El colchón viscoelástico te enseña poco.

El colchón viscoelástico te enseña poco.

Autor foto: Avinash Bat. Creative Commons

16 de junio de 2023.

Ayer hablaba con mi hija sobre mi punto de vista acerca de la incomodidad. Ya di algunas pinceladas en otra entrada de mi diario, pero hoy quiero incidir en algo que nos está volviendo cada vez más blandos, más incapaces de superar las mínimas contrariedades.

Si hay algo que el mundo comercial nos ofrece a mansalva, eso es la comodidad. Cambie a un colchón que se amolde a su cuerpo, una almohada que se ajuste a sus cervicales. ¿Para qué quiere pasar calor o frío si tenemos los últimos sistemas de aire acondicionado y calefacción con un mínimo consumo? ¿Por qué no sustituye su viejo sofá por uno mucho más confortable, con asientos reclinables y espuma envolvente? Nuestro calzado se ajusta a su pie y ofrece una amortiguación total. Los coches cada vez disponen de más medidas de confortabilidad: climatización bizona, asientos calefactables y, como el mío, hasta que te masajean las lumbares.

Frigoríficos más eficientes y grandes, piscinas en las casas que lo permiten, patinetes eléctricos para no tener que andar. En el hogar, secadoras, lavavajillas, aspiradores automáticos, y el futuro que nos ofrece la inteligencia artificial nos habla de robots que hagan casi todas las tareas que actualmente realizamos los humanos. Parece que todo apunta que se busca que estemos todo el día tirados en una hamaca, y ya solo nos falta que un día no tengamos que hacer esfuerzos ni para defecar. 

Esa tendencia de “facilitarnos” la vida parece que nos hace un enorme favor, cuando, en realidad, creo que apunta a todo lo contrario, nos está convirtiendo en seres excesivamente vulnerables y carentes de capacidades para soportar las inclemencias o dificultades más minúsculas.

Hemos llegado a un punto en el que si pasamos una noche sin dormir, somos un trapo al día siguiente que se nos antoja como inacabable hasta volver al catre. Se nos encarna la uña del dedo pequeño del pie y tenemos que buscar una muleta para andar. Se avería el aire acondicionado y nos agobiamos de tal manera que nos sentimos los más desdichados de la barriada. Podríamos seguir con un dolor de cabeza, un resfriado, tener que andar porque se averió el ascensor, o comernos la tortilla fría porque se fue la luz y no funciona el microondas. Estamos sometidos a la esclavitud de la comodidad y los contratiempos se convierten en desafíos insalvables.

El ser humano tiende a la ley del mínimo esfuerzo y yo añadiría de la máxima comodidad. Uno se acostumbra pronto a lo bueno, pero a lo menos bueno, no ya malo, nos cuesta Dios y ayuda. Pero ¿por qué no nos hace casi ningún bien esa búsqueda de la evitación de las más mínimas penurias? Bueno, no me he molestado en indagar sobre el particular sobre si hay estudios científicos o pseudocientíficos, me limito a mi experiencia personal.

A los que nos gusta el deporte, creo que se nos puede atribuir un poco de masoquismo sin dudarlo. Por ejemplo, anteayer salí a correr 7 kilómetros y puedo asegurar que siempre me pasa lo mismo: a los 5 minutos estoy deseando dejarlo. En los primeros minutos siempre me molesta un poco mi tendinitis crónica de la rodilla izquierda, también incordian algo los tobillos y, últimamente, la zona inguinal. Todas esas molestias suelen desaparecer a los 10 o 15 minutos, pero mientras tanto siempre me pregunto: ¿qué hago yo aquí sufriendo como un tonto cuando podrías estar tirado en tu sofá tomándote una cerveza fresquita? El caso es que siempre sigo y aguanto mi media hora o 40 minutos.

Nunca cojo el ascensor cuando tengo que subir hasta un 4º piso. ¿Qué sentido tiene que me pegue 30 minutos nadando o corriendo y luego no haga el mínimo esfuerzo de subir 50 o 60 escalones? 

En otras facetas claramente me he dejado vencer por la comodidad. Para dormir bien me he acostumbrado a que la temperatura no pase de los 26 grados. Soy capaz de aguantar el ruido, la luz, pero el calor puede conmigo a la hora de conciliar el sueño. También me gustan las bebidas bien frías y necesito zapatos cómodos y que transpiren.

Pero algo tengo claro. Los momentos de incomodidad, una vez superados, te ayudan mucho más en tu vida que los de confort. De estos últimos, ciertamente no recibo ningún aprendizaje, es más, derrumban cualidades físicas y emocionales que son muy valiosas.

Mi trabajo ha sido mayormente sedentario y de oficina. Generalmente he estado calentito en invierno y fresco en verano en mi puesto laboral. No he tenido que sufrir las inclemencias del tiempo ni temperaturas extremas, pero como voluntario he trabajado de peón albañil, pintando y poniendo techos de escayola entre otras tareas. En ellas he sudado de lo lindo en verano y he pasado frío en invierno. Al principio me parecía que no iba a ser capaz de aguantar, pero con el paso de los días te das cuenta de que el cuerpo se adapta y eres capaz de superar esas dificultades con un sufrimiento bastante admisible. Pasa como con el deporte, cuando lo practicas de continuo ya no sufres tanto como al principio y ahora viene lo bueno, que trato de explicar.

Todo lo que te hace sufrir un poco, fruto de la incomodidad, te aporta una energía mental que no te la provee ninguna otra cosa. Te ofrece una autoconfianza fruto de la superación. Si un día empiezas a correr y eres capaz de aguantar 2 kilómetros te sientes bien, pero cuando unas semanas después eres capaz de resistir 5 te sientes todavía mejor. Si llegas a 10 te consideras un superhombre y lo mismo ocurre con la natación cuando resistes 80 largos o más sin quedar demasiado exhausto. No es ya tu físico el que lo agradece, sino tu mente. Le llega un chute de fuerza, de autoestima. Sabes que si eres capaz de superar los primeros minutos de sufrimiento y alcanzar tus pequeñas metas, también lo serás para afrontar otras incomodidades en la vida, no las ves tan enormes.

¿Qué voy a contar de superar una quimioterapia? No tengo ningún mérito por haberlo hecho, no te queda otra, y lo hacen todos los enfermos de cáncer, pero una vez superada, con tan inmensas penurias, otras pruebas menores te parecen coser y cantar. Esta semana me extraían sangre y pensaba: vaya chollo, un pinchacito y en un minuto ni te acuerdas de él. En comparación con aquellas interminables horas en la máquina de perfusión, con las náuseas y los 7 días que venían después de más fatigas, cansancio y fiebre, esto no se puede calificar ni siquiera como incómodo. 

Cuando te acostumbras a pasar cierto calor, frío, dolor u horas de insomnio, la rozadura del zapato, la silla sin cojín, el dolor de cabeza, el taladro ruidoso del vecino, el mal olor de la depuradora del pueblo o cualquier otra inconveniencia que se te ocurra, no se convierte en un obstáculo insalvable, algo que no debería ocurrirme a mí. 

Animo a todo el mundo a hacer algo de ejercicio en el que haya que aguantar un poco de sufrimiento, aunque sea solo andar a un pequeño ritmo incrementado más allá de lo que nos gustaría. Es bueno realizar tareas que exijan un esfuerzo evitable, como subir las bolsas de la compra por las escaleras en lugar del ascensor, aguantar un poco de calor antes de poner el aire acondicionado o el ventilador. Si nos acostumbramos a vivir siempre entre algodones, estoy absolutamente convencido que le hacemos un flaco favor a nuestra estabilidad emocional. Cuando suframos un poco de incomodidad, ¿por qué no nos decimos: bienvenida sea, algo aprenderé de ella que me enriquecerá como persona?

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