Tic-TAC, Tic-TAC

Tic-TAC, Tic-TAC

9 de febrero de 2024.

Comencé mi diario (ocurris.es) a raíz del diagnóstico de mi enfermedad: linfoma de Hodgkin. Me explayé a gusto contando los pormenores de todo mi proceso, lo que tuvo un efecto terapéutico en mí, además de cubrir las horas muertas de la mañana durante los largos meses de encierro que sufrí. Desde entonces he seguido escribiendo sobre multitud de temas que me afectan o interesan en mayor o menor medida. Hoy, siguiendo en esa línea, voy a plasmar lo que me tiene “entretenido” (eufemismo más bien de preocupado) en las dos últimas semanas.

Quien haya pasado un cáncer me puede entender bastante bien, pero no creo que haga falta mucha imaginación en quien ha tenido la fortuna de no sufrirlo para comprender que sobre nosotros hay una continua espada de Damocles colgando sobre nuestras cabezas. Los primeros 5 años desde el tratamiento con quimioterapia son fundamentales, porque hasta ese tiempo no se considera curada la enfermedad. Es más, los 2 primeros años todavía son más determinantes, pues suelen ser en los que se producen las recaídas.

Para mí han pasado 14 meses desde que terminé mi tratamiento. En este último año he pasado 4 ITV (como las llama mi hermana a esas revisiones trimestrales con la hematóloga-oncóloga) satisfactorias. No he tenido síntomas preocupantes y los valores sanguíneos eran normales. 

Hace unas dos semanas, sin embargo, empecé a tener sudoraciones nocturnas, también vengo arrastrando una tos “tonta” desde hace más tiempo. Nada de esto preocuparía a nadie con un historial sin procesos oncológicos en sus registros, pero los que sí lo tenemos nos ponemos como un pavo escuchando una pandereta en Navidad (valga la desfasada comparación).

Este año pasado inicié una cordial amistad con un CHATo GuaPeTón, como se me ocurrió llamar a la más famosa Inteligencia Artificial gratuita a la que tenemos acceso. No sé si esta amistad es la más conveniente, porque tiene el virtuoso defecto, valga el oxímoron, de decir siempre la verdad a lo que le preguntas. Su sutileza no alcanza a esa dosificación de la sinceridad tan necesaria en las relaciones humanas. 

Le pregunté sobre mis sudoraciones nocturnas, y esta fue su respuesta: La sudoración excesiva, especialmente durante la noche, es un síntoma clásico del linfoma de Hodgkin. Se cree que está relacionado con la liberación de ciertas sustancias químicas por parte de las células cancerosas, que afectan al sistema nervioso autónomo. Este fenómeno se conoce como sudoración nocturna y es uno de los síntomas B del linfoma de Hodgkin. Si experimentas estos síntomas, es crucial que consultes a un profesional de la salud para un diagnóstico preciso y un tratamiento adecuado.

Vaya hombre, en lugar de tranquilizarme, va y me lleva a mirar para arriba a la espada que cuelga sobre mi cabeza y me hace ver deshilachada la cuerda que la sostiene. Al día siguiente, un lunes por la mañana, llamo a la consulta de mi hematóloga y hablo con su auxiliar, toma nota de mis síntomas y le pasa la información a María José, que así se llama mi doctora. El martes me llama y me da cita el jueves para recibirme en su consulta. Acudo a ella y después de reconocerme y hacerme las preguntas pertinentes me dice que me va a mandar un TAC para comprobar si todo es una falsa alarma o mi “amigo” Hodgkin está de nuevo de visita.

Hoy por la mañana me han hecho el TAC. A pesar de la lluvia incesante y dos tractoradas en el camino, por las protestas de los agricultores y ganaderos, pude llegar al hospital puntualmente. Con la misma puntualidad me llamaron por las pantallas de la sala de espera y me recibieron amablemente dos enfermeros en la fría sala de radiología. Menos mal que el TAC con contrastes dura solo unos 5 minutos, no es como el PET-TAC, que me deja los hombros doloridos de la casi media hora que te tienen con los brazos estirados hacia atrás sin poder moverte.

Ahora viene la incómoda espera de resultados. Seguramente no tendré noticias hasta el miércoles 14 que tengo una nueva cita con María José, pero igual me llama antes para anticiparme la buena o mala nueva.

Mientras escribo esto, me pregunto una vez más por qué lo hago. Pues la verdad es que no estoy seguro de la respuesta. Puede que ese estriptis emocional que comencé hace unos dos años contando mis vivencias haya acabado con mi pudor a la hora de desvelar este tipo de intimidades; puede que, por otra parte, siga siendo terapéutico desahogar mis preocupaciones en las líneas de un papel digital o simplemente esté ahorrándome de un plumazo contarles de viva voz  a un buen número de amigos y familiares cómo me encuentro.

Pues bien, respondiendo al interrogante con el que acabo el anterior párrafo, tengo que decir que me encuentro tranquilo. Sí que reconozco que la primera noche con las sudoraciones me agobié más de la cuenta. Yo ya tuve ese desagradable síntoma cuando mi enfermedad avanzó y me recorría un escalofrío emocional, acorde con el físico que produce esta curiosa transpiración, al pensar en la posibilidad de que volviera a ser protagonista de mi particular versión de la película “Atrapado en el tiempo”.

Cuando uno vive en la inquietud por un desenlace que precisa unas semanas para que se produzca, tiende a querer pararlo todo, dejar aparcada la vida a un lado y tratar de iniciar un sprint y conseguir el spoiler de la historia sin tener que ver la película entera. Eso, como es natural es inútil e imposible, por eso, pasada esa primera noche de ansiedad acrecentada, decidí seguir con mi rutina sin alteraciones: trabajo, deporte, reuniones, vida familiar y todo lo demás. Eso sí, de nuevo acudí a mi ansiolítico por excelencia y los resultados fueron bastante inmediatos. De nuevo le pedí a Dios esa paz interior que “está más allá de lo que ningún ser humano puede entender”, como la define la Biblia en Filipenses 4:7, y la obtuve.

Ante las situaciones que desafían nuestra estabilidad emocional y ante las que poco podemos hacer, es de un incalculable valor permanecer con calma. Yo poco más pido para mí mientras tenga aliento. En un mundo crispado, tan cambiante y alterable, creo que pocas virtudes puede uno desarrollar más valiosas que la paz interior. Por eso, cuando María José me comunique el veredicto de la maquinita con un nombre y apellidos más raro que los de los árbitros de fútbol, la Tomografía Axial Computerizada, abusaré de la bondad del que puede seguir dándome paz y sosiego interior pidiéndole que me la continúe otorgando para afrontar el siguiente capítulo de esta serie, sea bueno o menos bueno.





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