(99º) DIARIO DE UN LINFOMA (¿La época más feliz?).

(99º) DIARIO DE UN LINFOMA (¿La época más feliz?).

5 de septiembre de 2022.

Los días aparecen y desaparecen con una rapidez pasmosa. El paso del tiempo, ya sabemos, es un sentimiento altamente subjetivo. Me siento a escribir en mi diario y, cuando inserto la fecha, me parece que hace un rato que lo hice la última vez, no que ya han pasado 24 horas. Miro el 5º día de septiembre en el calendario y pienso en que el verano desaparecerá con la rapidez de un rayo, a pesar de esas largas jornadas de pesado calor vividas en el interior de 4 paredes que empiezan a parecer carcelarias. Por un lado está esa celeridad y, por otro, la lenta cadencia con la que se suceden mis sesiones de quimio; desde esa perspectiva, las hojas del almanaque y las manecillas del reloj parece que avanzan a paso de tortuga, ya empiezan a hacerse muy cansadas, y un tanto angustiosas en las últimas fechas.

Pero, como siempre, un diario se escribe para plasmar una sola jornada, y es la forma de afrontar la vida de la forma más sana: una sola a la vez. La de ayer fue la de un domingo anodino, sin grandes novedades, lo cual no deja de ser positivo, eso significa que comí y no sufrí por el sabor de los alimentos, sino que los disfruté, pasé el día sin dolores ni molestias, y transcurrió sin sobresaltos. Que no contuviera momentos reseñables y experiencias de las que dejan huella no significa que no fuera un buen día, todo lo contrario, fue uno magnífico, sobre todo si lo comparo con otros de los que he vivido estos últimos meses, cargados, a mi pesar, de todo tipo de dificultades de índole física. 

Sí tuvo el día de ayer momentos irrepetibles, ahora que lo pienso bien. Sobre las 20:30 me animé a dar un rápido paseo por la carretera de Benaocaz. ¿Podéis imaginar lo que me encontré y que ya nunca más volveré a ver? Pues sí, una puesta de sol con tonalidades, brillos y colores que eran únicos, la próxima podrá ser maravillosa, pero nunca igual a la anterior. ¿No es increíble que cada día podamos asistir a una sinfonía de destellos, sombras y reflejos con una partitura de estreno? Podemos ser los privilegiados espectadores de una función única que contemplamos desde la primera fila. Ahí van tres fotos que lo atestiguan, una la estropeo yo, pero disfrutad de las otras dos.



María, una de mis asiduas lectoras, me dijo que la entrada de ayer la dejó tristona, sobre todo por una frase final en la que decía que aquellos años en Valverde fueron probablemente los más felices de nuestra vida. Trato de explicarlo.

Si nuestra infancia tuvo la protección y el cariño de unos padres, la compañía de esos amigos tan especiales, que son los que identificamos por primera vez cuando nuestra memoria empieza a fijar los recuerdos de forma indeleble, si estuvo ausente de traumas y pérdidas que pueden marcar la vida de un niño, si disfrutamos de tiempo para jugar desinhibidos, dormir seguros de que al día siguiente nuestra familia volvería a formar parte de nuestra vida, reír, gritar y hasta llorar, pero solo por los pequeños dramas que viven los chiquillos despreocupados… si esa fue nuestra niñez, probablemente esos fueron los años más felices de nuestra vida, como fue mi caso. 

Ayer, hablaba en primera persona del plural, porque me refería a los años vividos en la compañía de mi Rubi. Los 8 años en Valverde coincidieron con los de la infancia de nuestras dos hijas, etapa que, como ya he explicado, colma de risas, anécdotas irrepetibles y abrazos imborrables los corazones de cualquier padre. Es, con diferencia, la época más bonita que se puede vivir con los hijos. Cuando empiezan a ser mucho más independientes, vienen otros momentos también únicos, pero carecen de la candidez, ternura y satisfacción que produce esa relación de dependencia que en la infancia desarrollan hacia nosotros nuestros retoños. 

Esa crianza maravillosa de nuestras dos hijas se dio en un momento en que nuestros respectivos padres se encontraban, unos en plenitud, los de Rubi, y otros, al menos, independientes y relativamente sanos, los míos. Cuando uno vive con despreocupación y tranquilidad sobre tus seres más cercanos, porque se encuentran bien y todavía siguen ayudándote mucho más de lo que necesitan que tú lo hagas por ellos, tu mente se ocupa de darle tu atención a lo que demandan esos locos bajitos que presentan problemas tan pequeños como su estatura. Esos años de despreocupación relativa, son unos que hay que exprimir al máximo, como hicimos nosotros. Ampliamos nuestro círculo de amigos, viajamos, compartimos momentos de risas y sorpresas, disfrutamos del camino con una mochila ligera de cargas y responsabilidades.

Después de que tus hijos vuelan hacia sus nuevos nidos, sin darte cuenta, el calendario ha acelerado su paso y te sitúa en una nueva etapa, en una nueva coyuntura. Los 20 años que, aproximadamente, les tomaron a nuestras dos hijas para dejar nuestro hogar, nos habían hecho, de repente, dos décadas mayores. También habían envejecido con nosotros nuestros amigos y, por supuesto, nuestros padres. Y la vejez contiene una cara de la moneda que no es tan agradable, aunque, no lo olvidemos, los sociólogos han descubierto que con los 50 sube la línea que marca nuestra felicidad, que suele sufrir una llamativa caída en los 30 y 40. La parte menos amable de la senectud es aquella que nos deteriora físicamente, mucho más acusada en nuestros padres, como es lógico, y que desembocó en las enfermedades que afectaron a mi madre y su posterior desaparición, la decrepitud de mi padre y la última patología que está minando rápidamente la salud de mi querida suegra. En ese nuevo entorno, es difícil calificar la situación actual como la más feliz de nuestra vida. No es deprimente, no dramaticemos. Hay que aceptar que este es el devenir de nuestra existencia y solo tendrá remedio cuando Dios cambie el discurrir de las cosas.

Pero, de nuevo, el papel es tan noble que nos permite plasmar en un rato, lo que han supuesto décadas compuestas de numerosos años y días que son mucho más de lo que un breve resumen puede recoger. La realidad vuelve a ser la jornada que nos toca de este 5 de septiembre, todo los demás, son semblanzas del pasado que ya no nos afectan porque son inmutables y, si lanzamos la mirada al futuro, también es un esfuerzo vano, porque poco puede cambiar el día de hoy cualquier acontecimiento de índole personal que nos  imaginemos, porque pocas garantías tenemos de que se produzca. A fin de cuentas, siempre volvemos a la tozuda realidad de que lo más sabio es vivir el día presente, ni uno más. Lo que pueda afectarlo está en nuestra mano en este mismo momento, nada más. 

Mi día, por tanto, está esperando que sea yo el que marque su ritmo. Este será bastante predecible, si repite rutinas de los anteriores, seguiré entre mis 4 paredes y seguiré evitando los ahora dañinos rayos de sol para mí. Intentaré leer un rato, ver algo de tenis por la tele, ayudar en la cocina, hacer algún pequeño trabajo de mantenimiento doméstico, buscaré un momento para los ejercicios de relajación muscular progresiva y Mindfulness y, si mis fuerzas siguen acompañándome, esta tarde-noche bajaré a echar un rato de tenis con Jose y Dani, dos buenos contrincantes, de demasiado nivel ahora mismo para mí, pero que, generosamente, se han ofrecido a compartir su tiempo conmigo, a pesar de mis actuales limitaciones. 

Hoy me toca mi Filgrastin, las inyecciones para subir las defensas. Me la voy a poner después de venir del tenis, porque me producen febrícula y dolor de huesos y no quiero llegar de forma tan deplorable a las pistas. Ya doy suficiente pena con mi demacrado aspecto, para empeorarlo todavía más. El jueves me espera mi penúltima sesión de quimio. Espero llegar en las mismas condiciones que la vez anterior. Yo sigo en la línea que me marcó Montse, mi psicóloga, con sus ejercicios y demás actividades que suman a mi bienestar emocional. 

Hoy acabo con una canción que demuestra mis variopintos gustos musicales. Es de un grupo llamado “Love of Lesbian” y se titula “El poeta Halley”. La canción en sí me gusta bastante, pero sobre todo el poema que recita Serrat a partir del minuto 4:45. A los que os guste la lengua y la gramática, os puede resultar tan original como me lo pareció a mí por la forma de jugar con las palabras, personificándolas y haciendo curiosas metáforas que, al menos a mí, hasta me emocionan.

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