(51º) DIARIO DE UN LINFOMA (si rascamos, igual nos sale premio).

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17 de julio de 2022.

Llegó el domingo. Hoy se supone que empiezo a remontar. Esta noche he dormido relativamente bien, solo tuve que levantarme a las 6 a tomarme un Bianacid, una pastilla antiácido de hierbas, para controlar unas pequeñas náuseas que me entraron. El desayuno sabía un poco mejor que estos días atrás y luego he intentado barrer un poco, pero se me han vuelto a despertar las fatiguillas y he tenido que dejarlo. 

Hoy voy a retomar aspectos biográficos de mi vida volviendo al 1992. Como ya he contado, en septiembre de aquel año empezamos nuestra vida en Calañas, que se prolongó hasta el verano de 1994. El aterrizaje en aquella zona del Andévalo onubense supuso un vuelco importante en nuestro modo de vida. El mayor mérito en la adaptación lo tuvo mi Rubi, porque yo dedicaba gran parte de mi día al trabajo y a las actividades de la congregación, con lo que distraía mi mente y empleaba mi tiempo en numerosas tareas que mitigaban la nostalgia por nuestra tierra. Justo antes de partir de Ubrique, me nombraron superintendente (anciano) con 25 años. Sí, es un poco llamativo que alguien con 25 años se le denomine anciano, pero en la Biblia, ese término se empleaba, entre los cristianos del primer siglo, para aquellos que llevaban la delantera en la organización de los grupos cristianos, algunos de los cuales, como Timoteo, eran relativamente jóvenes. 

Abi, con su amiga Dámaris de Valverde en una playa de Huelva.

Abi, en el patio de la casa de Calañas.

Mi horario en el instituto era de mañana, hasta las 3 de la tarde, y luego, 3 tardes a la semana, los martes, jueves y domingos, acudíamos a Valverde del Camino para nuestras reuniones cristianas. Los sábados solíamos ir a predicar a los pueblos del Andévalo, que estaban a cargo de nuestra congregación, algunos tan alejados como Paimogo, muy cercano a la frontera con Portugal. María del Mar tuvo que hacer un esfuerzo enorme por adaptarse a una vida bastante aislada en Calañas. Nuestra Abi tenía 3 años y empezó a ir a la escuela y prácticamente solo nos relacionábamos con Manuel y Lucía, la pareja que estudiaba la Biblia con nosotros. A pesar de que recorríamos a menudo los 18 kilómetros que nos separaban de Valverde para pasar tiempo con los hermanos de allí, las horas eran mucho más largas para ella, cuando yo me iba a trabajar o a otros menesteres. Sus estudios estaban aparcados y no fue nada fácil para ella manejar aquella situación. Siempre le tendré que agradecer los sacrificios que hizo por acompañarme y apoyarme, a costa de muchas de sus preferencias.

Los más jóvenes, con algunas “excepciones”, de la congregación de Valverde en aquellos años.

El resto de la congregación de Valverde, sin los más jovencitos.

La entrada al colegio de Abi no fue todo lo fluida y agradable que nos hubiera gustado. El grupo de 3 años era muy numeroso, me parece recordar que de 35 niños. La maestra era una mujer a punto de jubilarse y con muchas ganas de hacerlo. Nos dijo que estaba desbordada con tantos alumnos y no tenía monitor de apoyo. Abi no venía muy contenta del cole cada día y le costaba mucho adaptarse. Nosotros le metíamos en su mochilita una botella pequeña de agua, pero a la maestra no le gustaba la idea y nos dijo que no quería que los peques las usaran porque algunos las derramaban, así que dejamos de hacerlo. Una mañana muy fría, como los niños solo podían beber de una fuente que había en el patio, y a los más bajitos les costaba hacerlo sin mojarse, Abi lo intentó, y cuando la recogimos al mediodía tenía todo el pecho empapado y muerta de frío. Al día siguiente estaba con fiebre y la garganta inflamada, así que aquello fue la gota que colmó el vaso o, en este caso, el chorro que lo hizo, para que decidiéramos que no fuera más al cole. Hasta los 6 años la escolarización no era obligatoria, así que principalmente Rubi se encargaría de enseñarle hasta entonces lo que consideráramos oportuno. Un par de años después todo cambiaría cuando nos mudamos a Valverde.

Menos mal que en aquellos años, Rubi y Abi, se tenían mutuamente, porque creo que, de no haber sido así, habrían sido mucho más duros aquellos inviernos solitarios en aquella comarca extraña para nosotros. 

Por mi parte, la entrada en el instituto para mí era todo novedad. Mi primer destino definitivo y la ilusión de un nuevo trabajo me hacían mucho más fácil la adaptación. Los días se me pasaban mucho más rápidos que a mi Rubi y todo iba más rodado. Soy una persona muy sociable y rápidamente fui tejiendo una pequeña red de amistades en mi trabajo. El claustro de Calañas estaba formado por un grupo particular de profesores. La mayoría eran interinos con poca vocación de repetir destino al año siguiente. El Andévalo no es lo más apetecible para los onubenses, la mayoría prefería la costa o la capital. También venían algunos sevillanos que, lógicamente, querían acercarse a su provincia en cuanto pudieran. Después, los más estables en el centro eran algunos valverdeños y apenas una calañesa de adopción, Mari Carmen, que era la jefa de estudios. Los conserjes sí eran de allí, el peculiar Manolín y la amable Josefa.

El director, José María, era de Valverde y el jefe de estudios, Octavio, era un leonés que se había afincado también en Valverde y todavía sigue por allí. Juan Carlos era el secretario y también era del pueblo de los botos camperos, y posteriormente se convertiría en mi compañero de muchas horas de tenis. 

Tengo que agradecer que, en mi departamento de Administración, y por parte de todo el equipo directivo, solo recibí facilidades para adaptar mis clases a la forma en la que yo entendía que tenía que impartirlas. En aquel entonces ya despuntaba la informática en todas las oficinas y se dejaban atrás las máquinas de escribir y otros métodos mecánicos de contabilidad y administración, así que poco a poco fuimos comprando equipos y montando un aula bien equipada. El último curso de Administración lo impartía yo, en la asignatura de Prácticas Administrativas, y lo hacía totalmente práctico, con un supuesto empresarial que abarcaba todas las horas del año. Los alumnos llevaban una supuesta empresa en todos los aspectos mercantiles y administrativos, trabajando con los ordenadores de la forma más real posible. No hacía exámenes, solo evaluaba a diario el trabajo que desempeñaban. Posteriormente, cuando iban a las empresas a hacer las prácticas, estas me agradecieron muchas veces que los alumnos venían bastante actualizados para lo que en realidad tenían que ejecutar en ellas. Muchos, como también ocurre hoy en la formación profesional, se quedaban trabajando donde realizaron su formación práctica.

El aula de ordenadores de 5º, donde impartía mis clases.

Por aquel tiempo yo seguía obsesionado con ahorrar para comprar una vivienda, porque seguía viendo el alquiler como un dinero perdido, pero con un solo sueldo, aunque no era demasiado bajo, era difícil hacerlo. A final de mes, siempre se agotaba casi toda la nómina. Una de las revistas que recibíamos quincenalmente los testigos trató un tema interesante sobre hacerse un presupuesto familiar, y daba un consejo que me resultó muy práctico, y recomiendo a cualquiera que quiera determinar en qué emplea su dinero. Aconsejaba llevar un papel encima y apuntar hasta el más mínimo gasto que se haga. Al final del mes, recopilar esa información, cuantificarla y analizar qué gastos pueden considerarse superfluos y prescindibles. Recuerdo, por ejemplo, que todas las mañanas, antes de entrar en el instituto, me tomaba un café y tostadas en un bar que había en mi calle. También solía comprar el periódico. Eso eran unas 200 pesetas y el gasto se repetía unas 22 veces al mes. Decidí desayunar en casa y leer el periódico en el instituto, que lo hacía disponible a todo el claustro. De repente me aparecieron 4400 pesetas mensuales más. Con esa y otras medidas, establecí una transferencia periódica automática a una cuenta de ahorro cada principios de mes y fuimos ahorrando para dar la entrada para un piso, como contaré más adelante.

En el instituto, como en otros entornos laborales en los que me he desenvuelto, siempre procuré generar buenas relaciones y evitar los embrollos y trifulcas. Hay personas que parecen atraerlos por su forma descontrolada de conducirse. Opino que la mayoría de las desavenencias o desencuentros personales podrían evitarse con tan solo anticiparse un poco con perspicacia a lo que cada persona demanda. Hay un pasaje bíblico muy oportuno en el que el apóstol Pablo dice: “Con los judíos me hice como judío para ganarme a los judíos. Con los que están bajo ley me hice como bajo ley para ganarme a los que están bajo ley, aunque yo mismo no estoy bajo ley. […]. Con los débiles me hice débil para ganarme a los débiles. He llegado a ser de todo con gente de todo tipo para salvar por todos los medios posibles a algunos.” (1 Corintios 9:20-22). El  motivo por el que Pablo lo hacía era para poder transmitirles el mensaje cristiano a aquellas personas de cultura o procedencia distinta, pero el principio es aplicable, a mi entender, para mejorar las relaciones interpersonales.

Manolín, el conserje, era una persona con un fuerte carácter. Era pequeño de estatura y con un gran bigote negro de finas puntas. Vivía con su familia en una vivienda anexa al instituto, propiedad de la Junta de Andalucía. Algunos años atrás había pasado una experiencia traumática con el atropello de una persona de etnia gitana mientras ejercía como taxista. Eso le había agriado su carácter, puesto que había recibido amenazas y, según él, dormía con una escopeta de cartuchos en su dormitorio. No eran pocas las veces en que algunos compañeros profesores chocaban con él cuando se trataba de hacer fotocopias o tenía que abrir la puerta del instituto. Si le pedías las cosas con cierto nivel de exigencia, él se resistía y no colaboraba, podías pegarte una hora en el coche esperando, que no te abría la puerta. Si tensabas más la cuerda, todavía era peor. No obstante, no era mala persona, y yo calé rápidamente su forma de ser. Era un forofo tremendo del Barcelona, desde que vivió en Cataluña. Yo era y sigo siendo madridista, pero teníamos en común que a los dos nos gustaba el fútbol. Aquella plantilla del Barça de aquellos años era espectacular y había que reconocerlo. El fútbol que practicaban los Laudrup, Stoichkov, Baquero, Koeman, Guardiola y otros, en manos de Johan Cruyff, había que admitir que enganchaba hasta a los que nos repelía un poco aquel equipo.

Yo le daba conversación a Manolín sobre el partido del fin de semana o de Copa de Europa. Tenía que felicitarlo cuando el Barça hacía aquellos partidos con lluvia de goles y me reía con él cuando salía por los pasillos con una enorme toalla con el escudo del Barcelona al conseguir una liga. Hasta se tomaba la libertad de poner en la megafonía del instituto el himno del Barcelona sin pedirle permiso a nadie. Cuando las cosas le iban mal dadas a su equipo del alma, simplemente había que ignorarlo, porque su humor no le permitía sobrellevarlo bien. El caso es que sin hacerme barcelonista para ganar a un barcelonista, parafraseando a Pablo, puesto que no transijo ni en aspectos espirituales ni futbolísticos, sí que me gané la simpatía de Manolín. Nunca tuve una trifulca con él y mis fotocopias siempre estaban en la parte de arriba del montón de las pendientes. Lo pongo de ejemplo, porque hasta las personas con las que más podemos chocar, a veces solo necesitan que se les dé su lugar y se las trate con consideración para que las cosas fluyan. ¿Qué gana nadie enfrentándose a otros por el solo hecho de mantener posturas inamovibles en asuntos de segunda importancia? Es sorprendente que hasta las personas más aparentemente civilizadas pierdan los papeles y sean capaces de pelear amargamente o, lo que es peor, llegar a las manos por algo tan absurdo como un equipo de fútbol. ¡Habrá cosas mucho más trascendentes en las que poner todas nuestras energías!

El equipo de futbito de profes en Calañas.

Finalizo resaltando esa cualidad que cité de pasada, la perspicacia. Un diccionario la define como “Facultad para percatarse de cosas que pasan inadvertidas a los demás”. También puede entenderse como la habilidad de ver más allá de la superficie, llegar a adivinar el fondo de las personas o las situaciones. No sé si es una facultad innata, pero puedo asegurar que es crucial para evitar problemas y llevarse bien con otros. Manolín era una buena persona, aunque con un fuerte carácter, forjado posiblemente por situaciones dramáticas de su vida. Otros compañeros de trabajo eran ásperos en el trato, pero cuando rascabas en su historial, aparecían, en ocasiones, episodios familiares oscuros y traumáticos que los habían convertido en personas de trato hosco. Ese tipo de vivencias no se suelen compartir, pero influyen decisivamente en cómo nos comportamos. La infancia de muchos de nuestros padres o abuelos, en la postguerra, marcó un determinado carácter que hoy percibimos en ellos en la vejez.

Pero es que todos tenemos malos días. Cuando los testigos vamos de casa en casa, a veces recibimos respuestas desagradables o directamente ofensivas por parte de algunos vecinos. Yo siempre trato de pensar que la persona tiene un mal día y ahora está en su puerta alguien a quien no ha invitado y a hablarle de algo que no le interesa lo más mínimo. Es normal hasta que sea un tanto desabrido, o “esaborío”, como decimos por Ubrique. No me lo tomo a mal. Trato de transmitirles un mensaje que para mí es esperanzador y positivo, pero entiendo que el individuo lo reciba en otra clave y lo rechace. Hasta yo mismo también le he cortado a algún comercial que me llama a deshoras. Sigo el consejo que escuché a uno de ellos que escribió una carta a un periódico exponiendo la realidad de su trabajo. Él decía que la empresa le obligaba a insistir en el producto hasta 3 veces y solo entonces debía aceptar la negativa del interlocutor. Si no lo hacía así, lo podían despedir. Pues bien, aunque suele funcionar, alguna vez no he esperado a la tercera y directamente he colgado, porque ese día ni tenía paciencia ni circunstancias para aguantar la conversación. 

Todos somos algo más de lo que aparentamos, así que un ejercicio de perspicacia no viene mal hacerlo de vez en cuando, seguro que evitaremos ofuscarnos por las reacciones de otros y hasta las disculparemos. A fin de cuentas, si nos quedamos resentidos participaremos en el absurdo que alguien exponía con acierto: el odio y el rencor son un veneno que se bebe esperando que le haga daño al otro. 









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