Desaparece Kate, desaparece.

Desaparece Kate, desaparece.

23 de marzo de 2024.

Por mi salud física y emocional trato de no indignarme muy frecuentemente, sin embargo, a veces también me arde la sangre, como a todo el mundo, sobre todo cuando el respeto, la consideración y el amparo hacia los que sufren se dejan a un lado por otros intereses espurios.

Ayer acabó de estallar mi indignación después de semanas de gestación en el que ese sentimiento iba fraguando a medida que escuchaba las noticias sobre la Princesa de Gales, Kate Middleton. Me la trae al pairo la casa real británica y todas las demás casas reales. No envidio en absoluto su posición, y más bien me da pena que esas personas tengan obligatoriamente que convertirse en personajes a causa de su nacimiento. Los considero desdichados porque son como actores de una obra de teatro que tuvieran que interpretarla todos los días del año y a todas horas. Me parecen presos de su situación aparentemente privilegiada, pero a mi entender, más bien esclavizada.

Dicho lo anterior, entiendo que gozan de prebendas que el resto de los mortales no tenemos, pero eso no los convierte en muñecos de trapo colgados de una cuerda a los que golpear como si no percibieran dolor alguno. Detrás de ese personaje hay una persona, y cuando a uno le diagnostican una enfermedad grave, como un cáncer, todavía queda más patente que todos somos seres vulnerables más allá de distinciones y privilegios.

En las últimas semanas, no solo en Inglaterra que, en todo caso, sería el lugar en el que habría que dar explicaciones sobre los que ocupan un cargo que se considera institucional allí, sino en todo el mundo, los periodistas, comentaristas e informadores de todo tipo han especulado sobre la ausencia de Kate de la vida social y oficial relacionada con su posición. Ya hubo un comunicado en el que se informó sobre la intervención abdominal a la que se había sometido y que más adelante se reincorporaría a sus actividades relacionadas con su cargo.

Al parecer ese comunicado no fue suficiente y todo el mundo especulaba con el verdadero motivo de la ausencia: crisis matrimonial, turbios asuntos personales, incluso en que en realidad había muerto. Muchos consideraban alegremente que esas dosificadas noticias que se iban ofreciendo eran del todo insuficientes y se mostraban indignados por la gestión del asunto que estaba haciendo la casa real. Una foto retocada en la que se le veía con sus 3 hijos no hizo nada más que acrecentar los rumores de que se estaba ocultando algo que debía ser de conocimiento público. Se hablaba de la peor crisis de la institución monárquica de la historia reciente. Eran horas y horas de programas televisivos y ríos de tinta en periódicos y redes sociales los que se dedicaban a la desaparición de la vida pública de la pobre Kate.

Ayer, para intentar acallar los rumores y calmar la “insostenible” situación que se estaba produciendo, la mujer tuvo que publicar un vídeo en el que confiesa que después de la intervención abdominal y las pruebas que le hicieron, habían encontrado cáncer y estaba empezando a someterse a quimioterapia preventiva. Que había intentado primero asimilar la angustiosa situación y luego dilucidar cómo comunicárselo a sus 3 hijos. 

Después de ver el vídeo en un telediario, fue cuando me subió la indignación con ese cosquilleo que empieza en el estómago, sube como un hormigueo por el pecho y se percibe en el grosor que alcanzan las venas del cuello. Lo primero que pensé es por qué me cabreaba algo que me pilla tan lejano, pero inmediatamente recapacité en que, en realidad, no me resulta ajeno, sino todo lo contrario. Hace menos de 2 años que a mí me diagnosticaron el cáncer y conozco bien el proceso que comienza con la noticia. También sé que no todo el mundo sigue el mismo curso, pero sí que el sentimiento de angustia es el denominador común.

Después de reparar en el difícil camino que comienza para intentar la recuperación, necesariamente piensas en las personas que quieres y en cómo les vas a dar la noticia. También hasta qué punto deseas que los demás se enteren. Yo he sido bastante comunicativo y casi he narrado mi proceso a diario, pero me he encontrado a compañeros que querían mantenerlo mucho más en el anonimato. Cada persona tiene derecho a decidir cómo y cuánto quiere contar, y si quiere hacerlo. Lo mínimo que merece cualquiera en esa situación es respeto por las decisiones que tome.

Como digo, yo que he sido un libro abierto con mi enfermedad, me pongo en la situación del que supuestamente, como algunos insisten que debe ser el caso de Kate, no tienen más remedio que hacer público lo que les pasa. En el caso de esta pobre mujer no se trata de que lo conozcan su familia, amigos y el entorno inmediato, sino que los carroñeros de la noticia entienden que debe saberlo todo el mundo, y cuando decimos todo el mundo, nos estamos refiriendo al globo terráqueo, a todos cuanto lo habitan. Menuda aberración.

Poniéndome en la piel de esta mujer, y sin conocer en profundidad la naturaleza de su enfermedad, me parece angustioso que los médicos te informen de una patología tan severa, que es la principal causa de muerte en el mundo y pensar que pueda llegar a oídos de tus hijos antes de que tú se lo puedas explicar. Me parece inhumano que una noticia que te derrumba, que puede hacer que toda tu compostura se venga abajo, que te comportes por momentos como quien no eres, por el hecho de ser un personaje público de relevancia, te impida hacerlo como cualquier ser humano en esa situación. 

Que no quiere dar explicaciones, pues que no las dé, está en su derecho. Que quiere desaparecer de la vida pública y encerrarse en su casa a llorar unas cuantas semanas, pues ¿quién es nadie para impedírselo? Que no tiene cuerpo para aparecer en ninguna foto oficial ni hacer el paripé en ningún acto programado, pues que no lo haga. Si a mí me llama mi director, después de darme la noticia el médico sobre mi linfoma, para decirme que tengo que aparecer por el instituto y seguir dando clase hasta que venga mi sustituto y que tengo que comunicarle a todo el claustro lo que me pasa, cualquiera puede imaginar a dónde lo mandaría. Por muy futura reina que esta mujer sea, antes de reina es precisamente eso, una mujer, una a la que le han dado una terrible noticia que tiene que asimilar, de la que tendrá que reponerse, o no, que tiene derecho a conservar una de las cosas más preciadas que tenemos, nuestra intimidad.

A veces se nos olvida que todos estamos mirando de cara a la muerte, venga esta de forma “natural” o acelerada. Nadie entiende lo que se siente cuando uno piensa que es candidato a la segunda, con datos médicos en la mano. Creo que cualquiera que haya pasado por esta situación se indignará tanto como yo al observar tan poca consideración en una sociedad viciada y muchas veces carente de la más mínima compasión. Ahora deberían llover las disculpas en las bocas de todos los que la acusaban de encubrir algo que todo el mundo debería saber, pero tampoco ocurrirá eso. Seguirán hablando de otro personaje, sin tener en cuenta a la persona que hay detrás, para satisfacer la demanda de los cotillas al alza que acuden como hienas a devorar la carroña que tantos desinformadores ofrecen para seguir envenenando a una sociedad cada vez más irrespirable.




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