Más difícil que dejar Olympiacos por Panathinaikos

Más difícil que dejar Olympiacos por Panathinaikos

3 de septiembre de 2025

– Puedo cambiar de religión, de partido político, pero nunca dejaré de ser fan de Olympiacos, mi equipo de fútbol.

Esto me decía el simpático y amable taxista que nos llevaba al aeropuerto de Atenas. Después de dos trayectos de casi 3 horas en total (Puerto de Lavrio-Atenas y regreso de la capital griega a su aeropuerto), Theodoros ha acabado por tener tal sintonía conmigo que terminó despidiéndose de mí invitándome a su casa cerca de Atenas para la próxima vez que visite territorio griego. Hasta me hizo asegurarle que le mandaría un mensaje cuando aterrizara en España para saber que habíamos llegado bien. 

Estos días he podido seguir los pasos de alguien que no cambió de equipo de fútbol, sino que realizó una metamorfosis en su vida de tal magnitud que le llevó a defender con su vida los ideales a los que se opuso durante algunos años encarcelando y contribuyendo a la muerte de sus seguidores. Hablo de Saulo, conocido después como Pablo, el apóstol de origen fariseo, judío erudito y culto que hasta participó del asesinato a pedradas del primer mártir cristiano, Esteban.

Se dirigía a Damasco para seguir con su atroz persecución de la reciente secta de los cristianos. En el camino, el propio Jesús se le apareció y, entre otras cosas, le preguntó: 

– Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Te estás haciendo daño por estar dando coces contra el aguijón.

El aguijón era una vara puntiaguda con una terminación de metal que se usa para dirigir a un animal. Si este da coces contra la herramienta acaba haciéndose daño él mismo, por resistirse a aquel que lo conduce. Saulo (Pablo) estaba luchando contra la verdad que Jesús enseñó y acabaría dañándose personalmente si no se dejaba guiar por aquel que ahora le mandaba algo extraordinariamente sorprendente, le pedía que se hiciera el principal divulgador y predicador de la enseñanza cristiana, la que había odiado a muerte, por todo el mundo conocido, gobernado de manera férrea por los césares romanos.

Sus primeros pasos los buscamos hace pocos días desde el puerto de Kusadasi, Turquía. Allí nos recogió Efe, un joven y amable guía que nos llevaría en un pequeño autobús hasta las ruinas de Éfeso (Efes para los turcos), curiosa la coincidencia de nombres. En algo menos de media hora estábamos frente a la taquilla del yacimiento arqueológico. Menos mal que hicimos la visita temprano, a las 8 de la mañana, y el día fue relativamente templado, porque en verano aquel lugar, desprovisto de sombras, es mal sitio para recorrerlo durante un par de horas golpeados por un sol de justicia.

Calle de Éfeso

Otra calle principal de Éfeso. Hoy tan concurrida de turistas como en sus tiempos de efesios.

Quedamos muy gratamente sorprendidos con lo que encontramos, no imaginaba una ciudad abandonada desde hace siglos que mantuviera tantos rastros del esplendor que tuvo. Llegó a albergar más de 200.000 habitantes y disputaba en grandeza con la propia Roma. Era un rico enclave comercial entre oriente y occidente. Mantenía un concurrido puerto, hoy inexistente, porque el río que llegaba hasta allí acabó retirándose por la sedimentación y eso contribuyó decididamente al declive de la urbe.

Aunque solo se ha excavado el 20% de la ciudad, se puede circular por sus amplias calles, todavía empedradas por las piedras originales, ver las tiendas y viviendas con sus muros semiderruidos, llegar a sus dos ágoras, amplias plazas rectangulares donde se congregaban tanto filósofos como comerciantes, contemplar la imponente biblioteca, que conserva su fachada majestuosa totalmente en pie, observar las gradas del teatro, el más grande de Asia Menor, para 25.000 espectadores.

Ágora pública.

Portal de la Biblioteca.

Muy cerca de Éfeso, a pocos kilómetros, queda el grandioso templo de Artemisa, una de las 7 maravillas del mundo antiguo, del que solo queda hoy en pie una de sus 127 columnas de 18 metros de alto. En su interior albergaba una enorme estatua de la diosa que era venerada por los efesios y que recibía la visita de cientos de miles de personas para presenciar un desfile en su honor en el mes de Artemisión (marzo-abril).

Única columna en pie del templo de Artemisa.

Estatua de la diosa Artemisa.

En aquel opulento ambiente religioso y comercial apareció el apóstol Pablo en varias ocasiones, en una de ellas estuvo casi 3 años enseñando el cristianismo en la sinagoga judía y a diario en la escuela de Tirano. Llama mucho la atención la valentía de este judío, convertido al cristianismo, que fue capaz de hablar en contra de la idolatría que se practicaba en la ciudad. Despertó el odio de los artesanos que se dedicaban a hacer templetes de Artemisa, como Demetrio el platero, que consiguió movilizar a una turba que arrastró a Pablo hasta el teatro con intención de acabar con él.

Pablo también cuenta que peleó con bestias salvajes allí, y no se sabe si se refería textualmente a que lo hizo en el estadio contra fieras animales o al enfrentamiento que mantuvo con agresivos oponentes como Demetrio. El caso es que su vida corrió peligro por hablar con franqueza del cristianismo y contra la idolatría imperante en la ciudad.

Teatro de Éfeso. Podía albergar a 25.000 espectadores.

Me cuesta poco usar la imaginación para trasladarme en el tiempo pero todavía más me ayudó el museo con pantallas de 360 grados que proyectó durante un rato la historia de la ciudad con imágenes montadas en base a los descubrimientos hechos allí. Me imaginé a Pablo recibiendo los insultos de aquellos que gritaban: “Grande es Artemisa de los efesios” mientras lo zarandeaban con la clara intención de asesinarlo. 

Sí, aquel hombre no cambió sus aficiones futboleras, como decía mi amigo Theodoros, sino que mutó en su forma de adorar al Dios que no mora en templos hechos con manos humanas, como les dijo a los atenienses del Areópago. Esa visita la hicimos dos días después, pero merece otro escrito, del que hablaré también de otro perseguido: Juan, el amigo amado de Jesús, cuya isla de destierro, Patmos, también visitamos en estos días.

La conclusión que sacamos todos es que la valentía sola no puede motivar a nadie a arriesgar permanentemente su vida, algo mayor tiene que mover a una persona acomodada en su estatus, con sus ideas tan claras, para soltar amarras y recorrer mares y tierras enfrentando la muerte continuamente, lejos de su hogar y sin perseguir riquezas o reconocimiento y prestigio. Seguiré…








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