(83º) DIARIO DE UN LINFOMA (¿Por qué somos tan pesados?)

(83º) DIARIO DE UN LINFOMA (¿Por qué somos tan pesados?)

20 de agosto de 2022.

Un Noctamid me ha ayudado esta noche a descansar casi a pierna suelta. Estos días en los que empiezo a recuperarme también contribuyen a que el sueño sea más reparador.

Esta mañana, como la mayoría de los sábados, me he conectado por Zoom con un grupo de compañeros testigos para escribir cartas a los vecinos de nuestras poblaciones. Durante la pandemia suspendimos nuestras visitas domiciliarias y el 1 de septiembre las reanudaremos. Aunque acostumbraba a conectarme a estas reuniones todos los sábados, ahora que me han cambiado la quimio a los jueves, me resulta complicado hacerlo 2 días después de la sesión, porque por las mañanas se levanta uno bastante fastidiado y después de desayunar no tiene uno ni el cuerpo ni la mente para ciertas cosas.

Algunos de los que me leéis sabéis que soy testigo de Jehová y hoy me gustaría explicar por qué nos llamamos así y por qué nos dirigimos a nuestros conciudadanos para hablarles de la Biblia.

Aunque nuestra historia moderna se remonta a finales del siglo XIX, no fue hasta 1931 que adoptamos el nombre “Testigos de Jehová”. Antes se nos conocía como Estudiantes de la Biblia. En España estamos registrados como Testigos Cristianos de Jehová. No sé exactamente lo que motivó a incluir el término cristianos en la denominación, pero supongo que era porque pocos sabían en 1970, cuando se registró oficialmente nuestra confesión, que éramos una religión cristiana. 

Jehová es el nombre de Dios. En España esa forma de escribirlo y pronunciarlo es la más antigua conocida. Por ejemplo, Casiodoro de Reina fue un monje extremeño que pertenecía a los jerónimos del Monasterio de San Isidoro del Campo en Santiponce (Sevilla). Este hombre, en 1569, tradujo al español de la época toda la Biblia, en la conocida como Biblia del Oso. En ella incluyó el nombre Jehová en infinidad de pasajes. Como fue la primera traducción que se hizo al castellano desde manuscritos hebreos y griegos, los idiomas originales en que fue escrita la Biblia (anteriormente la Biblia Alfonsina de 1280 estaba basada en textos en latín), encontró en miles de lugares el nombre escrito con las consonantes YHWH, referidos a Dios. Ese nombre propio había dejado de emplearse por los judíos por superstición, pensaban que era demasiado sagrado para pronunciarlo. Como el hebreo antiguo se escribía solo con consonantes, la pronunciación de las palabras se perpetuaba en las memorias de los que usaban el idioma por el uso continuado que le ponía las vocales. Con el tiempo se llegó a desconocer cómo se pronunciaba exactamente YHWH, aunque, como digo, se encontraba miles de veces en la Biblia. En muchas Biblias posteriores se sustituyó el nombre propio por Dios o Señor, que son nombres comunes.

Portada original de la Biblia del Oso.

Hoy podemos imaginar que podría pasar algo parecido con ciertas abreviaturas que empleamos: km., sr., m. y muchas otras. Si dejáramos de pronunciar km. como kilómetro durante siglos, puede que con el tiempo nadie sepa cómo se debe pronunciar la abreviatura. 

En esta visita a nuestra sucursal pudimos ver un ejemplar original de la Biblia del Oso.

¿Por qué nosotros empleamos Jehová entonces? Pues porque si se encuentra tantas veces en la Biblia será por algo, ¿no? Si yo escribo este diario e incluyo mi nombre, Manolo, en muchos de los escritos, no me gustaría que con el paso del tiempo alguien decidiera eliminarlo y que solo se me conociera por “el del linfoma”. Un respeto, ¿no? Manolo no solo es nombre de camionero, es el que me pusieron mis padres y con el que cariñosamente me llamaba mi madre. A mí me gusta y así me llaman mis amigos.

Alguien dirá: pero si no se sabía cómo se pronunciaba exactamente, ¿por qué voy a usar una pronunciación concreta? Pues porque eso es lo que hacemos con los nombres propios de personas. Recuerdo que un matrimonio mayor de alemanes se referían a mí como “Manola”, no había forma de que emplearan el masculino, pero como ya los conocía, solamente me reía y les respondía cuando se referían a mí. 

Mi hematólogo se llama Jesús como sabéis, que es otro nombre hebreo. Hoy sí se sabe cómo pronunciaban los hebreos ese nombre. Su fonética es más o menos “Yeshúa”, pero como yo llame así a mi médico se creerá que estoy de cachondeo, es preferible la españolización de su nombre que la precisión fonética original. Lo importante es saber a quién nos referimos.

Bueno, y ¿por qué testigos? En Isaías 43:9 y 10, la Biblia de la Conferencia Episcopal dice que Dios reta a toda la gente de las naciones a “Que presenten sus testigos para justificarse” y luego, dirigiéndose a los que lo adoraban a Él, añade en el versículo 10: “Vosotros sois mis testigos”. Igual que un testigo habla de lo que conoce y da testimonio de lo que considera la verdad, nosotros nos llamamos Testigos de Jehová porque hacemos exactamente eso sobre Dios.

Mi hija Keila con sus amigas Cristina y Virginia predicando con el conocido “carrito” en la Avenida de España de Ubrique.

Un testigo que se niega hablar, ni es testigo ni nada que se le parezca, por eso nosotros hablamos y cumplimos con lo que Jesús mandó a sus seguidores. También la Biblia de la Conferencia Episcopal lo recoge en Hechos 1:8 de la siguiente forma: “seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra”. 

Claro, como digo, ahora en septiembre empezaremos otra vez a visitar a las personas de todo el mundo en sus hogares, también en Ubrique y los pueblos aledaños. Alguien dirá, ¿otra vez los pesados estos en mi puerta? Bueno, yo concretamente tendré que esperar. Al pesado de Manolo le quedan unos meses de reclusión forzada por la enfermedad y los dichosos neutrófilos, pero volveré y también me verán en las puertas. Mientras tanto, tengo otros medios para seguir siendo testigo.

Tres compañeros haciendo visitas en los campos. En medio Francisco, del que hablé en mi entrada XXIII. 

Trato de explicaros nuestra insistencia, para el que lo quiera escuchar. En primer lugar, lo hacemos de forma totalmente voluntaria. Sé que muchos no se lo creerán, porque hoy pocas cosas se hacen sin interés pecuniario, pero es lo estrictamente cierto, no recibimos un duro por hacer esta labor. Recuerdo un diálogo de besugos con un cabrero en Grazalema, junto a la carretera, mientras observaba con las manos en el cayado a sus cabras y con un palillo de dientes entre los labios que me decía con parsimonia: “Nada hombre, yo me gano la vida con mis cabras y usted se las busca con esto”. Yo le insistía con tranquilidad: “No, hombre, yo soy administrativo y trabajo en una oficina, esto lo hago voluntariamente para ayudar a las personas. No cobro nada.” Para mi desesperación, mientras seguía mirando sus cabras, con la misma tranquilidad me volvía a decir: “Como le digo, usted siga con lo suyo, yo me gano la vida con mis cabras y usted con esto”. No había manera de hacerlo cambiar de opinión.

Una mañana de visitas con mi amigo Adrián.

Otras personas se han mostrado en ocasiones mucho más furibundas con sus opiniones desfavorables hacia nosotros. Recuerdo uno que me sacó un libro escrito por no recuerdo quién, en el que me mostraba pasajes citando de las intenciones de nuestra organización de ganar dinero a toda costa, donde los ancianos de las congregaciones y otros responsables se quedaban con el dinero de los feligreses y enriquecían a los responsables de la sucursal de España. Por mucho que le dije que yo era uno de esos ancianos y que conocía de primera mano a la mayoría de los responsables de nuestra sucursal, todos más pobres que ratas, no había manera. Conocía mi organización mejor que yo, según él.

Vuelvo a los motivos de nuestra insistencia. En primer lugar, cumplimos con ese mandato de Jesús de ser sus testigos “hasta el confín de la tierra”, pero lo hizo todavía más explícito en Mateo 28:19, 20 cuando dijo: “Así que vayan y hagan discípulos de gente de todas las naciones. Enséñenles a obedecer todo lo que yo les he mandado.” Esta labor, no obstante, la cumplimos con escrupuloso respeto por aquellos que no tienen interés en escucharnos, faltaría más. Nosotros vamos convencidos de la importancia de nuestro mensaje, de que puede salvarles la vida y de que tratamos de enseñarles un modo de conducirse que evita infinidad de problemas hoy día, pero, claro, la decisión de aceptar el ofrecimiento es de cada persona. Un equipo de rescate puede acudir a socorrer a unas personas que considera en riesgo de sufrir algún percance, pero si el individuo cree que no es así, y rechaza la intervención del equipo, uno no tiene más que darse la vuelta y, mientras haya tiempo, quizás vuelva a insistir más adelante. Sé que las personas no nos ven así como yo lo estoy planteando, pero nosotros sí, por eso somos un poco “pesados”.

Esta labor de visitas domiciliarias de casa en casa provoca multitud de anécdotas, como podréis imaginar. Llegar a las casas de las personas sin ser invitados, provoca todo tipo de situaciones. Al principio muchas se producían por el desconocimiento sobre lo que hacíamos y de lo que hablábamos. Recuerdo que en una España católica, era curioso la ignorancia sobre la Biblia que había. También hoy, pero es que antes se acudía a misa todos los domingos. Una señora decía que ella creía en todos los santos, pero que en la Santa Biblia de la que nosotros hablábamos no había oído hablar nunca, que a esa no le rezaba.

Un día, mi querido amigo Diego le quería mostrar a una señora que el nombre de Dios, Jehová, aparecía en su Biblia. La mujer se declaraba muy religiosa y él le pidió que si era tan amable de traer las “Santas Escrituras”. La mujer entendió que le estaba pidiendo la escrituras de su casa y respondió con indignación que ella no le enseñaba las escrituras de su casa a nadie. Por aquel tiempo, por cierto, corría el bulo en Ubrique de que los testigos nos estábamos quedando con las propiedades de algunos del pueblo. Durante años no había manera de contrarrestar la idea que algunos tenían de que un tal Frías había tenido que ofrecer las escrituras de una viña que poseía para estudiar la Biblia con nosotros.

En fin, que me estoy alargando una barbaridad. Podría contar infinidad de anécdotas que me han ocurrido a lo largo de tantos años visitando a las personas en sus hogares, desmayos al abrir la puerta, gente que aparece en paños menores o directamente sin paños, y muchas otras, pero hoy solo quería explicarles a los que me leen, esta faceta de mi vida que ha ocupado gran parte de ella y que pretendo que vuelva a ser habitual cuando la tormenta de este linfoma vaya pasando. Si yo, o alguno de mis compañeros, acude a vuestra puerta, sed bondadosos con nosotros, no queremos importunar a nadie, ni ponerlos en un aprieto. Creemos que compartimos algo muy valioso que merece ser considerado, pero si alguien no lo ve así, una amable negativa siempre es una elegante forma de acabar una conversación, nosotros nos iremos también con cortesía y hasta la próxima visita, pero si tenéis curiosidad alguna vez por conocer algo más de lo que encierran las “Santas Escrituras”, no se pierde nada por iniciar una breve charla, que puede que sea más interesante de lo que imagines.







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