Baru, para los amigos.

Baru, para los amigos.

20 de febrero de 2023.

La vida es una sucesión de problemas. Cuento los últimos. Ayer me dio por hacer mis pinitos con la cocina. Me encanta el arroz y, por supuesto, tenía que aprender a hacer una buena paella. 3 o 4 vídeos de Youtube y el asesoramiento de la Rubi y mi sobrina Auxi parecían ser suficientes para un resultado satisfactorio. Grave error. El plato más famoso de nuestro país tiene su dificultad y mi preparado salió falto de sabor, parece que por escasez de sofrito. Por la tarde intenté replicar mi bizcocho bajo en colesterol que otras veces me había salido tan bien, pues en esta ocasión habiendo subido con la levadura, al final se aplastó y terminó un poco mazacote. 

Esta mañana llevo buscando sacos de pellet por todo Ubrique y no he encontrado ni uno. Anticipan un recrudecimiento del invierno y quería tener provisiones para no pasar frío. Nada, dos días en que todo sale mal. ¡Qué frustración! Un momento… sí, estoy exagerando, pero sin darme cuenta, esas tres pamplinas de invierno (este dicho solo lo deberíamos emplear en este tiempo) me estaban creando una sensación interior de desencanto. De repente, me acordé de Mbarushimana (Baru para los amigos), que vive en Ruanda, padre de 5 hijos, y me imaginé una conversación telefónica ficticia con él.

– Hola Baru, ¿qué tal?

– Bien, ¿y tú?

– Pues yo aquí ando hoy un poco apesadumbrado porque me han salido mal 2 o 3 cosas. Por ejemplo, hoy me he recorrido todo el pueblo buscando pellet y no he encontrado ni un saco para comprar.

– ¿Pellet? ¿Eso qué es?

– Pues son sacos de pequeños cilindros de restos de madera que se usan en una estufa para calentarme. Vienen unos días fríos y quiero tener el salón de mi casa a 18 o 20 grados.

– Vaya, lo siento. Yo he podido recoger alguna leña, pero la empleo para cocinar, porque como mi casa no tiene ventanas y en este tiempo no hace tanto frío, nos apañamos.

– ¿Qué no tiene ventanas? ¿Y por qué? 

– Bueno, es una choza de 2 habitaciones y la hicimos sin ventanas porque no habría podido ponérselas de madera y vídrio, así que prefiero no tenerlas. ¿Tu casa cuántas habitaciones tiene?

Por un momento sentí algo de vergüenza, pero tenía que contestarle.

– 6 habitaciones, 2 cuartos de baño, 1 salón y 1 garaje.

– Madre mía, Manolo. ¿Cuántos sois de familia? Nosotros somos 7.

Más vergüenza todavía.

– Solo somos 2, mi mujer y yo. Mis dos hijas ya no viven con nosotros.

– Entonces os sobra casa – me decía riéndose.

– Pues sí, la verdad.

– Bueno, ¿y qué más te ha salido mal hoy?

– Pues en realidad fue ayer. Hice un plato típico de España y no salió con el sabor que debía.

– ¿Y qué tiene ese plato típico? 

– Básicamente es arroz, pero lo que le da sabor son los demás ingredientes: almejas, gambas, langostinos, pimiento rojo, cebolla, tomate, azafrán, mejillones, ajo.

– Pues casualmente nosotros también hemos comido hoy arroz.

– Anda, no me digas, ¿y qué le echaste?

– Nada, era solo arroz hervido.

Triple vergüenza. 

– Me dijiste que te había salido algo más mal, ¿no? – continuó inquiriendo Baru.

– Pues… sí –le respondí titubeando. Ya no me atrevía a seguir quejándome de mis “dificultades” conforme me enteraba de cómo era su día a día. Intenté cambiar de conversación– Bueno, dejemos lo tercero. Háblame de tu vida. ¿Cómo va tu trabajo? 

– Bien, esta mañana pasé más de 6 horas acarreando piedras y arena para un vecino y pude ganar 1000 francos.

– ¡Qué bien! ¿Eso te da para mucho? 

– Sí, hoy intentaré comprar algo de maíz para poder comer mañana.

Mientras me respondía busqué en Internet y descubrí que 1000 francos ruandeses, al cambio, es algo menos de 1 euro. Toda la mañana en un trabajo tan duro para ganar un mísero euro. 

– Pero bueno, Baru, con eso tendrás para algo más que el maíz, ¿no?

– Sí, igual consigo también un cuarto de kilo de trigo.

Me quedé a cuadros. Ya no me atrevía a preguntar cuántas veces comían al día, pero me pudo la curiosidad. Su respuesta fue desoladora.

– Una, solo una, como somos 7 es difícil encontrar comida para más de una vez.

Mi humor negro y el sarcasmo que tantas veces me invade en contra de mi voluntad me trajo a la cabeza el tan afamado ayuno voluntario que algunos dietistas proclaman como muy beneficioso en los países occidentales, pero menos mal que me contuve y no hice la que hubiese sido una broma de malísimo gusto. Baru y su familia hacían ayuno involuntario todos los días.

– Bueno, Baru, te dejo que voy a meren… merecerme un descanso. Un abrazo.

– Otro para ti, Manolo.

Sí, la conversación es totalmente inventada, pero Mbarushimana existe y su vida es exactamente como la he descrito en los diálogos. ¡Cuántas veces me tengo que acordar de él y de varios cientos de millones que viven igual que su familia para golpearme la sien con la palma de mi mano y decirme: deja ya de quejarte, estúpido!

 

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