¿Cómo hemos llegado a esto?
21 de febrero de 2024.
Un ejemplo para los más jóvenes. Un modelo a seguir. Su ejemplo muestra que los sueños se pueden conseguir. Un fenómeno de masas. Podría seguir reproduciendo elogios que ha recibido Ilia Topuria después de conseguir la corona mundial de las Artes Marciales Mixtas en la competición denominada UFC (Ultimate Fighting Championship).
Para los que no sepan de lo que va este deporte (creo que cada vez son menos), se trata de una competición de pelea entre dos contrincantes en la que se emplean tanto golpes con las manos como con los pies y las rodillas. Están permitidos los agarrones, los apresamientos y todo tipo de agresiones, eso sí, han establecido ciertas restricciones que podrían ser letales: los cabezazos, morder o golpear con los codos o las rodillas a un contrincante en la cabeza cuando está en el suelo.
Desde el primer asalto de estos combates suele brotar la sangre de los contrincantes y el ring (es un octógono) queda salpicado por todas partes. Si te impresiona ver un combate de boxeo, que no se te ocurra presenciar unos minutos de esta modalidad, pues resulta una experiencia impactante.
Dicho todo lo anterior, resulta sorprendente la popularidad que está alcanzando este, a mi entender, mal llamado deporte. Se mueven cifras que ya superan a veces al boxeo. Los púgiles son más populares y la prueba está en que Topuria ha visitado ya varias veces El Hormiguero y lo volverá a hacer el próximo lunes. En el instituto, son muchos los jóvenes que me preguntan si sigo la UFC, porque ellos son fans declarados.
Me llamó especialmente la atención que un diario deportivo de máxima tirada titulara una de sus noticias diciendo que Topuria se sienta a la mesa de Pau Gasol, Fernando Alonso y Rafa Nadal.
Pero vamos a ver, ¿qué le queremos transmitir a nuestros jóvenes? Esta pregunta, cuya respuesta parecería obvia para la mayoría de las personas sensatas, resulta del todo necesaria cuando los medios de comunicación, las redes sociales y todas las formas de comunicación de masas están lanzando imágenes, mensajes y entretenimiento que están deteriorando seriamente los valores y, lo que es peor, la salud mental de los más influenciables.
Si en cada guardia de recreo tengo que separar a un par de chavales y, como novedad, cada vez más también a chavalas, porque empiezan a forcejear entre ellos, a pesar de que casi siempre dicen que están de broma, sabiendo que esa supuesta broma suele acabar muchas veces en una pelea, ¿qué les digo ahora, que se apunten a practicar Artes Marciales Mixtas y se peguen en un octógono, que ahí sí está permitido e incluso bien visto?
El “deporte” al que dedico este post es, bajo mi punto de vista, cruel, sanguinario, violento y execrable. Respeto a todo aquel que le guste, pero considero que no debería tener la cobertura mediática que recibe. ¡Qué lejos me quedan esas iniciativas de hace algún tiempo para prohibir el boxeo por las secuelas demostradas que tiene en el cerebro de los contrincantes! Me parece increíble que hayamos llegado todavía más lejos permitiendo un espectáculo que publicita algo que, en teoría, casi todos reprobamos, la violencia gratuita.
Sí, a los detractores de estas prácticas, siempre nos saldrán los que nos critiquen por blandengues, anacrónicos o ajenos a la realidad humana. Sé que muchos creadores de opinión creen que en vista de que la historia humana sigue repleta de guerras y masacres, justificadas por los más peregrinos motivos, permitir el enfrentamiento controlado y el uso de la violencia bajo unas reglas, es una forma lícita de divertirse y crear una juventud más fuerte, que pueda, por ejemplo, ser miembros de un ejército y actuar como se les supone.
Los que abogamos por un mundo pacífico y a los que nos sobra la violencia en todas sus manifestaciones se nos podrá acusar de vivir fuera de una realidad en la que se hace necesaria la existencia de ejércitos, cuerpos de seguridad y el uso de la violencia controlada por parte de los gobiernos. Yo aspiro a su desaparición, pero no voy a entrar en reflexiones metafísicas. Mientras mis esperanzas no se cumplan, entiendo que juegan un papel necesario en este mundo tantas veces caótico. Pero no olvidemos que es siempre una derrota tener que hacer uso de la violencia contra nuestros congéneres, aunque esté parcialmente justificada. El mal menor sigue siendo un mal.
No condeno la competición, de hecho le encuentro sus grandes virtudes a luchar contra las capacidades del contrario para superar los límites propios. Cuando eso se desarrolla bajo unas reglas y sin que suponga dañar físicamente a conciencia a tu oponente, creo que potencia el afán de superación, las habilidades y la capacidad de esfuerzo, pero hacerlo con el objetivo de noquear, golpear o someter físicamente a un oponente, con un riesgo evidente de hacerle daño, me parece un objetivo desdeñable.
Sí, alguien dirá que aprender a pelear es un motivo loable, porque puede que se necesite en algún momento de nuestra vida, pero otros pensamos que enseñar a vivir en paz es mucho más necesario e infinitamente más noble.