¿A qué me traigo a Biyembe y Mubaru para el instituto?
5 de junio de 2025.
Hace algunos años contraté a un transportista especializado en mudanzas internacionales para que se trajera algunos muebles de mi hija que vivía en Castellón hasta Benaocaz. El día que fue a recogerlos me llama un tanto indignado por teléfono:
– Oye, que no me dijiste que era un 5º sin ascensor y solo venimos 2.
– Claro que te lo dije.
– Que no me lo dijiste.
– Te aseguro que te lo dije – le comenté con firmeza.
– Bueno, total, no vamos a discutir. He visto un grupo de negros en una plaza cercana, voy a ir a por 2. A esa gente les doy 30 euros y me bajan lo que haga falta, pero te lo aumentaré en el presupuesto.
Efectivamente, al rato me llama mi hija y me dice que un par de jóvenes africanos de fuertes bíceps estaban bajando el sofá y los demás enseres por las escaleras sonriendo.
El transportista al final no me cobró los 60 euros que les pagó por quitarles el marrón de cargar muebles por las escaleras de 5 alturas.
Estamos acabando el curso y el clima en mi centro se ha enrarecido un poco este año por asuntos que a Biyembe y Mubaru (nombres inventados de los dos porteadores mencionados) les parecerían nimios.
Nos irritamos por cosas como las siguientes:
– Amalia (nombre también inventado) siempre llega por lo menos 5 minutos tarde a clase. Manda narices que siempre me toca en la guardia abrirle a sus alumnos la clase y aguantarlos hasta que a la señora le apetece aparecer. ¡Es que no la aguanto!
– Aurelio (a partir de aquí creo que no hará falta seguir hablando de nombres inventados) quiere ser el próximo año el jefe del departamento. ¿Tú te crees? A él no le toca, pero seguro que nos calienta la cabeza a principios de curso con eso. Lo veo y se me quitan las ganas de aparecer por el departamento.
– Los padres de Jonathan me han puesto una reclamación a su nota y mis compañeros, en lugar de defenderme, le dan la razón al petardo del niño. Voy a pedirme traslado a Almería.
– Le dije al jefe de estudios que no me pusiera horas a primera, y me ha colocado una, pero claro, a su amiguito Soliloquio le ha hecho un horario a medida.
– Este año me han puesto a mi grupo de tutoría y al que le doy más horas de clase en el aula más fría del instituto. ¡Qué mala organización! Sabiendo que soy asmática y el frío me sienta fatal… pues nada, a aguantarse, pero esto no se me va a olvidar.
Podríamos hablar de cargos directivos que no nos ofrecen, partes disciplinarios que se consideran escasos, clases más ruidosas de la cuenta que algunos profesores no controlan del todo, permisos o ausencias por las que nos reclaman justificantes que consideramos innecesarios, y no hablemos de los requerimientos de la administración que algunos de sus representantes llevan a extremos que acaban irritándonos.
Pero yo me pregunto: ¿qué pensarían el grupo de africanos de Biyembe y Mubaru, que duermen en un centro de acogida en sacos de dormir y que cada mañana se juntan en una plaza esperando que alguien les ofrezca cualquier tipo de trabajo para ganar unos euros que les permitan comprarse alguna comida o alguna ropa de abrigo? ¿Tendrían nuestros problemas, para ellos, la dimensión que adquieren para nosotros?
O imagínate que a los más de 70 profesores que este año componemos el instituto nos encerraran en un búnker esperando que una bomba nuclear cayera sobre nuestras cabezas y acabara con nosotros. ¿Qué reproches nos haríamos en ese momento? Yo creo que ninguno. Nos miraríamos unos a otros sintiendo pena por el triste final que nos espera.
Pues no hace falta pensar en esa posibilidad porque no es nada remota. TODOS vamos a morir en los próximos años, si Dios no lo remedia antes (siento incluir esta coletilla por los agnósticos o ateos, pero a mí me alivia).
Teniendo un verano, que puede ser magnífico por delante, por lo menos yo, intentaré ponerme en la perspectiva de los africanos o pensaré en nuestro final no tan lejano para pensar en el privilegio que es tener un trabajo como el nuestro, tratar de empezar el nuevo curso con energías más positivas y relativizar todo lo que enturbia una convivencia que merece la pena cuidar.