Mejor que el virgen extra.
29 de febrero de 2024.
Mi primer post en un día bisiesto; igual no lo vuelvo a repetir, porque esta oportunidad no se me volverá a presentar hasta dentro de 4 años y lo mismo no me da ese día por escribir.
Hoy anda la actualidad enmarañada en el caso Koldo por el que han puesto a “kaldo” a José Luis Ábalos, exministro de Fomento. No voy a dedicar este día especial a hablar de política, sino de reputación. La Biblia dice que “una buena reputación es mejor que el buen aceite” (Eclesiastés 7:1). No imaginaba el congregador, Salomón, que su comparación no podía ser más acertada, atendiendo a los precios que ha alcanzado el llamado oro líquido.
El señor Ábalos dice que no deja su escaño porque quedaría como un apestado y no quiere terminar su carrera política como un corrupto sin serlo. La verdad es que ya va a tener difícil no resultar maloliente para muchos, en una sociedad en la que la buena reputación se corrompe mucho antes que el aceite. Vivimos en tiempos en los que es difícil mantener un buen nombre y sumamente fácil perderlo.
Seguramente habrán oído hablar de esa fábula del sabio al que le levantaron una calumnia. El autor de la misma acudió a pedirle disculpas y la víctima le pidió que, como muestra de arrepentimiento, cogiera un almohadón de plumas, se fuera a la colina colindante más alta y que esparciera al viento dichas plumas, al día siguiente tendría que volver al mismo sitio y recoger todas las plumas esparcidas y volverlas a colocar dentro de su funda. Lógicamente respondió que eso sería imposible, porque el viento las habría repartido por todas partes y muy lejos. El sabio le respondió que lo mismo pasa con las mentiras e infundios, se difunden rápidamente pero luego es imposible restañar la herida que han producido.
Me sorprende bastante una de las muchas incongruencias que se producen en el mundo en que nos movemos en los últimos años. Actualmente hay un afán por la protección de datos personales que ha dado como fruto una ley al respecto en toda Europa. Falta hace ahora que resulta tan fácil compartir en el mundo cibernético cualquier tipo de información. Las multas por saltarse la privacidad son cuantiosísimas. Pues a la vez se permite que los datos más sensibles, como son los que se recogen en los sumarios judiciales, vean la luz pública con una facilidad pasmosa. Acaba de salir el declarante del juzgado y, si es famoso, político o artista, al rato a veces, ya se encuentra el contenido de su declaración en los medios de comunicación.
¿Cómo puede ser que algo que debería custodiarse con tanto esmero llegue a conocerse en todos sus pormenores por todo el mundo? Pensar en eso me genera el mismo grado de indefensión que de indignación. Y el problema no es que se conozcan detalles íntimos, sino lo que eso produce en la reputación y nombre de una persona. Esa máxima judicial que dice que todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario queda absolutamente invalidada en la práctica por el linchamiento mediático que se hace de todo el que pasa por un juzgado. Se le presupone la culpabilidad y probablemente nunca recupere la inocencia ni con el fallo a su favor.
Echarle abajo injustamente la reputación a alguien debería estar penado de forma más severa y el castigo para los que siendo funcionarios judiciales venden al mejor postor la información que deberían custodiar, todavía más.
Recuerdo a un buen amigo al que le levantaron un bulo totalmente infundado hace muchos años. En su pueblo se corrió la voz de que la guardia civil había interceptado en un campo cercano una avioneta cargada de droga de la que él era el responsable. Nunca se supo quién dio origen a la noticia, pero en un par de días todo el mundo la daba por cierta. Mi amigo tenía un próspero negocio familiar en el pueblo que podía venirse abajo rápidamente con el descrédito de semejante información. El pobre tuvo que acudir a la Guardia Civil para que le emitieran un certificado de que no tenía ninguna causa pendiente con ellos y apareció en la radio local para desmentir la despiadada calumnia. Recuerdo que me indigné con un alumno mío que aseguraba vehementemente que era cierto lo que pasaba de boca en boca. Con el tiempo parece que las aguas se calmaron y mi amigo sigue con su negocio hasta el día de hoy, pero el disgusto y las noches sin dormir que sufrió habrán quedado en su amargo recuerdo.
Quizás estos comportamientos que trato de denunciar en este escrito sean fruto de una sociedad en la que el interés desmedido en los asuntos ajenos favorece los rumores, bulos, mentiras y calumnias. Otro proverbio bíblico dice: “El calumniador anda por ahí revelando conversaciones confidenciales; no te juntes con los que disfrutan del chismorreo” (Proverbios 20:19). Aún otro añade: “Defiende tu caso contra tu prójimo, pero no reveles lo que se te contó confidencialmente” (Proverbios 25:9).
A todos nos interesan las personas y también conocer de ellas, no lo neguemos, pero el “chismorreo”, que lo entiendo como charlar de otros sobre temas verídicos o falsos, pero que deberían quedar en el ámbito de la intimidad, o compartir con otros lo que se nos contó confidencialmente, son conductas que deberían evitarse en todo campo en el que nos movemos, y las autoridades y medios de masas deberían dar ejemplo. En realidad doy esta última batalla por perdida, pero si cada uno de nosotros nos hacemos conscientes de que podríamos ser víctimas de injustas descalificaciones, infundios o calumnias, quizás tengamos más cuidado al hablar de otros o al prestar atención a informaciones no acreditadas o a aquellas que no deberíamos conocer.