Le llamaban Rafa.
10 de octubre de 2024.
En agosto de 2003 Rafael Nadal acababa de cumplir 17 años. Se enfrentaba a Younes El Aynaoui, talentoso jugador marroquí que estaba a punto de llegar a sus 32. El africano ganó al europeo en casi 3 horas por 7-6 3-6 y 7-6. Los dos tie-break fueron además ajustadísimos (8-6). No he encontrado las declaraciones de Younes, pero las recuerdo, porque vi el partido en directo. Dijo que Nadal sería alguien grande en el circuito. Se mostró asombrado de las capacidades físicas y técnicas de ese chaval de pelo largo y pantalones pirata.
No fue hasta el 2005, dos años más tarde, que Rafa ganaría su primer torneo grande. Ahora hablamos de la retirada de alguien que ha llegado a 22 Grand Slams después de más de 20 años en el tenis profesional.
No voy a endiosar a un simple ser humano porque no lo haré con nadie, pero no puedo dejar de admirar a ciertas figuras por su desempeño en su profesión o simplemente como personas. Este es uno de esos por los que siento especial debilidad. Ya hablé de él cuando, en plena quimioterapia, me ayudaba a evadirme de mi angustia con sus gestas de aquel verano del 2022 en el que ganó su decimocuarto Roland Garros. Él y mi Real Madrid, con el mismo número de Champions en aquel momento, dulcificaron un poco los amargos meses de mayo y junio de ese año que malviví, si me ciño solo al aspecto físico, ofreciéndome horas de evasión y disfrute.
Fue en 2001 cuando Nadal obtuvo su primer punto ATP en el Challenger de Sevilla, precisamente el último torneo que he presenciado en directo hace apenas un mes. Ya escuchaba hablar de ese chaval en ese año, y han pasado 23 años. Cuando miro hacia atrás, esos 23 años son mucho más cortos que cuando los miraba por delante. Me pasó igual que con Pau Gasol, que también debutó en la NBA en 2001, solo dos meses más tarde. Entonces yo tenía 34 años, y me relamía pensando en los éxitos de esos dos deportistas que empecé a seguir desde entonces.
A Pau lo veía en directo cuando podía por televisión, algunas veces levantándome a las 2 de la mañana y acostándome a las 5. Con Rafa no tuve que trasnochar tanto, pero también lo hice en algún partido del US Open.
Esos 23 años van a resultar los años centrales de mi vida, puesto que firmaría ahora mismo que fueran otros tantos los que me queden por vivir en circunstancias normales. No aspiro a superar la media de los hombres en España, aunque tampoco me importaría, obviamente. Y en todos esos años, las gestas de estos dos deportistas, me han aliviado horas de tedio, han incentivado la espera de sus encuentros y me han llevado a la cama con una sonrisa por los “imposibles” que han hecho realidad.
Hoy me detengo más en el caso de Rafa, puesto que quedará señalada esta fecha por el anuncio de su retirada. No voy a emular, ni seguramente llegaré a la altura de la infinidad de elogios que está recibiendo desde todos los ámbitos. Solo quiero aportar mi encomio personal por el que considero un ejemplo en dos aspectos importantes de la vida de una persona.
El primero es el de su entorno familiar. En su emotivo vídeo de despedida se acuerda de su entorno inmediato y se le nota especialmente emocionado hablando de su compañera y esposa Mery que lo ha acompañado durante 19 años. No son muchos los que pudiendo tener tanto se conforman con alcanzar el todo al que yo aspiro: un entorno familiar estable y solidario. Desde que leí su primera autobiografía, hace ya muchos años, me llamó la atención que decía abiertamente que no aspiraba a una vida sentimental agitada o al lado de bellas modelos muy lejanas a su rutina isleña y más bien casera, sino a continuar con una mujer a la que conocía casi desde siempre.
El segundo se refiere a su desempeño profesional. En él ha dado siempre el 100%, mostrando regularidad, capacidad de sacrificio y respeto por su desempeño, por los rivales y por todas las personas que hacen posible que existan los torneos profesionales de tenis, sean recogepelotas o directivos.
Más allá de estos dos campos, no lo conozco en profundidad, pero supongo que será una persona como cualquiera, cargada de dudas, temores y debilidades. Tampoco creo que él pretenda ser un ejemplo a seguir, ni un modelo a imitar, pero desde luego, para mí ha sido un excelente espejo al que mirarme para seguir jugando al tenis, desempeñar mi oficio con entrega y valorar mi entorno familiar como se merece.
Aunque me apena pensar en que ya no lo voy a ver más en una pista en los próximos años, contaré los días que faltan para ser uno de los afortunados que tendrá la oportunidad de verlo en directo el 19 de noviembre en el Martín Carpena de Málaga representando a España en la Copa Davis. Allí lo aplaudiré con todas mis fuerzas porque, aunque pierda, sé que dará todo lo que le queda para seguir dignificando su oficio: este precioso deporte llamado tenis.