Los esfuerzos, mejor bien dirigidos.

Los esfuerzos, mejor bien dirigidos.

17 de julio de 2024


Autor foto: Juanky Pamies Alcubilla Licencia: CC BY-NC 2.0

Esta semana ha sido especialmente mala en cuanto al asesinato de mujeres por violencia machista. Llevamos unos cuantos años en los que los medios de comunicación se hacen eco de cada feminicidio con amplios titulares y detalles; conocemos antecedentes de la víctima, historial delictivo de su asesino, situación familiar: hijos, divorcio, separación, entre otros, y concreciones en cuanto al arma usada, lugar de los hechos y muchos más.

Existe una línea editorial bastante generalizada que trata de destacar este execrable problema que subyace en la sociedad, y que toda persona de bien rechaza y condena, para intentar hacernos conscientes de las medidas que se deben tomar para atajarlo. Sin duda, esa iniciativa es loable y todo lo que se consiga al respecto y evite que se replique o aumente, es bienvenida. Dicho sea de paso, algunos tildan a la Biblia y los que tratamos de seguirla como anclados al machismo y el patriarcado. No me voy a detener a rebatirlo, solo me gustaría transcribir lo que recoge la carta a los efesios capítulo 5 y versículos 28 y 29: “Del mismo modo, los esposos deben amar a sus esposas como a sus propios cuerpos. El hombre que ama a su esposa se ama a sí mismo,  porque nadie ha odiado jamás su propio cuerpo, sino que lo alimenta y lo cuida con cariño”. 

Ahora bien, los problemas deben medirse por su magnitud y no solo por su naturaleza, y existen muchos otros, además de la violencia machista, que plagan nuestra sociedad y que merecerían iniciativas en los medios de comunicación y gubernamentales para hacernos conscientes de su gravedad y trabajar para erradicarlos. Atendiendo a su incidencia, uno que es 100 veces peor es el de los suicidios. La cifra de mujeres muertas a manos de sus parejas cada año, en los últimos 10, se encuentra entre las 49 y los 59. La última cifra definitiva de suicidios es referida al 2022 y alcanza la espeluznante cantidad de 4227 personas, como digo, en magnitud, unas 100 veces más que los fallecimientos por asesinatos machistas.

Una buena pregunta que podríamos hacernos es por qué no se anuncian en los medios estas terribles cifras, al menos, con la misma frecuencia que las referidas al otro problema que mencionaba. Alguien dirá que su publicidad podría provocar el efecto indeseado de la replicación, pero ¿no podría ocurrir lo mismo en el otro caso? Continuamente nos estamos preguntando por qué los jóvenes varones cada vez se muestran más machistas, o qué lleva a algo tan repugnante como quitarle la vida a la que fue tu pareja y un día amaste. 

Las mismas y muchas otras preguntas deberíamos hacernos para mitigar el problema creciente de los suicidios, porque este sí que se está disparando. El siguiente gráfico procede del Instituto Nacional de Estadística y es referido a los últimos 5 años:

En 5 años las cifras han aumentado en casi un 20%. ¿Qué está pasando en nuestra sociedad para que 12 personas al día decidan dejar de seguir viviendo? Nos llevamos las manos a la cabeza porque cada semana una mujer pierda la vida en manos de un psicópata, pero son 81 las que la pierden por un “psicópata” (enfermo mental) que llevan dentro (perdón por la licencia etimológica). Lo llamo enfermo mental porque algo patológico tiene que estar sucediendo en la psique de una persona para que no encuentre ningún motivo para seguir viviendo.

En España se están destinando cuantiosos medios económicos e instrumentales para combatir la lacra de la violencia contra las mujeres, pero poco se está haciendo para prevenir el suicidio. Un indicador indiscutible, a mi entender, de la salud de una sociedad son las ganas de vivir. Cuando estas disminuyen y quedan plasmadas en cifras tan aplastantes, algo habría que plantearse y hacer. Pongo un ejemplo de esta misma semana.

En fechas no muy lejanas se aprobó la llamada Ley de Eutanasia. Como toda norma que deriva del parlamento, va acompañada de un considerable presupuesto y medios humanos y materiales para ejecutarla. No entro a valorar su oportunidad, ni aplicación, porque cada uno es libre de decidir qué hacer con su vida, pero creo que todo acceso a acabar con ella es un gran fracaso de todos. Esta semana varios medios se hacían eco de una noticia que llevaba estos titulares: “Tres personas renuncian a la eutanasia tras recibir una neurocirugía para tratar el dolor”. Me llamó la atención que hay una zona de nuestro cerebro que regula cómo cada persona experimenta el sufrimiento, es decir, que ante la misma fuente de dolor, no todo el mundo lo manifiesta con la misma intensidad, para algunos se vuelve insoportable y para otros llevadero. Con una intervención quirúrgica de estimulación cerebral, 3 pacientes que habían solicitado la eutanasia, han revertido su decisión al disminuir sensiblemente su percepción del dolor.

Quizás, si se dedicaran más medios a investigar procedimientos como el mencionado, podría aliviarse el sufrimiento que algunas personas padecen y les lleva a plantearse acabar con su vida. Lo mismo es aplicable al sufrimiento psicológico que produce la soledad, el abandono, la precariedad económica, o las propias enfermedades de ese amplio abanico que abarca la depresión, trastornos obsesivos, esquizofrenías y tantos otros. 

Muchas veces parece que solo se da bombo a 4 cosas que nos martillean con insistencia: fútbol, machismo, inmigración, cambio climático, por mencionar esa cifra. Nos alimentamos de información totalmente dirigida y eso moldea nuestras preocupaciones y canaliza nuestros esfuerzos. Ocurre como con la alimentación, si nos atenemos a lo que publicitan las multinacionales, todos acabaríamos bebiendo las mismas bebidas gaseosas, comiendo idénticas chacinas o cereales, aunque no sean los más sanos. 

Las cifras no engañan y vuelvo a la magnitud de los problemas. La vida es maravillosa y muy corta. El deseo de perderla que lleva a más de 4000 personas al año a consumarlo poniendo fin a ella debería remecer nuestras conciencias, por una parte para descubrir en nuestro entorno a aquellos que han perdido esa alegría por vivir que debería caracterizarnos, deberíamos tener herramientas para ayudarles y el respaldo de organismos y gobiernos que faciliten, no solo el acceso a la eutanasia, sino que permitan con muchos más medios actuar para ayudar a cualquiera que por diversos motivos no desee seguir compartiendo tiempo y espacio con todos nosotros en este planeta que fue diseñado para disfrutarlo hasta en el estado imperfecto que padecemos actualmente. 

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