(90º) DIARIO DE UN LINFOMA (Todos necesitamos hablar).

(90º) DIARIO DE UN LINFOMA (Todos necesitamos hablar).

27 de agosto de 2022.

Después de dos semanas de trabajo mental, ayer pude decir que tuve un pequeño gran triunfo. Voy a seguir omitiendo en mi vocabulario la palabra maldita, porque la guerra no ha terminado, aunque ayer obtuve una valiosa victoria en mi batalla contra ese molesto efecto de la quimio que me llevó a maltraer en la 5ª sesión. ¡Ayer fue la 6ª! ¡Ya solo me quedan 2! Yo, que soy el maquinista de mi tren, voy viendo la salida a este primer túnel de la quimioterapia, un par de paradas más en el sillón del hospital de día y habré completado una primera etapa que, todos dicen, es la más difícil.

Eli y Claudia estaban pendientes de mí. Paula se encontraba en su segunda quincena de vacaciones y había puesto al día a Eli sobre mi calvario de la pasada sesión. Las dos fueron amabilísimas, como siempre, y me acompañaron al final a mi toque de campana. Rubi lo grabó y aquí lo dejo como testimonio. Creo que después de haberlo pasado tan mal en la anterior ocasión, el júbilo de superar esta sin efectos a resaltar había que manifestarlo.

Esta vez traté de no tocar tan fuerte. Los aplausos de fondo son de las enfermeras.

Sí, la terapia psicológica funciona, como dice Montse, todo suma. En los temas de salud hay que actuar siempre en todos los frentes posibles. Hay demasiado simplismo en la forma de enfocar la lucha contra las enfermedades, los trastornos y todo tipo de contratiempos, ya sean físicos o emocionales. Ya he explicado en otras ocasiones que parece que, a la fuerza, hay que ser del Barça o del Madrid, de derechas o de izquierdas. En la medicina esto no funciona así, convencional o natural, pastillas o ejercicios. El “todo suma” en la salud quiere decir que hay que hacer todo lo que contribuya a mejorar la situación, aunque algunas aportaciones sean diminutas, y no por ello debe prescindirse de ellas. 

Mi problema, para los que no me habéis leído entradas anteriores, era que las sesiones de quimio se estaban convirtiendo en 5 horas de sufrimiento, luchando con un síntoma estomacal muy molesto al que no debo ponerle nombre, por ahora, por prescripción de mi psicóloga. En estas dos semanas he tenido dos sesiones con ella y tenía que trabajar en varios campos: momentos de relajación muscular progresiva; 3 veces al día, al menos, ejercicios de Mindfulness para desligar los pensamientos de lo que soy, escuchar música positiva, hacer actividades agradables, evitar leer e investigar sobre el cáncer y no pronunciar la palabra “maldita” que describe mi desagradable efecto.

He cumplido todas las indicaciones de Montse, salvo la relajación muscular progresiva, primero porque estuve tan mal la primera semana que no tenía fuerzas ni para tensar y destensar mis músculos y luego porque simplemente no me apetecía hacerlo. Todo lo demás lo he llevado más o menos a rajatabla. También me tomé un total de 3 ansiolíticos en los dos días previos a la sesión incluyendo este. ¡Pues el cóctel completo funcionó! No veas el subidón que tuve ayer al comprobar que había superado, esta vez durante 4 horas, lo que la anterior fue un suplicio. Han sido muchos ratos programados de trabajo mental, pero han surtido efecto.

De verdad, no quiero convertirme en un consejero de salud, no es mi oficio, ni mis conocimientos y prudencia me permiten decirle a nadie lo que tiene que hacer con su cuerpo y, aun menos, con su mente, pero sí me voy a tomar la libertad de recalcar algo en lo que creo necesario incidir. Cuando vamos a los médicos o a los psicólogos, hagamos caso de lo que nos dicen, pero a TODO, no solo a lo que tiene un soniquete a nuestros oídos agradable. Los médicos del alma, como llaman algunos a los psicólogos o psiquiatras, no tienen un poder sobrehumano con su voz, y la terapia no consiste en escuchar sus sabias palabras durante una hora o en que presten oído a nuestras angustias para que estas se curen por arte de magia. No, lo que funciona es que luego, en nuestro día a día, hagamos lo que nos dicen. Sin trabajo no hay resultado, esa es la regla. Que tenemos que anotar en un papel cada día x cosas positivas que nos han ocurrido, pues a hacerlo, sin excusas. Que nos mandan pasear media hora entre la naturaleza, pues a ponerse los zapatos y dirigirse aunque sea al parque más cercano. Que nos indican que tenemos que verbalizar nuestros sentimientos a un amigo cercano, pues a romper la introversión y a sudar un poquito abriéndole nuestro corazón al compañero. Son ejemplos de actividades sencillas que muchas veces menospreciamos pero van sumando puntos para nuestra curación.

Ayer coincidí en el sillón de al lado con una compañera llamada Rosario. Padece cáncer de ovarios, pero se lo diagnosticaron en un estadio inicial, le hicieron una histerectomía y ahora estaba en su 4ª sesión de quimio. Durante 3 de mis 4 horas de quimio no le veía la cara porque nos separaba una mampara, pero la escuché hablar un buen rato con otra compañera que se sentaba enfrente de nosotros dos, a ella sí la veía. Yo estaba leyendo en mi Kindle y las dos se llevaron un buen rato terribilizando. Cuando sabes lo que esto supone para la salud mental y tratas de evitarlo en tu día a día, rápidamente lo percibes en las personas que te rodean, porque la mayoría lo hacemos muy a menudo. Reproduzco más o menos una porción de su conversación:

–Llevo fatal la caída del pelo, yo que he tenido una larga melena, ahora me veo horrible.

–Tienes razón, yo también lo llevo fatal.

–Y ¿qué me dices de las noches? ¿Tú puedes dormir? –(el insomnio es uno de los efectos más comunes que nos produce a todos la quimio).

–Que vá, yo casi no pego ojo. Las noches son terribles. ¡Qué largas se hacen!

Durante un buen rato, toda su conversación fue en esos términos. La chica de enfrente terminó su tratamiento y se marchó, así que Claudia, como vio que Rosario seguía teniendo ganas de hablar, se acercó a nosotros y retiró la mampara que nos separaba. Dijo: “Anda, habla con Manolo que a él también le gusta conversar, y así no os aburrís”. Ya solo quedábamos ella, otra señora y yo. Yo le pregunté a Eli por el tiempo que me restaba de tratamiento, ya que es una máquina calculándolo, solo mirando las bolsas. Me dijo que algo menos de una hora y que a Rosario un poquito más. “Anda, entonces me voy a quedar para la última”, dijo con resignación. Yo le dije que, si le servía de consuelo, yo estaba acostumbrado a empezar de los primeros y terminar siempre el último.

La otra señora que quedaba era una mujer morena, elegantemente vestida de unos 50 años. También terminó con su tratamiento y antes de marcharse se acercó a nosotros y trató de transmitirle ánimos a Rosario, al verla tan apesadumbrada. Nos contó que ella llevaba más de 6 años de tratamiento por un cáncer de mama metastásico, con focos en la cadera y una vértebra, pero que había pasado un primer año que ella llamaba muy negro, el de la quimio inicial y la radio, pero que luego había cambiado su enfoque mental y que había decidido disfrutar de la vida. Su oncóloga le acababa de decir que, ahora mismo, su enfermedad estaba estabilizada y ella estaba muy contenta. Decía con resolución que estaba disfrutando de la vida todo lo que podía, que esa misma mañana se puso un vestido, se vio demasiado oscura y se lo cambió por la falda de flores que portaba y una blusa del mismo tipo. Insistía que el primer año de la enfermedad era el peor, pero que luego todo mejoraba. Después de comentar esto se marchó.

Rosario y yo seguimos nuestra conversación, ella es bastante más joven que yo, aunque con la mascarilla, una gorra de béisbol que llevaba y unas gafas semioscurecidas, no puedo adivinar con mayor precisión nuestra diferencia de edad. Me dijo que nada más entrar en la sala de quimio había sufrido un ataque de pánico, que se le había cerrado la garganta y le tuvieron que ayudar las enfermeras. Ya se le había pasado, pero se le notaba sumamente nerviosa, ya que casi no me dejaba terminar mis frases cuando empezaba las suyas.

La conversación previa que había tenido con la vecina de enfrente creo que no le había ayudado, porque como he contado, esas expresiones: terrible, horrorosa y parecidas, lo que hacen es magnificar un problema, que sin ser trivial, tampoco tiene que llegar a extremos de negatividad. Yo, por el contrario, traté de calmarla. Le conté mi trastorno de las últimas semanas y lo que estaba haciendo. Le dije que me estaba ayudando mucho mantener una actitud positiva ante la enfermedad, rodearme de buenos amigos, aunque tuviera que limitar mi trato presencial, y cómo mi fe y mis creencias también ejercían una poderosa influencia en mi perspectiva. 

En la charla que había tenido con la vecina de enfrente, las dos se decían que constantemente se preguntaban por qué les había pasado a ellas, y a mí también me comentaba que le podía haber tocado la lotería y no un cáncer. Traté de explicarle con prudencia por qué yo no me hacía esas preguntas. En ningún momento me pregunté que por qué a mí. Siempre he pensado que si le había pasado a amigos míos muy cercanos y a otras personas de mi entorno, yo podía ser el siguiente, ninguno somos tan especiales que resultamos inmunes a todas las enfermedades y que lamentarnos porque nos hubiera tocado, solo lograba ahondar en el sufrimiento por la supuesta injusticia. Ella insistía en que también le podía haber tocado el Euromillón, pero de nuevo trate de hacerle ver que ya de poco valía mirar a lo que pudo haber sido pero no fue, que eso nos podía causar más daño que beneficio.

Aceptar las cosas como se presentan, no con resignación, sino para poner remedio cuanto antes, sin perder tiempo en las lamentaciones, es para mí el mejor camino a seguir. Agrandar los males con palabras tan radicales como horrible, terrible, y términos parecidos, lo único que consigue es sumirnos en el desánimo. Por otra parte, le hice ver que la situación de los dos era muy positiva. A ella le habían hecho, igual que a mí, un PET-TAC reciente sin hallazgos tumorales, estábamos más o menos a mitad de tratamiento y las perspectivas eran buenas, teníamos que quedarnos con eso, que no era poco.

Como terminé un poco antes que ella, al marcharme me dijo, con cierta tristeza, que ya no nos veríamos en la siguiente sesión porque ella las tiene cada 21 días y yo cada 14. Le dí mi teléfono y le dije que me llamara para lo que quisiera, que si necesitaba hablar o desahogarse o preguntar cualquier cosa, estaba a su disposición, y en eso quedamos.

Como ya he dicho en varias ocasiones, la sala de quimio suele ser un velatorio lleno de dolientes, la gente apenas habla, pero ayer fue una excepción y creo que deberían hacer como en las calles de las piscinas de nado. Hay algunas de nadadores rápidos, lentos y chapoteadores. Aquí deberían poner zonas de sillones para charlatanes y callados. Hay algunas personas que llevan mejor esto sin hablar con nadie y otros que necesitan contar lo que sienten. Incluso la misma persona puede tener días con un estado de ánimo y otros con uno distinto. Yo me sentaría casi siempre entre los charlatanes. ¿Se nota, no? Porque menuda chapa que me he pegado hoy con mis tonterías de una sesión de quimio. Espero no haber aburrido demasiado. Me quedo con mi entusiasmo por haber superado con tanto éxito mi 6ª sesión. Esto se merece acabar mi post como lo haría Jesús Candel, al que le deseo todo lo mejor en su tratamiento de radioterapia. Yeah‼️💪🏽💪🏽💪🏽

 

PLAYLIST ACTUALIZADA

 

https://youtu.be/CCQIGH6dl9

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