Papeles, quiero papeles.

Papeles, quiero papeles.

29 de octubre de 2024.

Que andan los tiempos revueltos no es una novedad, pero que te lleguen las salpicaduras de ese remolino en que está envuelta esta sociedad resulta molesto cuando lo que uno busca a estas alturas de la vida es tranquilidad, bueno, yo creo que es una aspiración legítima de todo ser humano con independencia de su edad.

Por tratar de mi ámbito laboral, la educación, andan estos días mis compañeros un tanto ofuscados por las demandas que llegan desde el servicio de inspección a nuestro centro. No voy a entrar en demasiados detalles, pero pasan los años, y después de 32 ejerciendo la docencia, dichos requerimientos siguen en la misma línea errónea, a mi parecer, que viene siendo la tónica de las autoridades educativas, sean del signo político que sean.

Hace menos de una semana se hizo pública una encuesta entre más de 14.000 docentes en Cataluña (doy fe de que saldrían resultados muy similares en Andalucía). Uno de cada tres estaba dispuesto a dejar la profesión. Los tres factores principales que contribuían al desafecto por su empleo eran los conflictos con las personas (43%), la carga mental (25%) y la burocracia (19%). Nos debería hacer pensar que una actividad laboral tan bonita y motivadora se esté paulatinamente convirtiendo en una carga insoportable para un alto porcentaje de los que la ejercemos.

De las tres causas desmotivantes me voy a detener en la tercera. Las dos primeras serían más que suficientes para buscarse otro empleo.Las malas relaciones con los alumnos, las familias e incluso autoridades y colegas o la ansiedad mental que produce sentirse poco valorado o incluso menospreciado y en una lucha constante por mantener el orden dentro de las clases consiguen que muchos estén dispuestos a tirar la toalla, pero a veces, la gota que colma los vasos es la suficiente para desbordar una situación y a eso lleva muchas veces el tercero de los factores: la burocracia.

Seguridad jurídica, esa es la excusa que ampara una exhaustiva justificación burocrática a todo lo que hacemos. La programación didáctica que tenemos que presentar al comienzo de cada curso tiene que ser intachable y cada vez más amplia para estar respaldados ante posibles reclamaciones de notas por parte de padres o alumnos. Las actas de cada una de las reuniones educativas que se producen tienen que ser detalladas y específicas para justificar todas las decisiones que tome ese órgano. Los informes de cada estudiante que se produzcan tienen que establecer con minuciosidad las necesidades educativas que tenga el alumno. Las medidas disciplinarias tienen que respaldarse con descripciones de hechos y argumentadas debidamente para evitar recursos o reclamaciones. Podríamos seguir en la misma línea con planes de autoprotección, reglamentos de funcionamiento, programas educativos y un sinfín de memorias y papelajos que casi nadie lee.

Aparte de las clases con nuestros alumnos y su necesaria preparación, así como la corrección de sus ejercicios, exámenes y tareas, las horas de guardia y la obligatoria asistencia a claustros, reuniones de equipos educativos y de departamentos, así como otras actividades propias de la profesión, fastidia bastante que, para muchos, solo quede tiempo de su dedicación a la docencia para rellenar papeles, sobre todo cuando ese esfuerzo no produce nada que se le parezca a algo tan necesario y precioso como es el acto de transmitir conocimientos relevantes y valores necesarios entre personas, que es la esencia de la educación.

No le resto importancia al papel que tiene la burocracia, valga la redundancia semántica, pero en la vida no todas las cosas tienen la misma relevancia. Una programación es necesaria, pero lo son mucho más las horas de clases impartidas con la requerida preparación y entusiasmo. Una memoria puede resultar útil, pero lo es mucho más el bagaje de experiencias y conocimiento que nuestros alumnos se llevan después de un año de clases bien aprovechadas. Los informes nos pueden acercar a la realidad de los estudiantes que se incorporan a nuestro instituto, pero lo hace mucho más la interacción del día a día entre profesor y alumno. Si la elaboración de todos esos primeros documentos nos quitan un tiempo precioso para el desempeño en las segundas actividades, mal favor le estamos haciendo a nuestros apreciados pupilos.

Pero lo peor no es el tiempo malgastado en redactados que pocos leen y su perjuicio al dedicado a esas otras labores más importantes, sino el concepto de que son esos papeles los que muestran la realidad de un centro. Para el inspector que nos visita, las reuniones de departamento son efectivas si el acta que las acredita está correctamente redactada, un estudiante con necesidades educativas ha sido bien atendido si el informe correspondiente lo detalla certeramente, un curso ha sido maravilloso si la memoria lo corrobora. ¿No nos damos cuenta de que eso es vivir en una realidad alternativa de negro sobre blanco, una novela bien hilvanada? 

En 32 años como docente nunca ha entrado un inspector en mis clases para observar cómo las imparto y darme indicaciones para mejorar. He tenido compañeros penosos, que denigran la profesión, pero listos como ellos solos para, con la ley del mínimo esfuerzo, cubrir el expediente y nunca hacer saltar las alarmas de las autoridades educativas. Casos flagrantes de incompetencia mental han sido obviados por las delegaciones y subsanados de mala manera a base de periodos transitorios de bajas laborales por depresión. Así podría seguir por multitud de desajustes en el transcurso de mi experiencia laboral.

Sería de gran ayuda que la labor de asesoría de la inspección educativa se dirigiera en la mayoría de las ocasiones en aplaudir las buenas prácticas educativas, participar en el día a día de los profesores ayudándolos a lidiar con el desánimo que produce el poco respeto que tantas veces reciben de algunos alumnos y sus familias. También corrigiendo esas malas prácticas que he mencionado por parte de docentes que no deberían llevar ese nombre, pero haciéndolo no mirando papeles, sino su desempeño in situ, comprobando si las quejas que producen entre alumnos y familias se atienen a la realidad y actuando en consecuencia.

Mientras no se vuelva la vista a la realidad que tanto desmotiva a un porcentaje importante de profesores y maestros y se sigan diagnosticando los males de la profesión a través del Matrix de los documentos, seguramente ese tercio de compañeros que quieren dejar de serlo aumente paulatinamente hasta que tengamos tan pocos candidatos a la docencia como está ocurriendo en la profesión médica. Por añadir una pizca de humor: a ver si la Inteligencia Artificial acaba sustituyéndonos y como es capaz de redactar informes y memorias en menos de un minuto, se convierten en los enseñantes perfectos para los inspectores educativos.

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