Es mejor tener toro al que torear.

Es mejor tener toro al que torear.

5 de marzo de 2023.

Vuelvo a pensar en los jóvenes en estos días. Ayer leí un artículo de El País con una entrevista a Francisco Villar, psicólogo que cumple una década como coordinador del programa de atención a la conducta suicida del menor en el Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona.

Hubo varias frases que me impactaron, fruto de su experiencia ayudando a jóvenes con un historial de intentos de suicidio y familiares de estos. Una es esta: “Solo hay una cosa peor y más grave que te digan que tu hijo ha fallecido: que la persona que más quieres en este mundo haya matado a la persona que más quieres en este mundo”. Uf, da para pensar. Es inimaginable el sufrimiento que tienen que padecer unos padres cuando se enfrentan a esta forma tan trágica de perder a la persona que más aman y por la que han dedicado una incontable cantidad de horas de cuidados. Tu hijo se convierte en el asesino de tu propio hijo. Doble tragedia.

En otra parte de la entrevista, el especialista indaga en los factores que hoy hacen que el problema vaya en aumento y señala sin dudarlo a las redes sociales como uno de los más importantes. Él mismo dice que no quiere sonar pesimista pero indica textualmente: “Las redes están acabando con ellos. Estamos en nuestro peor momento: tenemos que seguir haciendo el trabajo que teníamos pendiente, pero las pantallas y cómo afectan al neurodesarrollo en la infancia han hecho muchísimo daño y nos ha desbordado.”.

Pone un ejemplo con el acoso escolar. El recuerda que siempre ha ocurrido, pero antes eran 4 cafres, como él los llama, los que infligían ese sufrimiento al joven en el colegio, pero luego este (ya no sé si acentuarlo o no, con los vaivenes de la R.A.E.) volvía a su casa y ahí cesaba. Su familia lo arropaba y también sus otros amigos. Pero ahora, el acoso puede continuar en forma de meme sarcástico y despiadado que circula 24 horas entre conocidos comunes y sigue produciendo un dolor inimaginable en la víctima. 

El Dr. Villar dice que habría que regular el uso de los móviles y las redes sociales igual que se hizo con los vehículos cuando se popularizaron. A nadie se le ocurre que un niño de 8 años pueda conducir hoy día un coche. Tampoco se le deja usar las máquinas tragaperras, porque son adictivas. Tanto la dependencia como el grave daño emocional que pueden producir las redes sociales deberían regularse, a su modo de ver, y limitarse hasta cierta edad.

Yo no puedo estar más de acuerdo con este experto. Baso mi opinión en mi propia experiencia. No soy un adicto a Instagram ni Facebook, pero los uso de vez en cuando, y también cotilleo los estados de otros y sus publicaciones cuando me encuentro ocioso, pero he descubierto algo. No sé si es el caso de algunos de los que me leen. Después de llevarme un rato mirando estados y vídeos ajenos, no acabo con mejor sensación que antes de hacerlo. No puedo explicar el motivo con seguridad, pero lo que sí sé es que me queda un regusto, que sin llegar a ser muy desagradable, desde luego no es positivo.

Puede que el origen de esa sensación sea la falsa percepción de que todo el mundo se lo está pasando pipa menos yo. Me encuentro quizás en el coche, esperando a que termine Mar de hacer unas compras o en una cita médica. Me pongo a mirar estados y ¿qué encuentro? Pues lo típico: foto sonriente frente a punto de interés turístico, la misma caja de dientes forzada hasta la sonrisa delante de un delicioso plato en un restaurante, rostros de dos amigo/as chocando sus mejillas y mirando a la cámara exultantes de amor y, por supuesto, con la mueca ya mencionada, y así podría seguir con la cerveza en la mano, el vestido estrenado, el bíceps marcado con el codo en 90 grados, la maravillosa puesta de sol (ese soy yo, por cierto), la preciosa playa, etc. Inevitablemente, por mi meteórica mente pasa el fugaz pensamiento de “Vaya rollo, yo aquí aburrido en el coche esperando y todo el mundo disfrutando de la vida”. 

Sí, claro que puedo exagerar un poco, pero en lo que no lo hago es en que la sensación no es buena. Casi siempre, mi madura forma de pensar (o la que debería ser, en vista de las escasas canas que peino) me lleva rápidamente a poner las cosas en su sitio. Manolo, que no es oro todo lo que reluce, que esa no es la realidad, que detrás de las sonrisas también hay aburrimiento, malos momentos y frustraciones. Pero claro, ese ejercicio de sensatez puede hacerlo un pureta como yo, lo cual no es trasladable a la influenciable mente de un adolescente. Este, a veces, no es capaz de hacer ese reflexivo ejercicio de mirar más allá de las luces de colores que desprenden esas imágenes y sí que se sume en un pozo de melancolía que puede tener malas consecuencias.

Y si la comparativa con otras vidas aparentemente más felices ya hace su pequeño daño, no hablemos de lo mencionado anteriormente, los memes ácidos o los desprecios directos que compartidos en las redes amplifican el estropicio producido en las moldeables mentes de nuestros chiquillos. 

Ayer escuchaba la expresión “meter al toro en los callejones” en un contexto similar al de “a ver quién le pone el cascabel al gato”. Ambas son muy adecuadas ante el desafío de decirle a tu hijo que no va a tener móvil hasta que tenga 16 años o que no le dejas redes sociales hasta esa edad o incluso más allá. Estoy seguro que muchos padres que me lean se llevarán las manos a la cabeza diciendo: “Eso es imposible”, y puede que tengan razón, pero ahí es donde la ley debería ampararlos. Ahora se prohíbe el consumo de alcohol hasta los 18 años (aunque se permite abortar a los 16 sin consultar a los padres, vaya paradoja). Antes se veía hasta gracioso y, por supuesto, permisible que un joven se tomara una cerveza. Hoy, al menos, unos padres sensatos pueden ponerse en su sitio e impedirlo. ¿Por qué? Porque la ley los respalda. Pues yo agradecería lo mismo en este uso tan pernicioso que está suponiendo el uso descontrolado de las pantallitas.

Pero si esa ley no llega tan pronto como nos gustaría, o nunca lo hace, otra frase importante es aquella que dice que de los cobardes nunca se ha escrito nada, o aludiendo a mi respetada fuente de consejo “La disciplina y la corrección dan sabiduría, pero el niño que se deja sin control avergüenza a su madre.” (Proverbios 29:15) En este caso, que avergüence a su madre o su padre sería un mal menor, lo realmente trágico es que los suma en un pozo de infinita tristeza por haber permitido que su hijo acabe en un callejón sin salida con un final tan desolador como el de los jóvenes con los que trabaja el Dr. Villar. La valentía de coger el toro por los cuernos (hoy va de dichos taurinos) puede que provoque malas caras, enfurruñamientos y discusiones, pero todo eso es preferible a no tener con quien hacerlo.




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