(81º) DIARIO DE UN LINFOMA (¡Que no me subo al taxi!).

(81º) DIARIO DE UN LINFOMA (¡Que no me subo al taxi!).

18 de agosto de 2022.

Anoche sustituí el somnífero por melatonina con pasiflora y parece que me ha hecho efecto, porque he dormido mejor que cuando no me tomo nada. Lo que sí sentí fueron náuseas a medianoche y eso no es habitual en mí, por lo que no me quedan demasiadas ganas de repetir. De todas formas empiezo a estar en los “días buenos” después de la quimio y espero descansar mejor.

Las mañanas siguen con este frescor que tampoco es propio de estas fechas de agosto. He aprovechado para recoger una caja de tomates de mi huerto. Las plantas se encuentran ahora en su esplendor y están altísimas. 

Llevo unos días en los que no me siento tan motivado para escribir. No es por temas que tratar, pues tengo bastantes en el tintero, pero los periodos de malestar pasan factura y la mente se resiente. Las circunstancias que me rodean tampoco son ideales, como ya he contado en parte. Rubi sigue también batallando con sus trifulcas mentales y mi suegra, aunque pasa por un impás de cierta tranquilidad, sigue su proceso irreversible de inmersión en la demencia que le causa el Alzheimer. A veces uno se siente como en un velero que hace aguas por tres vías y te faltan cubos para achicar. Menos mal que la situación de mi padre cuenta con la inestimable ayuda de mis hermanas que me han descargado en gran parte de esa otra preocupación.

Esta tarde volveré a tener una sesión con Montse para seguir trabajándome esas náuseas anticipatorias que tan desagradables me resultan el día de la quimio. La clave, según ella, es el cambio cognitivo, tratar de eliminar o mitigar esa respuesta automática que mi “cerebro reptiliano” dispara automáticamente. Los ejercicios que llevo haciendo esta semana consisten en relajar la mente primero, sintiendo poco a poco mis sensaciones corporales: el peso de mi cuerpo, mi posición, la respiración. Luego, deteniéndome a percibir lo que mis sentidos reciben: el sonido del ambiente, el calor o el frío, la brisa. El tercer paso es el más complicado, se trata de esperar que los pensamientos acudan a tu mente y después de dejarlos pasar, mirarlos como el que ve los taxis circular por delante de tu calle. No hay que subirse en ninguno, ni conversar con el taxista, solo fijarse en ellos y describirlos. 

Esa vista como espectador de tus pensamientos tiene como fin distanciarse de ellos, considerarlos productos de tu mente que no tienen que condicionar la respuesta emocional que te producen. La clave, y esto es lo realmente difícil, es conseguir que un pensamiento no te afecte. Esto es, hasta cierto punto, muy fácil de describir, pero bastante complicado de asimilar. Un ejemplo: en mis últimas sesiones de quimio, un pensamiento inconsciente que se repetía era: “Hoy otra vez me voy a morir de náuseas con este dichoso veneno”. Ese razonamiento automático de lo más profundo y primigenio de mi mente inevitablemente llevaba a la náusea. Ese día tendré que intentar observar que es solo un fruto de mi cerebro, debo dejarlo pasar, distanciarme de él. Sería como poner la radio y esperar a ver qué dicen, como si esas frases o imágenes que crea mi mente fueran originadas por otras personas. Para hacerlo, puedo analizarlo. ¿Son imágenes o palabras? En el segundo caso, ¿cuántas palabras tiene? 13. ¿Me había fijado en que genero pensamientos de 13 palabras? ¿Hay alguna imagen asociada al pensamiento? ¿Puedo traducirlo a otro idioma? Si no soy capaz de hacerlo, ¿me preocupa? Si no es así, ¿por qué tengo que hacerlo con un pensamiento que no sabes si se va a cumplir? ¿Puedo formularlo en pasado? Y si me traslado un año en el futuro ¿cómo haría la pregunta? “El año pasado me moría de náuseas con el dichoso veneno”. ¿Fue realmente así, me morí de náuseas? Si la frase es demasiado larga, ¿puedo dividirla en tres? Todo esto tiene un punto absurdo o ridículo, pero consigue algo importante: no me detengo en el contenido del pensamiento, sino en su forma. Si lo logro, el pensamiento no me afecta de la misma forma. Se han hecho estudios que demuestran que, cuando se hacen ejercicios diarios de este tipo, se logra desvincular la parte consciente de nuestro ser con las estructuras talámicas que generan esas ideas automáticas, y en estudios de neuroimagen, se perciben esos cambios de forma física, nuestro cerebro cambia, lo cual es muy llamativo y sorprendente.

Si habéis llegado hasta aquí, los que me leéis diréis: “Menudo rollo nos está soltando”.  En realidad me lo estoy soltando a mí. Es una forma de poner por escrito y fijar en mi memoria las ideas que Montse trató de trasladarme. No sé el efecto que producirá, ya lo iré contando, pero la verdad es que creo en esta terapia porque no es del todo nueva para mí. Ahora la voy a aplicar a algo muy concreto, como son las náuseas anticipatorias, pero llevo tratando de desligar mis pensamientos de lo que soy yo realmente y es una práctica que redunda en nuestro beneficio mental. A veces nos sumergimos en una idea dañina y creemos que eso que circula por nuestras neuronas somos nosotros. “¡Qué inútil soy! Todo me sale mal. No levanto cabeza. Voy de mal en peor. No me soporto ni yo.” Sin darnos cuenta, frases tan demoledoras como morteros similares a estas, nos aparecen espontáneamente y nos enganchamos a ellas mucho más tiempo del conveniente y acabamos destrozados anímicamente porque llegamos a creernos que somos eso que nos decimos. Cuando nos “salimos” de nuestro cuerpo y de nuestro cerebro y observamos esas frases “desde fuera”, nos damos cuenta de lo exageradas e injustas que son. Hasta podemos llegar a reírnos de lo tremendistas que nos volvemos. “¡Mira que llamarme un inútil! Hay que ver las cosas que se le ocurren a mi mente, pero si no paro de hacer cosas útiles todos los días: me levanto, me visto, voy a trabajar, cuido a mis hijos, llamo a mis padres, hago de comer, me baño, limpio la casa. ¡Cómo voy a ser un inútil!” Lo mismo podemos hacer cuando miramos como espectador esas ideas sensacionalistas y destructivas que citaba: “Todo me sale mal. Voy de mal en peor, etc.”

Sé que muchas personas que sufren de trastornos depresivos por mucho tiempo ven difícil que estos cambios de percepción interna sean posibles, pero estoy convencido de que ocurren. Como siempre, no hay que aspirar al todo, con un logro parcial ya triunfamos. Merece la pena intentarlo.

Finalizo con un pasaje bíblico que tiene relación con todo lo que he dicho y resulta consolador para los que creemos en Dios. Se encuentra en 1 Juan 3:19, 20: “Así sabremos que provenimos de la verdad y haremos que nuestro corazón se sienta seguro delante de Dios, incluso si nuestro corazón nos condena, porque Dios es más grande que nuestro corazón y lo sabe todo.”

El corazón se emplea figurativamente en la Biblia para referirse a nuestros sentimientos y también pensamientos íntimos. Como esos pensamientos nocivos, a veces nuestro corazón nos condena injustamente, se convierte en un juez inmisericorde que dicta sentencia contra nosotros con la mayor severidad. En esos casos resulta un alivio saber que Dios es más grande que nuestro corazón y lo sabe todo, es decir, es perfectamente consciente, más que nosotros mismos, de que nuestro juicio interno es desacertado, cruel e intransigente. En esos casos, dejemos que el más grande se imponga al que es mucho más insignificante y desequilibrado, aunque sea una parte de nosotros. No le hagamos tanto caso, hay alguien que nos conoce mejor que nosotros mismos.

 

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