Desde el peldaño 33.

Desde el peldaño 33.

27 de junio de 2025.

Termina un curso más, un año más y, si nada cambia, uno y medio menos para entrar en ese territorio desconocido de la jubilación. 

Los años los veo como peldaños que subimos en una pirámide a la que muy pocos llegan a la cúspide. Nunca he estado en la de Keops, pero dicen que es impresionante su altura. Desde arriba debe tener una vista espléndida de lo que un día fue una meseta, la de Guiza, llena de otras pirámides y palacios. Se puede divisar el Nilo y hasta el desierto del Sahara.

Hoy muchos olvidan que los que tienen la suerte de envejecer (sí, digo suerte, porque no tenerla es palmarla antes de peinar canas) se encuentran en un lugar privilegiado para otear el horizonte. Los más jóvenes deberían ver su posición como el que se encuentra en los peldaños iniciales de esa imaginaria subida, desde los que, desde luego, no se puede ver con mucha profundidad de campo. 

Conforme uno cumple años, una de las ventajas que te da la veteranía, es tener la capacidad de divisar con más claridad lo que se aproxima, lo que se aleja, lo que amenaza y lo que deparan determinados comportamientos humanos. Desde una pequeña altura solo se ven algunos metros a tu alrededor, desde mucho más arriba puedes divisar kilómetros.

Esta facultad que otorga la senectud pasa desapercibida muchas veces a los más inexpertos. No se dan cuenta de que ignoran lo que no pueden percibir desde su moderada atalaya y, a veces, desprecian lo que los viejos pueden observar con nitidez desde la altitud de días. Además, conforme subes escalones en la vida acumulas la experiencia de todo lo que has ido encontrando en ese recorrido. Como la vida es camino y no destino, sin años en el zurrón poco polvo has respirado, y escasas piedras has encontrado con las que tropezar en el polvoriento trayecto de la existencia.

Yo ya he pisado 33 escalones-cursos académicos y ese promontorio me permite mirar atrás y comparar con ciertas garantías de veracidad. Este último, por ejemplo, ha sido uno de los años más difíciles en mi instituto. ¿Qué ha contribuido a ello? Bueno, por una parte, las exigencias, a mi entender innecesarias, que cada vez más nos piden a los docentes y poco tienen que ver con nuestro desempeño. Pongo un ejemplo.

En mi docencia telemática del ciclo de Asistencia a la Dirección he tenido a 189 alumnos matriculados y unos 120 activos. Tan solo para poner la nota final del curso he tenido que introducir la nada despreciable cifra de 4.800 datos numéricos. 120 alumnos por 5 unidades cada uno y unos 8 criterios de evaluación por tema. Pasar entre 12 y 13 horas rellenando en un desplegable cifras que casi nada significan para el pobre alumno que las mira perplejo sin entenderlas es una tediosa tarea que desmotiva muchísimo. Todo para al final reflejar un solo número entero que se encuentra en el rango de 0 a 10.

Esto último es un solo ejemplo de esa pesada burocracia que, en lugar de simplificarse, se ha acrecentado sobremanera en estos 33 años. Pero también he comprobado que la propia sociedad incrementa la exigencia hasta extremos inverosímiles. Nunca hemos recibido tantas presiones de parte de los padres, no ya para que aprueben a sus hijos, sino para que en lugar de un 7 se les ponga un 8 y en lugar del 8 el 9 o el 10. Que si para entrar en el grado que quiere estudiar necesita esta nota, que mi hijo no puede ir a septiembre porque entonces se quedará sin plaza, y, desde luego, estas no son las razones más peregrinas.

El ambiente en general ha estado más crispado de lo que he observado durante toda mi experiencia docente y, sinceramente, creo que es por el nivel de acritud en el que se mueve la sociedad en general, que se refleja en cualquier ámbito. Puede parecer un entorno ajeno el de los políticos que se insultan y tratan sin cortesía alguna, pero al final, ese ambiente enrarecido también se traslada a las esferas más cotidianas. Parece que ponerse de acuerdo pacíficamente es un procedimiento caduco. El que no llora no mama, si no enseñas los dientes no te hacen caso, si no presentas una reclamación no te atienden. ¿De verdad es necesario siempre acudir a la vía del enfrentamiento o estamos matando moscas a cañonazos?

Quizás la veteranía no ha eliminado de mi la ingenuidad, y a lo mejor debería haberlo hecho, pero sigo creyendo que se consigue más con la educación, la argumentación y la concordia que con lo contrario. Seguir unos cauces moderados no descarta la persistencia o el tesón cuando el fin que se persigue se considera justo, pero lo que sí tengo claro es que el combate y la hostilidad, aunque desemboque en el discutible triunfo de salirte con la tuya, deja por el camino pocos amigos y muchos desafectos.

Siguiendo ese símil del escalador de peldaños, me da un poco de miedo usar la altura que te dan los años para intentar anticipar lo que viene. De todas formas esa es una solemne tontería en la que la mayoría caemos, porque el futuro es absolutamente incierto tanto a título individual como colectivo, pero puestos a desear, me gustaría adivinar un nuevo curso con más armonía, menos enfrentamientos, hachas de guerra enterradas muy profundamente, menos exigencias por parte de todos los estamentos de la comunidad educativa y que nos dejen un poco de tiempo para sentarnos a la altura de la pirámide a la que hayamos llegado para durante unos minutos disfrutar de la vista entendiendo que vivimos en un presente continuo que, de no disfrutarlo, se convierte en un enmohecido pasado lleno de herrumbre antes de darnos cuenta.



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