Muertos vivientes o vivos murientes.

Muertos vivientes o vivos murientes.

 

13 de agosto de 2023.

Acabo de hacerme una prueba de COVID, he dado positivo y me he sentido feliz. Sí, después de 3 días de fiebre alta, sudores, mocos y malestar, salgo de dudas. El viernes me hice el mismo test y salió negativo, era el primer día. 

Estas últimas noches han sido malas por la fiebre y peores por los recuerdos que traían. Mi proceso oncológico empezó con febrícula y a los 21 días con una especie de resfriado que incrementó un par de grados la temperatura ya anormal de mi cuerpo. Siempre trato de no anticipar en mi mente, pero como no hay mayor libertad que en los entresijos de un cerebro, cuando este genera pensamientos sin tregua, era inevitable desplazarme a aquellas penosas semanas de finales de la primavera del 2022. 

Ahora siento cierta tranquilidad al poder atribuirle al malhadado coronavirus mi desagradable sintomatología.

Por otra parte, espero que este cálido día de agosto no lo sea tanto como los anteriores. A ver si esta ola de calor extrema va dando paso a una más propia de las fechas en las que el verano entra en su recta final.

Acabo de leer una noticia sobre los efectos del fentanilo (una droga sintética) en Estados Unidos. Asusta pensar que en ese país mueren 100.000 personas todos los años por sobredosis, y se le atribuye a este estupefaciente, concretamente, el 80% de ellas. Asusta todavía más enterarse de que hay una agencia sin escrúpulos que cobra 30 dólares por persona para hacerles una ruta turística por el centro de San Francisco para conocer el mundo de los que llaman los “muertos vivientes”, personas enganchadas a esta u otras drogas y que deambulan encorvados y con la mirada perdida dando tumbos en busca de la siguiente dosis. Por cierto, los promotores de este tour aseguran haber vendido todas las entradas. 

En Filadelfia, en el barrio de Kensington, son cientos los “zombis” que abarrotan las aceras esperando al camello que les suministre su ración de pasaporte a la nada, al mundo de la pérdida de todos los sentidos. Al fentanilo se le atribuye 100 veces más potencia que a la morfina y 50 más que a la heroína. Afortunadamente, todavía no ha entrado de lleno en España, pero ya conocemos de la veracidad del dicho aquel de cuando EE.UU. se resfría…

En España tenemos otro problema de drogadicción, digamos más controlado, es el de los ansiolíticos. Vamos a la cabeza en el empleo de ellos en Europa. No nos engañemos, es otra droga más, solo que prescrita por un profesional, de fabricación controlada y con dosis moderadas. 

¿Por qué acudimos a tantas ayudas farmacológicas para acabar en lo que debería ser nuestro estado natural? Yo considero que este consiste en una vida tranquila, sosegada, centrada en el presente, fluida, con sus altibajos y contratiempos, grandes algunos de ellos como la enfermedad que consumió un año de mi vida u otros más livianos como un grano allá donde la espalda pierde su casto nombre. 

Sentir cierto grado de ira, tristeza o frustración forma parte de esa vida que yo considero natural. También esos momentos de júbilo y sensación de bienestar que nos transmiten los pequeños o grandes logros y los acontecimientos felices como el nacimiento de mi nieto. 

Pero lo más antinatural del estado humano, a mi entender, es esa categoría en la que califican a los adictos al fentanilo: zombies, muertos vivientes, personas que se encuentran en un letargo en el que parece que los 5 sentidos se los han extirpado para que ni sientan ni padezcan. 

El caso es que parece que buscamos en esas sustancias a las que nos volvemos adictos con facilidad, acallar algunas de los emociones que nos hacen particularmente humanos. Llorar por la pérdida de un ser querido, enojarse por una ofensa inmerecida o preocuparse por la posible pérdida de tu puesto de trabajo, son reacciones normales, no enfermizas, de cualquier persona. La diferencia la aporta el grado en que se viven dichas emociones. Cuando las perspectivas de futuro no nos dejan dormir, los enojos se prolongan en el tiempo o el duelo pretende abarcar el resto de nuestra vida, pasamos al otro extremo, al de las pobres almas de Filadelfia, de muertos vivientes nos convertimos en vivos murientes, porque la ansiedad, depresión o el rencor van acabando con nosotros poco a poco.

La virtud siempre está en el término medio y el equilibrio. No tengo ni voy a escribir un tratado sobre la estabilidad emocional, faltaría más, pero creo firmemente que una vida natural se puede llevar adelante sin depender permanentemente de la pastilla de turno. Habrá que buscar el camino para vivir sin ellas porque, de lo contrario, los pediatras acabarán recetando más ansiolíticos que antibióticos. 

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