(96º) DIARIO DE UN LINFOMA (No dejes entrar al viejo).
2 de septiembre de 2022.
Hoy hace la semana desde la 6ª sesión y me he levantado casi como un paciente no oncológico. La sentadilla obligatoria para erguirte desde la cama demuestra que mis cuadriceps vuelven a tener cierta energía, no son unos bultos sospechosos repletos de arena, sino fibras musculares que responden a mi llamada.
Ayer por la tarde, después de horas de sofá, mis pulmones se volvían a llenar completos, y el paseo que dimos Rubi y yo por el lago puso a prueba la resistencia, de nuevo, de mis piernas. Prueba superada, recorrimos un par de kilómetros y ya no me ahogaba ni necesitaba sentarme a los 200 pasos. Supongo que hoy seguiré recuperándome, este episodio de la serie ya lo he visto 5 veces, así que puedo imaginarme cómo sigue.
Estas fotos son del paseo por el lago y la puesta de sol que se veía desde mi piso. No son las de Benaocaz, pero el cielo siempre muestra estampas preciosas desde todos los sitios.
Por la tarde me llamó mi amiga y compañera Inma. Su llamada me alegró durante un buen rato, el que duró la conversación, y hasta después, cuando se la contaba a Rubi. En el instituto suelo tener un trato más cercano y continuo con los miembros de mi departamento, no en vano pasamos muchas horas delante de nuestros ordenadores en un espacio reducido, pero otros compañeros, como Inma, aunque no estén físicamente tan próximos, son más veteranos que yo en el instituto y siempre han estado ahí en los 22 años que llevo en el centro. Inma lleva unos cuantos ejerciendo como jefa de estudios y es de esas personas discretas, trabajadoras y que, sin hacer ruido, todos percibimos el efecto de su buen hacer. Conmigo siempre ha sido correcta y considerada, como me consta que se muestra con todo el mundo. Es una persona razonable, adaptable, resolutiva y muestra un sentido interés cuando te pregunta por alguno de los problemas que afrontas y ha llegado a sus oídos. Esas breves conversaciones pueden producirse en un cambio de clases en la sala de profesores, pero su mirada mientras le cuentas y sus escuetos comentarios al respecto, indican que no necesita aspavientos para demostrar que lo que le acabas de decir no cae en saco roto, que lo tiene en cuenta y lo recordará la próxima vez que vuelva a inquirir con empatía.
Ahora se jubila y, como me comentaba ayer, una decisión largamente meditada y adoptada, produce cierto vértigo cuando se contempla inminente. El instituto la echará de menos, como también ocurrirá con Pepi y Josefina, que la emularán en esta nueva etapa. Las 3 me han acompañado estos 22 años cada mañana. En los últimos años he visto dar ese paso a numerosos compañeros y produce cierta tristeza esa partida hacia una nueva etapa que debe ser alegre, por algo se llama jubilación, que proviene de júbilo. Tiene pinceladas de melancolía porque supone dejar de verlas a diario, no escuchar sus voces detrás de las puertas de clase, que sus rostros dejen de aparecer en los claustros, sesiones de evaluación y reuniones diversas. Ya no escucharé sus risas y vivencias desde mi cotilla puesto de trabajo, con una ventana que da al patio donde Charo pone las mesas del bar y muchos de mis colegas se sientan a contarse, durante un rato, algunas de sus peripecias como profesores o rutinas del día anterior.
Inma me pedía perdón, no sé cuántas veces, por no haberme llamado antes. En cada una de sus disculpas le hacía ver lo innecesario de ofrecerlas. Me decía que leía mi diario todos los días y que se acordaba continuamente de Rubi y de mí. Me consta que es así, y no sabe cuánto se lo agradezco. Esa energía que me contaba que todos los días me manda, la siento. En este camino, ya lo he dicho hasta la saciedad, me siento de todo, menos solo. El cariño, el apoyo y la amistad sincera la percibo a cada paso. No hace falta que me llamen de continuo, ni siquiera que me mensajeen, para saber que los amigos están ahí. Ya contaba el otro día que muchas veces no sabemos qué decirle a alguien que está pasando por algo que afortunadamente uno no lo está sufriendo en ese momento, o lo ha hecho en el pasado, pero un “estoy aquí” es suficiente para transmitir ese hombro amigo.
Yo no sé si podré jubilarme cuando pretendo, ni siquiera sé si volveré a incorporarme de nuevo al trabajo, esos planes los dejo en suspenso, ahora hay otras urgencias más necesarias a las que dedicarme, pero el día que lo haga, también sentiré el mismo vértigo que me contaba Inma. Las rutinas establecidas durante la mayor parte de tu vida, no son fáciles de cambiar, pero hay que hacerlo, sería absurdo aferrarse o, aún peor, lamentarse por el cambio irrenunciable. Hay que abrir tu mente a nuevas circunstancias, otros horarios, otras posibilidades. Inma tendrá la oportunidad de ver más a menudo a su nieta, al que viene en camino y a sus dos queridos hijos. La vida no se acaba, ni mucho menos, en el comienzo de la séptima década, queda por delante un enorme abanico de posibilidades.
Si algo tiene de bueno mi enfermedad y la baja obligatoria en el trabajo, es ese tiempo regalado que me ha ofrecido la situación. Ahora mismo, lejos del estrés, estoy escribiendo estas líneas tranquilamente en mi casa, sintiendo el frescor de la mañana y el leve zureo de una paloma. Hoy solo tengo una cita médica, con una psicóloga de la Asociación Española Contra el Cáncer. Es un servicio gratuito que ofrece esta organización y que voy a aprovechar para que me dé algunas indicaciones para seguir lidiando con los efectos emocionales que produce la enfermedad. Como dice Montse, mi psicóloga, todo suma, y en este caso no resta a mi bolsillo, lo cual se agradece doblemente.
Ya he vuelto de la consulta y me atendió Itziar, una psicóloga joven pero muy preparada. En realidad es psico-oncóloga, por su especialización en pacientes con cáncer. Sabe perfectamente de lo que habla y se le nota que pasa muchas horas con los enfermos, eso la hace especialmente valiosa, porque no necesita de muchas explicaciones para entender a la perfección lo que le digo. Tiene un don natural para expresarse con un hilo de pensamiento muy fácil de seguir y con una cadencia a un ritmo justo. Me ha encantado la conversación con ella. Me anima a utilizar mi desconexión cognitiva con actividades que exijan mi concentración y los ejercicios de relajación muscular progresiva. Volveré a verla a final de mes.
Volviendo a la jubilación de mis compañeras, creo que la vida no se acaba hasta que uno decide que lo hace. Por supuesto que biológicamente lo hará cuando el organismo expire su último aliento, pero hasta ese momento tenemos la obligación de seguir creando, imaginando, ejerciendo como seres vivos en plenitud. Justo cuando escribía hace un rato esas líneas referidas al retiro del trabajo, Ángel, el marido de mi compañera Alicia, me enviaba un texto referido a Clint Eastwood. Lo reproduzco:
Un dia Clint Eastwood jugaba al golf con el compositor y cantante de música country, Toby Keith. El actor le comentó que el lunes siguiente iba a cumplir ochenta y ocho (88) años y que comenzaría a rodar una película la semana siguiente (The Mule).
Sorprendido, el cantante le preguntó que cuál era su motivación y Clint le respondió que todas las mañanas cuando se levantaba, él no dejaba entrar al viejo.
Toby Keith quedó tan impresionado con la respuesta que compuso una canción sobre eso y se la envió a Clint, editó con ella este video, el cual utilizó en la película sin cambiarle nada.
No dejemos “entrar al viejo en nuestra vida”, disfrutando al máximo cada día con la familia y amigos, haciendo todo lo que nos guste sin inhibiciones. Les recomiendo primero lean y luego vean y escuchen el video.
La canción tiene una letra motivadora, aunque la música y el tono no lo sean precisamente. Vamos, que no la voy a añadir a la Playlist, pero merece la pena escucharla y, sobre todo, leerla.
Hoy me siento bastante bien (no perfecto, pero bien), espero que todo el que me lea, se sienta, al menos, como yo, y disfrute de este precioso día. Besos.