Manchester no es tan frío como dicen.

Manchester no es tan frío como dicen.

15 de enero de 2024.

Hace aproximadamente un mes me dio por mirar un vuelo a Manchester. ¿Por qué a Manchester? Un amigo de mi hija, Zeek, vive allí desde hace 8 años. Es un forofo del tenis que hace años que lo practica, de hecho ahora está inmerso en un curso para obtener el título de monitor a través de la federación inglesa.

Hace tiempo le dije que igual un día iría a Manchester a jugar al tenis con él. Pues bien, encontré un vuelo de fin de semana por 52 euros ida y vuelta. Él no podía alojarme en su piso compartido pero habló con un matrimonio de testigos que tenían sitio en su casa y accedieron a recibirme.

El viernes llegué a las 12 de la noche al aeropuerto y Zeek me recogió en coche con su compañero de piso, Alejandro. Media hora más tarde estaba en casa de Norman y Susana. No había visto a esta pareja en mi vida y ellos no sabían nada de mí, solo que compartíamos la fe como testigos de Jehová.

Norman trasnochó pacientemente para esperarme. Su vivienda es una casa aislada de dos plantas típicamente inglesa, con un amplio porche delante y un cuidado y pequeño jardín detrás. Al pasar al interior agradecí los 20 grados que tanto contrastaban con los 3 de la calle.

Dejé mis zapatos en el recibidor y amablemente me suministró unas zapatillas para no ensuciar la moqueta de las escaleras. En la segunda planta me esperaba una acogedora habitación con una cama de mullido colchón y decorada con dos collage de fotos en blanco y negro de la infancia y juventud de Susana, a la que conocería por la mañana, ya que ella descansaba en la habitación de matrimonio.

Me costó conciliar el sueño por la agitación del viaje y la novedad de mi alojamiento, pero descansé plácidamente hasta las 8 de la mañana, hora en la que me levantaría para coincidir con mis anfitriones en el desayuno.

Me esperaban con un café caliente y tostadas, que fue lo que les pedí para desayunar. Ahí iniciamos una charla de dos horas en la que nos contamos los detalles fundamentales para conocernos someramente. Norman y Susana llevan casados casi 30 años. El es natural de Barbados, aunque lleva desde los dos años en Inglaterra y ella es española, natural de Madrid.

Puede parecer poco creíble, pero después de esa conversación tenía la impresión de que los conocía de toda la vida. A media mañana Zeek me recogió y nos fuimos en autobús al centro de la ciudad. Visitamos las calles más emblemáticas y la biblioteca de John Rylands, un precioso edificio de piedra rojiza oscura con estilo neogótico inglés y que alberga un trozo del manuscrito más antiguo que se conserva del evangelio de Juan, datado a principios del siglo segundo. Teniendo en cuenta que Juan lo escribió en el año 96, estamos hablando de una copia de apenas unas décadas después del original. Alguien dirá que todo esto le resbala bastante, pero para los que nos interesa saber que lo que leemos en la Biblia está acreditado, nos parece relevante. 

A las 5 asistimos a la reunión de fin de semana que los testigos celebramos en todo el mundo. Allí me recibieron con los brazos abiertos los 60 miembros de esta congregación de habla española de Manchester, compuesta en una gran parte por un nutrido grupo de andaluces emigrados.

Después de un rato de animada charla, a las 8 nos fuimos Zeek y yo al David Lloyd Tennis Club a jugar nuestro partido de tenis. El club es un elegante lugar con unas 8 pistas cubiertas en magníficas condiciones. Echamos un rato estupendo hasta las 10 de la noche, hora en que cerraban las instalaciones. Regresamos a casa de Norman y Susana en un Uber. Nunca había usado este medio de transporte, pero funciona increíblemente bien. En las tres ocasiones que lo hicimos tardó menos de 3 minutos en aparecer el coche y los tres conductores eran de origen árabe amabilísimos.

Cerramos el día con otra agradable conversación en el acogedor saloncito de la planta baja de mi alojamiento, una ducha y otra reparadora noche de descanso.

Por la mañana me levanté a las 8:30, desayuné huevos fritos con mis dos anfitriones y luego acompañé a Norman a predicar. Fuimos en coche a visitar a 2 familias latinas y una de españoles, pero solo encontramos a una de ellas. Las congregaciones de un idioma extranjero no visitan de puerta en puerta, como se nos conoce a los testigos, sino que hacen una búsqueda de personas del idioma no local, que lógicamente están repartidos, y por eso hay que hacer bastantes desplazamientos.

Regresamos pronto para ayudar a Susana que había invitado a unas 20 personas de la congregación a una «fiesta de croquetas». Casi todos los asistentes eran andaluces y uno de ellos había visto en una tienda de Max and Spencer unas ¡croquetas de paella! Cuando lo comentó con algunos del grupo dijeron que eso era una ofensa a uno de los emblemas de la cocina española, así que surgió la idea de que cada uno llevara croquetas de algún tipo y las compartirían juntos. A las 2, toda la planta baja estaba preparada con mesas y sillas y 6 platos llenos de distintas croquetas: pollo, bacalao, boletus, queso azul y alguna más.

De nuevo me encontraba con 20 personas que acababa de conocer y que me trataban como si no fuera en absoluto así. Tuve oportunidad de conocer sus distintas aventuras migratorias. Dos de las andaluzas se habían casado con ingleses y el resto habían alargado su estancia en Manchester por diversos motivos. El tiempo se pasó volando y a las 5:30 Norman se ofreció a llevarme al aeropuerto, donde me dejó justo antes de pasar el control de seguridad y se negó a que le pagara ni siquiera las 6 libras del aparcamiento.

Nos fundimos en un sentido abrazo y le insistí en que su esposa y él tendrían que ofrecerme la oportunidad de devolverles ese despliegue de hospitalidad en Benaocaz. Espero que cumplan su palabra y nos visiten en no mucho tiempo.

Norman se esfuerza por hablar español lo mejor que puede y es encomiable su empeño a pesar del trabajo que le cuesta. He descubierto en él a un hombre íntegro y con una fe increíble. Las horas que hemos compartido juntos me han permitido encontrar una sintonía que no imaginaba.

De los viajes, además de imágenes en mi retina, lo que más valoro de lo que me llevo son las sensaciones que me producen las personas que conozco. Del frío Manchester, sus oscuras fachadas y el plomizo cielo, me traigo el calor de un hogar que ha sido mío 48 horas y que compensa con creces sus heladas calles y desapacible tiempo. No recordaré sus gélidas temperaturas, sino el amor en acción de unos desconocidos hacia el que consideran su hermano.

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