(III) Diario de un linfoma (Keila me emociona)

(III) Diario de un linfoma (Keila me emociona)

(III) DIARIO DE UN LINFOMA.

23 de mayo de 2022

 

Tengo un ratillo esta mañana y mi diario va a ser esta semana de doble entrega. Espero no aburrir. El viernes escribí mi última parrafada, pero quería contar que he pasado un finde estupendo. Ese viernes noche fui a jugar al tenis durante casi hora y media. Sí, mi mejoría me ha permitido hasta eso. Suena un poco insensato, pero yo me sentí de maravilla. Me moví casi como hace 2 meses y disfruté un montón con mi amigo Jairo.

 

El sábado realicé mis actividades cotidianas de todos los sábados: por la mañana redactamos cartas para compartir con los vecinos nuestra esperanza de un futuro mejor y por la tarde asistí a nuestra reunión semanal a las 7 de la tarde. ¡Lo hice presencialmente! ¡Qué gusto da tener a tus amigos-hermanos en persona de nuevo! Hemos estado 2 años viéndonos por las pantallitas y ya tocaba recibir un abrazo de los de verdad. Como probablemente esta misma semana empiece con la quimio, no sé si en los meses venideros  tendré la oportunidad de volver a reunirme en persona. Con la bajada de defensas que se suele producir, creo que tendré que limitar el contacto con grupos.  En la vida hay que aprovechar las oportunidades que se te presentan, algunas no se repiten.

 

El domingo lo dediqué a mi huerto por la mañana. Tengo en mi casa unos arriates y un pequeño bancal dedicados a tomateras, pimenteras, lechugas, coles, judías y pepinos. El año pasado fue el primero que los planté y estuve todo el verano comiendo unos deliciosos tomates con todo el sabor de la fruta del tiempo. A ver cómo se dan este año. He descubierto que ese contacto con la tierra, las semillas, las planteras, me produce una sensación de bienestar extraña. Siento como si estuviera volviendo a las raíces de la esencia humana, parece que hay una singular conexión con la naturaleza en los seres humanos que, por supuesto, produce una huella interior mucho más natural que el contacto con teclados, máquinas o pantallas.

 

Por la tarde nos invitaron a un grupito de amigos a comer chocolate con churros en el campo de unos queridos hermanos: Antonio, Ana y Juan Luis. Este último, además de deleitarnos con unos deliciosos churros, nos hizo reír a borbotones con sus incomparables anécdotas. Lo suyo es de una capacidad extraordinaria para saber reírse de sus propias meteduras de pata. Todos deberíamos aprender a cruzar esa línea que nos maniata, a veces, del excesivo sentido del ridículo. No me canso de escuchar de su propia boca esa ocasión en la que con 12 años le hablaba a un señor desconocido sobre nuestra esperanza de que Dios traerá un mundo mejor. El caballero le dijo: “Yo soy agnóstico” y él le respondió: “Yo, Juan Luis Mateos, encantado” y le extendió la mano. La enésima vez que lo cuenta sigue provocando las mismas carcajadas.

 

Esta mañana de lunes espero expectante la llamada o email de Jesús, mi hematólogo, para empezar la quimio mañana o, a más tardar, el jueves. Me siento tan bien ahora que me da cierto repelús dejarme inyectar un montón de “veneno” (entiéndaseme bien, por favor, sé que la quimio es una sustancia que mata las células cancerígenas, pero desgraciadamente también acaba con muchas buenas, por eso lo de “veneno”). No obstante, Jesús me ha dicho que los actuales tratamientos oncológicos se toleran muy bien y los efectos secundarios son más limitados que antes. Espero que mi organismo, en estas semanas en las que he recuperado mi vitalidad, empiece el tratamiento con unos niveles aceptables de fortaleza que contrarresten el daño que provoque la química que voy a recibir.

 

Finalizo con lo más emotivo de este fin de semana. Anoche, una de mis hijas, Keila, me envió por whatsapp esta imagen (la inserto al final del escrito) de los dos que ha dibujado ella, en la que salgo más favorecido y mucho más joven (ahora se dedica, entre otras cosas, a la ilustración y cada vez me sorprende más con sus preciosos dibujos). La “cochina”, como le dije cariñosamente, consiguió arrancarme unas lágrimas con un pequeño escrito que acompañaba al dibujo. Desde aquel jueves de hace 3 semanas en que rompí mi sobriedad con una llantina, no volvía a derramar ninguna lágrima, pero anoche no fui capaz de contenerlas al leer sus palabras. No las voy a reproducir todas, pero después de hacer un pequeño recorrido por nuestra relación durante sus 28 años de vida, en los que, como ella acertadamente reconoce, siempre ha existido una buena complicidad, en líneas generales, también hubo periodos en los que tuvimos nuestros desencuentros, ya que como textualmente indica: “Nadie nace sabiendo ser padre ni tampoco hija”. Ahora que entre nosotros no hay fisuras, termina diciendo que quiere devolverme una pequeña parte de lo que he hecho por ella y acaba con un sencillo, pero para mí incomparable, “te quiero, papá”.

 

Lo mejor de esto último que cuento en este penúltimo párrafo es que los tequieros entre mis hijas y yo han sido muy frecuentes en los últimos años. Ojalá yo los hubiese expresado con tanta generosidad a mi madre. Ahora intento hacerlo con mi padre, que todavía vive, con sus 97 años que cumple mañana (él se merece que le dedique un capítulo aparte). Eso de no dejar para mañana lo que puedes hacer hoy es todavía más urgente cuando se trata de expresar los afectos. ¿Tenemos que esperar a criar malvas para hacerlo? No creo que sea la mejor idea. Pasad el mejor día posible. Abrazos.




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