Merece la pena mantener la dentadura intacta
31 de agosto de 2023.
¿Pero qué nos está pasando? ¿Nos están fumigando con “mala leche” o es que los alimentos llevan un E-666 oculto que dispara nuestra adrenalina? Acabo de llegar a casa indemne, pero han estado a punto de pegarme un puñetazo en la cara en una de las situaciones más absurdas que he vivido.
A las 9:45 aproximadamente, en mi piso de Jerez, reservo un cargador eléctrico en el Área Sur, un centro comercial de Jerez. Con la aplicación de Iberdrola te guardan el puesto del cargador durante media hora. Yo tardé unos 15 minutos en llegar, justo a la hora que abren el aparcamiento subterráneo donde se encuentra el dispositivo de carga, las 10 de la mañana.
En la plaza de parking de mi cargador se encuentra un señor de unos 50 años, de complexión fuerte y de una estatura parecida a la mía, con un coche de alta gama eléctrico intentando cargar el coche sin éxito. Nada más llegar le digo:
– Disculpe, este cargador no podrá usarlo usted, lo tengo reservado por la aplicación.
– ¿Reservado? A mí me da igual, yo estoy aquí antes que usted y yo no sé que eso se pueda reservar.
– Sí, mire, solo tiene que dar de alta una tarjeta de crédito porque si cancela la reserva pasado 15 minutos le cobran 1 euro de penalización.
– Yo no he tenido que meter ninguna tarjeta de crédito.
– Si quiere ahora le enseño cómo se hacen las reservas.
Mientras hablaba con él, sacaba mi cable y lo enchufaba al cargador. En ese momento se viene hacia mí hecho un basilisco y empieza a insultarme a voces, con el rostro rojo encendido y las venas del cuello hinchadas como el tamaño de mi pulgar.
– Usted es un sinvergüenza, pero ¿qué está haciendo? ¿Tiene usted la poca vergüenza de quitarme el cargador?
– Mire usted, yo le estoy hablando bien y no le he insultado en ningún momento – le contesté todo lo calmado que pude, porque la verdad es que me puso bastante nervioso, ya que no me esperaba esa reacción.
– Usted es un sinvergüenza, un hijo de puta – seguía diciéndome a un metro de mi cara.
– Vamos a ver, cálmese, por favor, ¿me deja que le explique cómo funciona esto? Si es que usted no va a poder cargar porque el cargador se queda bloqueado hasta que yo no inicie la recarga.
Como veía que no se calmaba desconecté mi cable y le dije:
– Mire, yo soy una persona pacífica y como usted comprenderá yo no me voy a pelear con usted por una recarga de un coche eléctrico.
– No no, cárguelo usted, pero es usted un sinvergüenza, por muy suave que se ponga.
Se da media vuelta y se mete en el coche para irse. En ese momento vuelvo a enchufar mi cable y vuelve a salir del coche. Se dirige hacia mí con el puño levantado amenazándome y me dice a medio metro de mi cara:
– Sinvergüenza, me entran ganas de pegarle un puñetazo, que es lo que se merece.
Yo volví a decirle:
– Oiga oiga, tranquilícese, que ya le he dicho que no me voy a pelear por esta estupidez. Cargue usted el coche, que yo me voy.
En ese momento se acerca un guarda de seguridad que escuchó las voces a lo lejos y pregunta qué es lo que pasa. El energúmeno sigue gritando y el guarda le dice que se calme y que yo le explique lo que pasa. Le comento cómo funciona la aplicación de Iberdrola para hacer reservas y me dice que él no entiende mucho de cómo funcionan los cargadores, pero que si la empresa propietaria tiene ese método, no hay mucho que discutir. Se dirige al enfurecido y le dice que soy yo el que tiene derecho a recargar.
El individuo se da media vuelta jurando en arameo, se mete en su coche y sale disparado del parking. El guarda de seguridad parece que estaba curado de espanto porque tampoco se inmutó cuando le conté toda la secuencia completa y lo cerca que había estado aquel hombre de golpearme. Se marchó y me dejó solo. Yo me quedé un poco alterado pero respiré hondo y traté de volver a cargar el coche.
El caso es que ahora la aplicación no me dejaba porque decía que el punto de recarga estaba reservado. Claro, yo pensé que era por mí y que como lo había desconectado dos veces, se había bloqueado. Llamo al servicio técnico y mientras hablaba con un teleoperador llega un chaval de unos 30 años con un Tesla y me dice que tiene el punto reservado. Corto con el operador y trato de explicarle que yo lo había reservado previamente pero que había tenido una trifulca con un señor que estaba esperando.
El chaval, rubio, con barba más bien pelirroja y acento extranjero, me dice que él tiene reservado el enchufe y tranquilamente saca su cable, lo conecta y pasa de mí tres pueblos. Lo único que le dije fue:
– Amigo, menos mal que te has topado conmigo, porque si llegas a encontrarte con alguien como el que me precedió no te vas tú tan tranquilo.
Recogí mi cable y me tuve que ir a buscar un cargador de pago que hay en el aparcamiento de superficie. Luego tuve que lidiar casi una hora más con el servicio técnico de dos cargadores más porque mi aplicación se había quedado bloqueda, pero eso ya es otra historia con la que no quiero alargar este post.
Vuelvo a mi introducción, algo nos está pasando porque somos capaces de casi matar a alguien por cosas tan absurdas como la que he contado. Pero lo mismo pasa cuando alguien entiende que has invadido una rotonda de manera incorrecta y te mira con ojos inyectados de odio mientras toca desaforadamente el claxon, o cuando coges del estante del supermercado la última lechuga y justo en ese momento otro cliente entiende que él la vio antes que tú. Nos ponemos alterados de forma desproporcionada por cualquier cosa que entendemos una ofensa imperdonable.
Voy a proponer al ayuntamiento de Jerez que vacíen en los depósitos municipales de agua un contenedor lleno de Alprazolam, a ver si la gente se apacigua, porque pensé para mí: “Menos mal que lo único que hice fue enchufar un cable en el cargador. Anda que si le llego a dar un pico”.