta cuando el que nos creó tiene a bien aumentarla con su inestimable ayuda.
Mañana, como todos, será el primer día del resto de mi vida, pero puede que sea un día especial: el primero de mi recuperación. Yo voy a poner todo mi empeño, como lo hago cuando juego cada punto de tenis, nado cada largo de la piscina, trato de ayudar a alguien que necesita estímulo, presento un discurso ante mi auditorio, imparto una clase a mis alumnos y, sobre todo, cada vez que abrazo a mi mujer y mis hijas. Los primeros pasos no hacen la carrera, pero sin ellos, no sería posible completarla.