Ello/as también necesitan apoyo.
Autor foto: EmsiProduction Licencia: CC BY 2.0 Deed
30 de mayo de 2024.
Hoy quiero destacar el valor de los que viven en un hogar dividido entre el amor a la persona que tanto quieres, presa de una enfermedad mental, y el rechazo hacia esa en la que se convierte cuando su trastorno la atrapa.
El equilibrio perfecto nadie lo tiene, pero no es lo mismo andar por la arena mojada de una amplia playa gaditana en bajamar que por un estrecho sendero nevado, con precipicios a ambos lados, como el que conduce a la cúspide de un ochomil del Himalaya. Vivir con el que padece una enfermedad mental grave se parece a esto último. Los dos caminan por un pasaje tan estrecho que parece que en cualquier momento uno de los dos se va a despeñar por cualquiera de sus lados, si es que no lo hacen los dos al unísono. Por momentos parece que todas las alternativas son malas, el enfermo puede rodar descontrolado hacia la izquierda, al abismo de su insensatez o el cuidador hacerlo por la pendiente derecha, la de la rendición, tirando la toalla en su lucha por seguir apoyándolo en superar ese desfiladero tan peligroso.
No son fáciles de encontrar todas las claves que permiten seguir en esa lucha por mantenerse unidos en el fin común de la curación, pero hay algunas. Cuando el órgano enfermo, el propio cerebro, es el que tiene la clave de su recuperación, no es sencillo ver que esa situación desesperada acabará o que tendrá una época mejor, pero esa mejoría se puede producir, incluso en los periodos más oscuros. Y todo pasa por seguir caminando, por tortuoso y peligroso que parezca el pasaje, y hacerlo juntos porque, de lo contrario, el enfermo que se ve abandonado se hundirá en el desánimo y el acompañante perderá al que tanto ha querido, aunque ahora lo haga sufrir, esa persona que puede volver a ser el que un día despertó los sentimientos que lo llevaron a compartir una vida con él o ella.
Algo crucial es entender la dicotomía entre la persona y su enfermedad. Alguien sano que contrae una enfermedad física se convierte en ese mismo alguien, pero con diabetes, artrosis o insuficiencia respiratoria, por poner tres ejemplos. Algo distinto ocurre con el que adquiere una enfermedad mental, esta lo transforma, en periodos más o menos largos, en otra persona. El depresivo, ansioso o presa de uno de los muchos trastornos psicológicos que nos plagan, se comporta en los momentos agudos de su afección en alguien desconocido, en uno que podría llamarse incluso por otro nombre.
Cuando eso ocurre, hay que hacer un esfuerzo ímprobo por valorar esos comportamientos anómalos como los de ese otro en el que se ha convertido el enfermo, no son fruto de su actitud normal. Mi madre no es esa persona desconsiderada, insultante y quejumbrosa en la que la ha convertido su enfermedad, esa no es ella, es una intrusa que se ha apoderado de su mente. Ella es amable, cariñosa, positiva. Mi pareja no es huraña, desconfiada y negativa, ella es sociable, bondadosa y animadora, la que se comporta tan mal es la persona que la domina en sus momentos depresivos.
Ser capaz de caminar en el día a día con alguien así, insisto, es un arte difícil de manejar, uno que exige constancia, resistencia, autocontrol y, sobre todo, un enorme amor hacia la persona que tanto sufre y también te hace sufrir. El acompañante de un enfermo mental debe recibir el mayor de los apoyos y la óptima comprensión. Hay que escucharlo tanto como necesite, resaltar el valor de su esfuerzo, y recalcarle, tanto como al enfermo, que las tempestades pasan, que bajo los vientos intensos, la lluvia que te golpea el rostro y el cielo encapotado, se esconde uno brillante, calmado y azul que en algún momento aparecerá. Pero mientras llega, pongamos en valor la entereza del que aguanta esa situación siendo una víctima colateral de la enfermedad ajena.
Como decía al principio, hoy rompo mi lanza a favor de los que contra viento y marea siguen poniendo el punto de cordura ante el desequilibrio involuntario de los que sufren la plaga de las dolencias emocionales. Brindemos apoyo a estos enfermos, pero no olvidemos el enorme valor de los que perseveran a su lado sacando tantas veces fuerzas de flaqueza.