Las moscas son muy osadas.

Las moscas son muy osadas.

19 de febrero de 2023.

Autor foto: David Melchor. Creative Commons.

“Solo sé que no sé nada”. Esta frase que puede que pronunciara Einstein en alguna ocasión, Platón se la atribuye a Sócrates. Tiene por lo tanto más de 2.400 años. La realidad es que, a pesar del enorme conocimiento que se ha adquirido a lo largo de los siglos, la situación no ha cambiado sustancialmente. La física cuántica nos dice que desconocemos entre el 95 y el 97% de lo que compone nuestro universo, y cuando hablamos de esto no nos referimos a los cuerpos y galaxias que nos rodean a minutos, años o millones de años luz, sino al aire que respiramos y el entorno que vemos delante de nuestras narices.

A medida que se indaga en el cosmos y en las micropartículas que componen las partes más minúsculas de la materia, siguen apareciendo hallazgos que no hacen nada más que subrayar cuánto desconocemos más allá de lo que parecía el último confín de nuestras certezas.

Esta realidad sobre nuestra ignorancia, no nos somete a una cura de humildad para evitar ser tan categóricos en nuestras afirmaciones, sino que parece que con el paso del tiempo avanzamos en posiciones ideológicas cada vez más inmutables, desechando al que opina lo contrario y atribuyéndonos la verdad absoluta en distintas materias.

Es el caso de los que se encuentran en supuestos polos opuestos: los creyentes en Dios y los cientificistas. Algunos de los primeros se vendan los ojos ante descubrimientos irrefutables de los segundos porque parece que echan por tierra sus creencias tan arraigadas. Dios hizo el mundo en 6 días de 24 horas y no puede ser verdad que hablemos de miles de millones de años para la existencia de nuestro planeta. Pero posiciones tan parapetadas encontramos también en los que lo apuestan todo a la ciencia. Dios no existe, ni nada de ese mundo espiritual encuentra lugar en sus cabezas.

Si los primeros tienen que hacer un esfuerzo por leer el relato de Génesis con honradez y entender que esa sucesión de días creativos fueron mucho más largos de lo que permite una sola rotación terrestre, los segundos también deberían reconocer que de ese 3 o 5% que únicamente conocemos, se escapan realidades materiales, espirituales o de la forma que se quieran describir, dimensiones o leyes que hoy día se hallan fuera del alcance de los más sofisticados laboratorios, aceleradores de partículas y ordenadores más potentes. 

A los creyentes, el orden y complejidad de lo poco conocido nos lleva a pensar en un diseñador elevadamente inteligente, a los ateos a atribuírselo al simple azar. Los dos planteamientos contrapuestos no deberían llevar a la confrontación, sino, como casi todo debería hacerlo, a la argumentación. ¿Por qué? Porque es tan poco lo que podemos dar por sentado, que es una verdadera osadía despreciar al que piensa distinto cuando nos movemos en medio de certezas tan escasas.

A veces me imagino cuál sería la conversación entre dos moscas que nacieran y crecieran a la vez. Su vida promedio no llega a un mes, duran solo unos 28 días. Por supuesto desconocen 3 de las 4 estaciones del año, se mueven en un radio de unos pocos metros y comparten el espacio con unas pocas especies animales. ¿Nos imaginamos que discutieran con vehemencia sobre lo que ocurrió 5 años atrás o sucederá 10 más tarde? ¿Qué podrían contar de lo que pasa en el 99,99% de los lugares del planeta que ellas no han habitado jamás? ¿Cómo podrían describir colores que sus ojos no pueden percibir? 

Nosotros tenemos un conocimiento más limitado sobre nuestro universo que las moscas sobre nuestro planeta. Una frase que sí pronunció Einstein de cosecha propia fue “La ciencia sin religión está coja y la religión sin ciencia está ciega”. ¿Por qué no hacemos un esfuerzo por respetar y darle cierto crédito a opiniones contrarias a las nuestras? A fin de cuentas, sabemos tan poco…



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