Llegará a ser igual que un río.

5 de agosto de 2025
No busco la felicidad, sino estar en paz. Esa fue una declaración que oí hace poco no me acuerdo muy bien de quién. Cada vez estoy más de acuerdo con ella.
Algo evidente, aunque no lo sea para todo el mundo, es que las distintas etapas de la vida hay que vivirlas para entenderlas. No tengo la menor idea del viejo que seré (y está a la vuelta de la esquina) porque esa etapa me queda por experimentarla. De las que ya he quemado, los 3 cuartos de una vida promedio, algo me queda más o menos claro, la primera etapa y la segunda, hasta pasados los cuarenta, pueden ser de las que tengan visos de felicidad, siempre que los imponderables de la vida, en forma de enfermedades o sucesos traumáticos, no empañen esos años en los que te acompañan todas tus fuerzas y tus padres, hermanos y contemporáneos de tu edad se encuentran relativamente jóvenes y sanos.
Entrando ya en el último cuarto de la vida, la felicidad se antoja un objetivo un tanto ambicioso. Es la época en la que el cuidado de tus padres envejecidos, su fallecimiento final, el nido vacío, los primeros achaques físicos y si, encima vienen mal dadas por enfrentarse a males graves o pérdidas traumáticas, todo se complica para conseguir ese estado cercano a lo ideal que algunos llaman felicidad.
Algunos de los que comparten mis creencias dirán que Jesús empleó el término cuando empezando su sermón del monte dijo que felices serían los que hicieran una serie de cosas que, por otra parte, son claves en el bienestar personal y comunitario (Mateo 5:3-11). El término feliz también se emplea en otros pasajes, como en el primero de los Salmos. El problema se presenta cuando tratamos de determinar lo que significa en castellano el término felicidad. La R.A.E. lo define como “1. Estado de grata satisfacción espiritual y física. 2. Ausencia de inconvenientes o tropiezos.”
Si las dos definiciones tienen que encajar entre ellas para que alguien considere que ha alcanzado la felicidad, podría categóricamente decir que en este mundo imperfecto nadie puede presumir de ella. Uno quizás se puede encontrar en un estado de grata satisfacción espiritual y física, pero nadie se encuentra ausente de inconvenientes y tropiezos.
Asumiendo, por tanto, que con el paso del tiempo los inconvenientes y tropiezos empiezan a aparecer con más frecuencia, me parece que no es pesimista descansar de una lucha titánica para conseguir esa quimera de la felicidad y conformarse, si es posible sin resignación, sino con aceptación positiva, con un estado de paz interior que contribuya a esa grata satisfacción espiritual, aunque no consigamos la física.
En realidad, ese objetivo que, a mi parecer resulta más alcanzable, es uno que también nos anima a lograr nuestro Creador. En Isaías 48:18 dice: “¡Si tan solo prestaras atención a mis mandamientos! Entonces, tu paz llegaría a ser igual que un río.” Me encanta esa metáfora que compara la paz a un río. Cuando uno contempla un río caudaloso de aguas que fluyen ininterrumpidamente desde su orilla, se da cuenta de que ese desplazamiento continuo y sereno de sus aguas es algo que lleva miles de años produciéndose. Una paz permanente que también fluya en nuestro interior con sosiego y calma puede ser un estado tremendamente agradable y maravilloso.
En la misma línea se pronuncia el apóstol Pablo en Filipenses 4:6, 7 cuando dice: “háganle saber a Dios sus peticiones, y la paz de Dios, que está más allá de lo que ningún ser humano puede entender, protegerá sus corazones y sus mentes” Sí, un estado de paz interior protege nuestros sentimientos y razonamientos, lo contrario, la guerra interna nos corroe, nos priva del sueño, nos amarga con pensamientos negativos.
No quiero desanimar a nadie si tiene el legítimo objetivo de conseguir la felicidad, pero a veces es tan escurridiza como un gorrión. Recuerdo de pequeño tratar de perseguirlos cuando se posaban en la terraza de mi piso. Mientras más rápido me acercaba a ellos, antes alzaban el vuelo, solo me podía aproximar algo si lo hacía sigilosamente, pero era imposible atraparlos cuando lanzaba mi mano, su reacción era mucho más rápida y se escapaban. Lo mismo ocurre con ese digno objetivo, se aleja de nosotros si tratamos de alcanzarlo con demasiado empuje.
La alternativa es por la que he optado últimamente, mientras este mundo siga siendo tan imperfecto y hasta que Dios no lo remedie. Creo que para muchos puede resultar más realista aceptar con una sonrisa que disfrutar de paz y calma interior supone un estado de bienestar bastante factible y satisfaciente, en lugar de perseguir ese otro que tantas veces se antoja inalcanzable.