(80º) DIARIO DE UN LINFOMA (un partido de tenis y otro de cargos).

(80º) DIARIO DE UN LINFOMA (un partido de tenis y otro de cargos).

17 de agosto de 2022.

No hay hoy demasiadas ganas de escribir, pero ahí vamos, creo que me viene bien redactar unas líneas. Ayer recuperé parte de mi brío y energía. Con dos Primperán antes de las comidas principales parece que controlé mejor las náuseas y por la noche salí a andar un par de kilómetros por el paseo iluminado del lago sorteando perros y sus dueños.

No me quise tomar el somnífero anoche y he dormido, pero no con esa profundidad que te da el psicotrópico, además he tenido varias pesadillas engarzadas una detrás de otra. También me viene bien sufrirlas para entender mejor a mi Rubi, que las tiene casi todas las noches. He sufrido una persecución de película por un asesino en serie, he visto sufrir un infarto a un amigo querido y mi intento infructuoso de reanimación cardiopulmonar, pero la parte final transcurrió por senderos más calmados. El desayuno ha sabido bueno y una chapata y media devoradas dan fe de ello.

Ahora acabo de venir del Decathlon de comprar unos botes de pelotas de tenis, a ver si esta semana el cuerpo me da para echar un ratillo de deporte. 

Hace días que no retomo mi perfil autobiográfico, me quedé a mediados de los 90 cuando ya nos habíamos asentado en Valverde del Camino. Nuestras niñas se adaptaron con rapidez a su nuevo entorno. Abi aceptó bastante bien el colegio y Keila crecía acompañada de su amigo Rubén. 

Mi afán migratorio no había acabado con la mudanza al piso alquilado de la calle Lucía Ramírez, no tardé ni dos años en volver a enfrascar a mi Rubi en otro traslado. Esta vez parecía más definitivo porque por fin me apareció la oportunidad de comprar un piso en propiedad. Se encontraba a unos 300 m. de nuestra vivienda, en la calle Doctor Fleming. En casi todos los pueblos hay una calle con ese nombre, que nos recuerda los millones de vidas que salvó con su descubrimiento de la penicilina. Valverde no es muy grande, pero el enclave de nuestro piso era tan bueno que teníamos a 5 minutos andando tanto el Salón del Reino, el colegio, el centro de salud y a unos 10 el mercado de abastos y el ayuntamiento.

Piso de la calle Dr. Fleming. Los dos balcones de la derecha eran nuestros. Ahora, por lo que veo, en la captura de Google Street, hay dos comercios en los bajos.

El piso era un primero y debajo tenía unos garajes. No tenía más vecinos que los de enfrente. Encima no nos pisaba nadie. Tenía 3 habitaciones y un amplio salón, además de una gran terraza al fondo. Estaba bien orientado y le entraba luz por todas partes. Lo estrenamos nosotros y nos costó unos 7 millones de las antiguas pesetas. Unicaja nos dio la hipoteca con unas condiciones bastante buenas para los funcionarios y, además, recibimos una subvención de la Junta de Andalucía como ayuda, por lo que pudimos abordar la compra y el pago de un préstamo, con una cuota similar a un alquiler durante 15 años. 

Keila en la calle Dr. Fleming junto al Opel Astra que nos compramos después del Renault 11

Mar se las prometía muy felices con la adquisición, porque parecía que nuestra estabilidad por algunos años estaba garantizada, pero por mi cabeza surcaban otros planes en caso de que encajaran las piezas del puzzle. Ella se había hecho a la idea de que finalmente nos estableceríamos en Valverde, pero yo no lo tenía claro. En algo estábamos totalmente de acuerdo, no nos moveríamos de allí a menos que apareciera una plaza vacante de mi especialidad en Ubrique. No creíamos que mereciera la pena trasladarnos a un sitio más cercano a nuestra tierra, dejando atrás el lugar que nos había acogido tan hospitalariamente. 

No era fácil acceder a ese puesto vacante en Ubrique. Solo había un instituto con F.P. de la rama de Administración, el I.E.S. Las Cumbres, y cuando la antigua F.P. cambió a la actual de ciclos formativos, redujeron de un plumazo los puestos ocupados de mi especialidad de 4 a 2. Aquello me sentó muy mal porque creo que la directiva podría haber estirado las plazas un par de años más, con lo que yo habría tenido posibilidad de acceder a una de ellas, pero la reducción me cerró las puertas. Parecía que mi estancia en Huelva se prolongaría muchos años.

Algo que me preocupaba era que si algún día queríamos volver, no deberíamos hacerlo cuando nuestras hijas fueran mayores. De niñas la adaptación iba a ser mucho más rápida, pero cuando hubieran forjado amistades y relaciones durante muchos años y en la época adolescente, sin duda les costaría mucho más.

No recuerdo cómo, pero llegué a conocer a un informático que trabajaba en Torre Triana para la Consejería de Educación. El hombre se portaba bien conmigo y me ofrecía información privilegiada de cómo andaban las peticiones de destino de mi especialidad. Yo tenía, sobre todo, la competencia de una compañera de Algar que estaba destinada en Aracena. Ella aprobó las oposiciones el mismo año que yo y tenía los mismos puntos y también pedía Ubrique. Mi ventaja sobre ella era que para acumular puntos, acepté ocupar cargos directivos en el instituto, primero como secretario y luego como jefe de estudios. Nunca he querido volver a ocupar esos puestos, porque aunque suponen un complemento de sueldo y reducción de horas de clases, también te implica trabajar en julio y tener que lidiar con los conflictos del centro y solventar muchas papeletas que no resultan del todo agradables.

Como secretario en el instituto llevaba las cuentas y toda la burocracia, pero tenía la inestimable ayuda de Juan Ramón, el administrativo. Era una persona de un carácter muy noble y trabajador a tope, muy responsable y de total confianza. Más tarde descubrí, cuando me incorporé a mi centro actual en Ubrique, que como secretario hacía más cosas de las que me correspondían, pero no me quejaba, porque si todo lo hubiese hecho Juan Ramón, el hombre habría estado sobrepasado.

Como ya expliqué en otras entradas, nos desplazábamos a Calañas en el mismo coche 4 o 5 compañeros, dependiendo del año. Juan Ramón era uno de ellos. Juan Carlos, mi peculiar compañero de profesión y de tenis era el más díscolo de los pasajeros. Su vida personal era un tanto caótica y los horarios y la puntualidad eran un caballo de batalla que, más de una vez, interfería en el resto de los ocupantes del vehículo. Cuando a él le tocaba llevar su coche llegaba algunas veces tarde y nos hacía perder el tiempo a los demás. Cuando nos tocaba recogerlo a él, salía a menudo por la puerta abrochándose los pantalones o abotonándose la camisa. Alguna vez nos enfadamos con sus retrasos, pero la mayoría de las veces teníamos que reírnos con las intimidades que nos contaba y los motivos de sus incumplimientos. 

En el coche también nos acompañaba José María, el director del instituto. Era un hombre de pocas palabras, serio, pero agradable, de pequeña estatura y con un poblado bigote negro. El jefe de estudios era Octavio, que también vivía en Valverde, pero no compartía coche porque prefería venirse siempre en su flamante Opel Astra. Este era de La Bañeza, León. Yo sustituí a Juan Carlos como secretario y junto a Mari Carmen, la única calañesa del centro como vicedirectora, formábamos el equipo directivo.

José María llevaba tiempo queriendo conseguir una vacante en su pueblo, Valverde, y anunciaba de forma no totalmente meridiana que quería dejar la directiva. Octavio no ocultaba sus intenciones de ocupar su puesto y empezó a fraguar el traspaso de competencias. A mí me ofreció ser su jefe de estudios en caso de ser el nuevo director. Cuando vencía el mandato de José María como director todo parecía llevar a un traspaso de poderes, pero a última hora reculó y dijo que se presentaría a la reelección. Octavio siguió adelante con su candidatura y sería el Consejo Escolar el que eligiera entre uno y otro. Los dos querían que yo formara parte de su equipo directivo, uno como jefe de estudios y el otro como secretario, pero yo les dije que no iba a entrar en guerrillas “políticas”, que si los dos se enfrentaban yo no tomaría parte por ninguno. Finalmente el Consejo Escolar reeligió a José Mª y a pesar de insistir en que ocupara el puesto de secretario, yo le dije que ya había tomado la decisión de no hacerlo.

Al año siguiente José Mª obtuvo plaza en un instituto de Valverde y Octavio ocupó la dirección. Esta vez sí acepté la jefatura de estudios para seguir acumulando puntos. Para obtener más también servían los cursos de formación. Era un poco ridículo que algunos cursos que hice fueran de Logopedia o Autocad, materias que nada tenían que ver con lo que yo impartía, pero que también contaban para el concurso de traslados. Los hacía porque no había otros relacionados con mi especialidad. Para colmo eran todos presenciales y me exigían desplazarme por las tardes un total de 30 o 60 horas a Moguer, Huelva y otras poblaciones del entorno. Menudo peñazo era estar escuchando hablar de trastornos del habla durante 3 horas cuando eso solo les interesaba a los maestros de primaria u orientadores que compartían pupitre conmigo en aquellas tediosas tardes.

Mi válvula de escape en aquellos años de tanta actividad eran, como casi siempre han sido, mis dos ratitos de tenis semanales. Uno era fijo con mi compañero Juan Carlos, temprano por la mañana de uno de los días entre semana. Ese día nos íbamos los dos posteriormente en el coche, después de un buen duchado en el pabellón de deportes de Valverde. Recuerdo que jugaba con una pésima raqueta de aluminio y, aún así, estábamos los dos bastante igualados, pero un día apareció él con una Head último modelo y me pegó un 6-0 6-0. Nunca pensé que una buena raqueta pudiera influir tanto. Yo no quería comprarme una raqueta nueva, porque costaba un pastón, así que a través de otro compañero que era socio del Real Club de Tenis de Huelva, me consiguió una Wilson de segunda mano. Era la que usaba Stefan Edberg (bueno, una similar, no me la vendió él usada, sino un socio del club de tenis, como podréis comprender). Volvimos a igualar nuestro nivel. 

En el Mutua Open de Madrid. Como espectador, eh. No me quisieron invitar a participar, seguramente Federer y Nadal influyeron para no aumentar la competencia.

Los dos nos apuntamos a la liga de tenis de Valverde y como jugábamos con todos los 20 o 25 que participábamos, también me tocó hacerlo con él, pero en competición. El caso es que la primera vez pasé un mal rato. Durante la semana nuestros partidos eran todo risas y caballerosidad, pero aquel primero de la liga supuso una metamorfosis en él. Yo también me lo tomaba con más ganas, eso es lo que tiene el plus de jugar para sumar puntos, pero a él se le fue de las manos. Parecía que le iba la vida en cada punto y gritaba desaforado cuando fallaba un golpe, cuestionaba si las bolas dudosas habían entrado y a mí me tenía totalmente desconcertado. Cuando terminamos le dije que ya no volvería a jugar con él en competición y el pobre me pidió disculpas y me prometió que no volvería a ocurrir. Menos mal que cumplió su palabra, porque volvimos a enfrentarnos y, aunque tuvo ciertos momentos de descontrol, se comportó de otra manera.

Mis años en Valverde tocaban a su fin y se produciría de una forma bastante inesperada, pero eso da para otro capítulo. 




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