Te odio porque no te pareces a mí.

23 de septiembre de 2025
Prueba a poner en el buscador: ¿qué conflictos hay ahora mismo en el mundo con guerra y desplazados? A mí me han salido en un resumen 8. Tan solo en el de Siria han muerto unas 350.000 personas, con 6,6 millones de desplazados, de los cuales 5,6 siguen refugiados en otros países. ¿Por qué no se habla ya de ellos? Es una pregunta que no tiene una sola respuesta fácil y no quiero que mi escrito destile tintes políticos, porque no intervengo en las “guerras” partidistas, pero está claro que el interés informativo se dirige hacia los escenarios que convienen por un motivo u otro.
Lo que ocurre en Gaza es una barbarie más de las que la humanidad desgraciadamente registra en su currículum, pero es una más. Por cuantía de pérdidas humanas es inferior a la de Siria, aunque por su grado de crueldad estaría a su mismo nivel. Ahora todos los informativos dedican minutos a su cobertura, la gente se moviliza en redes, también en las calles con esas manifestaciones “pacíficas” que se han producido en la vuelta a España, pero ¿dónde quedan los gestos para visibilizar lo que sigue pasando en Sudán, con otros millones de desplazados y muertos, en la República Democrática del Congo, Haití, Somalia, Pakistán, por citar otros? ¿Qué pensarán los compatriotas o familiares de esas cientos de miles de personas que sufren y nadie habla de ellas?
El mundo es un polvorín caótico y rodeado de pirómanos sin escrúpulos. Los que creemos que existe Dios y será el único que pueda arreglar este desastre somos tachados de lunáticos e irreales, pero a mí personalmente me da igual. Mi confianza en las posibilidades de acuerdo y conciliación entre corrientes políticas y sociales disminuye en el mismo grado que crecen los insultos y descalificaciones entre ellas. Y las palabras son cada vez más gruesas, parece que los agravios se van quedando más cortos y hay que acentuar la ofensa. Lo más suave que se reparte a diestro y siniestro es mafioso, nazi, corrupto, traidor, hijo de puta, dictador, etc.
¿Qué clase de acuerdo pueden tomar dos personas si antes de sentarse a la mesa uno califica al otro como mafioso y este al anterior como nazi?
La democracia, la que para muchos es la mejor forma de gobierno, ha derivado en la mayoría de los países en la votocracia, no es el demos, el pueblo el que importa, sino el voto. Si resaltar en los medios un conflicto bélico en detrimento de otro proporciona a una de las partes mayor rédito electoral, adelante con ese criterio. Si destacar un determinado caso de corrupción (por desgracia hay cientos) rebaña sufragios de una de las partes y favorece a la otra, a por ello. Hoy, además, las redes sociales permiten diseminar todo tipo de ideas con prontitud y perfectamente aderezadas con los ingredientes necesarios para alentar a la tropa propia y desalentar a la contraria.
El problema de esta exacerbación de las posturas encontradas es que el ser humano tiende a extremar los odios, sobre todo entre aquellas personas desequilibradas que, por desgracia, son un porcentaje mínimo, pero reseñable de la población. La última prueba de esto es el asesinato del joven republicano Charlie Kirk a manos de un descerebrado por exponer sus ideas en público.
¡Qué penoso ejemplo están dando los líderes mundiales al resto de sus congéneres! ¿Nadie, por mínima decencia, se baja de ese corcel desbocado de los insultos y descalificaciones? Yo no sé si eso despertaría la simpatía de sus potenciales votantes, pero desde luego que les haría dormir con la conciencia más tranquila y a muchas personas de bien las reconciliaría un poco con algunos de sus gobernantes.
Desde luego, el ciudadano de a pie, cada vez más informado y teóricamente educado, debe valorar que los lugares por donde cotidianamente nos movemos no son enfervorecidos campos de fútbol llenos de gritos e improperios, son, como es mi caso, pasillos y aulas de un instituto donde queremos fomentar la convivencia, donde enseñamos a nuestros alumnos a pedir las cosas con respeto, a aceptar al diferente, a ayudar a los discapacitados, en definitiva a tratar de hacer de las relaciones personales algo que nos llene, que nos enseñe, que nos reconforte.
Desgraciadamente la influencia en la pirámide jerárquica de las bases sobre la cúspide es menor que la ejercida en sentido contrario, pero siempre queda, a título personal, la suficiente autonomía para ejercer el control sobre lo permeables que somos al odio, la inquina y el prejuicio. Sin duda, volver a los auténticos valores cristianos nos ayudaría. Jesús dijo que si tu enemigo tenía sed le diéramos de beber. Hoy día, este consejo parece aplicable en otro planeta, uno imaginario, pero eso no impide que cada uno de nosotros tratemos de adaptarlo a nuestras relaciones personales.
El odio al que opina diferente se puede bajar un grado y dejarlo en desagrado, incluso en respeto cuando el antagonismo no significa que el otro eche por tierra los derechos humanos básicos. Generalmente los más furibundos ataques se producen contra el que discrepa en la organización económica o política de un país, no tanto en aspectos como el derecho a la vida, que genera mucho más consenso.
¿Ofrezco una posible solución a la situación que describo? En absoluto, en primer lugar porque ni está en mi mano, ni conozco todas las claves para hacerlo y en segundo porque hasta la persona que más admiro, en su paso por la tierra tampoco pretendió lograrlo a través de organizaciones o herramientas humanas. Él dijo que pidiéramos por la venida del reino de Dios y que este no era de este mundo, así que solo aspiro a intentar en el micromundo en el que me muevo diseminar algunos de esos principios que tanto bien hacen en las relaciones humanas y dejo el arreglo de gran calibre en manos del que realmente tiene el verdadero poder para restaurar este mundo caótico.