La gota que cambió el océano.

La gota que cambió el océano.

18 de marzo de 2024.

No sé si alguna vez te has preguntado por la huella que dejarás en la historia humana el día que dejes de existir. Yo sí lo he hecho, y la respuesta no sé si es descorazonadora o simplemente natural. Creo que nuestra vida no equivale ni siquiera a una gota en el Océano Pacífico.

Hay quien dice que han vivido unos 20.000 millones de personas en total durante todo el registro humano. De esa ingente cifra, nadie se acuerda de la inmensa mayoría de los individuos que la conforman. Si a cualquiera de nosotros nos pidieran citar el nombre de personajes históricos relevantes, no creo que, en general, fuéramos capaces de citar más de 100. Y si de esa cifra escogiéramos a los que de alguna forma han influido en nuestra vida por sus descubrimientos, ideas o valores, seguramente el ramillete se quedaría en un total fácil de contar con los dedos de las manos.

Muchas veces el recuerdo de esos personajes que han resultado relevantes permanece en cierta medida porque sus retratos, estatuas o nombres en los callejeros, los traen a nuestra memoria. Son, a menudo, gobernantes que han dominado a millones bajo el férreo brazo del poder militar. Pero no son muchos los de extracción humilde y fuera de la política o la realeza que han llegado a influir en la vida de los demás.

Imaginemos hoy al hijo de un humilde petaquero, que ejerza el oficio de su padre durante los primeros 30 años de su vida y que emplee algo más de 3 años, a partir de entonces, en transmitir oralmente algún tipo de enseñanza, moviéndose solo en algunas poblaciones de la provincia de Cádiz. Difícilmente llegaría a trastocar los valores de los habitantes de un islote de Oceanía, y eso a pesar de que hoy contamos con medios instantáneos de difusión como son las redes sociales. Y mucho más impensable resultaría concluir que pudiera cambiar el curso de la historia.

Pero algo muy especial ocurrió hace unos 2.000 años en la provincia entonces romana de Judea. El hijo de un humilde carpintero, en una población pequeña llamada Nazaret, ocupado en las maderas hasta la treintena, dedicó los últimos 3 años y medio de su vida a esparcir unas enseñanzas que dieron un vuelco en la forma de pensar de gran parte de las civilizaciones venideras. No accedió a las elitistas escuelas rabínicas, no pertenecía a la estirpe sacerdotal y no dejó de su puño y letra escrito alguno. Aun así, su repercusión ha sido, según un consenso bastante mayoritario, la más importante que ningún ser humano haya causado jamás.

De su madre queda patente que era una persona con cultura, sabía leer con fluidez y conocía bien las escrituras que los judíos estudiaban en las sinagogas. En una conversación con su parienta Elisabet le citó más de 20 referencias de esos escritos en tan solo unas palabras que pronunciaría en menos de un minuto. 

El padre de Jesús, José, deja de aparecer en los relatos de los evangelios pronto y, en su vida adulta, es María sola la que sí es protagonista de algunos pasajes. Seguramente José falleció de forma temprana, y a la muerte de Jesús, este encargó a Juan, su discípulo, que cuidara de ella. 

Jesús tuvo al menos 4 hermanos y 2 hermanas. Solo conocemos los nombres de los primeros: Santiago, José, Simón y Judas, este último no fue el Judas que lo traicionó. Llama la atención que al principio sus propios hermanos dudaban de  que Jesús fuera un enviado de Dios y el Mesías que esperaban los judíos, pero el carpintero modificó su currículum en tan solo 3 años para llegar a ser conocido como el Gran Maestro, y sus hechos y palabras consiguieron cambiar de opinión a su familia.

Sé que algunos dudan de que existiera el protagonista de mi diario hoy, pero no voy a citar  las referencias que de él se hacen en escritos de historiadores de su época, ni de los registros arqueológicos que acreditan los relatos evangélicos, ni a la evidente realidad de una comunidad de seguidores suyos que está bien confirmada en las décadas siguientes a su fallecimiento, solo voy a citar lo que dijo Theodore Parker: “Supongamos que Platón y Newton jamás hubieran existido. ¿Quién fue el autor de sus obras y pensamientos entonces? Se necesita a un Newton para falsificar a un Newton. ¿Qué hombre pudo haber inventado a un Jesús? Nadie sino un Jesús”.

Pero, ¿qué fue lo más importante que hizo? Pues aunque parezca sorprendente: morir. ¿Por qué? Bueno, el significado de su muerte y lo que puede suponer para cada uno de nosotros es lo que los cristianos llevamos 2 milenios tratando de explicarle al resto. Los testigos lo hacemos cada año en una sencilla ceremonia que este año se celebrará por todo el mundo el 24 de marzo. Seamos religiosos o no, acudir aunque sea por curiosidad a un acto que dura menos de una hora en el que solo tenemos que escuchar y en el que nadie nos va a importunar pidiéndonos nada, no es un mal plan para un domingo por la tarde. 

Como decía al principio, cada uno de nosotros somos apenas una gota en el océano más grande del planeta, pero otra gota que compartió con nosotros ese espacio tuvo un verdadero efecto homeopático, uno que puede curarnos de lo que más nos aflige.

Más información en https://www.jw.org/es/testigos-de-jehov%C3%A1/conmemoracion/

Los comentarios están cerrados.