¡Que sean dos décadas de sonrisas!

¡Que sean dos décadas de sonrisas!

12 de junio de 2023.

¡Vaya semanita de sustos! El martes, dejando Jerez para regresar a mi casa de Benaocaz, me llama mi hija que ha empezado con una gran hemorragia. Después de casi 3 semanas del parto, se le presenta esto que nadie lo esperaba. Menos mal que estaba a solo 10 minutos de su casa, me di la vuelta y me quedé de niñero toda la noche mientras ella se iba a urgencias del hospital. Le pusieron un tratamiento y consiguieron cortar el sangrado. Unos coágulos que debería haber expulsado después del alumbramiento habían provocado esta inesperada situación.

Ayer, de nuevo en Jerez y con intenciones hoy de regresar a Benaocaz, es la madre de mi yerno la que tiene otra hemorragia y la tienen que ingresar en la U.C.I., donde continúa hasta ahora también debatiéndose por sobrevivir. Ella padece cirrosis por una hepatitis C que contrajo en uno de sus partos por una transfusión contaminada. La cirrosis puede provocar el deterioro de las venas que comunican el hígado con el esófago y, en su caso, una de ellas se rompió y provocó el sangrado. Ahora mismo está estable, pero no fuera de peligro vital. Otra vez me tocó pasar la noche con el pequeñajo Liam para que sus padres fueran al hospital y pudieran luego descansar algo.

Liam y yo nos estamos haciendo íntimos en la madrugada. Los dos pasamos nuestros desvelos luchando contra las picaduras de los mosquitos y, en su caso, superando los retortijones de barriga por los gases y cólicos del lactante. Esta noche, lo mismo se reía mientras tomaba el biberón y un hilo de leche se le escurría por la comisura de los labios, que se ponía a chillar mientras se retorcía de dolor de barriga. Hemos tenido una noche movidita de amplio insomnio entre abuelo y nieto.

A pesar de los reveses, la gran diferencia estriba en que ahora me encuentro bien y se sobrellevan con más soltura. Mi cuerpo responde a la falta de sueño y el cansancio de una forma llamémosla normal. No tengo dolores, ni fiebre, ni fatiga extrema. Se cumple lo que siempre he dicho como arenga para animarme: todo se soporta cuando uno tiene salud. Cuando esta falta, saltar un muro de un metro se convierte en el asalto a la valla de Melilla. Todo resulta más fácil cuando las fuerzas responden.

Y cuando esto último ocurre, la mente también se arrastra por esa euforia que supone la fortaleza física. Los problemas empequeñecen y se ven mucho más salvables que cuando esta falla. 

Esta semana también me apesadumbró la mala noticia de una querida amiga llamada Ana. Otra más de las víctimas de esta plaga llamada cáncer. En su caso, uno de ovarios con mala idea. Está esperando que le concreten el tratamiento. 

Vuelvo a abordar lo que ya escribí hace algún tiempo. Parece que es una desventaja conocer y querer a tanta gente, porque te duelen sus desgracias y sufres con ellas, lo cual no lo harías si no hubieras desarrollado ese lazo emocional. Aun así, sigo encontrando muchas más ventajas en amar y apreciar a un buen número de amigos que reducir ese círculo para no sufrir con ellos. Siempre voy a quedarme con los buenos momentos que vivo cada vez que recibo sus abrazos, sonrisas y afectos, en lugar de recrearme innecesariamente en sus desdichas.

Cuando miro a Liam y sus 3 semanas de vida, no puedo dejar de pensar en lo que le espera. Y hay algo que, como abuelo, le diré constantemente. Es la esencia de lo que recoge el libro de Eclesiastés 11:9,10: “Joven, disfruta de tu juventud, y que tu corazón esté feliz mientras seas joven. Sigue los caminos de tu corazón y vete adonde te lleven tus ojos. Pero quiero que sepas que el Dios verdadero te llamará a juicio por todo eso.  Así que saca de tu corazón las preocupaciones y aleja de tu cuerpo las cosas que hacen daño, porque la juventud y la flor de la vida son pasajeras.”

En menos de lo que uno pueda imaginar cuando es un niño, las tres semanas de Liam se convertirán en 10, 15, 20 años antes de darse cuenta. La vida pasa a un ritmo vertiginoso, y uno lo va percibiendo conforme pasan décadas. El propio libro de Eclesiastés recoge con unas hermosas metáforas, las rémoras de los años que describe así: “Acuérdate de tu Gran Creador en tu juventud, antes de que vengan los días angustiosos y lleguen los años en que vas a decir: “No encuentro en ellos ningún placer” (Eclesiastés 12:1). 

La obligación de Liam será la de disfrutar de su niñez y su juventud. Todos los que lo rodeemos tenemos que ayudarle a pasar esos años en esa nebulosa de bienestar, despreocupación y dicha que suponen las primeras dos décadas de la vida de una persona, una época en la que uno no ve morir y enfermar a sus contemporáneos con tanta frecuencia, por regla general. Un periodo de risas, fortaleza y mirada esperanzadora hacia el futuro. Si los viejos no contribuimos a que nuestros jóvenes saquen el máximo rendimiento a esos años, estamos haciéndoles un flaco favor. Ya vendrán por sí solos los momentos dificultosos, las pérdidas, los achaques y todo lo que rodea al envejecimiento. El joven no solo puede disfrutar, sino que tiene que hacerlo. 

La advertencia de Eclesiastés, “pero quiero que sepas que el Dios verdadero te llamará a juicio por todo eso”, no debe ser tomada como una amenaza, sino como un premio. En las palabras previas Dios le da al joven la orden de disfrutar de la juventud y estar feliz, y precisamente juzgará a este si no lo hace. El juicio de Dios debe ser tomado como un incentivo para usar sabiamente la vida, aprovechar la mocedad para un regocijo responsable, pero regocijo a fin de cuentas. Ese disfrute nada tiene que ver con el desenfreno y las conductas autodestructivas, envuelve una forma mucho más sana de afrontar la vida, pero ampliar ese comentario llevará más tiempo que el que ahora quiero dedicarle a esta entrada de mi diario.

Si estás en la niñez o la juventud y lees mis palabras, te deseo todo lo mejor en esa época irrepetible de la vida, esa en la que las dificultades de los mayores todavía se ven ajenas, en la que el horizonte siempre esconde un nuevo amanecer de sorpresas agradables. Sí, espero que mi querido Liam entienda lo que su abuelo espera de él en los años venideros. 

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