Es lo que hace, no lo que dice.
6 de mayo de 2025.
Las malditas palabras y los tozudos hechos, así se podría titular este escrito, aunque guarde los títulos para el final. Creo que esa frase puede resumir bien cómo me siento a veces con la valoración que hacen de nosotros o la que erróneamente hacemos de los demás.
Expresiones y actos no siempre van de la mano. Hablar es mucho más fácil que actuar y desgraciadamente, en muchas ocasiones, nos quedamos solo con lo primero. Cómo envidio a los que tienen la cuestionable virtud de tener un alto porcentaje de acierto con lo que dicen. Nadie tiene el 100%, eso es cierto. Mientras más hablemos más meteremos la pata y evitar hacerlo es simplemente una quimera, pero también es cierto que hay individuos que lo poco o mucho que hablan lo miden tan bien que evitan ofender a la mayoría y quedan indemnes de aquello que tantas veces sale en las películas y suena a amenaza cuando detienen a alguien: “Cualquier cosa que diga podrá ser usado en su contra”.
Muchos pasan de puntillas por la vida de los demás, cuando deberían ser protagonistas de ella. Hay padres y madres inexistentes por distintas causas, algunos porque así lo eligen: su trabajo, sus aficiones o sus responsabilidades no familiares ocupan el lugar prioritario en su vida, relegando a las familiares a un segundo o tercer plano, eso sí, son muy dulces cuando hablan con sus hijos o capaces de quedar como ejemplares progenitores cuando se califican ante los demás.
La misma situación se da en los trabajos. Quién no conoce al ojito derecho del jefe, del que recibe todas las alabanzas, cuando la realidad es que no da un golpe ni en una pelea, pero claro, es un artista en el peloteo y elige tan bien la adulación que el superior escucha de sus labios lo que tiene que oír, en el ámbito y momento más oportuno.
Qué bien queda en una reunión de amigos aquel que ufano se jacta del cuidado con el que atiende a sus padres envejecidos, por encima incluso de sus hermanos, cuando la realidad es que no aparece por su casa ni cuando la parca se asoma a la puerta de su progenitor, aunque seguro que no faltará al notario cuando se reparta la herencia.
Podría hablar del que se define como amigo de sus amigos, del que te dice que cuentes con él para lo que te haga falta, y te lo dice antes que nadie y en repetidas ocasiones, pero el día que necesitas que te acompañen al hospital siempre tiene una excusa que le impide llevar a la práctica su tan cacareado ofrecimiento.
La dicotomía entre el hablar y el actuar ya la sacó a la palestra Jesús cuando animó a sus oyentes a prestar atención a los hipócritas escribas y fariseos. “Por eso hagan y cumplan todo lo que les digan, pero no hagan lo que ellos hacen, porque ellos dicen pero no hacen. Preparan cargas pesadas y las ponen sobre los hombros de la gente, pero ellos no están dispuestos a moverlas ni con un dedo.” (Mateo 23:3,4).
Estoy absolutamente seguro de que cualquiera que lea lo que llevo escrito hasta ahora estará totalmente de acuerdo con esa realidad que todos enfrentamos, pero muy pocos se sentirán parte de la cara oscura de la luna y sí de la brillante, nadie se tiene por hipócrita a sí mismo, pero sí observa esa falta en los demás. Ahora bien, lo que me gustaría es que todos hiciéramos un esfuerzo por valorar a los demás por lo que hacen y no por lo que dicen, sobre todo cuando se trata de poner en valor las buenas acciones por encima de las palabras que las adornen o muchas veces las ensombrezcan.
Para no alargar este escrito, me voy a quedar con un solo aspecto y dos ámbitos, el familiar y el de las amistades. La excelsa virtud que más apreciamos en un familiar o amigo es que esté ahí cuando se le necesita. Y hablamos de necesidad cuando las circunstancias pueden hundirnos o apagar nuestro ánimo hasta el punto de no ver el final del túnel. Otros reveses menos severos podemos afrontarlos solos y eso nos fortalece incluso, pero cuando visitamos el fondo del pozo empujados por una enfermedad grave, una traición de quien nos prometió lealtad de por vida o la pérdida de nuestro sustento, en esos momentos es cuando se necesitan hechos mucho más que simples palabras.
Hoy, además, con lo mucho que ha cambiado la comunicación, es fácil tener lleno el Whatsapp de mensajes de ánimo y la publicación de Instagram con infinidad de “me gusta” y comentarios de apoyo, pero algo distinto es que alguien físicamente se asome a las profundidades del pozo para alargar su mano y empujarte hacia la salida. No todo el mundo está dispuesto a acercarse a los laberínticos callejones oscuros a los que la mente muchas veces nos lleva y tratar de acompañarnos hacia avenidas más luminosas y transitadas.
A poco que hayamos vivido varias décadas, un buen ejercicio que podemos hacer es aislar esos momentos pasados en los que necesitamos ayuda. Si nunca te viste en la oscuridad de ese pozo, enhorabuena, pero aún así, seguro que agradeciste el apoyo de los que te ayudaron de forma práctica en asuntos menores, como cuando tuviste que mudarte, o no disponías de coche y necesitabas desplazarte, o te faltaba dinero para la entrada del piso, o desconocías los trámites para obtener unos permisos o sufrías por un revés amoroso. Piensa en quién estuvo ahí en esos momentos. Esos rostros son los que merecen un lugar en la orla de nuestra vida. Muchos quizás fueron torpes en sus palabras, te ofendieron en alguna ocasión, se mostraron irascibles porque perdieron los papeles, en ocasiones quizás resultaron impertinentes, pero, tú bien sabías que podías contar con ellos si pedías su ayuda. No seamos tontos, quedémonos con ellos, no nos equivoquemos.
Las palabras pueden adornar mejor que las guirnaldas, pero los hechos precisan de tiempo y dedicación y ejercen más atracción que la de la gravedad, deberían ser los que definan a las personas, así que intentemos despojar a la elocuencia de mucho de su poder y transfiramos ese peso a la valía del que simplemente actúa.